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miércoles, 26 de junio de 2013

Leopoldo Marechal...simplemente




Leopoldo Marechal


Poeta, narrador, dramaturgo y ensayista argentino nacido en Buenos Aires en 1990.
Fue maestro y profesor de enseñanza secundaria y formó parte de la generación que giró en torno de la revista 
Martín Fierro
.
Su poesía fue relegada al olvido durante dos décadas, debido a sus enfrentamientos con compañeros de su generación
cuando ocupaba cargos oficiales.
En 1926 viajó por primera vez a Europa, donde trabó amistad con importantes intelectuales y pintores españoles
y franceses. En 1930, nuevamente en París, escribió los capítulos iniciales de «Adán Buenosayres».
A su primer libro de poemas, «Los Aguiluchos» 1922 le siguieron: «Días como flechas» 1926, «Odas para el hombre
y la mujer» 1929, «Laberinto de amor» 1936, «Cinco poemas australes» 1937, «El Centauro» 1940, «Cantos a Sophía»
en 1940, «Canto de San Martín» 1950, «Heptamerón» 1966, «El poema de Robot» 1966 y el «Poema de la Física»
(recuperado póstumamente).
Al fallecer en 1970, estaba escribiendo la novela «El empresario del caos».




Niña de encabritado corazón


     Su nombre, pensamiento
     levantado del agua
     o miel para la boca
     de silencios añosos.
dicho bajo las ramas que otra vez aprendían
el gesto inútil de la primavera.
     Mi nombre atado al suyo
     castigó la vejez
     de un idioma sin ángel.

     (¡En un país grato al agua
     no fue cordura olvidar
     el llanto de las campanas!)

Yo era extranjero y aprendiz de mundo
junto a la mar y fiel a su vocablo.
y como la tristeza miente formas de Dios
en la Ciudad y el Río de mi patria,
sabía desde ya que Amor en tierra
nunca logra el tamaño de su sed
y que mi corazón será entre días
un gesto inútil de la primavera.

     (En un país junto al mar
     veletas locas de sueño
     ya no sabían guardar
     fidelidad a los vientos.)

Niña edificando su alegría:
toda impaciente por acontecer!
Pareció que en sus hombros apoyaba la mano
     sin oriente una edad,
o que reverdecían las palabras
en el otoño de un idioma
ya cosechado por los muertos.
¡Niña-de-encabritado-corazón
nunca debió seguirme junto al agua!
Porque de olvidos era trenzada su alegría,
     y porque la tristeza
     miente formas de Dios
en la Ciudad y el Río de mi patria.

     (Pero las rosas ignoraban
     la edad del mundo,
     y se pusieron a contar
     frescas historias de diluvio.)

Por culpa de las rosas olvidamos,
     junto al mar y a la sombra
     de veletas con sueño:
Desde su adolescencia hasta su muerte
la niña, paralela del verano, cruzaba.
¡Fue imprudente olvidar que Amor en tierra
nunca logra el tamaño de su sed,
     y a manera de un vino
     paladear la mañana,
     o escuchar el salado
     proverbio de las rosas!

Sólo al final de la estación fue cuando
sentí cómo la niña se disipaba en gestos.
Y vi su madurez cayendo a tierra,
y la estatura de su muerte
junto a la mar encanecida.

Mas, como la tristeza miente formas de Dios
en la Ciudad y el Río de mi patria, 
le arrebaté a la niña los colores, 
     el barro y el metal,
y edifiqué otra imagen, según peso y medida;
Y fue, a saber: su tallo derecho para siempre,
su gozo emancipado de las cuatro estaciones,
idioma sin edad para su lengua,
     mirada sin rotura.

Y esta maldad compuso mi experiencia
con el metal y el barro de la niña.

     ¡Bien pueden ya los bronces
     divulgar su cordura,
y el día ser un vino derramado,
y repetir olvidadizas ramas
el gesto inútil de la primavera!
Sentada está la niña para siempre,
mirando para siempre desde su encantamiento.

Y este nombre conviene a su destino;
Niña Que Ya No Puede Suceder.


De "Odas para el hombre y la mujer" 1929

miércoles, 11 de enero de 2012

10 de Enero 1930, nace el Poeta Francisco "Paco" Urondo


Francisco "Paco" Urondo nació en la ciudad de Santa Fe, el 10 de enero de 1930. Fue un prolífico novelista, cuentista, ensayista, poeta, dramaturgo y periodista militante que hoy cumpliría 82 años.
alt
Juan Gelman lo definió como "uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento. Sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra." Esta Agencia de Noticias lleva su nombre como homenaje al luchador incansable y comprometido con su tiempo como fue Paco, quien es recordado junto a sus colegas Rodolfo Walsh o Haroldo Conti por luchar con la prosa y el cuerpo al punto de dar la vida por oponerse al sistema opresor que se buscó instaurar en la década de los años '70 y que finalmente se logró imponer con todo su esplendor en la década de los '90. Paco Urondo murió asesinado en Guaymallén, Mendoza, el 17 de junio de 1976, enfrentando a la genocida dictadura militar. Su esposa Alicia Raboy fue secuestrada y desaparecida en ese mismo hecho. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez.

Poema "Muchas Gracias"
Sirve y me inclino
ante tu palabra, luz de mi pensamiento.
Abrirán las puertas, dejarán entender: los artistas,
los intelectuales, siempre han
sacudido el polvo de la realidad; descubrieron
caminos, emancipaciones
que no siempre lograron recorrer: era
prematuro en algunos casos, en otros fue distinto
– convengamos–, otras palabras son, bajar
la corredera de la mira, buscar con el guión
y dar justamente sobre algo que puede
moverse; un bulto,
un meneo a menos de cien metros
de tu corazón vulnerable, también enemigo.
La suerte ha dejado aquí de andar
fallando: se encendió la luz y pudo verse el caos, las
flagrancias: esa mano
allí, esta codicia; el miedo y otras mezquindades se pusieron
en evidencia y el amor
no aparecía por ninguna parte. Recompuestos
de la sorpresa, rendidos ante los hechos, nadie
pudo negar que en este país, en este
continente, nos estamos todos muriendo de vergüenza.
Aquí estoy perdiendo amigos, buscando
viejos compañeros de armas, ganándome tardíamente
la vida, queriendo respirar
trozos de esperanzas,
bocanadas de aliento; salir
volando para no hacer agua, para
ver toda la tierra y caer en sus brazos.

La verdad es la única realidad
Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o
de la producción.
Los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente
el presente, pero pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso
cubriendo la Patagonia
porque las masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad, como
la esperanza rescatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha
hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse,
a rescatar lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.

Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973

domingo, 16 de octubre de 2011

Día de la Madre: Reflejos






Es madrugada y estoy despierto,
cansado, fatigado, sin descansar un momento.
Agobiado por este raro sentir,
pienso, analizo mi conciencia,
preguntando ¿por qué no puedo dormir?

¿Será acaso ese último sueño?
Donde por momentos me hizo su presa el miedo.
Soñaba a mi madre,
triste, enferma, y que lloraba;
postrada a la orilla de una cama,

Pedía, gemía, oraba...
Me levanto y voy hacia el espejo;
desconcertado, aturdido y preocupado;
de pronto, escucho una voz en mi interior,
que me obliga a cuestionar a mi reflejo.

¿Sabes el por qué de tu madre el sufrimiento?
Porque ella ve en sus hijos muchas malas decisiones;
por eso intercede por ti en todo momento,
a causa de tus irresponsabilidades, apatías, pleitos y rebeliones.
No había pensado en eso.

Tampoco has considerado, por la inmadurez de tu pensamiento,
que desde tu nacimiento,
a duras pruebas se ha enfrentado:
hambre, escasez, tribulaciones,
y en lo poco o en lo mucho a ti nada te ha faltado;

Y en tu inocencia de pequeño ella se ha gozado.
Es verdad, de pequeño fui feliz no cabe duda,
porque para no preocuparnos ella disimulaba esa vida dura.
Pero ¿recuerdas tu adolescencia?

¡Cuando con paciencia un consejo ella te ha dado!
Te mostrabas irracional e indiferente,
y a tu castigo justo haberla obligado.
¡Más tú cerrando aún tu mente!,

Al consejo de otros atendiste,
drogas, vicios, deseos insanos, superficies,
cuando amarla, atenderla tu pudiste
y en sus múltiples problemas apoyado.

Recordar eso no quiero, no puedo.
Además era solo un niño, un muchacho.
¿Crees que puedes tapar el sol con solo un dedo?
Los errores existieron, es más, sus problemas todavía están.

Porque aún siendo un adulto ya casado los sigues cometiendo;
Te preocupan tus problemas, te absorben por demás,
a todo le das tiempo y te olvidas de mamá.
¿Qué no te das cuenta?

Tu esposa madre es,
y si tu actitud no rectificas,
pagarás por tu falques;
recuerda que tu ejemplo es como este espejo,

Donde tus hijos se reflejan,
donde se ve lo que han de ser,
y si a tu madre te muestras indiferente,
y das prioridad a otra gente,

Y a tus hijos no enseñas con tu ejemplo
como amar y respetar a su mamá,
ten seguro, no te sorprendas
muy pronto te va a pesar.

¡No! Por favor eso no quiero, no lo puedo soportar.
Gracias Señor, gracias Dios mío,
porque al final de cuentas,
por tu voz en mi conciencia,

Por tu gran amor, he comprendido.
Y si tú me das licencia, pronto, en cuanto amanezca
a mi madre y a mi esposa, llevaré una flor como esta,
una linda y roja rosa, como un símbolo que las amaré
y honraré con mucha fuerza.

Colaboración de Luis Gabriel Virrueta
México

lunes, 10 de octubre de 2011

Avatares en la vida y la poesía de Antonio Esteban Agüero





Un complejo entramado de causas objetivas y subjetivas puede llegar a determinar la peculiaridad de un poeta, en lo que hace al reconocimiento masivo y a la valoración integral de su obra. Circunstancias impredecibles, inmanejables, que muchas veces no guardan relación directa con motivos estrictamente artísticos, a algunos les significa la fama y a otros la oscuridad.
El caso de Antonio Esteban Agüero (Piedra Blanca, 1917; San Luis, 1970) puede, a nuestro juicio, ser ejemplo del artista casi ignorado por los grandes públicos, los críticos, las academias y la aturdida fama; algo así como la víctima de una dialéctica perversa, porque la última es lo único que otorga la ejecutoria de maestro que llama la atención de los tres primeros. En otra ocasión nos hemos ocupado de este notable poeta puntano (ver Proa, Nº 58, septiembre de 2003) y de su extraña circunstancia: hoy lo haremos una vez más, con mayor profundidad si ello nos es posible, tratando de penetrar un fenómeno que parece sociológico antes que personal.


Desde dónde, cuándo y cómo
Es dable observar que un hecho del hombre —descubrimiento, campaña militar o simplemente un poema— no merece la misma consideración de sus contemporáneos con independencia del lugar de su realización. Del mismo modo, parece evidente que hay ocasiones en el tiempo que ayudan a que ese acto o esa obra puedan llegar a ocupar un lugar de privilegio en la memoria compartida. Este plexo de vinculaciones entre el individuo, su lugar y su tiempo, configura lo que nos tomaremos la libertad de denominar causas objetivas. Ya volveremos sobre ellas.
También merece nuestro examen la predisposición de dicho individuo hacia su entorno social, es decir, qué opinión le merecen las relaciones en que éste se desenvuelve, así como su herencia cultural, y qué peso tiene todo ello en su actitud ante la vida y el mundo. Así, entendemos que es lícito afirmar, dejando a salvo las aptitudes innatas de cada uno, que resulta muy difícil o derechamente imposible sustraerse a las condiciones objetivas del entorno, tanto en la labor creativa como en su apreciación; y que, en el mismo orden de ideas, deben sopesarse cuidadosamente esas condiciones objetivas a la luz de las cuales se ha elegido el camino buscado de todos y hallado por pocos, que con propiedad llamamos estilo. Esta palabra de raíz griega pasó al latín como stilus, y nombra al punzón con el que los antiguos trazaban signos en las tablas enceradas; en sentido figurado, alude a las improntas que de tal o cual modo dejamos los hombres en la materia laborable y sensible de nuestras vidas: a grandes rasgos, son las causas subjetivas. También esto merecerá otro comentario.
Por su advenimiento a las letras argentinas, Antonio Esteban Agüero pertenece a la denominada “Generación del 40”, gente que supo o debió tomar distancia de las pirotecnias vanguardistas de sus predecesores connacionales y latinoamericanos. Hubo entre ellos quienes optaron por la celebración del solar natal, mientras que otros se decidieron por una perspectiva más audaz, universalista y abstracta. De entre los primeros brillan aún en nuestros días los nombres de Manuel J. Castilla (1918-1980) y Olga Orozco (1920-1999); entre los segundos resultan insoslayables los de Alberto Girri (1918-1991) y, sobre todo, por su trascendencia internacional, Juan Rodolfo Wilcock            (1919)-1978 begin_of_the_skype_highlighting            (1919)-1978      end_of_the_skype_highlighting      ). Finalmente, porque su afinidad con Agüero es grande, así como son incuestionables sus méritos literarios, no queremos ni debemos olvidar a nuestro querido y admirado amigo León Benarós (1915), el fino poeta de El rostro inmarcesible.
Pues bien, en ese marco temporal, que responde al de una Argentina que empieza a despertar de su frágil sueño de opulencia, y a un mundo desgajado y roto por la guerra y las antinomias ideológicas, canta su canto sencillo, límpido y nostálgico el hijo de la villa de Merlo. Alejado —y esto no es un asunto menor— geográficamente de Buenos Aires, miembro de una linajuda familia lugareña, actor en un escenario económico y político de un medio “felizmente” anquilosado, en el que todo es previsible y en el que todo cambio para ser aceptado debe venir desde arriba, la poesía de Agüero gusta regodearse en una pastoril Arcadia que tuvo al alcance de su recuerdo, y a la que percibía apenas amenazada por el progreso. Ello lo llevó a consolarse:
Quién creyera que en este duro siglo
ruidoso de metales yo encontrara
un secreto lugar, un cielo amigo,
bosque sin gentes, olorosas aguas
un cielo sin aviones,
una brisa sin muros, perfumada,
una soledad perfecta y silenciosa,
y un poblado silencio sin palabras.
(...)
—No vengáis a mi tierra; perdonadme
este raro deseo; tiembla mi alma
por la suerte de este aire sin aviones,
de este viento sin muros, de esta clara
inutilidad del arroyo; tiemblo, temo,
por la fuga lunar de las majadas.
(Poema VI, Pastorales, 1939)
A celebrar:
Acá por piedras y montes
vivo mi vida encerrado;
gustando soles y lunas,
noches y días muy claros
luz amarilla en Otoño,
tibio verdor en Verano.
Gustando soles y lunas
vivo mi vida encerrado
en este anillo de montes
de un viejo valle puntano.
Tengo un manojo de libros,
la fresca paz de mi cuarto,
y una ventana que se abre
sobre el dolor de los campos:
—torcidas ramas de tala,
rugosa faz de quebracho—
dolor antiguo la pena
sedienta y fiel de mi campo
(...)
(“Romance de mi vida aldeana”, Romancero aldeano, 1938).
Y, dueño del paso de las horas, a disponer el modo de su muerte:
Tengo elegido el lugar
a la vera del arroyo
donde la muerte me apague
El corazón, este rojo
corazón, árbol de sangre
lleno de pájaros de oro
(...)
He de morir de tristeza
o de alegría, de pronto,
con una rápida muerte...
no sé si un hilillo rojo
unirá mi pecho abierto
con el agua del arroyo.
(...)
En el sendero las ranas
me cantarán el responso.
Y un pobre grillo apenado,
hará mi lírico elogio.
(“Poema de mi muerte en el campo”, Pastorales, 1939).
¿Qué nos sugieren estos poemas? A la hora de la ponderación, en el doble sentido de sopesar y encarecer, no ha de olvidarse que nadie es capaz de escapar a su tiempo. He aquí a un hombre refractario a las manipulaciones formales —que son el reflejo de disconformismos personales y sociales— satisfecho de su destino. Aunque nunca insensible a las desigualdades del mundo, se lo ve más proclive a describir que a analizar, a pintar los fenómenos antes que a interrogarse por ellos. Para proponer rupturas es necesario tomar distancia, “salirse” de un ámbito; así, esta ruptura es en principio imposible (o dificultosa) cuando uno está más o menos conformado a sus circunstancias. Señala Hegel (“Introducción a la historia de la filosofía”, Suplemento, II): “La estructura determinada de una filosofía es, por tanto, no sólo simultánea con una determinada configuración del pueblo en que se presenta, con su constitución y forma de gobierno, con la moralidad, vida social, aptitudes, costumbres y con las comodidades del mismo, sino con sus ensayos y logros en el arte y en la ciencia, con su religión, en general, con sus relaciones bélicas y externas, con la decadencia de los Estados en que este principio determinado se ha hecho vigente...”.
(...) “Si la indiferencia o la insatisfacción penetra en su existencia viviente, frente a ella tiene que huir a los espacios del pensamiento. Sócrates y Platón ya no encontraban ninguna satisfacción en la vida del Estado ateniense. Platón buscó algo mejor que hacer al lado de Dionisio. Por Roma se difundió la filosofía, lo mismo que la religión cristiana, bajo los emperadores, en una época de infelicidad para el mundo y de decadencia de la vida política. La perspectiva idealista del gran filósofo de la historia fue tomada, invirtiéndola, por el pensamiento marxista al describir el comportamiento social como la relación entre dos estamentos: la infraestructura económica y la súper estructura ideológica y política. En la primera se localizan las relaciones de producción y las fuerzas productivas, que son las que condicionan y determinan en última instancia la composición y el desarrollo de la segunda” (véase: Marta Harnecker: Los conceptos elementales del materialismo histórico, Ed. Siglo XXI, México, 1969).
En la súper estructura encontramos no sólo a la filosofía; también están las instituciones estatales, elcorpus jurídico, tal vez el idioma y la ciencia, la cultura en general. Por eso, cuando los cambios de la infraestructura, aunque imperceptibles para la mayoría, son detectados por los ingenios más agudos —entre los que se cuentan los artistas— se producen las manifestaciones estéticas de ruptura. En otras palabras, el “espíritu” del creador “huye” de una realidad social que le es hostil, o extraña, y trata de reflejar el nuevo estado de las cosas, con lo que retornamos armoniosamente a Hegel.
¿Es necesario remarcar que San Luis, en los años treinta del siglo pasado, estaba tan lejos del Berlín de entreguerras como lo había estado de la bullente París de los jóvenes que asesinaron estéticamente a la “belle époque”?


Una pequeña obra maestra
Ya fue dicho en estas páginas: en el arte de Agüero es posible remontarse desde los romances viejos hasta Hernández y García Lorca, pasando con provecho por los místicos del Siglo de Oro, especialmente san Juan de la Cruz y fray Luis de León, Garcilaso y Lope de Vega, Bécquer y Zorrilla, Darío, Lugones y los Machado. No recibió influencias extrañas a nuestra lengua sino a través de aquellos grandes. Hay quien considerará esa formación vulnerable por carecer de otros aportes o inquietudes, específicamente los que labraron las grandes corrientes del medio siglo. Otros, en cuyo número nos contamos, preferirán ver en ese temperamento una loable pertinacia en el cultivo de ciertas formas clásicas, que revela agradecimiento y admiración. ¿O acaso Miguel Hernández no se dio la mano con los más grandes poetas del idioma cuando escribió su Elegía en los mismos tercetos endecasílabos que en perfección castellana había estampado Quevedo en la Epístola satírica y censoria? ¿Y Dante, no había hecho lo mismo trescientos años atrás, con los divinos versos de La Comedia? Preservar y transmitir, en materia de artes, puede ser a veces tan importante como renovar.
Por ejemplo, ciertos creadores son merecidamente recordados por ser los primeros en decir algo, pero otros pueden alcanzar igual estima cuando la lectura de su obra nos da la sensación de que ese tema ya no podrá ser abordado jamás, sin la mengua que presupone el recuerdo de su ilustre precedente. Sobran ejemplos en la literatura, y dejaremos que cada lector escoja el suyo. Tan señalada impronta, nos parece, es la que Agüero consiguió con su poemario Un hombre dice su pequeño país (1960), en el que cantó para siempre con palabra maestra tipos, historia, paisajes, hábitos y perfumes de su provincia natal, confiriéndoles el valor y la nota ilustre de la universalidad.
Aunque el andar de los años había traído a nuestro poeta cierta visión sombría y una inquietud metafísica de las que dejó testimonio en los irreprochables sonetos de Cementerio de pájaros (¿1940-1947?):
Aquí, aquí dentro del pecho mío
siento el hondo trabajo de la Muerte;
dientecillos, los suyos, de rocío,
de musgo fiel y de diamante fuerte.
En mi sangre trabaja; en el estío
de mis venas es pájaro y serpiente;
y es la guerra del fuego contra el frío
En un clima de angustia permanente.
Oye cómo se enroscan los anillos;
siente cómo en el hueco de la rosa
teje y teje una araña su tiniebla;
mira cómo los ojos amarillos
vigilan que la sangre luminosa
pronto se torne manantial de niebla.
(“La muerte y yo”)


Descubrí calaveras, calaveras
calaveras de tordo y golondrina
no mayores que frutos de moreras
calaveras de formas femeninas.
Como flores de raras primaveras,
como fresas de carne blanquecina,
como mínimas lunas verdaderas
sobre la falda de la hierba fina.
Allí estaba la sabia calavera
del lechuzo sutil, la guardadora
de los mensajes de la brujería.
Y allí estaba la grácil calavera
—por tan menuda casi aterradora—
del picaflor en gesto de agonía
(“Las calaveras”)
Cuando el diario Clarín convocó a un concurso de poesía adhiriéndose a los festejos del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, Agüero optó por los temas de la tierra natal, largamente madurados, para participar de la justa que tendría el juicio severo de Enrique Larreta, Fermín Estrella Gutiérrez y Jorge Luis Borges. La autenticidad, la vibración, el decir castizo de su lugar y de sus cosas, le valieron el reconocimiento unánime del jurado.
Así:
El idioma nos vino con las naves,
sobre arcabuces y metal de espada,
cabalgando la muerte y destruyendo
la memoria y el quipo del Amauta;
fue contienda también la del idioma,
dura guerra también, sorda batalla,
entre un bando de oscuros ruiseñores
con su pico de sierpe acorazada
y zorzales y tímidas bumbunas
que la voz y la sangre circulaban
del abuelo diaguita o michilingue
con persistencia de remota llama;
rotas fueron las voces ancestrales,
perseguidas, mordidas, martilladas
por un loco rencor sobre la boca
del hombre inerme y la mujer violada.
(...)
(“Digo la tonada”)
También:
COMPATRIOTAS, dejadme que celebre,
con emoción de corazón fraterno,
los oficios del hombre que trabaja
bajo la luz de mi país pequeño,
mientras pulso guitarras interiores
y la calandria se remonta al cielo.
(...)
(“Digo los oficios”)
Y uno más, entre tantos otros:
¿Y ese tenue temor inadvertido
que llega a mí sobre el silencio blando
del aire montañés con la sorpresa
de son de mar en caracol guardado?
¿Y esa música azul? ¿Y esos cristales
suavemente tañidos y vibrados?
¿Y esa flauta de acentos campesinos
que murmura detrás de los collados?
Son los arroyos de mi tierra, el cielo,
que ha preferido descender cantando
por arterias de cerro y de llanura
líquido cielo musicalizado.
(“Digo los arroyos”)
Pocas veces, en nuestra literatura, la aldea supo de manera tan contundente ser el reflejo del mundo.


Conclusión
Estos apuntes han querido dar testimonio de la obra de un poeta que creemos merece una relectura, al tiempo que han procurado, si no desentrañar, por lo menos aproximarse a las causas que hasta hoy lo mantienen alejado del favor masivo de los amantes de la poesía.
Se esbozaron causas políticas, económicas y humanas: ojalá nos valgan las buenas intenciones. Pero dar una conclusión, en tanto oficio de sabios, nos excede. Podemos arriesgar opiniones y tratar de comprender, tal como hemos hecho, por qué Agüero escribió lo que escribió, y cuáles fueron las causas que lo llevaron a preferir el clasicismo, corriendo el riesgo de ser tachado de anacrónico. Sin embargo, persistió en su intuición y nos legó páginas perdurables. ¿Quizás tuvo presentes las palabras de Antonio Machado a propósito de La tierra de Alvargonzález, una obra tan cercana a su temperamento, y de tan entrañable patronazgo?
Pensé que la misión del poeta es inventar nuevos poemas de lo eterno humano, historias animadas que, siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas. Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo romancero.
Aunque el sevillano abandonó luego ese camino, tal vez lo abriera para otros. Sus palabras, siempre luminosas, nos placen como conclusión, y por tal las consignamos.


Fuente: Letralia

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