jueves, 5 de noviembre de 2009

La plaça del diamant, Mercè Rodoreda

Podría haber sido que Quimet le cambiara el nombre a Natalia -y toda su identidad con ella- y que fuera para liberarla. El nombre no es más que un lastre que llevamos encima desde que nacemos: unos pesan más y otros pesan menos. Llamarse Natalia no es ninguna grandeza. Ni siquiera uno puede elegir. Pero si te lo cambian, que sea, como digo, para liberarte. Quimet, pues, le cambia el nombre a Natalia y ésta empieza a llamarse Colometa. Colometa, en catalán, es palomita: de paloma. Y uno, al entrar en la historia, lo primero que piensa es en un pájaro que vuela, que se alza al cielo, que se olvida de tan lejos como está, que se añora por ello. Podría haber sido, pero no fue. Colometa venía a ser un montón de pájaros encerrados en una jaula enorme -pero jaula-, llena de cagadas, sin espacio suficiente para volar, en un rincón de un balcón. Tan arriba ya y, sin embargo, sin poder hacer nada, sin poderse tirar al vacío y descubrir que se sabe volar y no se había intentado. Colometa resultó ser un nombre lleno de aleteos y plumas que se escapan del cuerpo y caen de esa manera tan literaria pero que tan poco sirve. Así, balanceándose, despacio: inútil. Natalia es un personaje a simple vista sencillo: una mujer cualquiera que se mantiene fiel a su marido, que se convierte sólo en un muñeco, que no alza un poco la voz o el ala de su nuevo nombre, que basa el amor entre un hombre y una mujer en el respeto y en nada más que eso.
Una mujer, una esposa, digamos, de las de antes. Si sales a la calle encontrarás tantas como Colometa, pero tan pocas como Natalia. Porque por dentro, la primera, la verdadera, es compleja y confusa, es que se entrega pero se queda, es que vive en una jaula sucia y con olor a pájaro rancio que es su cuerpo, pero no su alma. Cuando su marido muere y ella se deshace de toda esa vida en la que ha caído como sin darse cuenta, cuando su marido muere y sus dos hijos se vuelven monstruosamente en una carga para ella, empieza a vivir del recuerdo, del sueño, de una voz que es la suya pero que viene como de otro mundo. Y en ese momento aparece Antoni: un hombre igual de frustrado que ella, que no puede amarla en el sentido estricto de la palabra, que sólo puede ayudarla, compadecerla, ser ayudado, ser compadecido. Y así es como Natalia acaba escribiendo con un cuchillo en la pared exterior de su casa antigua: Colometa. Así es como la vida de una mujer sencilla y sin grandes pretensiones deja su marca en la eternidad, deja su huella de dolor y mutismo, deja todo lo suyo, que es tan poco y tan suficiente.

8 comentarios:

  1. Y mirad esta foto de la espectacular estatua que hay en la plaza del diamante de aquí, de Barcelona, en honor a la Colometa:

    http://farm3.static.flickr.com/2390/2666658381_8df680fc66.jpg

    (No he podido evitar se fiel a los nombres en catalán y también al título...)

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  2. Por cierto, esta reseña -si es que las reseñas se dedican- es para Bel, por proponerme que lo hiciera y hacerme pasar este buen rato recordando el libro.

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  3. Pues precisamente con Bel, no me acuerdo ahora a colación de qué, salió un día Mercè Rodoreda y salió "Aloma", que fue el último libro que yo leí en catalán antes de venirme a vivir a la ciudad donde vivo. Siempre me he arrepentido de dejar de leer en catalán y, al mismo tiempo, nunca he encontrado el momento de retomarlo. Ahora, fíjate, me apetece mucho. Y quién te dice a ti que a lo mejor no lo hago con "La plaça del diamant", porque lo que recuerdo, muy vagamente, pero lo recuerdo, era que la Rodoreda me gustaba, y el nombre de Aloma también, muchísimo, y su personaje, y ahora quiero, ahora me apetece conocer a Natalia y a Colometa. Así que tomo nota, de veras. :)

    (Un placer leer tus reseñas)

    (Y otra cosa: está tarde ha caído en mis manos "Léxico familiar" de Natalia Ginzburg)

    :)

    Un dulce beso.

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  4. Ay, la escultura, Fusa, ¡qué sensaión!

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  5. Me encanta la escultura!! no la conocía... un bello homenaje,

    Recuerdo que disfruté un montón con la historia y su forma de contar, el personaje de Colometa me seducía un montón, su fuerza. Lástima que tuviera que leerlo traducido, perdí así la musicalidad que intuyo debe tener el original.

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  6. ¡Fusa! ¡No lo había visto! Me disculparás, es que últimamente apenas me queda tiempo. El trabajo, como decía en otro lugar, me tiene absorbida (que no absorta) y, lo que es peor, enajenada. Vamos, que me he identificado con la estatua de Colometa.
    Me ha encantado la reseña, el punto de vista desde el que lo analizas, el sesgo que le das.
    Gracias mil.
    Y una abraçada grandíssima, ocellet.
    (por cierto, que si te apetece volver a leer a la Rodoreda, el libro que (* comenta, Aloma, creo que podría gustarte).

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  7. El otro día en un curso-tertulia de crítica literaría, tocaba Chesil Beach y la profe mencionó éste, La plaza del diamante. Relacionó ambos, a sus protagonistas, con la frase de Colometa de cuando tenía miedo porque de pequeña había oido que te partían.

    Paso por aquí, leo tu reseña y veo la escultura que no conocía y me quedo pasmada, busco el libro y releo: "... si no se han portado bien, la comadrona las acaba de partir con un cuchillo y con un cristal de botella y ya se quedan así para siempre, o abiertas, o cosidas..."

    Y vuelvo a mirar la escultura.

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  8. pu889u998787'07j'89'k8¡8'kk8¡'89¡'8k¡'8

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