REEDICIÓN. Publicado originalmente el 15/02/2011
Me llama mucho la atención un personaje que se repite casi cada día en mis desplazamientos en autobús. Es ese hombre/ esa mujer que viaja de pie, agarrado a la barra, dando conversación al conductor, en equilibrio inestable. Es tan constante esa presencia que parece que estuviesen en nómina en la EMT, como un elemento añadido a la oferta del transporte público, junto con el wifi gratuito y esa voz metálica que te dice cual es la siguiente parada y con que líneas enlaza.
En algunos casos, puede que sea un familiar o un amigo del conductor, que ha coincidido en esa línea y ese trayecto. Pero la mayor parte de las veces me da que es alguien que necesita hablar con otro ser humano. Y el conductor es una víctima propiciatoria ideal, atrapado en su caja y presente en todo momento.
Los cazadores de ideas para la industria, mucho más listos que yo, repararon hace tiempo en ese tipo de actitud. Y al hilo de esa necesidad de comunicarse, de regatear el aislamiento en un mundo superpoblado como nunca, el mercado, siempre en busca de demandas de los consumidores, genera diversas ofertas para satisfacer a los solitarios.
Las redes sociales proliferan sin control, para que puedas decirle al mundo las cosas que no eres capaz de decirle a tu pareja o a tu hermano. Llegan a tal extremo que hay quien narra, minuto a minuto, su existencia. Aunque la existencia minuto a minuto, hasta la del cantante de éxito o el futbolista estelar, es de una vulgaridad agobiante.
Los teléfonos móviles nos permiten enviar mensajes, fotos, videos, montajes y presentaciones en powerpoint, con la ventaja de comunicarnos evitando la incomodidad de la relación verbal, en la que siempre correríamos el riesgo de ser interrumpidos. Y, si ese riesgo no nos asusta, a nuestra disposición tenemos las tarifas planas, para charlar durante horas, sin decir nada en muchos casos.
Hay un boom de agencias de emparejamiento: te emparejan con tu amor soñado, con tus amigos perfectos, con tu comunidad de intereses. Nunca estarás solo si recurres a ellos. Por un módico precio encuentran al Príncipe Azul y a la chica de tus poesías.
Se dan cursos para aprender a ligar, para hablar en público, para superar la timidez, y hay infinitas publicaciones dedicadas a enseñarnos como alcanzar el éxito social.
Pero los bares están más vacíos que nunca. Hace años que no recibo una carta manuscrita. Ya nadie se sienta en la puerta de su casa en una silla de enea a charlar con los vecinos, y reduces los contactos con tus conocidos a “holayadiós”. La caña de después de la jornada laboral es ya una especie en peligro de extinción. Dar un paseo con tu mujer, mientras comentas las pequeñas novedades de cada día es inusitado. Y recordar aquel partido de fútbol con tus viejos colegas de siempre es poco menos que una ensoñación.
Es verdad que nos hemos impuesto/nos han impuesto una forma de vida que no deja espacio para todo esto. Pero… ¿vale la pena tener una televisión de 64 pulgadas y no saber si a tu hija adolescente le gusta el chico de la tienda de chuches? ¿Ese maldito adosado te ha secuestrado y te mantiene incomunicado con las personas a las que quieres y que te quieren? ¿Ciento cincuenta caballos de vapor te están alejando de quienes compartieron contigo la infancia o la juventud, eso sí, en doce segundos de cero a cien?
Es cierto que esto lo cuento en un blog, que no deja de ser otra oferta de comunicación perversa ideada por y para el comercio. Pero mis amigos pueden dar testimonio de que lo mismo digo con una jarra de cerveza en la mano, mientras me río de un chiste o me preocupo por una amiga que ha perdido su trabajo. Mis compañeros todavía no echan de menos mis bromas. Y mi mujer sabe que, como Roberto Carlos, yo soy de esos amantes a la antigua, que suelen todavía mandar flores….
Buenos días, y no dejéis pasar hoy la oportunidad de hablar con los vuestros o de conocer a alguien en la panadería. Igual os sorprende lo interesantes que llegan a ser las personas que tenemos a nuestro alrededor.
Diógenes de Sinope.
Diógenes de Sinope.