Lo que sigue es una lectura de cadencias, el libro de Valeria Cervero, a través de las siete palabras que dividen las agrupaciones de los poemas: laberinto - espejos - guía - abrigo - juegos - lengua - duración.
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Foto de Catalina Boccardo. |
La figura arquetípica del laberinto suele introducirnos en un dilema tan mítico como existencial, «como en el viento/ el día afuera del ser». Aún así se vislumbra una salida: «caminos sin cuándo/ y una voz/ que guía/ desencuentros/ en el final de cada cuerpo».
Los espejos son ese espacio de alienación donde el sujeto se constituye desde fuera (Lacan), donde «Yo es otro» (Rimbaud), donde, según Borges, «los espejos y la creación son abominables porque multiplican el número de seres». En cadencias los espejos y su «imagen-precipicio» y algo que llama a callar: «días en que sólo soy un silencio. / este». Ante la intemperie que propicia el poema necesitamos abrigos momentáneos, cobijos parciales, donde una palabra se hace guía o hilo de Ariadna para salir del laberinto: «la madrevoz advierte…/ y decidís tu cuerpo/ aunque desmadre».
La lección del juego es la instancia más alta en la filosofía de Nietzsche o Bataille: «frente al pequeño respiro azul/ en el espacio/ sin espejos/ sólo se puede/ ser/ el propio ausente/ olvidadiós/». Juego del carretel donde la destrucción del dios gramática nos posiciona en un nuevo lugar en tanto usuarios de la lengua: «tar tamu deces/ siempre/ pequeña imagen/ sindecir,/ a menos que/ Espanto/ irrumpa». Y pese a que «apenas partimos / y casi creemos decir lo nuevo/ pero solo decimos/ nuevamente», es la poesía lo que instaura un nuevo discurso, un nuevo emplazamiento, una nueva posición en el mundo.
Queda una última instancia: la de la duración. Somos temporales y, en tanto haya un final, habitar o vivir es imprescindible: «un pacto/ pleno/ de estar// ahí».
Javier Galarza
8 de abril de 2012