|
Ilustración de Triunfo Arciniegas |
LA MOSCA EN LA TINTA
En aquel momento el jefe se dio cuenta de que una mosca se había caído en el gran tintero y estaba intentando infructuosamente pero con desesperación volver a salir. ¡Socorro, socorro!, decían aquellas patas mientras forcejeaban. Pero los bordes del tintero estaban mojados y resbaladizos. Volvió a caer dentro y se puso a nadar. El jefe tomó una pluma, extrajo la mosca de la tinta y la depositó con una sacudida en un pedazo de papel secante. Durante una fracción de segundo la mosca se quedó quieta sobre la mancha oscura que se ensanchaba a su alrededor. Después las patas delanteras se agitaron, se afianzaron y, levantando su cuerpecillo empapado, empezó la inmensa tarea de limpiarse la tinta de las alas. Por encima y por debajo, por debajo y por encima, pasaba la pata por el ala, como lo hace la piedra de afilar por la guadaña. Luego hubo una pausa mientras la mosca, aparentemente de puntillas, intentaba abrir primero un ala y luego la otra. Por fin lo consiguió, se sentó y empezó a limpiarse la cara, como un diminuto gato. Ahora uno podía imaginarse que las patitas delanteras se restregaban con facilidad, alegremente. El horrible peligro había pasado; se había salvado; estaba preparada de nuevo para la vida.
Katherine Mansfield / La mosca
|
Illustration by Triunfo Arciniegas |
THE BOSS AND THE FLY
At that moment the boss noticed that a fly had fallen into his broad inkpot, and was trying feebly but desperately to clamber out again. Help! Help! said those struggling legs. But the sides of the inkpot were wet and slippery; it fell back again and began to swim. The boss took up a pen, picked the fly out of the ink, and shook it on to a piece of blotting-paper. For a fraction of a second it lay still on the dark patch that oozed round it. Then the front legs waved, took hold, and, pulling its small, sodden body up, it began the immense task of cleaning the ink from its wings. Over and under, over and under, went a leg along a wing as the stone goes over and under the scythe. Then there was a pause, while the fly, seeming to stand on the tips of its toes, tried to expand first one wing and then the other. It succeeded at last, and, sitting down, it began, like a minute cat, to clean its face. Now one could Imagine that the little front legs rubbed against each other lightly, joyfully. The horrible danger was over; it had escaped; it was ready for life again.
Katherine Mansfield / The Fly
The Doves' Nest, and other stories [1923]