Bartleby Editores, 2010
Ana María Moix publicó Baladas del dulce Jim en 1969. Fue la única mujer incluida en la ya mítica antología Nueve novísimos y, aunque dejó la poesía pronto (solo publicó tres poemarios, a pesar de que ha seguido siendo escritora en las variadísimas actividades en que un escritor se manifiesta), podríamos decir que es poeta, queriendo significar con ello que tiene la sensibilidad con que el auténtico poeta vive en el mundo, maravillándose ante el misterio del lenguaje, ante el misterio de la existencia. Todo poeta es niño, porque juega con absoluta seriedad, como solo los niños saben jugar. Jugar: aceptar una convención, participar seriamente (o juegas o no juegas) en una re-presentación. Cuando el poeta no juega, es terrible (como el ángel de Rilke).
Baladas del dulce Jim es un juego poético de referencias pop, kitsch, de intertextualidad. El lector puede elegir: juega o sale. El lector, nos atrevemos a decir, juega siempre con Ana María Moix, porque nada le gusta más que la complicidad con el autor, el entendimiento. Referencias cinematográficas que recuerdan a la poesía de entonces de Leopoldo María Panero hijo, también en Nueve novísimos, y a una actitud ante la cultura pop que ha cambiado respecto a la del pasado inmediato, una actitud reivindicativa: este es el mundo real, el mundo en el que vivo, el mundo de mis ensoñaciones infantiles y adultas, y lo uso artísticamente. El kitsch es desde entonces (ya lo era antes, pero su importancia ha ido creciendo hasta ser insoslayable en cualquier reflexión sobre el arte) objeto y fuente inagotable. Porque ha devenido parte nuestra. Lo efímero, lo replicado, lo repetido, nos alejan de la visión desnuda de la realidad primera.