... dándole cuenta de su inminente regreso al redil capitalino y donde hace un breve recuento de los vecinos del lugar enumerando de paso algunos detalles acerca de los motivos de la mutua e irreductible inquina con el alcalde
Cristi,
amor:
¡Menuda
panda de mataos y cantamañanas! ¡Madre del amor hermoso, qué personal! ¡Qué
penoso muestrario del género humano! ¡Qué terrible desperdicio de cerebros!
El
elenco de figurantes de este sainete tragicómico es de toma pan y moja, de dale
a la castañuela y la pandereta y baila, de ciérrate la braguetilla que se te
escapa el pajarino: el viejo verde, la tía echá p´alante, el del coñazo con la
mili, la chismosa dañina, el quiero y no puedo, las hermanas solteronas, el
chulo putas, el manitas apañao, el mariquita a lo fino, el empresario sin
escrúpulos, el tonto de baba…
El
que estará contento de cojones será el impresentable del redactor jefe: quería
“color local” y le he mandado un catálogo que ni el Pantone ese de las tiendas
de pintura y las imprentas. Que ya ha llegado a mis oídos que se ha puesto la
medalla soltándoles a unos y a otros en la redacción que la idea había sido
suya cuando ha visto que pitaba.
La
lástima es que no tengo fotos de los especímenes rurales; te ibas a partir el
culo con las pintas que se gastan los paisanos. Y no las tengo porque la cámara
me la guindaron en el viaje, vista y no
vista, casi antes de bajarme del autobús, me cago en los muertos del Arsenio
Lupin con boina o la Mata-Hari con pololos y dedos largos. Y por más que he indagado entre el
lumpen local, ofreciendo incluso algunas perrillas de recompensa si por un
casual aparecía sana y salva, que si quieres arroz y si te he visto no me
acuerdo: humo, adiós, goodbay, au revoir, ciao bambina, auf wiedersehen, sayonara a
la Nikon Reflex. Y encima, cuando llamo al imbécil de mi jefe para darle cuenta
del percance me suelta a gritos por el teléfono (que se enteró de la bronca toda
la peña del bar de los aullidos que daba) que como no la lleve de vuelta
conmigo me la va a descontar del sueldo sí o sí. Será hijoputa. Con el pastón
que vale el cacharro. Como se salga con la suya, va a resultar que me chupo el
verano aquí cagándome de calor y rodeado de modorros para, al final, “lo comío
por lo servío”, como suele decirse. Tendré que hablarlo con los del sindicato a
ver si esto es así, que este fulano se las sabe todas en la cuestión del puteo
del personal a su cargo. Cuando le pregunté con la mejor de mis intenciones que
si no había un seguro de la empresa para estas cosillas, ¿sabes lo que me
respondió el cabrón de él cuando se recuperó del descojone? Pues que “ni seguro
ni hostias, Nachete, a ver si te has creío que esto es el Niu Yor Tains o el
Guasinton Pos: aquí el que rompe, o el que pierde, que p´al caso es lo mismo,
paga. Y si no, haber andao con ojo, imbécil, que eres un imbécil, que eres más
tonto que el que asó la manteca pa depilarse con ella”. Eso me contestó el muy tarado. ¿Te lo
puedes creer?
No
veas el cachondeíto que se montó en la taberna a mi costa en cuanto colgué el
aparato: Que si mu bien, “Bizco”, has estao sembrao; que si ahí, ahí l´ has dao
al baranda, en tó los morros; que si tres hurras por tus güevos; que si págate
una ronditas pa celebrar la victoria, rata, que eres un rata… A los cabrones
les faltó tiempo para sacar el hacha de la funda y hacer leña, y hasta astillas, del árbol caído. Te
juro que me faltó el canto un duro para volverme al momento y que le dieran por
el agujerillo de atrás al periodismo de investigación y al suplemento del
finde. Pero me pudo más la vocación, cari, yo soy así de responsable con mis
lectores, ya lo sabes tú bien.
¡No
veas las ganas que tengo de perder de vista a estos gañanes y echártela a ti
encima, leona! Aquí yo ya he cumplido pero más que de sobra. La verdad es que mi trabajo
está hecho. Y, modestia aparte, creo que no lo he hecho del todo mal. Qué coño,
fuera tonterías: aunque esté feo que yo lo diga, la verdad es que los retratos
me han quedado de puta madre, de ole con ole y ole y como para enmarcar.
Mujer,
vistos así, desde fuera, leyéndolos en el periódico, pues qué vas a pensar: que
son una panda de gañanes y verduleras, que menuda tropa, que no valen ni para
hacer bulto. Porque bien, lo que se dice bien, no ha quedado casi ninguno. Pero
eso no es culpa mía: yo apenas me he limitado a transcribir (con algún
arreglillo de estilo y pequeños retoques de mi cosecha para agilizar la
narración de cara a los lectores y que el ritmo de las crónicas no decayera) lo
que me iban contando unos de otros y éstos de aquéllos, que era para oírlo de
viva voz en la tasca. Telita marinera cuando soltaban lengua los cazurros éstos:
les pones una frasca de vino delante y te cantan la traviata, el va pensiero y
la donna e mobile del tirón con el coro de los esclavos de Nabuco de propina. Y
es que no es lo mismo, cari, leerlo en los papeles tomándote un cafelito con
churros, o un vermú con aceitunitas, o un cubata básico (Dyc con cola) en una terraza al fresquito vespertino, que
escucharlo en vivo y en directo y con cuarenta a la sombra: mucha calma
aparente, mucho buen rollito en la superficie, mucho saludito amable y palmadita
en la espalda, pero rascas un poco por encima y te das cuenta rápido de que por
aquí se gastan un veneno de serpiente cascabel por lo menos. La España negra,
pero con dos manos de titanlux del bueno y tres capas de barniz para que no se le
borre el color. Vamos, que a la mínima te clavan un sambenito cabrón que no te
lo quitas de la chepa ni con soplete.
Como
el que me clavó a mí casi a martillazos el hijoputa del alcalde en cuanto puse
un pie en el suelo y me echó la vista encima: -¡Coño, un bizco! ¿Eso da suerte,
no? -le salió del alma a voz en grito al tío tarado. Y ahí la cagué pero bien
cagada, ya fue todo cuesta abajo como en el tango: -Hombre, “Bizco”, cómo va
eso. -“Bizco”, tómate un vinito pa entrar en calor. -Míralo, ya viene por ahí
el “Bizco” con la puñetera libretita. -¿Y qué tal el ojete, “Bizco”? ¿Mejor que
el de la cara?
De
esta guisa eran los saludos que me obsequiaba el personal a partir de entonces,
o sea, como a los diez minutos de poner pie en tierra. No me dieron tiempo ni a
deshacer el equipaje. Que ya me dirás tú a mí si no era para liarse a hostias
con el munícipe mayor, que en cuanto tenía ocasión alentaba el oprobio, no te
creas que se cortaba un pelo el mamonazo. Pero tampoco era cuestión, churri,
compréndelo: capaz de buscarme un lío de los gordos por atentado a la autoridad
o algo similar. Dejando aparte, claro, que si me enzarzo con él y me calza un
guantazo, acabo de calcomanía en la pared más próxima. Porque el tío, cari, es
un armario de tres cuerpos con refuerzos de bronce en las esquinas.
Con
la putadita del mote yo creo que no saben ni cómo me llamo. Hasta “remedios”
(que me huelo yo que eran a mala hostia a ver si se me escacharraba el ojo del
todo y ascendía de bizco a tuerto) me daban por la calle y en el bar, mi cuartel
general para empaparme de los relatos. Cágate lorito con los consejos
oftalmológicos: que si lávate con vinagre de manzanas pochas que hayan fermentao
en estiércol de burra; que si tápate el ojo bueno con tocino añejo hasta la
próxima luna menguante; que si tienes que llevar una llave hueca en el bolsillo
y chuparla tres veces tós los días durante un mes antes de acostarte; que si
tómate unos carajillos de “103” cocío con hojas de berza y cáscara de calabaza en
la comida y la cena… Ya ves, cari, farmacopea de la fina, científica a tope, i
más de, de Premio Nobel. Capulladas y supersticiones de gente obtusa que
todavía se cree que el mundo es cuadrado y los reyes Isabel y Fernando. El caso
es que por si un aquel sonaba la flauta eché mano de uno de los consejos (no te
digo de cuál para que no te tronches los ovarios con la tontá, que ya es lo que
me faltaba) y se me puso el ojo como un melón piel de sapo, que hasta ganas daban
de meterle cuchillo para sacar una tajaíta. Si, ya lo sé, aparte de noblote,
también soy un gilipollas, vale, no hace falta que me lo digas tú también.
Pero
volvamos al tema: el cabrón del alcalde. El alcalde es para echarle de comer
aparte en una zahúrda y alejarse corriendo de los peos. Tomás de Cipote se
llama el menda. Sí, sí, de Cipote, como lo oyes, no pongas esa cara, que ya te
estoy viendo. Si quieres te lo deletreo. Le quitas la tilde al nombre, le pones
unos signos de interrogación y da hasta miedo el resultado. Más basto es el tío
que unas bragas de esparto y un sujetador de alambre: no sabe ni hacer la o con
un canuto. Eso sí, se las da de Tierno Galván, que tendrías que ver los bandos
que se marca por chorradas, que tiene el pueblo empapelado con sus monsergas y
al alguacil y al secretario con los nervios en escabeche, a puntito de pedir la
baja por estrés y depresión, o la excedencia, o el traslado urgente para poner tierra
de por medio cuanto antes con el zumbao éste que les ha caído en suerte como
jefe.
¿Y
la hermana? La Esperanza es más fea que pegarle a un padre con un calcetín
sudao y un ladrillo dentro: le llegan las orejas casi hasta los hombros, como a
los chuchos perdigueros. Y tiene un bigote la tía que sería la envidia de un
cosaco o un coronel de granaderos. Por no hablar de una verruga pilosa junto a la
nuez del tamaño de un puño, que da una grima que no veas: parece una tarántula la
puta verruga. Menos mal que sale más bien poco. Le debe dar a la pobre como
vergüenza, no sé. Porque entre los apéndices de oír, el bigote cuartelero, la
araña del gaznate, la infeliz conjunción de nombre y apellido y el regalito del
hermano, ya me dirás tú… Bueno, y que tiene menos tetas que una muñeca, eso
también. Los padres tenían que ser unos cachondos para endiñarles esos nombres,
no me digas tú a mí.
Me
huelo que la inquina que me tiene el excelentísimo se incrementó malamente cuando
me presentó a la Espe con esperanza e intenciones de noviazgo y casorio,
emperifollada la tipa con un atuendo sacado del baúl de las hermanas Brönte, la
melena panocha cardada como por un peluquero loco y dos kilos de colorete en
cada mejilla por lo menos. ¡Joder, qué susto me llevé cuando me di la vuelta y
me encontré con la zombi de frente y de sopetón! ¡Y encima la señorita va y me
tiende la mano fofa para que se la besara! Se me puso la tensión en el ático en
un voleo y no vomité de milagro. Me tuve que tomar las pastillas por si acaso,
no te digo más. Yo creo que el Tomás, viéndome apañaete y buena persona, quería
endilgármela casi a lo bruto y sacársela de encima de una puñetera vez ya que
con los paisanos no había manera de colocar aquella mercancía averiada.
Anda,
tontina, no te pongas celosa, si no pasó nada: te juro que en cuanto le eché la
vista encima a la atracción de circo me faltó tiempo para salir de naja. Me
imagino de cuñado con el Tomás e intimando con el fenómeno con sayas todas las
noches y se me ponen los pelos como escarpias para colgar las sartenes.
(Cristi, esto
que quede entre tú y yo porque lo negaré donde haga falta, pero no tengo más
remedio que confesártelo, no me lo puedo quedar adentro: coño, que hay veces
que me daba como un poco de pena la pobrecilla, que me da a mí que la palma sin
estrenarse. Soy un sentimental, lo sé, no tengo arreglo. Otra de las virtudes
que me adornan, qué le vamos a hacer).
En
fin, cari, amor, churri, chochete, que ya tengo el petate casi a punto de
revista: dos cosinas me faltan por recoger. Remato unos asuntillos y listo. Tiro
para allá pero perdiendo el culo. Vete preparando, tú ya me entiendes.
Ya
he arreglado cuentas con la Domin (después de discutir de lo lindo, que se cree
la tía que regenta el Hilton o el Palace) y en un par de días, con un poco
de suer…
(Ahora sigo, que
oigo un revuelo en la escalera y están llamando a la puerta).