Celia llega por primera vez al Perú. El aeropuerto Jorge Chávez la recibe con un día nublado color techo de eternit, de esos que tantas veces le ha hablado Julio (su pareja, futuro esposo, bajista de Los Grillos de medianoche y uno de mis mejores amigos), en sus descripciones acerca de Lima. Llegan desde Pensilvania-EEUU, después de meses de haber planeado el viaje. Cargan las maletas en el auto del primo de Julio que ha ido a recogerlos y enrumban por Tomas Valle en dirección a Los Olivos. El remozado óvalo a la salida del aeropuerto, las nuevas áreas verdes en las bermas de la avenida y el recién inaugurado hospital Luis Negreiros, de Essalud, parecen sonreírle y darle la bienvenida, hasta que el semáforo detiene el auto en el cruce con Dominicos. Entonces, como un fantasma que se materializa, un ladrón se lanza sobre el auto, destrozada los vidrios y le arrebata el bolso. Celia grita de pánico. Probablemente es la primera vez que le pasa algo así. Julio sale tras el ladrón, pero, en segundos, el ladrón desaparece entre los autos sobre el lomo de una motocicleta.
Me entero de todo esto horas después, tras indagar si Julio ya llegó a Lima. Siento una profunda indignación e impotencia. En momentos como este uno quisiera ser Ministro del Interior, General de la Policía; o mejor aún, un vengador anónimo con superpoderes capaz de ubicar a los ladrones y desollarlos vivos. Pero lo único que se me ocurre es llamar a Julio y ofrecerme para lo que sea. Lo peor de todo no es el susto o el dinero, me explica él; lo peor es que se han llevado el pasaporte argentino y el greencard norteamericano de Celia.
El resto del día, Celia y Julio son esclavos de la burocracia. Se la pasan en gestiones en la Embajada Argentina para obtener un salvoconducto que le permita viajar a Buenos Aires y hacer las gestiones de la greencard allá. Por la noche ambos se van a conocer Máncora para no darle gusto al diablo y dos días después, a su regreso, Celia parte de Lima rumbo a Buenos Aires. En la despedida, junto con el resto de Los Grillos de Medianoche, le pedimos disculpas por la mala experiencia y tratamos de explicarle que Lima es mucho más que dos miserables ladrones. Le prometemos que en su siguiente visita la llevaremos a conocer la Lima bizarra para que vea el verdadero rostro de la capital. Después de varios abrazos se pierde por el mismo cielo por donde llegó.
Hoy leo que el diario El Mercurio de Santiago de Chile, en su edición del 27 de diciembre del 2009, destaca a Lima como una de las mejores ciudades para visitar. «Hay ciudades que encantan a primera vista y uno cae rendido ante ellas de modo violento y definitivo --dice bajo el titulo: 10 viajes que hicimos en 2009 (y quisiéramos repetir)--. París, por ejemplo o, mucho mejor, Roma, infinitamente más rica en historia. Otras son huidizas y pudorosas y hace falta asediarlas: así son los bienes arduos, que exigen paciencia. Entre ellas están Londres y Asunción. Recordamos que esta última nos dio, la primera vez que la visitamos, la impresión de ser toda ella un gran barrio Franklin: no muy pulcra, revuelta, llena de ínfimos comercios. Pero al cabo de varias visitas y de caminarla largas horas, nos fue revelando un rostro, más que bello, lleno de carácter (cuánta belleza sosa encuentra uno por ahí). Lima está en la segunda categoría, aunque tiene algunas manzanas del centro y algunos parques y perspectivas que atraen de inmediato. Quizá es demasiado extensa, igual que Santiago, y para ir de un lugar de interés a otro hay que cruzar vastos yermos urbanos en que no hay nada digno de ser notado. Pero lo que ofrece Lima en amabilidad, en historia, en romanticismo y en cocina, no lo ofrece ninguna otra capital americana. Sobre todo ahora que la prosperidad económica ha limpiado casi como con una aspiradora muchas cuadras del centro que estaban, hace unos pocos años, hechas una lástima: ¡esos viejos balcones corridos, muchos de ellos con preciosas celosías, que caían en la ruina! Luego de una campaña enérgica, en que algunas grandes empresas (con el consiguiente bombo y propaganda) tomaron a su cargo la reparación de estos balcones, casi todos han vuelto ahora a su antiguo esplendor. Y qué decir del borde costero: darse un paseo lento y admirativo por ahí es un gran placer que se puede disfrutar si usted va, claro, bien dispuesto y no de un día para otro».
Termino de leer la nota y no sé si reír o llorar. Y ahora, ¿cómo le explicamos eso a Celia?
Me entero de todo esto horas después, tras indagar si Julio ya llegó a Lima. Siento una profunda indignación e impotencia. En momentos como este uno quisiera ser Ministro del Interior, General de la Policía; o mejor aún, un vengador anónimo con superpoderes capaz de ubicar a los ladrones y desollarlos vivos. Pero lo único que se me ocurre es llamar a Julio y ofrecerme para lo que sea. Lo peor de todo no es el susto o el dinero, me explica él; lo peor es que se han llevado el pasaporte argentino y el greencard norteamericano de Celia.
El resto del día, Celia y Julio son esclavos de la burocracia. Se la pasan en gestiones en la Embajada Argentina para obtener un salvoconducto que le permita viajar a Buenos Aires y hacer las gestiones de la greencard allá. Por la noche ambos se van a conocer Máncora para no darle gusto al diablo y dos días después, a su regreso, Celia parte de Lima rumbo a Buenos Aires. En la despedida, junto con el resto de Los Grillos de Medianoche, le pedimos disculpas por la mala experiencia y tratamos de explicarle que Lima es mucho más que dos miserables ladrones. Le prometemos que en su siguiente visita la llevaremos a conocer la Lima bizarra para que vea el verdadero rostro de la capital. Después de varios abrazos se pierde por el mismo cielo por donde llegó.
Hoy leo que el diario El Mercurio de Santiago de Chile, en su edición del 27 de diciembre del 2009, destaca a Lima como una de las mejores ciudades para visitar. «Hay ciudades que encantan a primera vista y uno cae rendido ante ellas de modo violento y definitivo --dice bajo el titulo: 10 viajes que hicimos en 2009 (y quisiéramos repetir)--. París, por ejemplo o, mucho mejor, Roma, infinitamente más rica en historia. Otras son huidizas y pudorosas y hace falta asediarlas: así son los bienes arduos, que exigen paciencia. Entre ellas están Londres y Asunción. Recordamos que esta última nos dio, la primera vez que la visitamos, la impresión de ser toda ella un gran barrio Franklin: no muy pulcra, revuelta, llena de ínfimos comercios. Pero al cabo de varias visitas y de caminarla largas horas, nos fue revelando un rostro, más que bello, lleno de carácter (cuánta belleza sosa encuentra uno por ahí). Lima está en la segunda categoría, aunque tiene algunas manzanas del centro y algunos parques y perspectivas que atraen de inmediato. Quizá es demasiado extensa, igual que Santiago, y para ir de un lugar de interés a otro hay que cruzar vastos yermos urbanos en que no hay nada digno de ser notado. Pero lo que ofrece Lima en amabilidad, en historia, en romanticismo y en cocina, no lo ofrece ninguna otra capital americana. Sobre todo ahora que la prosperidad económica ha limpiado casi como con una aspiradora muchas cuadras del centro que estaban, hace unos pocos años, hechas una lástima: ¡esos viejos balcones corridos, muchos de ellos con preciosas celosías, que caían en la ruina! Luego de una campaña enérgica, en que algunas grandes empresas (con el consiguiente bombo y propaganda) tomaron a su cargo la reparación de estos balcones, casi todos han vuelto ahora a su antiguo esplendor. Y qué decir del borde costero: darse un paseo lento y admirativo por ahí es un gran placer que se puede disfrutar si usted va, claro, bien dispuesto y no de un día para otro».
Termino de leer la nota y no sé si reír o llorar. Y ahora, ¿cómo le explicamos eso a Celia?