Omo lava más blanco.
Polideportivo. Moderno atentado urbanístico contra la estética sufragado con fondos del erario público. Es vox populi que dicho adefesio arquitectónico, pensado, se supone, como lugar de solaz y disfrute para los habitantes de un municipio, suele resultar de la conjura entre un constructor perturbado y un alcalde o, en su defecto, el concejal de Obras y Urbanismo, insensato e incapaz, cuando no prevaricador además de corrupto.
Bajo ciertas condiciones climatológicas,
tampoco demasiado extremas, y en virtud del expolio y trapicheo cometidos con
la calidad de los materiales de construcción por obra de contratistas y subcontratistas
sin escrúpulos para la obtención de rápidos beneficios, dicho engendro
arquitectónico tiene la desagradable costumbre de venirse abajo con estrépito
llevándose por delante a sus sufridos usuarios.
Esta definición es válida también en lo
que atañe a salas de concierto, palacios de congresos, museos, centros sociales
o culturales, geriátricos…
Eterno inmóvil ya, como en un sacrificio
pagano el cadáver de la bestia ofrece sus vísceras al sol del mediodía, al
ámbito oscuro de la luna, sus órbitas vacías y miembros lacerados por la
voracidad del tiempo y las alimañas.
Se enceniza y aja la piel al compás de
los días con su podredumbre a cuestas, se humilla su testuz antaño tan
orgullosa, torna al polvo de siempre el eco y la dureza de esos cascos y
pezuñas que antes hollaron en paz los caminos.
Por bocas y picos, por garras y
colmillos asediada, olla hirviente de gusanos, la osamenta animal enflaquece al
ritmo que le imponen insectos y carroñeros, el torvo fluir de las estaciones,
su áspera intemperie, el olvido triste de los días que inclementes pasan.