viernes, 31 de agosto de 2012

"La poesía es un arma...


...cargada de futuro”, nos decía Celaya en aquel poema que casi todos “leímos” por primera vez en la ronca voz de Paco Ibáñez. 
Estoy de acuerdo con ese verso en sus tres cuartas partes, justo hasta donde dice “cargada”; la poesía es un arma cargada, sí, no cabe duda, pero la pregunta es de qué. ¿Alguien lo sabe a ciencia cierta?

Lo que sí me parece seguro es que el primer disparo, el que indicará a los demás la trayectoria exacta hasta el blanco, es siempre contra el propio poeta.

jueves, 30 de agosto de 2012

2 perlas cultivadas


"Cuidado, muchachos, pongámonos serios, que ahí viene un tonto".
Samuel Johnson

* * * * *

“Anderson, no hables en voz alta; bajas el cociente intelectual de toda la calle”.
Sherlock Holmes

miércoles, 29 de agosto de 2012

Senado


Senado. En algunas democracias occidentales, onerosa institución política intitulada Cámara Legislativa de Representación Popular, con las curiosas particularidades de que ni legisla, ni representa, ni es popular, por lo que las pretenciosas mayúsculas parecen estar fuera de lugar.
Según sus cada vez más numerosos detractores, resort de lujo (todo incluido) para políticos en declive, como de segunda división.
Fig. Cementerio de elefantes.

martes, 28 de agosto de 2012

Elogio del calígrafo


El misterio de la mano,
dócil a la tinta y la palabra
escondida hasta entonces,
dibuja trazos con tu nombre.

lunes, 27 de agosto de 2012

Mirando al mar



Vivir en Madrid es lo que tiene: que estás a tomar vientos de la brisa marina, de cualquier brisa marina que se precie de tal. Si encima no tienes un duro y tus padres no son lo que se dice unos intrépidos aventureros, pues ya me dirán ustedes: lo del mar te suena si por casualidad tienes una caracola de las gordas. Así que hasta los diecisiete (ay, quién pudiera a capricho “volver a los diecisiete”, como decía Violeta Parra en una bellísima canción), no tuve posibilidad alguna de verlo. El para mí tan soñado acontecimiento se produjo por fin en las abruptas e indómitas montañas de Asturias conocidas por el poético y un tanto grandilocuente nombre de Picos de Europa, concretamente desde un lugar que dicen el Mirador del Fito. Casi a tiro de piedra de la cueva donde se venera a la “Santiña” y muy cerquita también desde donde los libros de historia dicen que el rey Don Pelayo empezó a arrearles estopa a los sarracenos invasores antes de que nos echaran al agua con el furor de sus cimitarras e impusieran a los infieles supervivientes sus túnicas y babuchas, el cuscús y la poligamia, los turbantes y el Corán, el té hirviendo y los dátiles con hueso, las, en fin, jaimas de cuero y las boñigas de camello.
Aunque así lo tengo registrado desde entonces en el desván infiel de la memoria, en realidad no podría jurar si lo vi o no desde allí, si aquella mancha difusa que se extendía inacabable en el horizonte levemente lechoso de la tarde y como abochornándome la mirada, era mar de agua o mar de nubes, espuma o niebla, realidad o imaginación, certeza o deseo. Pero fuera lo que fuese, moverse se movía, eso seguro. Como estaba ansioso por echarle la vista encima, que ya era hora, me dejé convencer fácilmente un par de colegas particularmente latosos que no dejaban de decirme que sí, que sí, que sí que se veía, fíjate bien, coño, ¿de verdad que no lo ves? Joder, estás cegato, chaval, ves menos que Rompetechos. Ponte aquí, anda, ponte aquí, ya verás cómo desde aquí... insistían implacables, cargantes, inasequibles a mi juvenil escepticismo. Pero después de tanto tiempo soñando con él y siendo el objetivo final de aquel viaje a pie a través de los Picos de Europa (Riaño-Gijón: veinte días de caminatas con la mochila a cuestas nos costó la ocurrencia), al final, ya digo, me dejé convencer por el dúo dinámico sin presentar demasiada batalla. Y tampoco era como para ponerle más pegas de las necesarias al asunto ni cuestión de despertar de la ilusión con un desengaño más, que bastante tenía ya con los sentimentales propios de la edad. Aparte de que otro más de los camaradas que venían conmigo en aquel peregrinaje pobretón de tiendas de campaña, sacos de dormir, latas de conserva, bocadillos de mortadela y sopitas de sobre se sumó al dúo para conformar un trío ("El Trío Calaveras", diríamos) se sujmó al corrillo jurando que él también lo había visto antes desde aquel mismo enclave (dijo enclave, lo juro). O eso afirmaban ellos, vehementes y acalorados ante el recelo y cachondeo de la mayoría de la partida sobre su extraordinaria y fantasiosa agudeza visual. "Halcón", “Lince” y “Aguililla” son el sambenito que los susodichos cargan a cuestas desde entonces y para siempre entre el resto de aquella cuadrilla.
Por así decir, toqué mar por primera vez en la playa de Colunga. La verdad es que no hacía honor a su fama de impetuoso y terrible, a la imagen prefabricada y romántica que gracias a las pelis y los libros me había hecho de él. ¡¿Pero qué puñetas era aquello?! ¡¿Para esta mierda de mar me había tirado casi veinte días con los pies hechos polvo, durmiendo entre "aromas" que me niego a recordar ni describir, comiendo medio de prestado y casi al límite de la superviviencia viandas que un condenado a galeras rechazaría?! ¡Qué decepción sin cuento, qué chasco monumental, qué ingrata sorpresa! Las olas llegaban hasta la arena con una parsimonia y como desgana que se me antojaron absolutamente impropias y decepcionantes. Por lo mansas y pachorronas. Casi cobardes, diría yo. Nada de galernas ni tormentas asesinas, olas tan altas como montañas batiendo contra los espigones con furia incontenible, barcos arrojados a tierra semejantes a cetáceos moribundos varados de costado sobre las rocas con los mástiles partidos y las quillas al aire, viejos lobos de mar hábiles con el arpón y torpes con las mujeres y una cicatriz de miedo y resolución cruzándoles el rostro de mirada torva…
Las que no faltaron a la cita fueron las gaviotas (siempre andan a la que salta, las puñeteras, no he ido nunca a ninguna costa por la que estas ratas del aire no anduvieran merodeando aviesas, agoreras, rapiñadoras...). Haciendo gala de todos sus “encantos” y planeando casi inmóviles en la brisa, suspendidas en el cielo de la tarde con las alas desplegadas como velas al viento, graznaban su cargante y áspera salmodia esperando con impaciencia el momento propicio para abatirse como centellas sobre los despojos del pescado del día en el puerto cercano.


Para celebrar el acontecimiento, con nuestros ya más que escasos dineros (que en honor a la verdad nunca fueron muchos) nos dimos un merecido homenaje por la meta conseguida: en una taberna sobre un acantilado nos pusimos tibios de fabada y culines de sidra, adobados ambos manjares con un remate glorioso de arroz con leche. Impresionantes: tanto el accidente geográfico como el plato típico de legumbres, el néctar fermentado de la manzana y la delicia del lácteo postre con su etéreo manto de canela sobre la esponjosa costra de galleta. Entre ese menú y, a pesar de su pinta asquerosa, el no menos memorable queso de Cabrales, al menos me traje de aquella odisea unos amores culinarios que nunca han dejado de quererme y a los que yo, en francos agradecimiento y correspondencia, les profeso un cariño eterno y una fidelidad sin tacha desde entonces.
Lo primero que hizo cuando llegué hasta él, dócil y sereno, fue obsequiarme con un soplo de espuma pulverizada y acariciarme los pies desnudos dándome la salobre bienvenida de su agua inmensa entre mis dedos.

Sentí frío. Y desconfianza. Y un difuso estremecimiento, como de traición por venir, que no he vuelto a experimentar de manera idéntica en ninguna otra circunstancia.
Me sentí tan insignificante y desvalido ante su presencia que empecé a tenerle un miedo que todavía no he podido superar.

domingo, 26 de agosto de 2012

Recordando Sarajevo


En agosto de 1992, casi cincuenta años después de la derrota de la locura nazi que dejó tras de sí una herencia de 50 millones de muertos, una Europa arrasada y un mundo patas arriba, mientras en España celebrábamos de manera simultánea los Juegos Olímpicos y la Exposición Universal, a las puertas de casa, como quien dice, teníamos otra guerra en suelo europeo. Campos de concentración y exterminio, deportaciones, limpieza étnica, el horror que ya creíamos tener olvidado… se hicieron presentes de nuevo ante nuestros ojos. Srebenica, Vukovar, Mostar, son nombres que han quedado en nuestra memoria como ejemplos del mal y para nuestra vergüenza, incapaces de detener esas matanzas entre personas que se dicen civilizadas.
Pero si hubo una ciudad mártir en esa guerra, un lugar en el que el odio y la sinrazón se enseñoreó a sus anchas dejando su rastro de desastres, esa ciudad fue Sarajevo, la hermosa capital de Bosnia-Herzegovina. Asediada de manera inclemente por bombardeos, masacrada sin compasión por francotiradores asesinos con su reguero diario y macabro de cadáveres de civiles indefensos, Sarajevo resistió durante años matanzas y destrucción. El 25 de agosto, la barbarie se cobró una de sus más famosas víctimas: bombas de fósforo -armas cuyo uso está prohibido internacionalmente contra la población civil- lanzadas a cientos desde las colinas que rodean la ciudad hicieron blanco en la cúpula del edificio de la Biblioteca -símbolo permanente del encuentro entre las culturas musulmana, cristiana y ortodoxa- causando un pavoroso incendio que durante tres días provocó la desaparición de más de 600.000 volúmenes, un valiosísimo legado de la cultura y la sabiduría perdido para siempre.
¡El horror, el horror!

sábado, 25 de agosto de 2012

Lo llamaban Serafín (poema lunfardo)


Lo llamaban Serafín

Letra: Carlos de la Púa
Intérprete: Edmundo Rivero

Lo llamaban Serafín
en el barrio de Las Latas;

funyi, lengue y alpargatas
y una mirada sin fin.
Tenía fama de piolín
cuando entre extraños estaba,
y si alguno se pasaba
él se broncaba, era fijo,
él se broncaba, era fijo,
y allí no más… un barbijo
al más pintao le bordaba.


Pero un día un cartonazo
de un barrio desconocido,
le cortó hasta el apellido
a punta, tajo y hachazo.
Lo dejó con medio naso,
oreja como sandía
un ojo pa' la otra vía,
de fiambre le dio un tortazo,
de fiambre le dio un tortazo,
y de postre… el esquinazo
con la mina que tenía.

Después de este festival
se dedicó al beberaje;
melenudo, sucio el traje,
no he visto miseria igual.
Nunca más el arrabal
lo vio con la luz del día,
ni taurear como él sabía.
Y cuentan en el estaño,
y cuentan en el estaño,
que murió justo a fin de año,
brindando con leche fría.



viernes, 24 de agosto de 2012

Cementerio Alemán (15)


Hace casi un año y medio di por finalizada la publicación de una serie de poemas que sobre ese emblemático lugar de la Vera cacereña tuvieron a bien enviarme algunos poetas amigos.
Hoy quiero incluir este otro que me llegó hace unos días salido de la pluma de Cristián Gómez Olivares, un poeta chileno -La casa de Trotsky, La nieve es nuestra...- afincado en Estados Unidos, a quien tuve la suerte de conocer personalmente hace poco.

CEMENTERIO DE YUSTE

Tan en vano como escribir de un cementerio
cuya mayor virtud es la geometría.
Como escribir de un edificio sin murallas.
O un edificio cuyas murallas están repartidas
sin ser la calle que pisamos por el suelo, lo cual no alcanza
para un símbolo: sólo para murallas-repartidas-por-el-suelo.
Tan en vano como morirse en una zona
donde no se puede morir en alemán
y aquellos adolescentes tardíos
que fueran enterrados en una lengua
para la cual sin duda no estaban preparados
demuestra que entrenar a bayoneta calada
no es lo mismo que la falta de intérpretes,
imagínense aquellos epitafios donde lo único
que se entiende es el nombre y el apellido:
las fechas del principio y el final
también están en otro idioma.

Cristián Gómez Olivares

jueves, 23 de agosto de 2012

Mascota


Me la regaló para mi cumpleaños.
Me encanta acariciar su piel, observar sus movimientos lentos y sinuosos, su quietud de esfinge durante horas, enfrentar mi mirada con las pupilas verticales e hipnóticas de sus ojos.
Anoche, cuando se durmió, la metí en la cama con nosotros.
Ahora está aquí la policía haciendo preguntas tontas, como siempre.
Y la serpiente no aparece por ninguna parte.

miércoles, 22 de agosto de 2012

35 años sin Groucho


En agosto de 1977 quien esto escribe estaba realizando un periplo fantástico: el cruce a pie de los Picos de Europa desde las montañas de Riaño hasta las playas de Gijón. Con un buen grupo de amigos y escasos dineros en el bolsillo. Veinte días de caminatas nos costó la broma. En aquel viaje me pasaron algunas cosas que hasta entonces desconocía: en Posada de Valdeón, justo antes del famoso desfiladero del Cares, me enamoré por primera vez de una chica que conocí por el camino -ella estaba en una especie de ejercicios espirituales con el cura de su parroquia de Avilés- y vi el mar por primera vez.
Por otro lado -y aquí entra en escena Groucho, aunque sería más correcto decir que hacía mutis por el foro- fue en aquel viaje donde me enteré de la muerte de dos iconos del siglo XX: con apenas tres días de diferencia morían Elvis Presley y Groucho Marx, “el rey del rock” y ese personaje inclasificable, maestro de la ironía y el humor, que se llamaba Julius en las películas que tan felices nos hicieron.
Os dejo con alguna de sus frases:
“Debo confesar que nací a una edad muy temprana.”
 “Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien.”
 “¿Pagar la cuenta? Qué costumbre tan absurda.”
“Todo lo que soy se lo debo a mi bisabuelo, el viejo Cyrus Tecumseh Flywheel. Fue un gran hombre; si aún viviera, el mundo entero hablaría de él... ¿Que por qué? Porque si estuviera vivo tendría 140 años.”
“Soy tan viejo que recuerdo a Doris Day antes de que fuera virgen.”

martes, 21 de agosto de 2012

Periódicos


Me acuerdo de cuando se publicaban periódicos vespertinos.

lunes, 20 de agosto de 2012

Orla


Orla
Para Joana Bettencourt
Es Ana Isabel, no la veo hace mucho. A Ana María tampoco. Con Bruno me llevaba estupendamente, con Catarina y Celso igual, pero un poco menos con Carla, la de al lado. No veo a ninguno hace más de quince años. David murió cuando ya estábamos en la facultad, nos vimos por última vez en una manifestación de estudiantes en Lisboa, yo llevaba el bombo y David la cara pintada. Menudo guerrero fuiste, David. Felipe, mi amigo Felipe. Fernando, qué gorditos. Esta es mi cara, la once, no he cambiado mucho. Recuerdo haber puesto esa cara y aquí estoy. Irene, que se sentaba a mi lado en la clase de historia, y en alguna que otra clase también. Está Laura. Manuel, el patas, y Marta eran novios. Luego está Nadir, cómo sonreía la maja, Pedro, están Teresa y Tiago, ni idea, nos encontramos en alguna ocasión. Vladimir y Zuleima. Me entran ganas de llorar, estamos todos, aquí todavía estamos todos.
(De Parrillada, edición de autor, 2012)

domingo, 19 de agosto de 2012

Ahorcados


Perros ahorcados por alimañas de dos patas.