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viernes, 8 de abril de 2011

La pasión, Jeanette Winterson


"Hablábamos perfectamente, y nos encontramos con que la vida es un idioma extranjero. En algún lugar entre el pantano y las montañas. En algún lugar entre el miedo y el sexo. En algún lugar entre Dios y el Diablo está la pasión; el camino a la pasión es súbito, y el regreso es peor."


La pasión, Jeanette Winterson, Sudamericana, 1995

jueves, 3 de marzo de 2011

La grande, Juan José Saer

«Mientras lo iba siguiendo por la calle, tuve una impresión rarísima que nunca había tenido antes y que, no quiero mentirle, me intranquilizó bastante. Me parecía que caminábamos por la misma calle, en el mismo espacio, pero en tiempos diferentes. Se me ocurrió que si me acercaba a él para saludarlo, a pesar de haber pasado conmigo toda la mañana no me reconocería, o peor, ni siquiera me vería, porque estábamos moviéndonos en dimensiones temporales diferentes, como en las series de ciencia ficción.»

La Grande, Juan José Saer, Seix Barral, 2005

domingo, 27 de febrero de 2011

Cita

«A medio día, cuando el sol implacable se volvía asesino de todo lo vivo, e incluso los escorpiones se ocultaban bajo las piedras y allí se contraían por el inmenso deseo de picar, él se quedaba sentado sin moverse bajo los rayos con el rostro azul y la barba desgreñada, salvaje, erizada.
Cuando todavía le hablaban, una vez le preguntaron:
¬¡Pobre Lázaro! ¿Te resulta agradable quedarte sentado y mirar el sol?
Y él respondió:
—Sí, es agradable. »

Lázaro (1906), en Leonid Andreiev,
El abismo, Madrid: El olivo azul, 2010

viernes, 25 de febrero de 2011

Cita

«Si Armilla es así por incompleta o por haber sido demolida, si hay detrás un hechizo o sólo un capricho, lo ignoro. El hecho es que no tiene paredes, ni techos, ni pavimentos; no tiene nada que la haga parecer una ciudad, excepto las cañerías del agua, que suben verticales donde deberían estar las casas y se ramifican donde deberían estar los pisos: una selva de caños que terminan en grifos, duchas, sifones, rebosaderos. Contra el cielo blanquea algún lavabo o bañera u otro artefacto, como frutos tardíos que han quedado colgados de las ramas. Se diría que los fontaneros han terminado su trabajo y se han ido antes de que llegaran los albañiles; o bien que sus instalaciones indestructibles han resistido a una catástrofe, terremoto o corrosión de termitas.

Abandonada antes o después de haber sido habitada, no se puede decir que Armilla está desierta. A cualquier hora, alzando los ojos entre las cañerías, no es raro entrever una o muchas mujeres jóvenes, espigadas, de no mucha estatura, que retozan en las bañeras, se arquean bajo las duchas suspendidas sobre el vacío, hacen abluciones, o se secan, se perfuman, o se peinan los largos cabellos delante del espejo. En el sol brillan los hilos de agua que se proyectan en abanico desde las duchas, los chorros de los grifos, los surtidores, las salpicaduras, la espuma de las esponjas.

La explicación a que he llegado es ésta: de los cursos de agua canalizados en las tuberías de Armilla han quedado dueñas ninfas y náyades. Habituadas a remontar las venas subterráneas, les ha sido fácil avanzar en su nuevo reino acuático, manar de fuentes multiplicadas, encontrar nuevos espejos, nuevos juegos, nuevos modos de gozar el agua. Puede ser que su invasión haya expulsado a los hombres, o puede ser que Armilla haya sido construida por los hombres como un presente votivo para congraciarse con las ninfas ofendidas por la manumisión de las aguas. En todo caso, ahora parecen contentas esas mujercitas: por la mañana se las oye cantar.»

Armilla, en Ítalo Calvino, Las Ciudades Invisibles, 1983