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miércoles, 10 de junio de 2015
María Mascheroni
algo delicado sucede en la casa del padre
aún así septiembre llega sin miramientos
y las flores muestran su obligada manera de nacer
a los habitantes que duermen
recostados en el ojo de la calma
como si nada se hubiera interpuesto ante el sol
dicen más tarde que sueño y polvareda son una misma cosa
y que entre rendijas y pretextos
regresan los pájaros a poner sus nidos
borrado el pico por la voracidad del invierno
y nosotros en tanto
aprendiendo de la vida que zozobra
–¿como antes? por zarpar por florecer–
y eso se parecía al amor
se parecía
un hogar desahogado en medio de las olas
y dicen dicen
–sin nichos por favor–
que pueden verse cientos miles de patas encogidas y de espaldas
surcar cada día la mañana
que esto es así
y lo que dicen sí nos pertenece
después escuchamos otras cosas que no paramos de olvidar
mientras cedemos la parte del cuerpo que se pliega
a todos los fracasos
–así es morir repite la voz–
ahora
dirán que todo lo dicho
podría haberse evitado si no fuera porque el hombre
volvía y volvía a partir cada dos por tres cada tanto
no todo es pájaro en este cuento
hubo otros muertos los habrá
si miro hacia la izquierda
las aves dejadas en nuestros hombros no alejan la desdicha
vamos a posarnos ahora en donde faltan las cruces
que amanece aún es tiempo de hundirse
y seguimos tumbados
esta generación canta el recuerdo del látigo con voz ahíta
mira con extremidades cabrías y mustias
cómo la oscuridad se levanta en la aurora fácilmente dañada de sus sueños
De El cansancio de los hijos, Hilos Editora, Buenos Aires, 2011.
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