Sabida es la leyenda de la grulla que, temerosa de verse arrastrada por los fuertes vientos que rodeaban su nido, volaba de un lado a otro con una piedra entre las garras. Con el tiempo, aprendió a llevar esa misma piedras en su pico para evitar ser oída por sus enemigos, a los que un simple graznido hubiera bastado para atraer. Este símbolo de prudencia y anticipación se hizo justamente famoso entre nuestros antepasados, que inmortalizaron a la grulla con grabados y emblemas de toda naturaleza. Pero de la grulla de Anad nadie sabe que aprendió a guardar silencio y a volar contra el viento sin necesidad de piedra alguna. Al contrario, la guardó en su nido y durante días y noches aprendió a dialogar con ella en la más absoluta mudez, hasta que algo semejante al silencio creció en su interior como una piedra y creyó entrever una salida a su soledad desde el centro mismo de su soledad.
Jordi Doce