Viajar en silencio por una ciudad
desierta. Deslizarte sigilosamente por las calzadas que hace apenas unas horas
eran un infierno de acero y humo. La tenue luz de aquel farol, sin una Lily
Marlene debajo, parece más tenue y menos luz. A la espera del estallido, la
metrópoli se deja acariciar y ronronea con las notas bajas y roncas de los
camiones de la basura cantando sus letanías. La ciudad junta a Dios y al
Diablo, que decía Gurruchaga. Y no se escribe "Savoy" con neones, ni
bailan Ginger y Fred en las terrazas. A lo lejos, como mucho, te arañan los
oídos los acordes de un reguetón cansino y ya casi mesetario. El mar, es
cierto, no se puede concebir. Mientras todos duermen, viajo por la ciudad
dormida, la ciudad sin leyenda de ciudad sin nombre, sin garantía de ciudad
perdida y sin vocación de ciudad pérfida. La ciudad donde vivo es un niño
cargando un fusil...pero un niño, al fin y al cabo.
Y la luna llena, que hoy trae un
velo de nieblas, ya ha hecho su primera sangre. Cerca del corazón de la urbe,
su cuerpo desarticulado dibuja un absurdo sobre el asfalto. Gris sucio y rojo
intenso. La ciudad paga el tributo. La luna llena se arropa. Y casi no se
distinguen los luminosos de las aseguradoras entre visillos de vaho. Solo una
cosa es segura. La tengo a mis pies.
Y
la noche no se para, y somos los cuervos que vuelan llevando las malas
noticias. El tiempo se va cristalizar en los oídos de alguien y nosotros
seremos testigos. Luna llena. Noche negra. Niebla sucia.
Y el llanto de una mujer lo rasga
todo y le pregunta a un dios ausente por las causas. Se rompe hasta la oscuridad.
Se rompe el alma. La ciudad donde vivo es un monstruo con siete cabezas.
Y en las fachadas hay sarpullidos
de colores que anuncian que se venden pisos, desde los limpiaparabrisas de los
coches aparcados unas orientales ofrecen placeres divinos por tan solo treinta
euros y en cada portal una cesta rebosa de papeles irisados que te recuerdan
que hay productos hasta con un treinta por ciento de descuento. Baja un frío
cruel de lo alto y se acurruca en los huesos. La vida duele.
Y cuando todo termina vuelve la
ciudad silenciosa, agazapada barruntando el caos trepidante que se le avecina.
Viajar por la ciudad dormida. Con el espectro de que la niebla es la nada a
punto de engullir Fantasía. Buscando en la agenda del móvil el teléfono de
Attreyu, aun sabiendo que estará apagado o fuera de cobertura.