Lo cierto es que me daba un poco de miedo meter otro gato en casa. ¿Cómo lo iba a llevar Sauron? ¿Se iban a pelear por la comida? ¿Llegarían en algún momento a ser amigos? ¿Y si no se llevaban bien? Dartañán llegó a casa un viernes. Ese día, Sauron le bufó de tal manera que me asusté; se le desfiguró la cara, se convirtió en el gato del demonio, él, que es la viva imagen de la tranquilidad. Aparté al recién llegado de él y pasó la noche encerrado en la sala, con un Sauron que no quería saber nada del nuevo inquilino, ni siquiera mirarlo por la vitrina de la puerta. Pero al día siguiente empezó a asomarse para mirarle. Le abrí la puerta y entró a olerle. Dartañán buscaba una figura que le recordara a todas las gatas que le habían criado y a sus hermanos, e iba detrás de Sauron como loco. A Sauron le costó horas encariñarse con Dartañán. Para el sábado por la noche, le dio el primer lametón. El domingo por la tarde ya dormían juntos. Y a partir de ahí se han hecho inseparables.
El "educa-gatitos" |
Eso sí, de la compañía que me hace el bicho no me quejo. Sauron ya es mayor, pasa de mí y prefiere dormir en su cuna, pero Dartañán me busca, se pasa el día pegado a mí, jugando en mis pies o en mi regazo, y no sabe dormir durante el día si no es en contacto con mi piel. Y yo, que soy más blanda que el chocolate en verano, me deshago un poquito cada vez que maúlla y en su voz oigo "dónde estás y por qué no estás conmigo"... O quizás esté diciendo "tengo calor, dame agua", pero yo prefiero entender lo que me da la gana.