domingo, 10 de enero de 2016

SIERRA DE GATA Y LAS HURDES 2/4

     Según nos acercamos a Santibáñez el Alto, vemos que el nombre del pueblo no está puesto por casualidad, ya que avistamos su casco urbano allá en la cima de una elevada montaña. Una vez arriba las vistas son magníficas: las montañas de la Sierra de Gata y Las Hurdes hacia el norte, y la planicie cacereña hacia el sur, con el embalse de Borbollón en primer término.
   
     Recorriendo sus calles veremos hermosos rincones rústicos y algunas casas con soportales con columnas de piedra protegiendo la entrada. Y en la parte más alta se encuentra el castillo con su doble recinto amurallado, ubicándose el cementerio dentro del primero, y algunas casas y su rústica plaza de toros en el segundo.

     Cadalso es otra localidad que bien merece un paseo para ver sus bonitas calles con casas de piedra en la planta baja y encaladas las superiores, y buenas balconadas de madera o de piedra con rejería. El ayuntamiento presenta una bonita fachada blanca con columnas, ventanas y barandilla de madera.
   
     En Descargamaría destaca su bonito ayuntamiento color plátano, con su torre-reloj y sus arcos rebajados en la planta superior. Saliendo del pueblo hacia Robledillo veremos la espléndida piscina natural sobre el río Arrago, con buenos muros de piedra dotados de escaleras metálicas para bajar al agua, y potentes compuertas para retenerla durante la época de uso. Además la entrada de agua a la piscina se adorna en una pequeña pero bonita cascada.

     Cerquita de Descargamaría se encuentra Robledillo de Gata, última parada en esta sierra. Se trata, sin duda, del pueblo más bello de estas montañas, donde la naturaleza y la arquitectura popular se unen ofreciéndonos un precioso espectáculo.
   
     Tras estacionar en el aparcamiento de la parte baja del pueblo, junto a la ermita del Humilladero, nos introducimos en sus calles estrechas y empinadas, y vemos las buenas casas de piedra, más labrada en unos casos y menos en otros, conformando todas un casco urbano de gran belleza, con abundantes pasadizos bajo las viviendas.

     Mención especial merece el ayuntamiento, gran caserón de piedra, con el escudo de la villa, buhardillas y torre-reloj con pequeña espadaña. Otro edificio cuya visita es imprescindible es el Museo del Aceite "Molino del Medio", antigua almazara bien conservada donde veremos el proceso de elaboración del aceite. Decir también que la iglesia es muy bonita por dentro.
   
     Una vez recorrido el casco urbano, del que no conviene perderse prácticamente nada, podemos dar un paseo por el perímetro del pueblo, que nos permitirá tener otras perspectivas del mismo, y disfrutar del precioso entorno natural y de los múltiples arroyos que lo bañan. Para ello, subiremos por detrás de la iglesia para salir a una senda que recorre la parte alta, donde tenemos magníficas panorámicas del pueblo y de las montañas de alrededor. Caminando entre frondosidad vegetal, enseguida atravesamos por una pasarela de madera un arroyo que unos metros aguas arriba exhibe una bella cascada.
   
     Poco a poco el camino va descendiendo hasta llegar a la orilla del río Arrago, que bordea el pueblo por toda su parte baja. Veremos una piscina natural y varias cascadas, y siguiendo la orilla del río aguas abajo por una arreglada senda de cemento y piedra, entramos en una estrecha cerrada donde, a un lado, están las primeras casas del pueblo, y al otro una amplia zona de huertas, comunicándose ambas orillas por distintas pasarelas de madera.

     Aquí acabamos nuestro recorrido por la Sierra de Gata, en el límite ya con Las Hurdes, donde nos adentramos a partir de ahora.

SALUDOS

EL RURAL
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Santibáñez el Alto

Cadalso

Robledillo de Gata

Robledillo de Gata



domingo, 3 de enero de 2016

SIERRA DE GATA Y LAS HURDES 1/4

     Regresamos a la hermosa Extremadura para recorrer en esta ocasión la Sierra de Gata y la comarca de Las Hurdes, situadas al norte de la provincia de Cáceres, haciendo frontera con el sur de Salamanca.

      La Sierra de Gata es una zona de montaña con cimas que rondan los 1.500 metros de altitud, y un alto índice de precipitación, lo que se traduce en la multitud de cursos de agua que la recorren formando gran cantidad de piscinas naturales distribuidas por todos sus pueblos y alrededores, circunstancia que atrae a gran cantidad de bañistas en época estival, además de la belleza de estas montañas y sus pueblos.

     La colindante comarca de Las Hurdes es un área de montaña con un elemento geográfico muy frecuente: las gargantas. Recorriendo la zona por sus sinuosas carreteras disfrutaremos de espectaculares barrancos, sobre cuyas laderas se descuelgan hermosos pueblos.
   
     Empezamos por la Sierra de Gata, que iremos recorriendo de oeste a este, para después enlazar con Las Hurdes. Partiendo de la localidad más grande de esta zona, Coria, de la que ya hablamos en los artículos de "La Raya Extremeña", subimos hacia el norte pasando por Moraleja hasta situarnos en nuestra primera parada: San Martín de Trevejo.

     Es éste un pueblo que destaca por su bella arquitectura popular: casas con buenos sillares en su planta baja, siendo las altas en voladizo para ganar espacio, forradas con entramado de madera y ladrillo en unos casos, y encaladas en otros. Las calles están empedradas y por algunas de ellas discurren regateras que recogen distintos cursos de agua que bajan de la montaña.
   
     Al pasear por el pueblo también veremos su bonita Plaza Mayor, con su fuente de piedra en medio, los soportales con arcos rebajados, la iglesia a un lado y el ayuntamiento al otro con su larga balconada de madera.

     Salimos de San Martín para dirigirnos hacia Trevejo, precioso pueblo de ganaderos ubicado en lo alto de la montaña, en un bellísimo entorno natural. El casco urbano es muy uniforme, con casas construidas con el mismo tipo de piedra y la misma teja anaranjada. Sus calles naturales, sin empedrar, cubiertas por la hierba, le dan todavía más encanto.
   
     Justo encima del pueblo hay un castillo en estado ruinoso, donde conviene subir (sin acercarnos demasiado a él, no se nos vaya a caer encima) para contemplar las magníficas panorámicas que hay desde este alto, y más si es en primavera, cuando todo está más verde. Bajo el mirador veremos una alargada ermita, cuya espadaña está separada del edificio, con el cercano pueblo de Villamiel al fondo.

     Seguimos nuestra ruta y llegamos a Hoyos. Tras dar un paseo por sus calles, a las afueras del pueblo veremos el desvío señalizado de la estrecha carretera que nos conduce en pocos kilómetros hasta unas amplias piscinas naturales, muy arregladas, con chiringuito en verano, en un arroyo con un bello entorno de ribera.

     Cerca de Hoyos se encuentra Acebo, que también merece una vuelta por su casco urbano, dividido en dos por un caudaloso arroyo. Saliendo del pueblo hacia Gata, veremos sus espléndidas piscinas naturales, una situada bajo un bonito puente de piedra con arco de medio punto, y la otra, en el lado opuesto de la carretera, con una curiosa compuerta para retener el agua en verano, y buenos accesos con escaleras también de piedra.
   
     Nos dirigimos ahora hacia el pueblo que da nombre a esta sierra: Gata. Tiene su casco urbano un aspecto más señorial que los demás por esta zona, ya que es la piedra de buena sillería en todas las plantas la que abunda en sus viviendas, al menos por el centro. Junto a la plaza llama la atención una curiosa fuente de piedra en esquina adornada con un gran blasón. Palacetes y casas blasonadas completan un conjunto arquitectónico de gran valor.

     En la parte alta del pueblo tiene su inicio una ruta de senderismo consistente en ascender hasta la Torre de la Almenara, antigua atalaya de vigilancia situada en la cima de una alta montaña a las afueras del pueblo, desde la que hay extraordinarias vistas. La ruta tiene unos 8 kmts. ida y vuelta por la misma senda, está bien señalizada, es un recorrido muy bonito y no tiene especial dificultad.
   
     Seguimos ahora hacia Torre de Don Miguel, pueblo rodeado de frutales y almendros, en el que veremos su monumental iglesia con torre almenada, a la que va adosado un habitáculo de piedra y ladrillo que alberga el reloj. En los alrededores de la plaza hay un buen número de pasadizos bajo las casas, recurso arquitectónico habitual en los pueblos ubicados en pendiente.

SALUDOS

EL RURAL
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Piscina natural de Hoyos


Calle del pueblo de Gata



jueves, 3 de diciembre de 2015

Navidad

Damas y caballeros, ha llegado la Navidad. Ya sé que es tres de diciembre, pero eso no tiene importancia.

Si seremos una sociedad enferma que celebramos con inmensa alegría nuestra propia renuncia a controlar nuestras vidas. Compramos cuando nos lo proponen, globalizando el "Black Friday" y el "Cyber-Monday" y al Pato Donald si es menester. Vivimos pendientes de la llegada del viernes, como si el único horizonte posible en nuestras vidas fuese no ir a trabajar, estigmatizando ese trabajo que nos da de comer. Un trabajo del que renegamos por sus condiciones, las mismas que hemos soportado que nos impongan los mismos que nos seducen con las rebajas de verano, las cuentas remuneradas y los créditos "que te hacen libre".

Si será triste que, a Dios rogando y con el mazo dando, hasta los más fervientes creyentes festejan sin rubor el hecho de que los símbolos religiosos se hayan transformado en puras mercancías. Si al Padre Sabino, mi profesor de latín del colegio, le voy yo con el cuento de que el inicio de la Navidad lo determina la publicidad de los centros comerciales, me suelta una galleta que me pone en órbita. Pues ahora es eso, y la Semana Santa es el tiempo de la escapada a Bali, Santiago Apóstol es un puente veraniego y la Inmaculada es el festivo que empalma con la Constitución.

Lo curioso es que luego nos desgarramos las vestiduras cuando alguien pretende eliminar un crucifijo de un espacio público. Y viceversa, que los perseguidores de crucifijos terminan por justificar que una mujer pasee por la calle disfrazada de mesa camilla por tolerancia con una identidad cultural que, por lo que se ve, es más respetable que la tradicional del terruño. Nos volvemos nacionalistas de lo mínimo, en vez de avanzar hacia la única globalización que puede salvar a las generaciones venideras, que no es otra que la universalización de los valores de los derechos humanos y de la justicia social. Somos capaces de inmolarnos en defensa de una lengua agonizante que hablan tres, pero ser bilingües en un idioma universal nos parece tan baladí que ni los Presidentes del Gobierno tienen porque hablarla. Charlamos de las Conferencias y los Protocolos en defensa del medio ambiente con suficiencia, la misma que nos falta para recoger la basura que hemos generado en una chuletada en el Guadarrama. Pedimos, desde el volante de nuestro coche atascado entre otros miles de coches, medidas para reducir la contaminación. Y así, hasta el infinito. Y más allá.

Pues nada. Que ya es Navidad. Según cuentan los viejos de la residencia, algo relacionado con el nacimiento de un niño en alguna parte del Medio Oriente o no sé qué leches...Eso sí, se nos saltarán las lágrimas viendo películas de serie B en las que un espíritu navideño anglosajón restablece la felicidad en el hogar de los Smith. Que eso sí que es navideño.


sábado, 21 de noviembre de 2015

El nombre de los nuestros

Vivimos tiempos convulsos, no hay duda. Pero si además de ver “8 apellidos catalanes” o similares, consumiéramos historia, nos daríamos cuenta de que podríamos aprender mucho. “El nombre de los nuestros” no puede, de forma estricta, clasificarse como historia, porque es una novela, pero según su autor, bebe de fuentes directas, de alguien que vivió los sucesos a los que nos remonta, por lo que para mí es historia con mayúsculas.
El desastre de Annual fue un acontecimiento que marcó la también convulsa época del primer tercio de siglo XX en España, en la que los restos del imperio colonial español se estaban terminando de desmoronar. Esta maravillosa novela ahonda en lo que apenas se cita en los libros de historia: en las penalidades, preocupaciones y angustias de los auténticos protagonistas, que eran los soldados. En la certeza de una muerte inminente por una causa que, llegando el momento supremo, casi ninguno comprende, es sobrecogedor ponerse en la piel de aquellos que la van a entregar.
Lorenzo Silva es conocido sobre todo por su saga de Bevilacqua y Chamorro, que ya hemos recomendado vivamente. Pero Silva es mucho más. Es una persona con criterio, ecuanimidad, sentido común, clarividencia, y además con una literatura que de forma magistral atrapa al lector de forma irremisible. Es un escritor que va manteniendo una progresión constante, siempre a mejor, y cuyo techo yo no soy capaz de vislumbrar. Si la Real Academia es una institución justa, tendrá un sillón para él, con toda seguridad. Y de ahí en adelante.
“El nombre de los nuestros”, que Lorenzo Silva escribió en 2001, estremece y conmueve, sobre todo esto último, y permite empatizar con todos o muchos de los personajes que retrata con pluma maestra. Sin duda, Silva es un hombre sabio, y tenemos la suerte de que nos regale obras tan buenas como esta. Yo además tengo la suerte de que el sin par Diógenes me la regaló a mí.

El nombre de los nuestros
Lorenzo Silva
Booket, nº 2080
Ediciones Destino, 2008

285 páginas

domingo, 8 de noviembre de 2015

ATARDECER EN SAN JUAN DE GAZTELUGATXE

   
     Costa vizcaína, entre Bakio y Bermeo. Cae la tarde. Llego a unos enormes aparcamientos, junto a los que hay varios restaurantes. Parece que por aquí viene mucha gente, aunque ahora está todo tranquilo. Algo grande estoy a punto de descubrir.

     Hay un cartel que indica "Mirador 300 metros. San Juan de Gaztelugatxe 1,3 kmts". Desciendo por la senda, bien arreglada, primero empedrada y después de tierra, escoltada por barandillas de madera, que discurre por un denso bosque, y enseguida llego al mirador. Aquí me doy cuenta del motivo por el que este lugar es tan visitado.

     No salgo de mi asombro por lo que tengo ante mis ojos, y lo primero que me viene a la cabeza es el final de la película "Mamma Mía", cuando se celebra la boda en una ermita que se encontraba en lo alto de una peña junto al mar en las islas griegas. Esto es algo parecido, un lugar de una belleza increíble.

     Se trata de un islote rocoso, lleno de oquedades en su parte baja por las que se mete el agua, de unos 100 metros de altura, coronado por la ermita de San Juan, al que se accede por un puente de piedra con arcos de medio punto que lo comunica con tierra firme.

     Desde el mirador, sigo bajando por la senda hasta llegar a una pista asfaltada, solo abierta para servicios o en días de boda, la cual me lleva hasta el nivel mar, junto al puente. Aquí estoy frente al peñón, espectacular, precioso, increíble... todo al mismo tiempo.

     Nada más cruzar hay una escalera que desciende hasta el agua, pero las olas golpean con fuerza en las rocas y prefiero no bajar por precaución.

     Aquí me encuentro frente a la escalera de piedra de 241 escalones que sube en zig-zag hasta la cumbre. Según asciendo voy pasando por las distintas estaciones del Vía Crucis, y las vistas se hacen cada vez mejores al ganar altura.

     Cuando llego arriba, fatigado, me doy cuenta de que el esfuerzo ha merecido la pena. En el porche de la ermita, de piedra vista, hay varias placas explicativas sobre el lugar, y en el interior una imagen de San Juan Bautista y de otros santos. Al lado, una caseta con mesas para que romeros y visitantes se refugien cuando las inclemencias meteorológicas habituales de esta zona no permitan estar a la intemperie. Y sobre unas rocas, el final del Vía Crucis junto al un alto mástil.

     Todos los alrededores de la ermita son un maravilloso mirador. Hacia tierra firme contemplamos pequeñas playas de piedra, escoltadas por espectaculares acantilados de frondosa vegetación. Hacia el Este vemos el islote Aquech en primer término con el cabo Machichaco al fondo. Hacia el Norte, la inmensidad del bravo mar Cantábrico. Y a poniente, toda la costa hacia Bakio, salpicada de multitud de rocas puntiagudas que emergen del agua, y más litoral hacia la bocana de la ría de Bilbao, por donde se pondrá el sol en breve.

     La luz del atardecer le da a todo un toque de belleza añadida, con ese colorido rojizo que se proyecta en las rocas y en las nubes que están dispersas por el cielo. Este lugar es maravilloso pero, en este momento del día, aún más.

     El sol poco a poco va descendiendo hasta perderse por detrás de la costa de poniente, pero el espectáculo luminoso mezclado con la naturaleza todavía continúa durante un rato más.

     Debo irme, porque la noche cae y todavía hay que regresar hasta el parkin, pero antes vuelvo, una vez más, a hacer un giro visual de 360 grados: acantilados, Aquech, Machichaco, Bakio... y el propio islote rocoso en el que estoy. Me empapo bien de lo que veo, estoy en un lugar único. Bajo los 241 escalones, cruzo el puente y me doy la vuelta para ver el peñón otra vez. Me voy y ya tengo ganas de volver.


Islote Aquech, y al fondo Cabo Machichaco


Bajada hacia el puente desde la Ermita


Puesto de Sol sobre el Vía Crucis


Puesta de Sol en la bocana de la ría de Bilbao


Puesta de Sol desde el puente
Saludos

EL RURAL



lunes, 2 de noviembre de 2015

Segundo Premio del III Concurso de Relatos Hiperbreves ma non troppo

Todavía queda gente que ama a los burros

Raimundo Persiana era campesino. Poseía un pedazo de terreno pedregoso del que con mil esfuerzos, suyos y de su burro “Resignado”, conseguía sacarle para ir viviendo ambos. Raimundo Persiana había casado con Ruperta Camino, que cansada de la dura y aburrida existencia que llevaban, se había fugado con un cobrador del frac, después de haber él cobrado una deuda importante. En Corraleja donde ambos vivían, lo más suave que de ella dijeron los criticones fue: puta verbenera y callejera. Raimundo nunca habló mal de la fugada y la echó de menos solo en parte. Ruperta cocinaba fatal, se quejaba de todo, raramente mostraba contento y mucho menos felicidad. En realidad, Raimundo sólo la echaba de menos cuando le atacaba la imperiosa necesidad de hembra y tenía que aliviarse manualmente. Raimundo se llevaba de maravilla con “Resignado”. El animal le dejaba que hablase todo lo que le venía en gana, sin interrumpirle nunca, y daba continuos asentimientos de cabeza como si estuviera con él de acuerdo en todo. Raimundo compró un décimo de lotería en el bar “Los higos chumbos” que, el día 22 de diciembre salió premiado con el Gordo. Explosión de júbilo, escándalo, carcajadas, gritos, champán entre los agraciados. Aparecieron los medios de comunicación fotografiando, filmando y acribillando a preguntas a los afortunados ganadores. Una joven presenta-dora y un cámara se acercaron a Raimundo, aturdido y aturullado entre aquella ruidosa multitud y, a la pregunta de la reportera sobre en qué iba a cambiar su vida el importante dinero ganado contestó:
         —Compraré un tractor.
         —¿Para ir montado en él? —preguntó la periodista metiéndole el micrófono en la boca.
         —No. Para que mi burro “Resignado” tenga de ahora en adelante una vida regalada. Al pobrecillo le vengo explotando de mala manera desde hace años. Y pondré en su cuadra cale-facción y aire acondicionado para que nunca más pase ni frío ni calor.
          —¿Y para usted qué hará? —cogiéndole simpatía la mujer.
          —Nada, yo me conformo con lo que ya tengo. Siento que mi mujer se me fuese, le habría comprado una cocina nueva, una lavadora-secadora y una docena de vestidos bonitos.

          La presentadora de televisión y el cámara acompañaron a Raimundo a su modesta casita de campo, filmaron a “Resignado” sonriente, y este animal cayó tan bien que se hizo tan famoso como el Platero de Juan Ramón Giménez. Ruperta Camino regresó con su marido y, muy arrepentida, le pidió perdón por haberle abandonado, y Raimundo se lo concedió y ella agra-decida por su bondad aprendió a cocinar, a prepararle suculentas comidas en su fantástica cocina nueva y se le arrimaba bien todas las noches. En adelante “Resignado” siguió cabeceando amablemente cuando le hablaban sus dueños, sin llevarles nunca la contraria. Se había convertido en un burro feliz y descansado. Inteligente lo había sido siempre. ¡Ah!, y se compadecía del tractor.

martes, 20 de octubre de 2015

Primer Premio del III Concurso de Relatos Hiperbreves ma non troppo

María Santísima de los Milagros

«A la de tres» –pensó Alan, y sin más se lanzó por la ventana en busca de la muerte. Porque harto estaba de una vida miserable y absurda, plagada de despropósitos, y deseaba, por una vez, tomar las riendas de su destino. ¿Y qué mejor que un suicidio como reivindicación de uno mismo? Lo que Alan tenía de reivindicativo, sin embargo, lo tenía también de ateo, de ahí que no se hubiera percatado de que la única procesión cristiana del pueblo pasaba, exactamente a esa hora, por debajo de su ventana. Así vinieron a dar sus formas blandas contra el trono de María Santísima de los Milagros, al tiempo que se elevaba un «oh» generalizado desde la boca de los presentes. Alan rebotó varias veces sobre el palio y salió indemne. La Virgen, en cambio, quedó hecha una piltrafa. Se abrió su cuerpo lo mismo que una vaina y fue decapitada al instante. La testa coronada rodó por la túnica y se detuvo justo a los pies de Pepa, beata redomada y enferma de un pulmón. O, mejor dicho, del pulmón, pues el otro miembro de la pareja había sido extirpado, todo gris y putrefacto, tres años atrás. Con mucho ahínco le había pedido a la Virgen, milagrosa como era, la curación absoluta de sus problemas respiratorios, pero al ver su cabeza cercenada sobre el asfalto decidió que, en efecto, la Virgen no estaba en aquel momento para milagros. Del disgusto le dio un ataque de tos tal que, tras pasar del azul al morado, cayó fulminada allí mismo. Al otro lado de la carretera, Lola se llevaba las manos a la cara, porque, aun siendo menos devota, también ella le había pedido, a su manera, un milagro a la Virgen. Prisionera de un matrimonio sin mucho fuste, una tarde se emborrachó de carajillos y exigió al cielo, con los ojos lacrimosos, alguna señal que demostrara su aprobación, o no, del plan que tenía en mente; esto es, abandonar a su marido lo mismo que a un gato muerto. La Virgen había respondido amputándose la cabeza y en aquel instante la miraba fijamente con los ojos pintados sobre la escayola en un gesto que, según interpretaba Lola, mostraba su categórica aprobación. Como señal, desde luego, aquello era la repera, por lo que agarró al desconocido que tenía a la izquierda, algo paleto pero bien parecido, y le plantó un beso en todos los morros. Así, en apenas unos minutos, el mundo había cambiado. Alan abandonó el lugar, escoltado por la policía, sintiéndose repentinamente religioso, puesto que, al fin y al cabo, la Virgen le había salvado la vida. La pobre Pepa marchó con los pies por delante en el interior de un coche fúnebre, aunque, ciertamente, menos afectada por sus problemas respiratorios. Y Lola caminó del brazo de un flamante (y garrulo) desconocido, dispuesta a presentárselo a su, desde aquel mismo momento, ya exmarido.

Para que luego digan algunos que los milagros marianos no existen...
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