viernes, 25 de abril de 2014

Retrato de una piedra rodante

Un humeante café, dos vueltas con la cuchara al azúcar que nunca añado y el cigarro que arrojo hacia la pared que me impide  ver la luz. En breve instantes  siento el calor y el crepitar de unas cortinas que se deshacen más rápido que la última calada. Bob Dylan dispara un  ¿Qué se siente? que se clava directo al corazón. Le respondo que no sé si son mis sueños desparramados por el suelo, besos fugitivos o el retrato de la envidiable pareja de Freewheelin los que me han impulsado a mandarlo todo al traste. Sé que me escucha pero insiste repitiendo la misma pregunta.
 Contemplo la escena con unos ojos que lloran vencidos al humo. Pinto mis labios, me suelto el pelo y bailo al compás de las llamas frente al espejo. Le reto con mis cánticos y movimientos desinhibidos. He perdido el reflejo de esa niña para encontrarme una mujer en ropa interior subyugada al ritmo de la vida.
Seis minutos de éxtasis interrumpidos por el revuelo de vecinos que golpean la puerta. Selectiva, sólo invito a la fiesta a unos apuestos bomberos que seducidos por la música me cantan a coro NENA, eres LIKE A ROLLING STONE.


Mercedes Daza García

jueves, 24 de abril de 2014

Así fue el fin


Es  inútil pensar en lo que ha pasado esta noche. Sé que nunca me lo va a perdonar, pero tenía que ser así. Después de tantos años, la vida me pedía que diera un giro a mi existencia, y hoy sin pensarlo dos veces lo he hecho. No se lo merecía, no merecía que despidiera tantos años de convivencia como lo hice, pero si no lo hacía, mi espíritu iba a perecer en el transcurso del resto de mi vida.
¿Cómo llegué a tomar la decisión?. ¿Puede la muerte de tu pediatra influir en la toma de una decisión tan importante?. ¿Cuál fue la gota que colmó el vaso?.
Es invierno, se acercan las fechas navideñas, no encuentro su presencia desde hace mucho tiempo, no noto su calor, ni su complicidad. Llevo una buena temporada pensando que así no puedo seguir.
Leo el periódico y veo que esta misma mañana se enterrará el cadáver del que en mi niñez fuera mi pediatra. El hombre que treinta y un años atrás me ayudara a sobrevivir de una deshidratación que hubiera terminado con mi existencia.
No puedo faltar a darle el último adiós, cuando fue él quien me dio el primer hola a la vida.
Oigo las palabras del párroco, pero no las entiendo, oigo el sermón, pero no comprendo su significado, pienso, pienso, y sigo pensando. Hago memoria de algún momento alegre, divertido y amable que haya vivido en los últimos meses. Y sólo recuerdo malos gestos, palabras vanas, desilusión, hastío.
Salgo de la iglesia, y voy andando hasta casa, pero la idea se va engrandeciendo en mi cabeza. No dejo ni un momento de pensar en la decisión que debo tomar, no, no, no.
Cinco horas más tarde, nos encontramos donde siempre. Me ha notado que estoy pensativa, y pregunta qué me pasa. Contesto con evasivas, no quiero mirar a sus ojos. No quiero, pero debo. Tomo aire, respiro profundo, y de mi boca salen las palabras que terminarán con nuestra relación. YA NO TE QUIERO.
Doy media vuelta, comienzo a andar y siento que el peso que había llevado durante estos años había desaparecido de mis hombros.
No pude ver su cara, ni sus ojos, no quise mirar hacia atrás. Podría arrepentirme.
Tengo entendido que superó aquella situación, pero jamás he vuelto a hablar con él.


Mª Teresa Gómez Hernández

miércoles, 23 de abril de 2014

La cara de la belleza


Le pregunté sobre su amor. Quería hacerme una idea antes de la presentación oficial.
—Sublime —contestó—. Jamás me rompe las pelotas.
Y comprendí lo cautivante que era.


Ana María Gil

Carta del día siguiente al fin del mundo

Estoy haciéndome mayor a marchas forzadas. Es que sino no entiendo cómo me han podido engañar de esta manera. Yo estaba como un niño con calzoncillos nuevos, o quizás eran zapatos, no se, esperando a que se acabara este puto mundo. Había preparado para la ocasión una cena espectacular, la cámara con el trípode para hacer unas fotos de cómo se iba todo al carajo, vinos, cavas, licores, sexo, drogas, rock&roll, almaxs, omeprazoles…..todo a punto, todo. Entonces pasó lo que me temía. Que empezamos al revés. Primero los omeprazoles, después los almax, después drogas, alcohol, sexo….. total, una tajada de aquí te espero, y la cena ahí….enfriándose. Nos quedamos en un estado de coma, o punto profundo, hasta la mañana siguiente en la que se me abrió un ojo de manera espontánea. Lo primero que vio mi ojo fue una imagen borrosa y oscura en el cristal de la ventana, y pensé: mira, debe ser un pajarito del nuevo mundo! Entonces me puse las gafas y vi que no, que no era un pajarito, sino un calcetín que se le había caído a la vecina de arriba y que quedó enganchado en el cristal. Pero que mas da, pensé, es un calcetín del nuevo mundo! Este mundo nuevo donde todos seremos felices, y comeremos perdices, y ya no tendremos lombrices, ni varices, uy que me dices!, no me toques las narices, volverán las oscuras codornices, o quizás eran golondrices, bueno da igual. Y resulta que puse la tele en marcha, para ver la nueva programación del nuevo mundo y lo guapos y guapas que seriamos todos a partir de ahora. Ya no habría ningún gordo ni gorda, ni flaco ni flaca, ni nadie tendría granos en la cara, ni las uñas negras de rascarse los bajos, ni halitosis, y nadie se tiraría cuescos pestilentes en los ascensores justo antes de que entraras tu, y todo el mundo llevaría los pies limpios, y el metro no olería a sobaco…. En fin, que ya no quedarían guarros en el mundo. Pues no. Sabes a quién vi? Pues a Rajoy. Y yo que dije, coño!, si este es del mundo antiguo, qué hace aquí?, pero es que después me salió el Mas, y el Junqueras que estaba igual de gordo, y la Soraya, y el Montoro, y el Rubalcaba, aaargh! Entonces me miré al espejo y vi que tenia la misma barriga que antes, horror! Fue entonces cuando me di cuenta de que el mundo no había acabado y que seguía metido hasta las cejas en la misma mierda de siempre.
Entonces me deprimí. Y así sigo. Deprimido.


Jaime Sancho Roig

martes, 22 de abril de 2014

Diantres

El detective detuvo su marcha por los corredores del subterráneo. Aún jadeando por el esfuerzo, miró por última vez en derredor buscando al terrible asesino que acababa de desenmascarar y que entonces emprendía una huida desesperada. Restregó sus lentes contra su camisa sudada y se los volvió a colocar, no sin antes echar en falta un pañito decente para limpiarlos.
− Diantres− maldijo. Juro por mi madre que no volveré a tocar ni a Conan Doyle, ni a Borges, ni mucho menos a Bolaño. No volveré a leer esos estúpidos libros de policía.

El detective escupió al suelo y dio media vuelta, mientras el asesino quedaba impune y se perdía por los infinitos laberintos de la ciudad.

Ignacio Elizalde Johnson

lunes, 21 de abril de 2014

Retazos de una noche

La conoció en un bar de copas a las tres de la mañana, hora punta de este tipo de menesteres. La invitó, por cortesía a otro trago de lo mismo que se agotaba en el vaso de la que con solo verla creyó que era la mujer de su vida. Ella lo miró con sus pequeños ojos oscuros sonriendo al mismo tiempo que levantaba el vaso aceptando la invitación. El, con sus treinta y cinco recién cumplidos, galán de  la noche, bien vestido, elegante enfundado en traje y elegante en su bien cuidado aspecto, conocedor de su atractivo latin lover, conquistador de damas y de camas, de jóvenes y maduras, se acercó, como se acerca el zorro a su presa, hasta sentarse en el taburete vacío al lado de ella. Ella, con sus treinta y cuatro casi terminados, camiseta de titas y falda larga, melena rizada libre, sonriente y seductora lo miró de reojo mientras el camarero servía el ron con coca-cola que ella había pedido, que él había pagado. El, el macho dominante del garito, el apuesto, el galán convencido de que esa noche acabaría en la misma lujuria de cualquier otro sábado, quiso dar el siguiente paso, pero entre él y ella, apareció una nueva mujer, alta, delgada, con vaqueros rotos y camiseta de media manga. Lo miró a él. La miró a ella sonriendo dijo:
-Es mi mujer, a la siguiente, la invito yo.
El, sin costumbre alguna al fracaso en cuestiones de ligues nocturnos, se sintió como el zorro que amenaza a su presa y en el salto feroz hacia ella recibe el disparo del cazador. Con su fracaso, abandonó el bar, en busca de otro bar, de otra presa a la que conquistar y de la que presumir el lunes en la oficina, omitiendo por descontado sus pocas artes adivinatorias en los gustos de aquella mujer de bonito ojos, de bonita sonrisa. Como cada noche, la mujer de su vida.


Monse Balsa Sanjuán

domingo, 20 de abril de 2014

Demasiada felicidad

Gabriel García Márquez es, de los ganadores del Premio Nobel de Literatura, el más célebre (con permiso de Neruda). Esto sin duda es debido a que era un excepcional escritor, a quien la historia situará en los más altos escalones, independientemente del premio de la Academia Sueca. Pero el caso de Gabo no es el habitual; citaré solo algunos ejemplos: Patrick White, Isaac Singer, Odysseas Elytis, Claude Simon, Tomas Tranströmer. Todos ellos fueron galardonados con el Nobel después de 1970 (Tranströmer en 2011), y ninguno ha disfrutado (salvo quizás en sus propios países) del 10 % de popularidad que García Márquez. Lo mismo sucede con la ganadora en 2013, la canadiense Alice Munro.
Munro es de esas autoras que, aunque se hallaba en las quinielas habituales de los últimos años, es más bien conocida en círculos reducidos de lectores, y desde luego poco o casi nada en la literatura más comercial o de consumo masivo. Para ser sincero, siempre me ha extrañado que el Nobel fuese a parar por lo general a escritores tan minoritarios, y haciéndome pensar que en realidad los más conocidos que se lo llevaban eran excepciones. Por eso, a veces intento leer obras de esos premiados cuya existencia yo desconocía hasta el mismo día en que se lo concedían. Y eso he hecho con Alice Munro: leer su penúltimo libro, “Demasiada felicidad”.
El sustantivo felicidad en el título engaña, porque va acompañado del adjetivo demasiado. Se supone que nada que sea demasiado es bueno, aunque sea la felicidad. Este título críptico da lugar a una colección de cuentos con un denominador común: las protagonistas de todos ellos son mujeres, acompañadas de algún also starring masculino. El hecho de que las acciones sucedan casi todas en Canadá pueden sorprender a veces en lo superficial, pero si hacemos el ejercicio de trasladarlas a algún punto similar de España, nos daremos cuenta de que se trata de historias revestidas de un barniz de potencial realidad. Las personas viven, se enamoran, se desenamoran, se engañan, se ilusionan, mueren, o cometen atrocidades, sí también en Canadá.
Alguno de los relatos genera desasosiego, pero están contados con una sencillez narrativa admirable, carentes de detalles innecesarios, por más que en ocasiones uno no vea hacia dónde va la historia (otras sí, a veces somos previsibles).
Es poco probable que Alice Munro llegue a ser tan conocida como Gabriel García Márquez, pero yo leeré más obras suyas. Ojalá me gusten tanto como esta.

Demasiada felicidad.
Alice Munro, 2010.
Lumen, 353 páginas.
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.