De gimnasios de bajo coste o cómo todo lo que es de chicas es rosa



Me he vuelto a apuntar al gimnasio (sí, otra vez. Si cuento todo el dinero que me he dejado en gimnasios a lo largo de los años, igual me da un infarto).
Tras un año en el que he estado más tiempo dentro de un coche que andando por la calle y un verano en el que me he descuidado, todos mis logros de antaño se han ido por el michelín y he decidido tomar medidas antes de que llegue el uno de septiembre, porque yo siempre he sido de hacer las cosas cuando se me ocurren en lugar de esperar a una fecha concreta. Nunca he empezado la dieta un lunes, nunca he ido al gimnasio en septiembre y nunca dejo vencer las facturas. Qué le vamos a hacer, soy así.
Mi antiguo gimnasio chupi-guay se ha convertido ahora en low-cost, lo que viene a significar que han multiplicado la cantidad de máquinas de tortura y han quitado servicios de balneario, sauna, masaje o cabinas de bronceado, lo que, para qué nos vamos a engañar, a mí me viene de perlas porque nunca usé dichos servicios. Ahora es más difícil que nunca desplazarse entre las máquinas porque casi no hay sitio para pasar, pero alguien ha tenido dos ideas que seguro le parecieron deslumbrantes para hacer la vida de los usuarios más fácil. Una fue poner aire acondicionado (que ya era hora). La otra, hacer una “zona femenina”. Y eso ya no sé si me gusta tanto.
Digo que no lo sé porque es la verdad, no lo sé. Por un lado, eso de separar chicos y chicas no me ha gustado nunca, y mucho menos en un gimnasio (admitámoslo: la mitad de la diversión del gimnasio es ver a tíos cachas, ¿no? ¿Cómo los vamos a ver si estamos apartadas?). Pero también es verdad que nuestros cuerpos son distintos y nuestras necesidades distintas, y que los hombres van a hinchar músculo cuando las mujeres vamos a perder volumen en un cuerpo con no tanta fuerza física para levantar según que pesas en según qué máquinas. Luego entra el factor vergüenza; yo nunca he tenido problemas en hacer el ridículo en una máquina en la que te tienes que poner boca abajo para levantar una pesa con la pierna y así tonificar los glúteos, pero sé que hay mujeres que se cortan si tienen un grupito de tíos alrededor y, hay que reconocerlo, es más fácil cuando estás rodeada de gente no experta. Todo eso es un voto a favor de la “segregación” (nadie nos prohíbe ir al lado general, que no de chicos), pero el problema viene después: ¿por qué tienen que ser rosas las máquinas? ¿Por qué, cuando hablamos de que algo va dirigido a mujeres, se pinta de rosa? Solo les ha faltado poner tapetes de colorines en los sillines, o decorar los espejos con flores o con fotos de Orlando Bloom para marcarse un estereotipo redondo (y, ojo, yo con las fotos de Orlando Bloom habría estado muy contenta).
Pero eso no fue lo que más me reventó de la zona femenina. Como digo, las máquinas son distintas y no tienen pesas en las que tienes que elegir tú la cantidad de peso que levantas. El sistema es hidráulico con niveles de resistencia del uno al seis; a juzgar por lo que me costó usar un par de máquinas en el dos, deduzco que no voy a llegar al seis en mi vida, así que no le falta fuerza ni calidad sin aspirar a inflarte cual alterofílico en esteroides. El problema vino cuando el chato que me estaba enseñando el gimnasio me explicó lo de la zona femenina. “Son máquinas más sencillas, para que no os tengáis que preocupar de ajustar el asiento o elegir el peso. Y son muy intuitivas, ¿ves? Cada una deja claro lo que tienes que hacer en ella”. O sea, ¿que somos tontas y no sabemos ajustar un sillón? Y lo de intuitivo lo dirá él, porque anda que no me reí de mí misma cuando traté de trabajar los brazos en una diseñada para trabajar abdominales. 
En fin, que he vuelto al gimnasio y me han descolocado los cambios. Estaba ya acostumbrada a lucir palmito delante de un montón de tíos tan concentrados en sí mismos que no hubieran levantado la vista de sus pesas ni aunque pasara Angelina Jolie en pelotas delante de ellos, y eso de moverme ahora en un espacio limpio, sin olor a sudor y de color rosa chicle me ha trastocado. Pero prometo seguir yendo, caiga quien caiga y pase lo que pase, por lo menos hasta diciembre. Porque ya sabéis que uno de los propósitos del nuevo año es ir al gimnasio, y como yo no sigo las modas lo mismo me da por dejarlo entonces solo por llevar la contraria.