miércoles, 1 de febrero de 2017

William Shakespeare / Caballos


William Shakespeare
CABALLOS
Traducción de Ángel-Luis Pujante


Dicen que se devoraron entre sí.


William Shakespeare
Macbeth

 Acto Segundo, Escena IV
Libros del Zorro Rojo, Barcelona - Buenos Aires, 2012, p. 60





HORSES
by William Shakespeare

'Tis said they eat each other.

Macbeth
Act II, Scene IV
The Complete Works of William Shakespeare
RacePoint Publishing, New York, 2014, p. 865




lunes, 30 de enero de 2017

William Shakespeare / Sangre

Ilustración de Ferenc Pintér

William Shakespeare
SANGRE
Traducción de Ángel-Luis Pujante


¿Quién iba a pensar que el viejo tendría tanta sangre?


William Shakespeare
Macbeth

 Acto Quinto, Escena I, p. 123
Libros del Zorro Rojo, Barcelona - Buenos Aires, 2012





 BLOOD
by William Shakespeare

Yed who would have thought the old man to have had so much blood in him?         

Macbeth
Act V, Scene I
The Complete Works of William Shakespeare

RacePoint Publishing, New York, 2014, p. 880



lunes, 23 de enero de 2017

Milton Glaser / El conejo y el carnicero

Ilustración Akitaka Ito.

Milton Glaser
EL CONEJO Y EL CARNICERO

Un carnicero estaba abriendo su negocio una mañana y mientras lo hacía un conejo asomó su cabeza a través de la puerta. El carnicero se sorprendió cuando el conejo preguntó: «¿Tiene repollo?». El carnicero dijo: «Esta es una carnicería, vendemos carne, no vegetales». El conejo se fue saltando. Al día siguiente el carnicero estába abriendo su negocio y el conejo asomó su cabeza y preguntó: «¿Tiene repollo?». El carnicero ahora enojado le respondió: «Escúchame, pequeño roedor, te dije ayer que vendemos carne, no vegetales, y la próxima vez que vengas por aquí te voy a agarrar del cuello y clavaré esas orejas flojas al suelo». El conejo desapareció precipitadamente y nada sucedió durante una semana. Entonces una mañana el conejo asomó su cabeza desde la esquina y preguntó: «¿Tiene clavos?». El carnicero dijo: «No». Entonces el conejo dijo: «¿Tiene repollo?».






sábado, 21 de enero de 2017

Rubem Fonseca / Asfalto derretido



Rubem Fonseca
ASFALTO DERRETIDO

El hombre no decía ni palabra, la cartera del dinero en su mano tendida. Cogí la cartera y la tiré al aire y cuando iba cayendo le largué un taconazo, así, con la zurda, echándola lejos.

Le até las manos a la espalda con un cordel que llevaba. Después le amarré los pies.

Arrodíllate, le dije.

Se arrodilló.

Los faros iluminaban su cuerpo. Me arrodillé a su lado, le quité la pajarita, doble el cuello de la camisa, dejándole el pescuezo al aire.

Inclina la cabeza, ordené.

La inclinó. Levanté el machete, sujeto con las dos manos, vi las estrellas en el cielo, la noche inmensa, el firmamento infinito e hice caer el machete, estrella de acero, con toda mi fuerza, justo en medio del pescuezo.

La cabeza no cayó, y él intentó levantarse agitándose como una gallina atontada en manos de una cocinera incompetente. Le dí otro golpe, y otro más y otro, y la cabeza no rodaba por el suelo. Se había desmayado o había muerto con la condenada cabeza aquella sujeta al pescuezo. Empujé el cuerpo sobre el guardabarros del coche. El cuello quedó en buena posición. Me concentré como un atleta a punto de dar un salto mortal. Esta vez, mientras el cuchillo describía su corto recorrido mutilante zumbando, hendiendo el aire, yo sabía que iba a conseguir lo que quería. ¡Broc!, la cabeza saltó rodando por la arena. Alcé el alfanje y grité: ¡Salve al Cobrador! Di un tremendo grito que no era palabra alguna, sino un aullido prolongado y fuerte, para que todos los animales se estremecieran y se largaran de allí. Por donde yo paso, se derrite el asfalto.




sábado, 14 de enero de 2017

Rubem Fonseca / Cuarenta viejos

Viejo orando
Rembrandt
Rubem Fonseca
CUARENTA VIEJOS

Cuarenta viejos mueren en el incendio de un asilo. Las familias lo celebrarán.






lunes, 9 de enero de 2017

Ana María Shua / Naufragio




Ana María Shua
Naufragio

Corro hacia la playa. Si las olas hubieran dejado sobre la arena un pequeño barril de pólvora, aunque estuviese mojada, una navaja, algunos clavos, incluso una colección de pipas o unas simples tablas de madera, yo podría utilizar esos objetos para construir una novela. Qué hacer en cambio con estos párrafos mojados, con estas metáforas cubiertas de lapas y mejillones, con estos restos de otro triste naufragio literario.


sábado, 31 de diciembre de 2016

Ana María Shua / La Que No Está


Ana María Shua

La Que No Está

Ninguna tiene tanto éxito como La Que No Está. Aunque todavía es joven, muchos años de práctica consciente la han perfeccionado en el sutilísimo arte de la ausencia. Los que preguntan por ella terminan por conformarse con otra cualquiera, a la que toman distraídos, tratando de imaginar que tienen entre sus brazos a la mejor, a la única, a La Que No Está.



viernes, 30 de diciembre de 2016

Ana María Shua / Mago con serrucho



Ana María Shua
MAGO CON SERRUCHO

Con el serrucho, el mago corta en dos la caja de donde asoman las piernas, los brazos y la cabeza de su partenaire. La cara de la mujer, sonriente al principio, se deforma en una mueca de miedo. En seguida empieza a gritar. Brota la sangre, la mujer aúlla pidiendo socorro y mueve los brazos y las piernas con aparente desesperación mientras la gente aplaude y se ríe. Al rato sólo se queja débilmente. Después se calla. En otras épocas, recuerda el mago, el público era más exigente: pretendía que la mujer volviera a aparecer intacta. Ahora, en cierto modo, todo es más fácil. Excepto conseguir ayudante, claro.


lunes, 19 de diciembre de 2016

Enrique del Acebo Ibañez / La malquerida



Enrique del Acebo Ibañez 

LA MALQUERIDA


A pesar de saberse deseada por casi todos los hombres, no terminaba de acostumbrarse a tanto maltrato: cabezazos y puntapiés la tenían siempre en vilo.

Sólo se sentía mimada cuando un niño la ponía junto a su almohada luego de haber jugado todo el día con ella en el potrero.




Enrique del Acebo Ibañez
 
Breves Encuentros (en ciento once relatos)
Argentina, 2008.



jueves, 15 de diciembre de 2016

Cayo Petronio / El lobo


Cayo Petronio
EL LOBO

Logré que uno de mis compañeros de hostería —un soldado más valiente que Plutón— me acompañara. Al primer canto del gallo emprendimos la marcha; brillaba la luna como el sol a mediodía. Llegamos a unas tumbas. Mi hombre se para; empieza a conjurar astros; yo me siento y me pongo a contar las columnas y a canturrear. Al rato me vuelvo hacia mi compañero y lo veo desnudarse y dejar la ropa al borde del camino. De miedo se me abrieron las carnes; me quedé como muerto: lo vi orinar alrededor de su ropa y convertirse en lobo.
Lobo, rompió a dar aullidos y huyó al bosque.
Fui a recoger su ropa y vi que se había transformado en piedra.
Desenvainé la espada y temblando llegué a casa. Melisa se extrañó de verme llegar a tales horas. "Si hubieras llegado un poco antes —me dijo— hubieras podido ayudarnos, un lobo ha penetrado en el redil y ha matado las ovejas; fue una verdadera carnicería; logró escapar pero uno de los esclavos le atravesó el pescuezo con la lanza."
Al día siguiente volví por el camino de las tumbas. En lugar de la ropa petrificada había una mancha de sangre.
Entré en la hostería; el soldado estaba tendido en un lecho. Sangraba como un buey; un médico estaba curándole el cuello.




viernes, 9 de diciembre de 2016

Hipólit G. Navarro / La inspiración


Hipólito G. Navarro

LA INSPIRACIÓN

Hay que imaginarse el escenario: los días todos iguales del Polo Sur, una atardecida eterna que arropa de desvaído azul un universo frío, plano y desamueblado. En el espacio que nos interesa recortar tal vez se puedan suponer, además de la superficie helada y blanca, tres o cuatro pingüinos a lo lejos, si acaso en un ángulo a la izquierda los deshilachados amagos amarillos de una aurora boreal. Poco más. Y frío, un frío abstracto y desacostumbrado para los termómetros.

Pero en el centro de la escena está el iglú, como una redonda y rotunda provocación. Y en su interior, la historia: despaciosos sucederes presididos por el calor. Los padres se aman desnuditos bajo las blanquísimas pieles de oso, la abuela come a lentos puñados de un pescado blanco salpicado de rojo intenso en las agallas, y el hijo entretiene su mirada en el alegre bailoteo de las llamas en el fuego del hogar. Esa contemplación ensimismada le ocupa todas las horas; hay poco colegio por esas latitudes. No se trata de perder el tiempo, aunque lo parezca, como no se pierde el tiempo si se observa toda una tarde el vaivén del mar golpeando en la costa o el resto de la noche el cuerpo desnudo de la mujer que hemos amado. Los ojos del niño han subido y bajado al compás de las llamas durante horas y horas, y ahora tiene como dos brasas las pupilas. Afuera todo lo más quedará un solitario pingüino rezagado, el paisaje aún más plano bajo el peso de difíciles constelaciones. Es entonces cuando el niño casi lo susurra: «Bueno..., y yo ahora me pregunto...: ¿qué es un rincón?».



sábado, 3 de diciembre de 2016

Milan Kundera / La piscina



Milan Kundera
LA PISCINA

Había una gran piscina cubierta. Seríamos unas veinte. Todas mujeres. Todas estábamos desnudas y teníamos que marchar alrededor de la piscina. Del techo colgaba un cesto y dentro de él había un hombre de pie. Llevaba un sombrero de ala ancha que dejaba en sombras su cara, pero yo sabía que eras tú. Nos dabas órdenes. Gritabas. Mientras marchábamos teníamos que cantar y hacer flexiones. Cuando alguna hacía mal la flexión, tú le disparabas con una pistola y ella caía muerta a la piscina. Y en ese momento todas empezaban a reírse y cantar en voz aún más alta. Tú no nos quitabas los ojos de encima y, cuando alguna volvía a hacer algo mal, le disparabas. La piscina estaba llena de cadáveres que flotaban justo debajo de la superficie del agua. ¡Y yo me daba cuenta de que ya no tenía fuerza para hacer la siguiente flexión y que me ibas a matar!


Milan Kundera
La insoportable levedad del ser