Me
acuerdo del sonido de aquel disparo de escopeta con el que Hemingway se quitó
la vida en su casa de Idaho.
Foto de Robert Capa
Me
acuerdo del sonido de aquel disparo de escopeta con el que Hemingway se quitó
la vida en su casa de Idaho.
Foto de Robert Capa
Me
acuerdo del enloquecido ballet de las sábanas húmedas secándose al viento y al
sol en balcones y terrazas, de su olor a nieve y sal, de su dulce y blanca
tersura.
Imagen: Marcel Gautherot
Me acuerdo de que el león de la Metro sobrevivió a un accidente de aviación durante un viaje promocional. Cuando tuve noticia del suceso no pude evitar pensar lo de “Siete vidas tiene un gato”.
Me acuerdo de que el Capitán Cook, aquel osado marino avanzadilla del Imperio Británico en los mares del Sur, fue descuartizado por los caníbales.
Me acuerdo de haber podido leer a Kafka gracias a la deslealtad de su amigo Max.
Me acuerdo de que Tkachenko, aquel gigante soviético pesadilla del Real Madrid de baloncesto durante años, trabajó como telefonista en una compañía de taxis después de retirarse.
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Me acuerdo de las carreras de sacos; en nuestro afán por llegar los primeros a la meta nos pegábamos unos batacazos de campeonato.
Me acuerdo de cuando me enteré de que los cigarrillos Mencey se llamaban a así en honor y recuerdo a los legendarios reyes guerreros de los guanches.
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Me acuerdo de que mi padre fumaba Celtas largos sin filtro; cuando se percató de que yo se los robaba se pasó al Fetén emboquillado para ver si desistía de mis latrocinios. No lo consiguió.