Escrito por Luis Roca Jusmet
El otro día tuve la oportunidad de ver, por segunda vez, esta película y me pareció todavía más espléndida que la primera. Un filme lleno de humanidad, de emoción que es, sobre todo, un canto a la libertad. Pero no un canto idealista, ingenuo, sino trágico. El hombre es finito y quiere ser libre y está condenado a morir y a no serlo. Pero puede intentarlo y en este intento hay parte de su dignidad. En el intento de ser uno mismo, de regirse por una ética propia, por unas normas elegidas, creadas por cada cual.
La imposibilidad de una pedagogía emancipadora, ya que solo podemos transmitir el Ideal que el otro, si es libre como queremos, negará. El círculo de la película es una espléndida metáfora : se inicia con una escena sobre un rito iniciático que debe servir para que el niño pase adulto que se consuma al final de la película. La película va lo más radical y de una manera imprevisible, sorprendiéndonos a cada momento.
Georges McKay consigue con su pulso una película redonda, interesante y estimulante. Vigor Montersen y el resto del reparto bordan los personajes. Una película que no hay que perderse, que poco o mucho transforma al espectador.