Solo yo tengo la llave de este desfile salvaje.
Arthur Rimbaud
Leo un libro mientras espero la entrada al Cinemark del Megaplaza. Una niña de ojos menudos y cabello largo juguetea alrededor como una mariposa en un jardín. ¡Tranquila, Carla!, le recrimina la madre y la amenaza con no entrar al cine si sigue molestando a los demás. La niña obedece y se sienta al lado. Me mira. ¿Quién es?, me pregunta señalando el rostro del personaje que cubre la tapa del libro que estoy leyendo. Arthur Rimbaud, digo acercándole la mítica fotografía del Rimbaud adolescente de cabello alborotado y mirada de ángel; el Rimbaud que en 1871, a la edad de 16 años, escribió uno de los poemarios simbolistas más venerados hasta hoy. Es uno de los poetas franceses más grandes de todos los tiempos, agrego. ¿Francés de Francia? Sí, francés de Francia. Ah, dice la niña y regresa a su juego; yo a la lectura.
Curiosidad: «deseo de saber y averiguar algo», dice mi diccionario Larousse. Por curiosidad, cuando niño, leí el Corsario Negro, el primer libro de mi vida. El primero que leí y entendí, quiero decir. Por curiosidad me sentaba a escuchar la conversación de los adultos, los cuentos de mi abuelo, las historias de mi madre. Por curiosidad estudié ingeniería; por curiosidad leo libros, veo películas, hago viajes. Curiosidad, inagotable curiosidad. ¿Se les habrá acabado la curiosidad a los jóvenes que en la televisión, con una cara sonriente y despreocupada, admiten no saber el significado de MRTA, SL, admitiendo no reconocer los rostros de esas letras? ¿Se les habrá acabado la curiosidad para no saber la historia de su propio país? ¿Será que sus padres nunca les contaron nada de lo que ocurrió hace apenas 20 años? ¿Será que nunca hablan con sus padres? ¿Será que no leen? ¿Será que no entienden lo que leen? ¿Será que la curiosidad ahora tiene otro significado?
Carla se acerca a la mujer del lado. Le pregunta sobre las desnudes de sus zapatos. La mujer le explica que es un modelo “romano” y que lo compró aquí cerca. Ojalá que la curiosidad de Carla no se agote con los años. Ojalá que un día, cuando vea una foto, vea un video, cuando alguien le cuente lo que ocurrió en el Perú en los ochentas-noventas, tome un libro de historia y lo lea. Y lo entienda. Y no lo olvide jamás.