Mostrando entradas con la etiqueta Alice Munro. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Alice Munro. Mostrar todas las entradas

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Alice Munro / El membrillo



Alice Munro
EL MEMBRILLO

El recuerdo de la infancia de mi padre, que yo siempre me había imaginado como sombría y peligrosa –la modesta granja, las hermanas atemorizadas, el padre severo–, me hicieron menos resignada ante su muerte. Pensé en él huyendo para irse a trabajar en los barcos del lago, corriendo por las vías del ferrocarril hasta Gorderich, a la luz del anochecer. Acostumbraba a contar aquel viaje. En algún lugar de la vía encontró un membrillo. Los membrillos son raros en nuestra zona del país; de hecho, no he visto nunca ninguno. Ni siquiera el que encontró mi padre, aunque una vez nos llevó de excursión para ir a buscarlo. Pensó que conocía el cruce cerca del que estaba, pero no pudimos encontrarlo. No pudo encontrar el fruto, desde luego, pero quedó impresionado por su existencia. Le hizo pensar que había llegado a una nueva parte del mundo.



Alice Munro
Lunas de Júpiter


Lea, además
Biografía de Alice Munro





lunes, 4 de noviembre de 2013

Alice Munro / Mi hermana

Fotografía de Katerina Bodrunova
Alice Munro
Mi hermana

Sin embargo ahora ha pasado algo. Ahora que mis hijos son adultos, que mi esposo se ha jubilado y los dos viajamos mucho, tengo la sensación de que a veces veo a Queenie. No es que la vea por la fuerza de un deseo o un empeño particular; tampoco que me convenza de que realmente es ella.
Una vez fue en un aeropuerto atestado y ella llevaba un sarong y un sombrero de paja con guirnalda de flores. Bronceada y entusiasta, con aspecto de rica, rodeada de amigos. Otra vez estaba entre unas mujeres, a la puerta de una iglesia, espiando una boda. Llevaba una manchada chaqueta de ante y no parecía próspera ni contenta. Una vez más, en una bocacalle, esperaba la luz verde para cruzar una fila de parvulario camino del parque o la piscina.
La última ocasión y la más rara fue en un supermercado de Twin Falls (Idaho). Al doblar una esquina, llevando las pocas coas que había comprado para un picnic, me topé con una anciana apoyada en su carrito como si me estuviera esperando. Una viejecita llena de arrugas, de boca torcida y piel amarronada e insalubre. El pelo hirsuto y amarillento, los pantalones violeta subidos hasta el bulto de la panza: una de esas mujeres que de todos modos, con la edad, han perdido la cintura. Los pantalones bien podían ser de una tienda de segunda mano, y lo mismo el jersey de colores alegres, pero apelmazado y encogido, abotonado sobre un pecho de niña de diez años.
El carrito estaba vacío. La mujer ni llevaba bolso.
Y al contrario que las anteriores, ésta parecía saber que era Queenie. Me sonrió con tal alegría de reconocer, y tal ansia de ser reconocida, que se habría dicho que era un acontecimiento, el momento que le concedían un día entre mil, cuando la dejaban salir de las sombras.
Lo único que hice yo fue estirar la boca con una cordialidad impersonal, como ante una solitaria desconocida, y seguir mi camino a la caja.
Luego, en el aparcamiento, le dije a mi marido que había olvidado algo y volví corriendo. Busqué en todos los pasillos. Pero en ese lapso ínfimo la viejecita se había desvanecido. Tal vez hubiera salido justo después de mi; tal vez ya andaba por las calles de Twin Falls, a pie, o en un coche conducido por un pariente o un vecino. Podía incluso conducir ella misma. Existía la posibilidad, sin embargo, de que siguiera en el supermercado y entre pasillo y pasillo nos desencontráramos. Me encontré yendo de un lado a otro, temblando en la atmósfera glacial del aire refrigerado, escrutando las caras, asustando quizás a la gente con el ruego silencioso de que me dijeran dónde estaba Queenie.
Hasta que entré en razón y me convencí de que no era posible, de que, fuera quien fuese, Queenie me había dejado atrás.

Alice Munro
“Queenie”
Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio
RBA, Barcelona, 2003, pp.218-219.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Alice Munro / Dos fotos



Alice Munro
DOS FOTOS

Así que allí me fui, y mamá había preparado pollo. Olía bien cuando entré en casa. Después me llega el olor de Madelaine, el mismo olor asqueroso de siempre que no sé qué es pero que ahí está aunque mamá la lave todos los días. Pero actué muy bien. Es una ocasión especial, les dije, así que voy a hacer una foto. Les conté que tenía una cámara nueva, estupenda, que revelaba al momento y podrían ver la foto. Te ves en un pispás, ¿qué les parece? De modo que los senté a todos en el salón como le he enseñado a usted. Mamá dice: venga, deprisa, que tengo que volver a la cocina. Si no tardo nada, le digo. Hago la foto, y ella: venga, vamos a ver cómo hemos salido, y yo: un momento, un poco de paciencia, solo tardará un minuto. Y mientras esperan a ver cómo han salido, yo saco mi pistolita y pim, pam, pum, me los cargo. Después hice otra foto, fui a la cocina, comí un poco de pollo y no volví a mirarlos. Pensaba que la tía Rennie estaría allí también, pero mamá dijo que tenía no sé qué en la iglesia. Me la habría cargado igual. Así que mire. Antes y después.



Alice Munro
Radicales libres
Demasiada felicidad
Lumen, Barcelona, 2013

Lea, además
Biografía de Alice Munro




TWO PHOTOS
by Alice Munro

“So over I go, and Mom has cooked chicken. Nice smell when I first go into the house. Then I get the smell of Madelaine, just her same old awful smell. I don’t know what it is, but even if Mom washes her every day it’s there. But I acted very nice. I said, ‘This is an occasion. I should take a picture.’ I told them I had this wonderful new camera that developed right away and they could see the picture. ‘Right off the bat, you can see yourself—what do you think of that?’ And I got them all sitting in the front room just the way I showed you. Mom, she says, ‘Hurry up. I have to get back in my kitchen.’ ‘Do it in no time,’ I says. So I take their picture and she says, ‘Come on, now, let’s see how we look,’ and I say, ‘Hang on, just be patient, it’ll only take a minute.’ And while they’re waiting to see how they look I take out my nice little gun and bin-bang-barn I shoot the works of them.

From “Free Radicals,” which appeared in “Too Much Hapiness”

Read also 





domingo, 27 de octubre de 2013

Alice Munro / Happy

Ilustración de Andreas Sjöden
Alice Munro
FELIZ


Durante años pensé que volvería a encontrarme con Alister. Vivía, y aún vivo, en Toronto, y creía que todo el mundo acababa en Toronto alguna vez, aunque fuera de paso. Claro que eso no garantiza que vayas a ver a esa persona, suponiendo que lo desearas.
Al fin sucedió. Cruzando una calle concurrida, donde ni siquiera se podía aminorar el  paso.  Caminando  en direcciones  opuestas. Mirando al mismo tiempo, visiblemente impresionados,  nuestros  rostros  maltratados por el tiempo.
—¿Cómo estás? —me gritó.
—Bien —contesté. Y, por si acaso, añadí —: Feliz.
En aquel momento era verdad solo en general. Arrastraba una especie de discusión farragosa con mi marido, por el pago de una deuda en la que  se  había metido  uno  de  sus hijos. Aquella tarde había ido a ver una exposición en una galería de arte, para despejarme.
Me contestó una vez más.
—Bien hecho.
Aún pareció que podríamos abrirnos paso entre el gentío, que en un momento estaríamos juntos. Tan inevitable, sin embargo, como que seguiríamos  nuestro  camino. Y eso hicimos. No hubo un grito entrecortado, ni una mano en el hombro cuando llegué  a la acera.  Solo  el destello que capté en uno de sus ojos, apenas más abierto que el otro. El ojo izquierdo, tal como lo recordaba, siempre el izquierdo, que le daba aquella expresión de extrañeza, alerta y asombro, como si se le acabara de ocurrir una idea tan descabellada que diera risa.
Para mí fue igual que cuando me marché de Amundsen en aquel tren, todavía aturdida y perpleja.
La verdad es que en el amor nada cambia demasiado.


Alice Munro
"Amundsen"
Mi querida vida
Lumen, Barcelona, 2013



HAPPY
by Alice Munro

For years I thought I might run into him. I lived, and still live, in Toronto. It seemed to me that everybody ended up in Toronto at least for a little while. Of course that hardly means that you will get to see that person, provided that you should in any way want to.
It finally happened. Crossing a crowded street where you could not even slow down. Going in opposite directions. Staring, at the same time, a bare shock on our time-damaged faces.
He called out, “How are you?” And I answered, “Fine.” Then added for good measure, “Happy.”
At the moment this was only generally true. I was having some kind of dragged-out row with my husband, about our paying a debt run up by one of his children. I had gone that afternoon to a show at an art gallery, to get myself into a more comfortable frame of mind.
He called back to me once more:
“Good for you.”
It still seemed as if we could make our way out of that crowd, that in a moment we would be together. But just as certain that we would carry on in the way we were going. And so we did. No breathless cry, no hand on my shoulder when I reached the sidewalk. Just that flash, that I had seen in an instant, when one of his eyes opened wider. It was the left eye, always the left, as I remembered. And it always looked so strange, alert and wondering, as if some whole impossibility had occurred to him, one that almost made him laugh.
For me, I was feeling something the same as when I left Amundsen, the train carrying me still dazed and full of disbelief.
Nothing changes really about love.

From “Amundsen,” which appeared in “Dear Life”





jueves, 24 de octubre de 2013

Alice Munro / Fantasma


Alice Munro
FANTASMA

En la larga casa blanca, con sus esquinas de azulejo, vivía ahora gente nueva. Los Shantz se habían marchado a vivir a Florida. Enviaban naranjas a mis tías; Ailsa decía que aquellas naranjas conseguían que las que comprabas en Canadá te repugnaran. Los nuevos vecinos habían construido una piscina, que sobre todo utilizaban sus hijas -dos preciosas jovencitas que ni siquiera me miraban cuando nos cruzábamos por la calle- y los novios de éstas. Los arbustos habían crecido considerablemente entre el patio de mis tías y el de ellos, pero aun así podía verlos correr y empujarse alrededor de la piscina, sus alaridos, los chapuzones. Despreciaba sus payasadas porque me tomaba la vida en serio y tenía una idea mucho más elevada y noble del amor. Pero, de todas formas, me hubiera gustado atraer su atención. Me hubiera gustado que alguno de ellos viera mi pijama pálido moviéndose en la oscuridad y hubiera gritado de verdad, pensando que yo era un fantasma.


Alice Munro
"El amor de una mujer generosa"


Lea, además
Biografía de Alice Munro




lunes, 21 de octubre de 2013

Alice Munro / Tabletas


Alice Munro
TABLETAS

Pero mientras ella jugaba al tenis, Lewis había muerto. De hecho se había matado. En la mesilla de noche había cuatro pequeñas tabletas de plástico con el dorso metalizado. Cada una había contenido dos poderosos calmantes. Al lado, en dos tabletas más, las gruesas cápsulas blancas seguían bajo las invioladas cubiertas de plástico. Cuando más tarde Nina las recogiera, descubriría que en el plástico metalizado de una de ellas había una marca, como si Lewis hubiera empezado a clavar la uña antes de decidir si ya era suficiente, o en el mismo instante hubiera perdido la conciencia.

     El vaso casi vacío. No había agua derramada.



Alice Munro
"Consuelo"
Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio
RBA, Barcelona, 2003, p. 100

Lea, además
Biografía de Alice Munro




viernes, 18 de octubre de 2013

Alice Munro / El vestido

El vestido negro
Ilustración de Triunfo Arciniegas
Alice Munro
EL VESTIDO

Recordaba otra vez, en Vancouver. Fue cuando Nichola iba al jardín de infancia y Judith era un bebé. Nichola había ido al médico por un resfriado, o quizá para un examen de rutina, y el análisis de sangre mostraba algo en sus glóbulos blancos, o que había demasiados o que se habían hecho grandes. El médico pidió más análisis y yo llevé a Nichola al hospital para que se los hicieran. Nadie mencionó la leucemia, pero yo sabía, desde luego, lo que estaban buscando. Y cuando llevé a Nichola a casa le pedí a la canguro que había estado con Judith que se quedase por la tarde, y me fui de compras. Me compré el vestido más atrevido que haya tenido nunca, una especie de funda de seda negra con algún adorno de encaje en el delantero. Recuerdo aquella radiante tarde de primavera, los zapatos altos en los grandes almacenes, la ropa interior con estampado de leopardo.


Alice Munro
Las lunas de Júpiter

Lea, además