El hombre no lo podía creer. Por fin estaba a resguardo en la caverna
de aquella tribu, arropado con pieles de animales y a punto de dormir.
Mientras, los anfitriones pasaban la noche al calor del fuego de la
hoguera, cantando y riendo ante la lumbre.
El joven recordaba las jornadas anteriores, durante las que no pudo
dormir. Como esa de luna llena, cuando tuvieron que escapar de las rocas en las
que se habían refugiado los tres: el abuelo, su hermano y él mismo. Los dos
jóvenes consiguieron escapar pero el anciano les salvó al rendirse y ser devorado
por el puma hambriento que los estuvo acosando hasta la madrugada.
O la noche siguiente, más peligrosa todavía, tratando de dormir los
dos en la arena fina y blanda de ribera, hasta que tuvieron que ascender a los
árboles próximos para no morir ahogados por la crecida del río. Aunque desde
entonces tampoco volvió a ver a su hermano, caído desde la rama del olmo sobre
la que dormía, hasta sumergirse en el río desbocado.
Y ahí estaba el único superviviente de su estirpe, derrotado y melancólico
pero dispuesto a soñar con todos sus avatares abrigado por los cueros y
pellejos animales, bajo el techo de la cueva.
Tan feliz como los miembros del clan que esperaban fuera de la gruta
la llegada del feroz Dios llamado Oso, aliviados y dispuestos a ofrecerle al
recién llegado como sacrificio para calmar su ira.
Pablo Vázquez
Pérez
Pablo,me has recordado a Auel pero con mucho más humor. Tuvieron que ser días difíciles para los emigrantes. Nos quejamos de vicio.
ResponderEliminarUn abrazo
Buenas noches.
EliminarJo, me acabo de asomar por aquí y acabo de ver que está colgado. Lo has clavado Aleajndro, la intención era la de los relatos de aventuras prehistóricas, aunque lo de Auel es pata negra de verdad. Muchas gracias, un abrazo.
Mas, mas, quiero mas... Muy bueno, felicidades.
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