POEMAS:
Boceto de Teología
“El arte de hacer dioses”, rezaba el anuncio.
Nos dieron
cubos de barro y nos mostraron una carta estelar.
Charles Simic
Nunca me costó creer en Dios porque siempre me gustaron los cuentos. Los
paisajes exóticos, los animales en el arca y los nombres antiguos hicieron de
la Biblia uno de mis cuentos favoritos.
Mi primera duda de fe: si la serpiente que le ofreció la manzana a
Eva sería la misma bruja que se la dio a Blancanieves muchos años después,
cuando ya existían ropas y espejos.
Mi segunda duda fue por qué la manzana hizo despertar a una y dormir a la
otra.
También me pregunté cómo pudieron ceder tan fácil ante una manzana, existiendo
frutas mucho más ricas como las fresas, los mangos y las chirimoyas.
Una noche le hice estas preguntas a Dios durante mis oraciones antes de
dormir.
Él se rió y luego me dijo que era solo un cuento, que yo podía cambiar las
frutas, animales y nombres si me provocaba.
Al verme sonreír me hizo un guiño y cerró la ventana con un solo soplido,
para que no me resfriara.
Ese día entendí por qué tiene tantos nombres alrededor del mundo. Seguro se
los inventaron otros niños como yo.
Fotografía de alcoba familiar
Tres cuerpos. El de mi madre se incorpora algunas noches de invierno, a eso
de la una de la mañana. Luego de unas partidas de canasta o telefunken, el cuerpo exige un
descanso. El de Minerva, pequeño y escurridizo, sólo salta a mi cama cuando me
cree dormida. Durante sus crisis de carencia de afecto, se rasca, araña la
tarima o ahoga sus aullidos. El mío, inquieto y trasnochador. Nunca completa las
ocho horas de sueño recomendadas; queda más lejos aún de la marca cuando las
costumbres de los cuerpos con los que cohabita, logran interrumpir su conteo
corporal.
El de mi madre y el mío son cuerpos de filiación carnal, familiar y
genealógica, que se reafirmó voluntariamente. Comparten la misma temperatura,
el mismo tipo de sangre y, si sé distinguirlo, similar humor. Solemos compartir
el sueño desde que tenía seis años, después de la separación tácita de mi
padre, las continuas mudanzas y el camarote en casa de mis abuelos; excepto las
noches veraniegas, otras fuera de casa y ciertos arranques de rebeldía. Ambas
aprendimos a respirar al mismo ritmo, a respetar el lado habitual de la cama, a
convivir con el mismo olor. Comprendimos, que ese hilo invisible que nos unía
era más resistente de lo que creíamos.
Para mi madre puede significar una cama sin el doloroso espacio vacío. Para
mí, cierto deseo tibio de no dormir a solas.
Minerva matiza el cuadro o lo distorsiona: dependemos de su humor o sus
signos de falsa preñez. Una noche podemos ser sus amas; otra noche, sus crías.
Para ambas situaciones, le favorece nuestro calor. Busca un lugar calientito
cercano a nuestros cuerpos, tarda en acomodarse, se acurruca y gruñe, asiente.
Tres cuerpos en mi cama se ven como un cuerpo en mi cama.
Ronroneo
Nada me enternece más que
observarte desde mi balcón.
Eres un animalito tan
curioso.
Puedes caminar en dos
patas con destreza
pero te cuesta tanto caer
de pie.
Como todo animal de
costumbres,
recuerdas el camino de
regreso a casa
y cada noche te veo volver.
Más de una vez pude oler
tu temor
cuando me miraste directo
a los ojos.
Pobrecillo, tan frágil e
indefenso.
Tan necesitado de cariño y
de calor.
Guardo mis distancias para
no asustarte
y cuando quedas dormido
abrazando una almohada,
yo salgo a conquistar la
noche en los tejados.
Descansa tus ocho horas,
hombrecito,
mañana podrás seguirme
adorando.
De repente, se desbordó la paz como una coca cola
“De súbito, estalló la guerra. Se abrió como
una bomba de azúcar…”
Marosa di Giorgio
De repente, se desbordó la paz. Brotó como
una Coca Cola
agitada a inundar las calles. Primero,
creíamos que era navidad;
después, vimos que no había papanoeles en los
techos. El aire olía
a pastel recién horneado. Se diluía el smog,
negro de vergüenza.
Los cláxones entonaban sinfonías de Tchaikovski. Las billeteras abrían sus
guaridas
a las hojas y a los caracoles. El doctor curaba con un respiro
hondo. Se oían murmullos risueños, suspiros
en las esquinas.
Los ojos se hablaban unos a otros. Los pasos
no tenían sed.
Pero un dolor de mandíbula se extendió como
epidemia, el aire puro
dificultaba la respiración y la calma resultaba
incómoda.
A los pocos días, la paz se volvió
insoportable. Toda la ciudad
juntó esfuerzos, la desviaron a un hoyo
profundo y tapiaron
la salida con extremo cuidado.
De esto ya hace mucho, antes que se vendiera la Coca Cola en plástico.
TOC
- ¡Gracias!
- Por nada…
- Gracias
- Por nada.
- ¡Gracias!
- Por nada…
Padezco de una variable de trastorno obsesivo compulsivo asociada al
lenguaje. Pronuncio la palabra gracias alrededor de 500 veces al día. Es un
número considerable para una persona de pocas palabras. Esta compulsión podría
ser considerada como un simple exceso de cortesía; pero esta tesis se desbarata
por la incoherencia de varias de estas repeticiones. Fuera de las ocasiones en
que agradezco atinadamente, suelo decir gracias, por ejemplo, al abrir la
puerta. También lo hago al ser empujada por alguien caminando con prisa o más
de una vez al casi ser atropellada por un auto que avanzó en luz roja. Mis
labios están agrietados por morderlos cada vez que reparo en estas repeticiones
sin sentido.
Estoy intentando incorporar una técnica de consistencia a estas gracias
desubicadas.
Gracias
por nada
Gracias por nada
Gracias por nada.
BIOGRAFÍA:
Rebeca Urbina Balbuena
(Lima, 1983)Administradora de la UPC, con estudios de Literatura en la PUCP.
Divide su vida entre su mejor poema, llamado Vicente, sus quehaceres literarios
y su trabajo en un banco. Formó parte de talleres de poesía dirigidos por Carmen
Ollé, Miguel Ildefonso y Victoria Guerrero. Participó en el Festival Enero en
la palabra, en Cusco, en el Festival de poesía de Lima y en diversos recitales
de poesía en Lima. Este año obtuvo el Premio Scriptura que otorga la Comisión
de escritoras del PEN Internacional del Perú y el Centro Cultural de España,
gracias a lo cual fue publicado su primer poemario "Camping en el país de
las maravillas", el cual acaba de obtener el Premio Luces del Diario El
Comercio en la categoría Poesía.
MENCIONA A:
Victoria
Guerrero, Miguel Ildefonso, Roxana
Crisólogo, Nilton Santiago, Julia Wong, Pablo
Salazar-Calderón, Alessandra
Tenorio, Eduardo
Borjas, Mario Pera, Diego
Sánchez Barrueto, Lizardo Cruzado, Gloria Portugal, Andrés Melgar, Javier
Ramos, Fidel Chaparro.
1 comentario:
Están muy buenos los poemas. Una mezcla de ternura y de ironía que queda muy bien.
J.
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