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sábado, 15 de noviembre de 2014

Paisanaje (29) Bando... (2)


Y las tres hermanas, pobrecinas, que bastante tenían con lo suyo. Coñazos, sí, vale; y cabezonas y más sosas que un pedrusco también, pero más buenas que un cacho pan untao con manteca colorá.
¿A qué coño viene cacarearlo en un libro a los cuatro vientos? ¿A quién puñetas le importa eso? Y siendo mentira, que es lo más grave. Ganas de hacer daño, de joder la marrana, de tocar los cojones a dos manos. Más claro, agua.
Y me pregunto yo, que pa algo soy la autoridá: ¿acaso en la capital son mejores? Pues anda que no hay hijoputas a porrillo trajinando las aceras y el subsuelo. Más que perros descalzos, ya os lo digo yo, que bien que lo sufrí en mis propias carnes, que la primera vez que tuve que ir al Ministerio pa lo de la cuestión del asfalto y las farolas, me mangaron la cartera en el Metro y me rajaron la jeta con una navaja del quince por lo menos. Y encima, manda güevos, dando gracias, que si no me dieron por culo o me caparon a lo vivo aquellos cabrones con greñas fue porque Dios no quiso.
Estos infundios sin sentío, estos embustes troleros, estas calumnias gratuitas nos han hecho pero que mucho daño. Si dende que ha salío el puto libro hasta nos han quitao las subvenciones pa lo del olivo y nos han dejao sin arreglar (después de tantas promesas del diputao, otro mamonazo que pa qué) los cinco kilómetros de agujeros y baches que hay entre la estación y la plaza. Al final, fijaros bien en lo que os digo, con la tontería hasta se acaba cayendo el techo de la iglesia. Y si no, al tiempo.
Y tó por un libro de mierda, lleno de patrañas y mala leche. Me cago mil veces en la madre que lo parió al “Bizco” y en los Tercios de Flandes si hace falta. Y encima quería el tío presentarlo en el Círculo Obrero. Con rechifla y alevosía, con un par. Si hombre. Por encima de mi cadáver. Pues ya lo que faltaba: cornúos, apaleaos y contentos, no te jode. Encima de puta, pagando la cama.
Y amás, el feo que le hizo a mi hermana delante de tós vosotros, que eso fue una puñalá trapera directa al riñón. Eso no se le hace a una señorita sin estrenar aunque pase de los sesenta, tenga alguna telaraña que otra por la parte de mear y no se acuerde de la regla más que cuando tiene que medir la tela pa hacerse una enagua o apañar una falda camilla.
Ca vé que m´acuerdo es que me pongo malo, tengo hasta pesadillas: si no me lo quita el Paquino de entre las manos cuando lo entallamos antes de que huyera como un conejo, por mis muertos que me hago un sonajero con sus pelotas y dos paipáis con las orejas. Más que ná, por no andarnos con follones de denuncias y querellas y recargar aún más la lenta maquinaria judicial. Y que vete tú a saber con los jueces y sus puñetitas de los cojones. ¡Que a gustito que me quedé con la somanta que le atizamos an cá la Domin antes de que saliera de naja el mariconazo! Pero anda y que le den al cacho cabrón. Mal grano le salga en el sobaco que le sirva de muleta. Mala diarrea le entre que lo más espeso que cague sea como la gaseosa. O como dice el chotis de su puto pueblo: “Anda y que te ondulen con la permanén”. Y quiera el cielo que no vuelva por aquí, eh. Como se le ocurra la ocurrencia lo estampo contra la fuente y lo ensarto con la horca como a una morcilla. Yo lo mismo voy a chirona, pero a él, como me lo tope otra vez frente por frente, lo mando a criar malvas con las tripas en las manos. Por estas que no lo salva ni el Cristo que lo fundó.
Como que soy el alcalde y me apellido Cipote dende que me parieron.
Pdta: de aquí p´alante, al primero que largue con los forasteros sin mi permiso le corto los güevos. Por estas. Avisaos quedáis y pa que tós os enteréis.
El Alcalde
Addenda:
Bando redactao por el señor Secretario del Municipio (el menda lerenda) tal cual le fue dictao, sin quitar ni añadir ná de su propia cosecha, excepción hecha de la presente nota y algunos (bueno, bastantes) signos ortográficos.
Que está hoy el Señor Alcalde como pa andarle con tontás.
Y que no me gusta ni un pelo cómo caza la perrina ni cómo le llora el ojo a la borrega.
Ni la orina del enfermo.
El Secretario

viernes, 14 de noviembre de 2014

Paisanaje (28) Bando... (1)



BANDO ACERCA DE POR QUÉ EL AUTOR DE ESTE LIBELO INDECENTE, DE ESTA CANALLÁ SIN NOMBRE, DE ESTA GUARRÁ INFAME, DE ESTA PUÑALÁ TRAPERA, DE ESTA JOPUTADA DE LAS GORDAS, HAYA SÍO DECLARAO “PERSONA NON GRATA” PA LOS RESTOS POR EL PLENO MUNICIPAL DE LA VILLA

Querida Espe y parientes más cercanos, vecinos todos, paisanos míos que sois vosotros, forasteros en tránsito:

“El sitio no está mal, lo peor es la gente”. Esto fue lo primero que dijo el pollo na más llegar, haciéndose el gracioso y desparramando la mirada entre la concurrencia casi antes de poner pie en tierra mientras se hurgaba las caries con el capuchón del boli como si estuviera excavando una mina de oro. Luego se quejan de que les calienten los morros o les prueben la garrota en los costillares. Si es que vienen provocando, coño. Chascarrillos así son los que nos encabronan. Y claro, luego pasa lo que pasa, ¿no había de pasar pues? La gente de por aquí, ustedes vosotros mismamente, no es mala: la gente de por aquí, como en toas partes, es como es cuando no puede evitarlo o le andan enreando en los bajos de mala manera. Y si en este pueblo somos como somos y no tal y como salimos retrataos en esos papeles llenos de patrañas y embustes, no nos avergonzamos por ello ni vamos pidiendo perdón por ahí, sépanlo vuesas mercedes y metánselo bien metío en sus molleras de corcha. Que de tó hay en la viña del Señor, hijos míos, según nos tiene dicho don Senén (y su palabra “va a misa”, como hay Dios), y de grandes cenas están las sepulturas llenas por no haberte cobijao a la buena sombra de un árbol si has madrugao temprano. Dos verdades como dos castillos, aunque de la segunda no es que esté mu seguro de que se diga así, pero por ahí le anda. A ver quién es el guapo que me lo discute, venga, a ver quién es el valiente, que pase el primero si tiene pelotas, que vamos a tener unas palabritas yo y él.
El caso es que fuera del cachondeo que se montó cuando guipamos al fulano bajando del coche de línea (que es una cosa mu entretenía eso de bichear a los forasteros según llegan, qué voy a contaros que no sepáis), pues eso, que ni fú ni fá, ni tocino ni solomillo, ni molleja ni pellejo: un sujeto normalico, sin ná que destacar a simple vista. Bueno, quitando la gabardina llena de lamparones, el petate cuartelero remendao de colorines con más mierda qu´el palo un gallinero y el ojo derecho a la cuarenta y una. Un tío del montón, vamos, tampoco ná del otro mundo.

-Vale, alcalde, del montón, pero de la parte de abajo y mirando pa un lao, eh -soltó el Isaías con su gracejo innato en cuanto le echó el ojo encima del ojo. ¿Os acordáis?

Joé, qué pechá de reír con el joío Isaías, qué golpes tiene el condenao; no da puntá sin hilo el hijo de su madre. No os digo más que estoy hasta pensando ponerlo de alguacil. Y hasta aquí puedo leer, como decían en aquel concurso de la tele. Ahí lo dejo, pa que lo vayáis masticando despacito. Pero volvamos al asunto: la cosa es que el puto “Bizco”, después de ganarse nuestra confianza con rondas de vino y piropos, con risas y zalamerías, con cucamonas y halagos, adoptao ya como un vecino más del pueblo… zasca de la frasca: de golpe y porrazo, a traición, pero de la mala mala, se descubrió maquiavélico, artero, diabólico incluso. Un hijoputa con pintas, pa que me entendáis pronto y bien. Nos la pegó con queso, nos untó con pringue el agujerete y nos la metió lo que se dice bien doblá. Pero hasta el fondo. Y eso sí que no: por detrás, ni el bigote una gamba, que os lo tengo dicho muchas veces, que luego te tiras una semana llorando sangre pa poder cagar a gusto. ¿Qué como lo sé yo esto? ¿Y a vosotros qué coño os importa? Lo digo yo y punto pelota. Secreto de Estao, pecadillos de juventú, divino tesoro.

Y mientras tanto nosotros como unos imbéciles, jijí, jajá, tómate otra “Bizco”, vente a comer a casa, llévate unos pimientitos de mi huerta, bailándole el agua al cabronazo, contándole sucesos y anécdotas, hinchándole el macuto y la libretita de historias y chismes que luego él sacaba en los papeles de la capital pa que tó el mundo se enterase de nuestras cosas. Y ninguna buena, no. ¿Pa qué?, pensaría él. Pero, ¿cómo íbamos a sospechar semejante cochiná, tan ruin traición, tal puñalá trapera en los higadillos si somos de natural confiaos, de labia facilona, con el abrazo dispuesto y, a la vista está, más inocentes qu´el asa un cubo?

Tenemos nuestras cosillas, vale, no voy a decir que no, eso tampoco, pero, ¿quién no las tiene, eh? La Encarni, un suponer: que era de carácter agrio tó el mundo lo sabe, como también es verdá que al Ramón lo traía por la calle de la amargura y le negaba la coyunda cuando le venía en gana (o sea, que no le venían las ganas, que ya le valía a la Encarni), pero no es cierto lo de sus brazos de jabalí ni que pegara tan fuerte (puedo dar fe y la doy) como dice este Judas, este filisteo felón, este hijo de mil padres borrachos. Item más, el Genaro: pues sí, un viejo verde y un guarro (en lo que viene siendo la cosa del agua y el jabón en las partes escondías y con pelo), pero cuando el tema le apretaba se iba de putas como se ha hecho toa la vía y sin meterse con naide. Más suave que un guante que volvía el joío de la excursión, con una medio sonrisilla… Qué sabia y qué inteligente que es la naturaleza, oye. Cómo templa el ánimo el asunto este del fornicio, del frote de bajos, del metisaca rico, del dale que te pego, del ven pacá, jamona, que te voy a poner mirando pa la parte de los montes de Toledo y luego pa la torre ifel. ¿Verdá que sí? Y que conste en acta (secretario, toma nota) que lo enterramos en sagrao con tós los que l´han diñao de aquí p´atrás. Que pa eso llevaba pagando sin fallar ni uno, que lo sé de buena tinta, los recibos de El Ocaso desde la guerra de Ifni, y esta es una firma seria y respetable como pocas en el ramo de decesos. Otrosí, el Urbano: el Urbano no ha jugao a las cartas en su puta vida, que lo suyo de siempre es el dominó. Ahí sí que no hay ná que hacer, macho: como no salgas de mano y te lo quites de encima a la primera, te comes el seis doble como mi pobre hermana se va a quedar soltera por la cosa del bigote y la verruga, que mira que no ha habío manera no ya de casarla, que ya he perdío no solo toa esperanza de tener algún sobrinico, sino ni siquiera de secar el mostacho ni la verruga. Y también doy fe de esto, que pa eso soy el primogénito y el alcalde. ¿Estamos?
(Continuará...)

martes, 3 de junio de 2014

Paisanaje (27) Segunda carta del Nacho a la Cristi...


... dándole cuenta de su inminente regreso al redil capitalino y donde hace un breve recuento de los vecinos del lugar enumerando de paso algunos detalles acerca de los motivos de la mutua e irreductible inquina con el alcalde

Cristi, amor:

¡Menuda panda de mataos y cantamañanas! ¡Madre del amor hermoso, qué personal! ¡Qué penoso muestrario del género humano! ¡Qué terrible desperdicio de cerebros!
El elenco de figurantes de este sainete tragicómico es de toma pan y moja, de dale a la castañuela y la pandereta y baila, de ciérrate la braguetilla que se te escapa el pajarino: el viejo verde, la tía echá p´alante, el del coñazo con la mili, la chismosa dañina, el quiero y no puedo, las hermanas solteronas, el chulo putas, el manitas apañao, el mariquita a lo fino, el empresario sin escrúpulos, el tonto de baba…

El que estará contento de cojones será el impresentable del redactor jefe: quería “color local” y le he mandado un catálogo que ni el Pantone ese de las tiendas de pintura y las imprentas. Que ya ha llegado a mis oídos que se ha puesto la medalla soltándoles a unos y a otros en la redacción que la idea había sido suya cuando ha visto que pitaba.
La lástima es que no tengo fotos de los especímenes rurales; te ibas a partir el culo con las pintas que se gastan los paisanos. Y no las tengo porque la cámara me la guindaron en el viaje, vista y no vista, casi antes de bajarme del autobús, me cago en los muertos del Arsenio Lupin con boina o la Mata-Hari con pololos y dedos largos. Y por más que he indagado entre el lumpen local, ofreciendo incluso algunas perrillas de recompensa si por un casual aparecía sana y salva, que si quieres arroz y si te he visto no me acuerdo: humo, adiós, goodbay, au revoir, ciao bambina, auf wiedersehen, sayonara a la Nikon Reflex. Y encima, cuando llamo al imbécil de mi jefe para darle cuenta del percance me suelta a gritos por el teléfono (que se enteró de la bronca toda la peña del bar de los aullidos que daba) que como no la lleve de vuelta conmigo me la va a descontar del sueldo sí o sí. Será hijoputa. Con el pastón que vale el cacharro. Como se salga con la suya, va a resultar que me chupo el verano aquí cagándome de calor y rodeado de modorros para, al final, “lo comío por lo servío”, como suele decirse. Tendré que hablarlo con los del sindicato a ver si esto es así, que este fulano se las sabe todas en la cuestión del puteo del personal a su cargo. Cuando le pregunté con la mejor de mis intenciones que si no había un seguro de la empresa para estas cosillas, ¿sabes lo que me respondió el cabrón de él cuando se recuperó del descojone? Pues que “ni seguro ni hostias, Nachete, a ver si te has creío que esto es el Niu Yor Tains o el Guasinton Pos: aquí el que rompe, o el que pierde, que p´al caso es lo mismo, paga. Y si no, haber andao con ojo, imbécil, que eres un imbécil, que eres más tonto que el que asó la manteca pa depilarse con ella”. Eso me contestó el muy tarado. ¿Te lo puedes creer?
No veas el cachondeíto que se montó en la taberna a mi costa en cuanto colgué el aparato: Que si mu bien, “Bizco”, has estao sembrao; que si ahí, ahí l´ has dao al baranda, en tó los morros; que si tres hurras por tus güevos; que si págate una ronditas pa celebrar la victoria, rata, que eres un rata… A los cabrones les faltó tiempo para sacar el hacha de la funda y hacer leña, y hasta astillas, del árbol caído. Te juro que me faltó el canto un duro para volverme al momento y que le dieran por el agujerillo de atrás al periodismo de investigación y al suplemento del finde. Pero me pudo más la vocación, cari, yo soy así de responsable con mis lectores, ya lo sabes tú bien.
¡No veas las ganas que tengo de perder de vista a estos gañanes y echártela a ti encima, leona! Aquí yo ya he cumplido pero más que de sobra. La verdad es que mi trabajo está hecho. Y, modestia aparte, creo que no lo he hecho del todo mal. Qué coño, fuera tonterías: aunque esté feo que yo lo diga, la verdad es que los retratos me han quedado de puta madre, de ole con ole y ole y como para enmarcar.

Mujer, vistos así, desde fuera, leyéndolos en el periódico, pues qué vas a pensar: que son una panda de gañanes y verduleras, que menuda tropa, que no valen ni para hacer bulto. Porque bien, lo que se dice bien, no ha quedado casi ninguno. Pero eso no es culpa mía: yo apenas me he limitado a transcribir (con algún arreglillo de estilo y pequeños retoques de mi cosecha para agilizar la narración de cara a los lectores y que el ritmo de las crónicas no decayera) lo que me iban contando unos de otros y éstos de aquéllos, que era para oírlo de viva voz en la tasca. Telita marinera cuando soltaban lengua los cazurros éstos: les pones una frasca de vino delante y te cantan la traviata, el va pensiero y la donna e mobile del tirón con el coro de los esclavos de Nabuco de propina. Y es que no es lo mismo, cari, leerlo en los papeles tomándote un cafelito con churros, o un vermú con aceitunitas, o un cubata básico (Dyc con cola) en una terraza al fresquito vespertino, que escucharlo en vivo y en directo y con cuarenta a la sombra: mucha calma aparente, mucho buen rollito en la superficie, mucho saludito amable y palmadita en la espalda, pero rascas un poco por encima y te das cuenta rápido de que por aquí se gastan un veneno de serpiente cascabel por lo menos. La España negra, pero con dos manos de titanlux del bueno y tres capas de barniz para que no se le borre el color. Vamos, que a la mínima te clavan un sambenito cabrón que no te lo quitas de la chepa ni con soplete. 
Como el que me clavó a mí casi a martillazos el hijoputa del alcalde en cuanto puse un pie en el suelo y me echó la vista encima: -¡Coño, un bizco! ¿Eso da suerte, no? -le salió del alma a voz en grito al tío tarado. Y ahí la cagué pero bien cagada, ya fue todo cuesta abajo como en el tango: -Hombre, “Bizco”, cómo va eso. -“Bizco”, tómate un vinito pa entrar en calor. -Míralo, ya viene por ahí el “Bizco” con la puñetera libretita. -¿Y qué tal el ojete, “Bizco”? ¿Mejor que el de la cara?

De esta guisa eran los saludos que me obsequiaba el personal a partir de entonces, o sea, como a los diez minutos de poner pie en tierra. No me dieron tiempo ni a deshacer el equipaje. Que ya me dirás tú a mí si no era para liarse a hostias con el munícipe mayor, que en cuanto tenía ocasión alentaba el oprobio, no te creas que se cortaba un pelo el mamonazo. Pero tampoco era cuestión, churri, compréndelo: capaz de buscarme un lío de los gordos por atentado a la autoridad o algo similar. Dejando aparte, claro, que si me enzarzo con él y me calza un guantazo, acabo de calcomanía en la pared más próxima. Porque el tío, cari, es un armario de tres cuerpos con refuerzos de bronce en las esquinas.

Con la putadita del mote yo creo que no saben ni cómo me llamo. Hasta “remedios” (que me huelo yo que eran a mala hostia a ver si se me escacharraba el ojo del todo y ascendía de bizco a tuerto) me daban por la calle y en el bar, mi cuartel general para empaparme de los relatos. Cágate lorito con los consejos oftalmológicos: que si lávate con vinagre de manzanas pochas que hayan fermentao en estiércol de burra; que si tápate el ojo bueno con tocino añejo hasta la próxima luna menguante; que si tienes que llevar una llave hueca en el bolsillo y chuparla tres veces tós los días durante un mes antes de acostarte; que si tómate unos carajillos de “103” cocío con hojas de berza y cáscara de calabaza en la comida y la cena… Ya ves, cari, farmacopea de la fina, científica a tope, i más de, de Premio Nobel. Capulladas y supersticiones de gente obtusa que todavía se cree que el mundo es cuadrado y los reyes Isabel y Fernando. El caso es que por si un aquel sonaba la flauta eché mano de uno de los consejos (no te digo de cuál para que no te tronches los ovarios con la tontá, que ya es lo que me faltaba) y se me puso el ojo como un melón piel de sapo, que hasta ganas daban de meterle cuchillo para sacar una tajaíta. Si, ya lo sé, aparte de noblote, también soy un gilipollas, vale, no hace falta que me lo digas tú también.

Pero volvamos al tema: el cabrón del alcalde. El alcalde es para echarle de comer aparte en una zahúrda y alejarse corriendo de los peos. Tomás de Cipote se llama el menda. Sí, sí, de Cipote, como lo oyes, no pongas esa cara, que ya te estoy viendo. Si quieres te lo deletreo. Le quitas la tilde al nombre, le pones unos signos de interrogación y da hasta miedo el resultado. Más basto es el tío que unas bragas de esparto y un sujetador de alambre: no sabe ni hacer la o con un canuto. Eso sí, se las da de Tierno Galván, que tendrías que ver los bandos que se marca por chorradas, que tiene el pueblo empapelado con sus monsergas y al alguacil y al secretario con los nervios en escabeche, a puntito de pedir la baja por estrés y depresión, o la excedencia, o el traslado urgente para poner tierra de por medio cuanto antes con el zumbao éste que les ha caído en suerte como jefe.

¿Y la hermana? La Esperanza es más fea que pegarle a un padre con un calcetín sudao y un ladrillo dentro: le llegan las orejas casi hasta los hombros, como a los chuchos perdigueros. Y tiene un bigote la tía que sería la envidia de un cosaco o un coronel de granaderos. Por no hablar de una verruga pilosa junto a la nuez del tamaño de un puño, que da una grima que no veas: parece una tarántula la puta verruga. Menos mal que sale más bien poco. Le debe dar a la pobre como vergüenza, no sé. Porque entre los apéndices de oír, el bigote cuartelero, la araña del gaznate, la infeliz conjunción de nombre y apellido y el regalito del hermano, ya me dirás tú… Bueno, y que tiene menos tetas que una muñeca, eso también. Los padres tenían que ser unos cachondos para endiñarles esos nombres, no me digas tú a mí.

Me huelo que la inquina que me tiene el excelentísimo se incrementó malamente cuando me presentó a la Espe con esperanza e intenciones de noviazgo y casorio, emperifollada la tipa con un atuendo sacado del baúl de las hermanas Brönte, la melena panocha cardada como por un peluquero loco y dos kilos de colorete en cada mejilla por lo menos. ¡Joder, qué susto me llevé cuando me di la vuelta y me encontré con la zombi de frente y de sopetón! ¡Y encima la señorita va y me tiende la mano fofa para que se la besara! Se me puso la tensión en el ático en un voleo y no vomité de milagro. Me tuve que tomar las pastillas por si acaso, no te digo más. Yo creo que el Tomás, viéndome apañaete y buena persona, quería endilgármela casi a lo bruto y sacársela de encima de una puñetera vez ya que con los paisanos no había manera de colocar aquella mercancía averiada.

Anda, tontina, no te pongas celosa, si no pasó nada: te juro que en cuanto le eché la vista encima a la atracción de circo me faltó tiempo para salir de naja. Me imagino de cuñado con el Tomás e intimando con el fenómeno con sayas todas las noches y se me ponen los pelos como escarpias para colgar las sartenes.

(Cristi, esto que quede entre tú y yo porque lo negaré donde haga falta, pero no tengo más remedio que confesártelo, no me lo puedo quedar adentro: coño, que hay veces que me daba como un poco de pena la pobrecilla, que me da a mí que la palma sin estrenarse. Soy un sentimental, lo sé, no tengo arreglo. Otra de las virtudes que me adornan, qué le vamos a hacer).

En fin, cari, amor, churri, chochete, que ya tengo el petate casi a punto de revista: dos cosinas me faltan por recoger. Remato unos asuntillos y listo. Tiro para allá pero perdiendo el culo. Vete preparando, tú ya me entiendes.

Ya he arreglado cuentas con la Domin (después de discutir de lo lindo, que se cree la tía que regenta el Hilton o el Palace) y en un par de días, con un poco de suer…

(Ahora sigo, que oigo un revuelo en la escalera y están llamando a la puerta).

lunes, 21 de abril de 2014

Paisanaje (26) Natividad



¡Hostias con la Nati, la madre que la parió, la que nos pudo haber liao la mierda de la niña! De tránsito intestinal dificultoso y proclive a la acumulación y expulsión por sorpresa de gases dañinos, algunos comentaban que en el trajín del parto le hicieron una chapuza de cojones en el cordón umbilical y que le dejaron el ombligo pa fuera, más feo que Picio. -Parecía mismamente un alien chiquinino -alcahueteó luego la comadrona a las chismosas más notables saltándose a la torera el secreto profesional-, y que de ahí le podía venir la cosa. Otros, en cambio, para explicar el fenómeno corporal se inclinaban por el llamado “enfado de vientre”, síntoma misterioso donde los haya porque nadie sabe en qué coño consiste exactamente ya que lo mismo puede dar en cagalera recia que en hinchazón de tripas, en estreñimiento chungo que en caldosa evacuación sin freno. El caso es que como te bailaras un agarrao con ella más te valía que el Señor te cogiera confesao:
-Me parece que me viene un pedete. ¿No te importa que me alivie, verdad? Es que no me aguanto más -te susurraba la moza en la oreja en pleno baile con esa vocecilla sensual que nos erizaba los pelos de la nuca y nos removía malamente las entrañas hasta llegar a alborotarnos la entrepierna, también de aquella manera.
Un pedete, decía la jodía casi con cariño. ¡Me cago mil millones de veces en los difuntos de la madre que parió al pedete, en la cola de san Pito Pato y en la biblioteca perdía de Alejandría si se tercia! Aquello no era un peo normal: aquello era peor que una declaración de guerra con nocturnidad y alevosía, un hachazo a traición en los riñones, una fatídica bomba biológica que ríete tú del ántrax, el ébola, el cólera y el gas de la risa que hubieran salío juntos de parranda.
Pero, a ver, no le ibas a decir que no a la muchacha y dejarla plantá de sopetón en medio de la pista con to el pueblo al acecho, atento a la embestida y el quite. Aquí en Cascajos, una vez que tienes pareja de baile y ha empezao la música, hasta el último tararí chimpún de la orquesta aguantas como un jabato lo que te caiga: si te toca una coja, te jodes; si te toca una fea, te jodes; si te toca una estrecha, te jodes también. Además, que esto de la Nati, visto en frío, sin el calentón del momento y una vez recuperao del trance, hay que reconocer que es cosa que nos puede pasar a cualquiera cuando menos lo esperemos y sin comerlo ni beberlo como quien dice: una mala digestión, una mayonesa cortá, una indisposición repentina, el puto picante de los callos…
A mí me tocó sufrirlo una vez y os juro por la mula del alcalde (que se muera ahora mismito si es mentira -el alcalde no, brutos, la mula, que mira que tenéis mala follá-), que aquello fue algo casi sobrenatural, por no decir inhumano: de la peste que le subía por el escote (el aire caliente, en razón de alguna extraña ley de la Física, y como to el mundo sabe, tiende a subir y se escapa por donde buenamente puede) casi me vacío de las mollejas en medio de la pista. Chacho, qué arcadas me entraron, qué desconsuelo digestivo, qué bascas más puñeteras: yo creí que el estómago se me hacía un tirabuzón, una trenza, un nudo gordiano, un peinao de madrina de boda.
Se tiraba (a veces avisaba, pero casi siempre eran taimados y sutiles pa pillarte con la guardia baja y que no tuvieras escapatoria) unos cuescos de espanto, tal que ráfagas de ametralladora asesina que podían cobrarse, así como a lo tonto, víctimas inocentes por los aledaños, eso que en el argot bélico se denomina como “fuego amigo”; amén, claro, del directamente damnificao con un trauma de caballo y las pituitarias hechas fosfatina pa una buena temporada. Pero como sonaba la música a toa pastilla, y que a veces hasta parecían ir al compás los alivios pestíferos de la Nati con los acordes de la batería y el saxofón, nadie los oía con la claridad suficiente como pa señalar con el deo (“Esa, esa, ha sío esa”) y con certeza al o la culpable. Y el que los oía, y los olía, se los chupaba él solito a palo seco porque nos daba como vergüenza ajena poner en evidencia a la moza. O porque le temíamos al cachondeo a nuestra costa, que vete tú a saber los motivos que tiene cada cual pa callarse como un muerto. De modo y manera que en esas ocasiones to quisque era sospechoso y presunto, el mejor caldo de cultivo pa que esa mandanga de la presunción de inocencia se fuera a tomar vientos por el retrete más cercano.
Mientras dábamos vueltas por la pista como gingers y freds de pacotilla intentando no perder el ritmo ni el paso y esquivando pisotones y topetazos, nos mirábamos los unos a los otros con desconfianza fiera, recelosos como espías en plena faena, y nos escrutábamos las manos con disimulo para ver si alguno las tenía colorás, síntoma, éste sí, que estaba aceptao de común como incontestable prueba de cargo de los escapes pestíferos. Sin ninguna base científica, vale, pero avalao por una superstición de antiguo, por una centenaria tradición, por una costumbre indestructible, asuntos que, supongo que estarás de acuerdo conmigo, tampoco son moco de pavo ni pa echar en saco roto.
El otro momento de mayor peligro de sucumbir a los efluvios malignos de la niña y rendir las armas sin condiciones era la misa del domingo, con to el personal reunío p´al sermón: quien cayera a su lao en el banco ya podía ir atándose los machos y aprovechar que estaba el páter presente y de servicio pa que le fuera administrando el viático por si las moscas. No fallaba: si la notabas rebullirse en el asiento, cruzar y descruzar las piernas con un ritmo sostenido y nervioso, estirarse el vestido como con recato y disimulo apretando los muslos, ya estaba, ahí venía la andanada cabrona a toda pastilla y sin marcha atrás: una vez hacía pop, ya no había stop. Eso sí, la metralleta, durante el oficio en el templo, acaso por la cosa del respeto al recinto sagrado o porque fuera un poquito beatona, aunque esto no lo sé de cierto, venía siempre con silenciador de serie, como con sordina, que parecían los desahogos traseros de la Nati suspiros de esos como hacia dentro, tal que novicia en místico trance, tal que señorita lela tocando el arpa en función benéfica, tal que tísico en la ópera aguantándose la tos perruna. O de solterona menopáusica entrada en años y carnes y con furor uterino por los pocos tiros pegaos.
Se conoce que los churros, o las tostás con manteca, o los pestiños del desayuno (que tenía buena boquita la niña) no le sentaban lo que se dice demasiado bien a su delicao organismo de doncella; vamos, que le caían como una patá en el hígado y tendían a descomponerse y manifestarse en un aire malsano y aniquilador, en una pestilencia dañina similar a aceite requemao de motor, a güevo podrío, a sobaquillo de albañil sudao a conciencia, con solera, y que le daba cien vueltas al del incienso y el humazo de los velones, derrotados, juntos o por separado, da igual, con todas las de la ley.
Como sería la cosa, y no te miento ni mijita, que hasta las beatas de hábito y cilicio, de rosario y penitencia, de rogativa y procesión, se negaban a pasar el cestillo entre los bancos para recoger el óbolo y le endosaban el muerto sin piedad ninguna, ni el menor asomo de culpa ni remordimiento de conciencia que valga a los pobres monaguillos, víctimas inocentes que recibían el encargo pálidos, casi ictéricos ante el espantoso quehacer que se les venía encima sin posibilidad de escapatoria. La historia de siempre, pa no variar: a pagar el que menos culpa tiene, pobrecicos míos.
Y lo mismo que en el baile, podía ser cualquiera, a ver. Era notar la hediondez del gas sibilino y letal, el aroma fétido y como de ultratumba, y hala, ya estábamos en las mismas de siempre: entre los bancos vecinos se originaba un murmullo in crescendo (y no de estar orando, precisamente), tales eran las miradas esquivas y de soslayo entre los fieles, de tal voltaje la tensión (que podía cortarse con cuchillo), que incluso don Senén aligeraba el oficio en lo posible sin importarle una higa perder ni mucho ni poco la compostura: se comía la hostia a toa hostia, el vino de consagrar iba pa dentro del tirón sin miramientos y la señal de la cruz era vista y no vista, súbita como un relámpago. No limpiaba ni el cáliz, no te digo más.
-Id en paz, id en paz. Y deprisita, que pa luego es tarde -apostillaba el cachondo de él mientras se quitaba la casulla a escape y se santiguaba como si hubiera entrevisto a Lucifer chamuscando azufre en la sacristía con el apoyo de Belcebú. ¡Si el tío no rezaba ni el Padrenuestro! Se entera el señor obispo de estas irreverencias con el sagrado sacramento y, por lo menos, por lo menos, lo manda a las misiones del África con los negritos. Si es que no lo excomulga pa los restos. Que el obispo cuando se encabrona es mu suyo y lo mismo le da ocho que ochenta, molleja que pellejo, falda que pantalón: antes de jugarse el capelo cardenalicio por el que lleva tanto tiempo suspirando y batallando, se lleva por delante a quien haga falta. “Como hay Dios que sí”, dicen que dice su eminencia mascullando entre dientes cuando se encendía más de la cuenta o se encabronaba con alguno.
Hasta que se descubrió públicamente el entuerto en una celebrada ocasión en que la Nati empezó a tabletear con su mortífera munición en el preciso momento de irse la corriente y callarse de golpe el tocadiscos que amenizaba la velada, casi tos los mozos de Cascajos sufrimos la amarga experiencia olfativa: era como una especie de cuota, gravosa y difícil como pocas, que había que pagar a tocateja si querías beneficiarte de algún achuchón mientras te marcabas una pieza romántica arrimando redondeces para el frote con disimulo. Sin quitarle ojo al cubata, por supuesto, eso nunca, no me seáis pardillos, que hay mucho gorrón suelto por ahí actuando al descuido. No voy a dar nombres, eso no, que eso de chivarse está mu feo. Aunque podría si quisiera, que conste, porque tengo fichaos de sobra a los mangantes. Pero yo me limito a dar el aviso y luego que cada cual se aplique el cuento y que cada palo aguante su vela, que pa eso la tiene.
¡Qué descanso, oye, menos mal! Y es que aquello no era vida. Teníamos ya el alma en vilo y los nervios en adobo: las sospechas mutuas estaban degenerando en inquinas barriobajeras, en una atmósfera inquisitorial y delatora, como de posguerra chunga, que no le hacía pero que ningún bien a la convivencia vecinal y al pacífico discurrir de los días en el pueblo.
Para ser justos, y en honor a la verdad, hay que reconocer que la muchacha a lo mejor no tenía culpa alguna del desparrame cular porque, ¿quién no ha tenío alguna vez un apretón jaranero con libre albedrío? Aunque no sé, no sé, que había veces en que parecía hacerlo a propósito y con su puntito de recochineo. Pero esto pueden ser figuraciones mías, lo admito, que soy de natural desconfiao, no me duelen prendas el reconocerlo. Así voy yo por la vida: a pecho descubierto, desfaciendo entuertos, con la verdad como estandarte y divisa y le pese a quien le pese, faltaría más. Como dice el Enrique: “Y si dicen, que dizan; no fuéndolo hazío”.
Bueno, a lo nuestro, que me pierdo: Fermín el practicante (que el médico no aparecía por aquí más que de higos a brevas o por alguna urgencia casi siempre sin solución -era verlo asomar por la curva de la comarcal con la tartana y el percherón y tocábamos madera-, razón por la cual estaba investido como “la máxima autoridá sanitaria permanente en la villa”) nos lo aclaró una tarde de bonanza y asamblea:
-Sabido es que estas cosas pueden venir inscritas a machamartillo en el código genético, donde, como también es bien sabido, y si no lo sabéis ya os lo dice el hijo predilecto de mi señora madre, esa gran dama (hablaba así el Fermín, qué le vamos a hacer; un gilipollas, dicho sea de paso, porque era hijo único y de chico le consintieron toas las memeces que se le ocurrían), ni pinchamos ni cortamos: si te toca, te toca, y no te queda otra que apencar con el infortunio. Mala suerte. Cabronada. Jodienda. Putada de las gordas. Llamarlo como queráis que para el caso es lo mismo. Y que tal patología no tiene vuelta de hoja, eh. A día de hoy no se conoce remedio eficaz, está estudiao que esto es así. En este caso concreto, lo que pasa es que la Nati, siendo sobrina del Genaro, que ya es desdicha bastante, tenía papeletas más que de sobra pa que le cayera encima el premio gordo del embolao genético. Una desgracia como otra cualquiera, pobre chiquilla. -La que nos lió el puñetero Mendel (que ya podía haberse dedicao el tío a la petanca o el clavicordio o la esgrima) con la mierda ésa de los guisantitos y la herencia de los tatarabuelos -remató la clase el técnico de la salud, como también gustaba de titularse el Fermín.
¿Te he dicho ya que este fulano era un gilipollas? ¿Sí? Pues te lo repito pa que no se te olvide. Y con toas las letras.
El Dimas, que tuvo las agallas de casarse con ella aun sabiendo del problema (ole tus cojones, “Pizarrín”, que habría que hacerte un monumento), y emparentar por tanto con la familia del tío Genaro con lo que ello suponía de baldón y desdoro, aparecía muchas mañanas en la taberna pálido como un muerto, con la tez demudada y cerúlea, y ojeroso y tristón con su mala estampa. Imaginarlo noche tras noche compartiendo lecho con la Nati (porque el problema, nos confesó al cabo una tarde de desánimo, era diario, crónico, persistente y cabezón) nos ponía los vellos como alcayatas del diez y un nudo en la nuez tal que manzana reineta sin pelar y con tos los pipos en su sitio.
El anís “Machaquito” (ríete tú del vodka, el pisco, la grappa, el bourbon… esas mariconadas extranjeras) era su antídoto más querido y eficaz: le tengo yo contás muchas mañanas en que, antes siquiera de dar los buenos días a la cuadrilla, se empujaba del tirón dos copazos del elixir torero entre pecho y espalda, y venga, a echar la partidita y envidar de lo lindo o doblarse a seises con la color y el ánimo algo más en su sitio. Que Dios aprieta pero no ahoga, ya lo dice el refrán. Claro, que otras veces, cuando aprieta, ahoga pero bien.
-Y una preguntita, Dimas, por favor -le decíamos de vez en cuando-, aquí entre nos y por lo bajini entre órdago a pares y pase a chicas: ¿es verdad lo del ombligo?
¡Ah, que se me olvidaba el mote! Sí, justo ese, lo has adivinao: Nati “La Pedorra”.
Fácil y directo, que tampoco es cuestión de complicarse a lo tonto.