Mi abuelo. Mi abuelo montado sobre
su caballo “Elefante” en medio de la oscura noche. Mi abuelo llegando de noche a
mi casa en Colcabamba, después de tres meses de retiro voluntario, de vivir solo
como un asceta en las chacras de Ccochacc. Mi abuelo sobre aquel rocín color caramelo,
de melena negra, de manchas blancas en forma de cruz sobre la frente; bajando
los caminos de Mejorada, cruzando el río Into, subiendo las laderas de Chacas,
Nogales y Yanarumi. De noche, viajando siempre de noche, haciendo todo ese
trayendo siempre de noche. Mi abuelo… la silueta de mi abuelo. La silueta de mi
abuelo alumbrada por la luna y la penumbra. Mi abuelo con su poncho de bayeta a
rayas y sombrero de alas; abriendo el zaguán de mi casa, entrando al patio
montado sobre el Elefante, alto, membrudo, sólido. Mi abuelo y el Elefante al
frente del resto de caballos y mulas que traen la cosecha de lentejas, trigo y
frejoles; todos rompiendo el silencio de la noche y los grillos con el sonido
de los herrajes sobre las piedras del patio. Trocotró, trocotró, trocotró. Mi
abuelo desmontando. Mi abuelo aflojando el cincho, quitando la montura, el
bozal de cada una de las bestias. Mi abuelo haciéndole caricias al Elefante; el
Elefante agitado, respirando agitado como un corredor que acaba de llegar a la
meta, tiñendo la oscuridad de la noche con su aliento blanco, relinchando, espantando
las polillas con el látigo de su cola, escarbando el suelo bajo sus patas. Mi
abuelo. Mi abuelo y su caballo Elefante.
Yo. Yo solo. Yo y mi primer
auto, un Honda Civic, gris oscuro, del noventa y cuatro. Yo y aquel auto
vagando por la Lima
del noventa y nueve, a cien por hora; en el zanjón, Caquetá, Panamericana Norte.
De noche, a medianoche, siempre a medianoche; a la hora en que casi no hay
autos, no hay autobuses, la hora en que Lima era sólo para mí. Yo dentro del
auto como si estuviera dentro de una nave, como si yo fuera un astronauta y el
Honda un transbordador espacial. Oyendo a Supertramp, Suede, The Cure; oyendo mi
música, sólo mi música. Yo de regreso, camino a mi casa en Los Olivos. Yo alterando
con mi música, con el motor del Honda Civic gris oscuro, a los perros, a los
vecinos insomnes de la calle Hualcán. Yo abriendo la puerta de mi casa, abriendo
la cochera. Yo aparcando; apagando la música, las luces, el motor; revisando
que todo esté en orden, las llantas, los faros, las puertas. Yo y el Elefante
Gris.