Eterno inmóvil ya, como en un sacrificio
pagano el cadáver de la bestia ofrece sus vísceras al sol del mediodía, al
ámbito oscuro de la luna, sus órbitas vacías y miembros lacerados por la
voracidad del tiempo y las alimañas.
Se enceniza y aja la piel al compás de
los días con su podredumbre a cuestas, se humilla su testuz antaño tan
orgullosa, torna al polvo de siempre el eco y la dureza de esos cascos y
pezuñas que antes hollaron en paz los caminos.
Por bocas y picos, por garras y
colmillos asediada, olla hirviente de gusanos, la osamenta animal enflaquece al
ritmo que le imponen insectos y carroñeros, el torvo fluir de las estaciones,
su áspera intemperie, el olvido triste de los días que inclementes pasan.
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