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viernes, 9 de agosto de 2013

Una novela rusa, Emmanuel Carrère

Anagrama, 2008

Carrère muestra a las claras, sin explicarlo, qué hace en esta novela y cómo lo hace: lo mismo que en Kotelnich. Es, en realidad, una obra sobre la creación, arte dentro del arte, por más que no se aluda a ello en ningún momento.

Carrère, un cámara, un técnico de sonido y un traductor llegan, siguiendo una pista (un combatiente húngaro de la Segunda Guerra Mundial fue internado en un manicomio, donde permaneció cincuenta años olvidado de todos), al pueblo de Kotelnich, en la Rusia profunda. Es un agujero ruin que por su absoluta falta de interés o atractivo lo fascina. Además, se da cuenta, como el antropólogo que estudia una tribu virgen, de que su mera presencia afecta la vida del pueblo, de que todos están pendientes de ellos y desean llamar su atención. Proyectan entonces un documental en Kotelnich radicalmente original: se ofrecerán como catalizadores, como actores en algún drama, en alguna historia. Necesitarán tiempo, un mes, y, por supuesto, dinero. Al cabo de un año en París, Emmanuel consigue el apoyo que necesita y vuelve a Kotelnich. No sabe si él aparecerá ante la cámara o no, pero sin duda serán sus notas las que vayan construyendo el documental según lo que ocurra, será su mirada la que construya la historia. Sin embargo, ahí andan él y los dos nuevos miembros de su equipo (el traductor es el mismo) perdiendo el tiempo, esperando que algo ocurra, y nada ocurre (es un decir, pero no se lo contaré a ustedes).

Cuento con detalle esta primera parte de una de las líneas argumentales porque explica a la perfección lo que el autor ha hecho en la novela. Después de un gran éxito, El adversario, da la impresión de que no tenía ninguna otra idea definida: solo un lugar inhóspito de Rusia, sus problemas de amor y un abuelo colaboracionista que exorcizar. Y de que, siendo un gran escritor, porque escribe con esa gracia, esa naturalidad de los mejores que hace muy difícil dejar de leer, podría sencillamente amalgamar estas cosas y ver qué ocurría. Una escritura directa, ágil, viva e inteligente, como sabemos ya, no bastan para hacer una gran novela. Su objetivo, él mismo lo expone en diversas ocasiones: quiere exorcizar, quiere limpiarse, quiere contar lo que le ha pasado en tres años porque es muy feo. Está haciendo una confesión pública (al igual que escribió un relato pornográfico —¡Declaración de amor, llegó a decir!— para su amante que publicó en Le Monde para que seiscientas mil personas lo leyeran a la vez que ella) de su debilidad, miedo, inseguridad, egoísmo, locura. Todos sus defectos, sin compasión. Carrère, según cuenta en la novela, va, o iba, al psicoanalista tres veces por semana. Lo creemos.

« Nos habíamos embarcado en un proyecto común que implicaba que él me contase su vida, y nunca ocultó el placer que le producía contarla. Le gusta hablar de él, es mi manera, dice, de hablar con los demás y a los demás, y señaló perspicazmente que también era la mía. »

Creemos mucho de lo que cuenta. Porque ciertas partes importantes de la novela son ciertas. Este autor habla de sí. Personalmente, encuentro en esa exhibición del desprecio por uno mismo algo desagradable y, a la vez, de alguna manera, falso, una representación, algo así como Roma ardiendo para Nerón. El propio autor menciona las Memorias del subsuelo y sería interesante analizar cuál es la diferencia entre esa obra magnífica, enorme, sobrehumana casi, y la obra de la que hablamos, Una novela rusa, una novela muy interesante pero que nos deja, sobre todo, con ganas de más.

También he leído otra novela suya, De vidas ajenas, en la que vuelve a ser personaje, menos atormentado en esta ocasión y menos «estrella», y que encontré bastante menos subyugante. Opinión personal, por supuesto. Emmanuel y su actual pareja están con sus respectivos hijos en Sri Lanka cuando el tsunami. El tsunami. (Creo que ya sé de dónde surgió la idea de la película Lo imposible. Es casi calcada). Luego, vuelven a París. Personajes aparecen y desaparecen. La obra trata de la bondad y el heroísmo, pero creo que serán mucho mejores, por lo que he visto de él, El adversario  y la (referencias de personas en cuyo gusto confías; todos las tenemos) muy elogiada Limonov. Ambas parecen, por su temática, campo mucho más fértil para Carrère. Porque es evidente como que hay luz en el día que se trata de un gran escritor.