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14 de septiembre de 2014

Dos historias, una vocación (reedición)

Imperdonable omisión: con una familia "abarrotada" de maestras (esposa, hija, primas, etc.), "su" día en Argentina, el 11 de septiembre, transcurrió sin una mención en el blog. En un intento por subsanar este traspié, reedito una nota que mantiene plenamente su vigencia.


josé trepat

La maestra rural

Son las seis de la mañana y el sol apenas deja entrever un halo de luminosidad en la línea del horizonte. La negrura de la noche poco a poco va disipándose y de un momento a otro el canto del gallo anunciará el nuevo día.

Los dos niños, de doce y diez años, se han vestido apresuradamente para enfrentar la fría mañana invernal aunque sus pies calzados con simples alpargatas de lona quedan desprotegidos al chapotear en el barro que ha dejado una noche de lluvia. Ya están acostumbrados. Parecen inmunes al agua y a la escarcha.

Acompañados por el grupo de perros sin raza, grandes y pequeños, que los esperan alborozados moviendo frenéticamente sus colas, los dos niños saben lo que tienen que hacer, ya que forma parte de la rutina diaria mientras dure el período lectivo en el campo argentino de los años 50.

Pasan a través de las alambradas de púa eligiendo el camino más corto hasta el lugar del campo abierto dónde se encuentran los caballos que deberán arrear hasta el corral y colocar en uno de ellos todos los arneses y elementos para atarlo al sulky, ese irreemplazable medio de transporte en caminos embarrados de huellas profundas, imposibles para un vehículo automotor.


Ese día por suerte la lluvia había cesado, y por lo tanto no era necesario que los pasajeros se cubrieran con una lona impermeable, sino sólo con una manta para abrigar de alguna manera las piernas. Tampoco hubiera sido posible utilizar el único automóvil que había en la chacra, un Chevrolet modelo 28 que debía ponerse en marcha con la manivela o manija en la parte delantera del motor.

Aparte del camino intransitable, los pasajeros del sulky no estaban en condiciones de conducirlo. Los dos niños eran muy jóvenes, y el tercer ocupante tenía 18 años y no sabía conducir; era la única maestra de la escuela número 14, distante diez kilómetros, y los niños –su hermano y su primo- sus alumnos.

Casi coincidiendo con la salida del sol, el sulky emprendía la marcha arrastrado por el trote del noble caballo. El niño de doce años llevaba las riendas y el de diez era el encargado de bajar, abrir la tranquera y volverla a cerrar, operación que se repetía ocho veces en el trayecto que atravesaba campos vecinos, con el permiso de sus propietarios, para acortar camino.

La maestra cargaba con todos los elementos de las tareas preparadas para los casi 20 alumnos que la aguardaban en la puerta de la escuelita, ya que eran quien la abría y quien la cerraba una vez finalizado el turno, el único del día.

El alumnado era de lo más variopinto. Cada uno iba vestido como podía y llevaba lo que podía; si le faltaba algo la maestra trataba de proporcionárselo. Su tarea era ímproba ya que cubría todos los grados del ciclo primario. Podríamos decir que la enseñanza era “personalizada”. Pero más que eso, era la única posible. Las edades de los alumnos eran tan disímiles que hasta debía lidiar con los efluvios adolescentes de uno de su edad, perdidamente enamorado de “la señorita”.

Identifiquemos a los personajes

Isabel, mi prima, fue mi primera maestra en el tiempo que estuve viviendo en la casa de mis tíos y recuerdo que con su hermano y conmigo era igual de rigurosa que con el resto de los alumnos; no había privilegios. El regreso a casa era por el mismo camino, incluyendo las ocho tranqueras.

Una vez en nuestro destino, mi primo y yo debíamos desensillar y liberar al caballo hasta el día siguiente. Aquí terminaba nuestro trabajo, pero el de la maestra le ocupaba toda la tarde y parte de la noche, corrigiendo y preparando la tarea para la mañana siguiente. Recuerdo su excelente caligrafía, conseguida sin duda después de miles de hojas escritas.

Sesenta años después, la escuela 14 todavía existe, pero está ampliada, tiene más de una maestra y los alumnos llegan en bicicleta, motos y coches por caminos asfaltados o de tierra consolidada. Cosas del progreso. Para las maestras rurales de entonces todo era muy distinto. Quiero creer que la vocación sigue siendo la misma.

La maestra urbana

La oportunidad de ejercer le llegó bastante después de haber obtenido su título de docente.

El escenario es Buenos Aires y sus suburbios, y la acción se desarrolla unos veinte años después de la época en la que transcurrieron los hechos narrados en la primera parte de estas historias paralelas. Otro tiempo, otro lugar.

La protagonista de este relato encontró la ocasión de llevar a la práctica su aprendizaje en un momento de su vida que tal vez no sea el ideal para hacerse cargo de 30 niños, educarlos y comenzar a moldearlos como personas. Ya estaba casada, con hijos y otros por venir.

Había que hacer malabarismos con el tiempo para cumplir con sus obligaciones de ama de casa, ser madre de sus propios hijos y casi “madre” también de sus alumnos, pues su tarea iba más allá de enseñarles a leer y escribir.

La protagonista había abandonado su empleo de oficinista para dedicarse de lleno a su verdadera vocación, pero el desafío no era fácil. Su labor docente no finalizaba con la campanada del fin de la jornada de clase. Se llevaba a casa todo lo que habían hecho sus pequeños alumnos para corregirlo escrupulosamente, robándole horas al sueño, una vez finalizadas sus tareas hogareñas.

Sin ser psicóloga, procuraba entender y solucionar problemas que “sus” niños de primer grado, traían de hogares a veces desavenidos, a veces carentes de elementos primarios, y a veces carentes de lo que un niño o niña debe recibir de sus padres: amor, comprensión y paciencia.. mucha paciencia.

Mientras tanto, sus propios hijos requerían la debida atención, y cuando los dos primeros se transformaron luego en cuatro, el pandemonio puede ser mayúsculo para una madre-maestra dispuesta a desempeñar esas dos funciones hasta el límite de su capacidad.

Cargar con un niño en brazos, llevar a otro de la mano y la bolsa de la compra en la otra, era una escena repetida para el personaje de este relato.

Claro que en las escuelas había ya sicopedagogas que se encargaban de los problemas de adaptabilidad de los casos más problemáticos, pero antes de que interviniera la profesional, la maestra ya había hecho todo lo posible para entender el problema, hablar con los padres y buscar una solución.

También encontraba el tiempo para preparar el discurso que le tocaba pronunciar en un acto alusivo a alguna efeméride.

A todo esto, los hijos crecían, tenían nuevas necesidades y requerían su atención, ya sea a la hora de las comidas, el cuidado de la ropa, el control de su enseñanza y las visitas al médico a veces en horas intempestivas por algún problema de salud, algo normal en esas edades.

Pero cualquiera hubiese sido el problema, a la mañana siguiente sus alumnos la encontraban en su puesto, con el guardapolvo blanco siempre limpio y planchado, dispuesta a una nueva jornada que podría ser pacífica o desquiciada, eso no se sabía. Los trabajos habían sido corregidos y todos recibían el trato personalizado pues cada uno era diferente al resto.

La retribución por todo ese esfuerzo más allá del deber no era monetaria, pero sí tenía un valor mucho mayor, cuando recibía la gratitud de los padres y de los propios alumnos/as, con una frase repetida: "Gracias 'señorita' por todo lo que hizo por mí".

La protagonista de este historia se llama Beatriz, y esto no es más que un modesto homenaje a quienes entienden la docencia como algo que va más allá de un diploma universitario.
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6 de septiembre de 2014

Recordando...

Nostalgias del campo argentino
(Serie de seis notas - Recuerdos personales)


Es difícil saber cual de las notas que vamos publicando tendrá más aceptación; el criterio de cada uno, siempre respetable, es el que en definitiva decide. Quienes hacemos un blog tenemos la ventaja de poder saber qué nota es la que ha recibido más visitas. En el fondo eso es sólo una curiosidad pero es interesante saber que nos dicen las estadísticas.

A continuación, y continuando la serie Recordando, pueden verse las entradas dedicadas a Nostalgias del campo argentino, y es a la vez una especie de homenaje al post que hasta ahora encabeza la lista de más visitados (más de 5.000 "clicks"). Ese honor le corresponde a la nota titulada Las cosechas, la última de la serie sobre el campo argentino.

Aquí está acompañada de las cinco restantes, así que los nuevos seguidores pueden hacer lo que quieran con ellas: leerlas, dedicarles una mirada superficial, o seguir de largo. Para leer las notas completas sólo haya que cliquear en los títulos de las mismas. 

1. Frutas y verduras

La palabra nostalgia, que según la Real Academia Español, en su segunda acepción, es “Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida” quizás no define exactamente el sentimiento que se pretende transmitir en estas líneas. En este caso particular eliminaría al vocablo “tristeza” pues la sensación es más bien un recuerdo agradable de una época pasada. Se puede sentir nostalgia por muchas cosas y no es cuestión ahora de ahondar en las profundidades del alma y todo eso, sino que nos limitaremos tan sólo a aplicar la palabra a algo que puede ser pueril y hasta intrascendente, esto es: el tipo de nostalgia que pasa por el estómago, ese órgano que sólo entiende de necesidades básicas y primitivas.     (Ir a la nota completa)
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2. El escenario

Hace algunas semanas publiqué la primera de lo que pretende ser una serie de notas basadas en mis recuerdos de la infancia vivida en el campo argentino. Tal vez en los vericuetos de la mente se extravíen los datos sobre lo acontecido en épocas mucho más recientes, pero las imágenes y sensaciones de aquellos años permanecen inalterables.
Debe ser por la intensidad o la abulia con que se viven determinadas situaciones, pero lo cierto es que aquella experiencia, ya tan lejana en el tiempo, me ha dejado marcado, y desde esos lugares vastos y remotos, nació mi admiración y respeto por la naturaleza y sus prodigios.
El habitante de ciudad puede haber visto películas y leído acerca de los espacios abiertos, expuestos de manera admirable por las técnicas de la imagen y las sabias descripciones elaboradas por plumas ilustres, pero poder recordar esas vivencias personales y en directo, es algo irreemplazable. Compartirlas también es un gusto, aunque las palabras tal vez no logren reflejarlas en toda su magnitud. (Ir a la nota completa)
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3. ¡Pobres animales!

En las notas anteriores nos referimos a la prodigalidad de la ubérrima tierra a la hora de dar sus frutos, y a los rigores de la naturaleza en sus distintas e incontrolables manifestaciones. En lo que es tan sólo una serie de apuntes sobre una etapa de la vida, los recuerdos están centrados hoy en la relación entre el hombre –genéricamente hablando- y los animales, y también la de éstos entre sí. Hay mucho de crueldad, aunque a veces el fin justifica los medios, como se verá, pero también mucho de sufrimiento gratuito infligido a esos “seres inferiores” con el único propósito de diversión, por llamarlo de alguna manera. Con el paso del tiempo algunas personas modifican su modo de ver la vida, suerte o desgracia. En mi caso, los años me han servido para conocer y querer a los animales en su conjunto, y seguramente no repetiría jamás lo que décadas atrás fue tan sólo producto de la inconsciencia infantil-juvenil. Y también del ejemplo de los mayores.  (Ir a la nota completa).
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4. El faenado del cerdo

La vida en el campo es un diálogo constante con la naturaleza, con sus alegrías y sinsabores, pero en definitiva, un descarnado enfrentamiento diario entre el hombre y el medio, donde cada cual trata de imponer sus leyes. Del campo proviene toda la materia prima que el ser humano necesita para su subsistencia, y allí está el hombre –el chacarero en Argentina- para extraer todo lo que pueda de las fértiles tierras y también de los animales que se nutren de ellas. Como indica el título de esta serie de notas, lo que priva aquí es la nostalgia por una época de la que fui testigo y partícipe. Los hechos que se relatan corresponden entonces a ese tiempo en el que todo era artesanal; nada que ver con el procesamiento moderno de los alimentos, dónde el congelado de carnes, frutas y verduras forma parte de la vida actual. Quienes hoy viven en el campo seguirán sin duda cultivando sus huertos y árboles frutales para la alimentación diaria, pero en lo que respecta a carnes embutidos y fiambres lo más fácil es adquirirlos en el super mercado del pueblo más cercano.  (Ir a la nota completa)
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5. Un día cualquiera  

Un día cualquiera para la gente de campo comienza cuando el sol todavía no ha comenzado a desputar en el horizonte, y antes de que el gallo se anuncie con su primer y puntual canto. La chacra de Arrecifes, dónde pasé mi niñez y comienzo de la adolescencia, no era la excepción, y así lo asumíamos mi primo Quito y yo porque no nos quedaba otro remedio, para qué lo vamos a negar. En esas primeras horas del día la rutina era siempre la misma, sin importar que fuese domingo o el Día de la Bandera. Este día cualquiera corresponde al verano, época de vacaciones escolares. Los libros y cuadernos ya estaban bien guardados y no serían tocados hasta el comienzo de otro período lectivo, en marzo. Pero el campo no sabe de vacaciones y exige una atención permanente para que brinde sus frutos como corresponde. Después de recibir las muestras de alegría de los seis perros que nos esperaban todas las mañanas para saltarnos encima y expresarnos su cariño con lenguetazos y carreras cortas alrededos nuestro, nos encaminamos a nuestra primer tarea: ir al medio del campo a pie hasta donde se encontraba el rebaño de vacas y llevarlas al corral con ayuda de los perros.   (Ir a la nota completa) 
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6. Las cosechas 

Llegamos a la última etapa de este viaje a través del tiempo, que comenzó cuando un sentimiento de nostalgia inundó la mente con recuerdos de una época en la que trasponíamos los umbrales de la adolescencia y todos los sueños y proyectos nos parecían realizables. Ese paso de la infancia a la pubertad en un escenario tan cautivante como el campo argentino, en contacto directo con la naturaleza y los seres que la habitan, transcurrió entonces sin mayores preocupaciones, las que son propias de la realidad que va acompañada del crecimiento. No obstante, no era ajeno totalmente a las circunstancias familiares por las que me había tocado en suerte pasar mi infancia en esa chacra de Arrecifes. Mis padres habían llegado de España un año antes con una mano atrás y otra adelante, “cargando” con dos hijos y mi abuela materna, además de unos pocos enseres.  (Ir a la nota completa). 
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30 de agosto de 2014

¿Cómo eran realmente?

La respuesta parece obvia pero, quién sabe! tal vez tengamos una idea equivocada de como era realmente el salvaje Oeste, esa tierra bravía de hombres rudos (o no tanto) que dio origen a tantas películas y novelas. Al leer o escuchar la palabra "cowboy" o "vaquero" enseguida nos viene a la mente un hombre a caballo que después de un largo viaje por solitarios parajes erizados de peligros, llega al pueblo y ata su cabalgadura frente al Saloon.

Ya con los pies en tierra, la entrepierna sudada y cubierto por el polvo del camino, palmea el cuello del noble equino, se acomoda la funda del Colt 45 atada al muslo con una tira de cuero, se echa el sombrero hacia atrás con el dedo índice, y se dirige cansinamente al interior del establecimiento, donde el barman, mientras friega los vasos, le dirige una mirada desconfiada. Es forastero y no lo conoce.

El vaquero se afloja el pañuelo del cuello y se pasa la mano por el rostro que luce barba de varios días.
-Whisky! (¿que otra cosa iba a ser?) No hace falta decir más. El barman apoya uno de esos pequeños vasos de vidrio grueso y se lo llena hasta el borde. El vaquero se lo echa al coleto de un solo trago y lo deposita en el mostrador con un sonoro golpe. Mira al barman y sólo hace un gesto levantando la cabeza. El barman sabe lo que eso significa y se lo llena otra vez. Después de esta segunda dosis el hombre mete la mano en el bolsillo de su chaleco, saca una moneda y la deja junto al vaso (aparentemente siempre paga lo justo porque nunca vi que le dieran vuelto, o quizás deja propina).

-Una barbería? pregunta con gran economía de palabras. El barman lo mira y hace un rápido movimiento de cabeza hacia su izquierda. Claro, quiere decir que saliendo, a mano izquierda, la encontrará. El vaquero abandona tranquilamente el Saloon.

Si esta no es la imagen de un cowboy "clásico" es bastante aproximada. Pero en nuestra juventud, allá por las décadas de 1950 y 1960, los adolescentes que gustábamos de las películas de vaqueros e indios, teníamos otros héroes, bien distintos al descrito aquí. Los memoriosos tal vez recuerden a Roy Rogers y su caballo Tiger, a Gene Autry con su guitarra y sus insoportables canciones, y más adelante al Llanero Solitario y su fiel amigo, el indio Toro.

Nuestro héroes eran increíbles. Siempre bien afeitados, vestidos de manera impecable con modelitos de llamativos colores, pantalones bien ceñidos que resaltaban su anatomía, botas perfectamente lustradas y sombreros flamantes que jamás se les caían ni en las peleas más feroces. Las balas que vomitaban sus revólveres relucientes debían tener algo especial porque no dejaban marca en la ropa de sus enemigos y tampoco manaba una sola gota de sangre de las heridas.

Roy Rogers y Gene Autry andaban siempre en pueblos y sus inmediaciones, o sea que podrían tener cerca algún servicio de lavandería y planchado, pero el Llanero solitario y Toro nunca estaban en el mismo lugar y sin embargo la camisa del Llanero siempre estaba bien planchada y sin máculas de suciedad. Es verdad que después de sus misiones justicieras llegaban siempre a una roca grande y se ocultaban detrás. ¿Tendrían allí sus enseres domésticos, como plancha a leña por ejemplo? Nunca los sabremos ni tampoco sabremos si estos tres atildados vaqueros tenía alguna inclinación diferente al resto de sus congéneres.

Esos tiempos de fantasía quedaron hechos trizas con el paso de los años cuando los Clint Eastwood, Charles Bronson o Lee Marvin, para citar a sólo tres, aparecieron en escena con sus rostros barbados, vestimenta con evidentes señales de uso, botas gastadas, uñas sucias y un cigarro colgando de los labios. Nos hicieron pensar que tal vez ellos eran la imagen de los auténticos hombres del Oeste.

Lo que puede el cine! Nos hace creer cualquier cosa!.
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27 de febrero de 2014

La guitarra está de luto


Un día, hace ya muchos años, escuché en la radio una pieza musical ejecutada en guitarra por un, para mí, ignoto Paco de Lucía. Era una especie de rumba flamenca titulada "Entre dos aguas", una de las pistas de un long-play que estaba siendo promocionado. Nada más concluida la interpretación, supe que era algo diferente a las versiones de flamenco de tantos guitarristas notables de la época.

Con ganas de más, compré el long-play y pude ver el rostro del artista ocupando la tapa. Escuché el resto de las pistas y a partir de ese momento, ese tal Paco de Lucía pasó a engrosar la lista de mis favoritos, a tal punto que fui adquiriendo los discos de vinillo de larga duración que siguieron a Entre dos aguas. Esa música tan particular me acompañó en muchos de los quehaceres domésticos. Más adelante pude ver a ese guitarrista andaluz en televisión y el placer fue total. Las expresiones de su rostro iban en consonancia con el ritmo que imprimía a sus interpretaciones. Me pareció fascinante.

En esa época mis dos hijos mayores estudiaban guitarra y lo hacían con todos los aditamentos de la música: el tedioso solfeo y la lectura de partituras. Los estudios de los vástagos se fueron diluyendo con el tiempo, pero como la guitarra estaba en casa, yo también intenté algunos rasgueos, sólo como curiosidad; lo mío no paso de ahí. Pero quienes alguna vez han pulsado las cuerdas de una guitarra sin duda saben que no es fácil (lo mismo debe ocurrir con cualquier otro instrumento).


Todos fuimos creciendo con el paso de los años y Paco de Lucía también. Seguía su trayectoria con verdadero interés y me complacía que se hubiese convertido en un artista de renombre internacional, poco menos que venerado por (¿tendría que decir "casi"?) todos los públicos que gustan del flamenco.

Por carecer de conocimientos musicales profundos sólo puedo hablar a partir del sentimiento. Me parecía que ese artista era absolutamente sincero, que su música salía de esos dedos maravillosos y también del corazón, como más adelante escuché en sus propias declaraciones. Nunca percibí en ese portentoso guitarrista  el menor atisbo de soberbia; la mesura y la humildad primaban en sus declaraciones.

Otra cosa era con su guitarra, con la que difundió el flamenco como nadie hasta ganarse la admiración  del grupo más especial, el de sus propios colegas. Algunos puristas podrán decir que se apartó de las raíces del flamenco con sus innovaciones, al mezclarlo con otros ritmos, como el jazz, la rumba, la música brasileña y algún otro que ahora no recuerdo. Estrellas de la talla de John Mclaughlin y Al Di Meola supieron de su compañía para gestar sendos long-play. Dueño de una técnica perfecta, al decir de los entendidos, incursionó también en temas clásicos, como El concierto de Aranjuez, Czardas de Monti, etc. pero su fuerte fue siempre el flamenco.



Las comparaciones siempre son odiosas. Por eso, quienes afirman que fue el más grande guitarrista español, chocarán sin duda con los que sostienen que ese sitial le corresponde a Andrés Segovia. Pero son dimensiones distintas. Dejemos a los dos en el sitial más alto y todos quedaremos conformes.

Andrés Segovia, en lo clásico tal vez haya sido incomparable por la atmósfera propia que creaba con su guitarra. En fin, que lo digan los expertos. Otros mencionarán a Narciso Yepes y su guitarra de 12 cuerdas.
Todos fueron únicos como lo fue también el genial Francisco Sánchez Gómez, más conocido com Paco de Lucía. 
JT*



21 de octubre de 2013

El inolvidable mundo de la historieta

José Trepat
Pasaron ya 60 años, pero como si fuera ayer! Es que hay recuerdos de una determinada etapa de la vida que es imposible olvidar; o tal vez no los queremos olvidar porque corresponden a momentos de ilusión y fantasía en la que todo nos parecía posible.

Con el paso del tiempo aumentaron las obligaciones y los duros golpes de una realidad que nada tenía que ver con ese mundo de ficción que los pre adolescentes encontrábamos en los personajes salidos de lo que para nosotros era un verdadero tesoro: las revistas de historietas.

Hablo en plural porque seguramente no soy el único que ha tenido esas sensaciones pero también es cierto que la infancia-juventud de otros habrá sido diferente, así que para una mayor precisión voy a delimitar esta nota a mi experiencia personal.

Mi acercamiento a los personajes de historieta se produjo a los 10 años en la vastedad del campo argentino, donde el único contacto con el exterior era la radio a lámparas y obviamente enchufado a la electricidad que suministraba un acumulador alimentado por un molino de viento. Pero un buen día, el hallazgo de pilas de revistas guardadas en un armario me permitió entrar a un nuevo mundo. Además de las Selecciones del Reader's Digest ya mencionado en otra nota, encontré allí pilas de Billiken y Patoruzú, publicaciones muy populares en esa época. Comenzaba un paseo -que todavía sigue- por los caminos de la fantasía.

Pelopincho y Cachirula era una historieta unitaria impresa a todo color, pensada para niños y por lo tanto cargada de ingenuidad. Había sido creada por el dibujante uruguayo Fola y relataba las andanzas de dos amiguitos, el algo torpe Pelopincho y la más avispada Cachirula. En la misma revista me encontraba también con otra simpática pareja, Ocalito y Tumbita, nombres todos estos bastante curiosos.

Con el indio Patoruzú la empatía fue inmediata y se prolongó en el tiempo, prácticamente hasta que dejó de publicarse. Cuando lo conocí, el personaje creado por Dante Quinterno tenía ya muchos años de vigencia, desde 1928, y fué -o es- quizá el más representativo de la historieta argentina.

Patoruzú, un cacique tehuelche, había comenzado sus andanzas como un personaje humilde, taciturno e ignorante, a cargo de un tutor porteño con más educación, Isidoro Cañones, su padrino, quién con el tiempo fue consolidándose también como protagonista y tuvo sus tiras propias. Después de ese comienzo un tanto apagado, el dibujante y creador Dante Qinterno, lo transformó en un poderoso estanciero de la Patagonia, dotado de una fuerza y velocidad increíble pero sin perder nunca la ingenuidad.

Su generosidad en la distribución del dinero entre los débiles y humildes fue el eje de muchos episodios. Un dato curioso es que al comienzo su nombre no era Patoruzú sino Curugua-Curiguagüigua, pero el director del diario que publicaba las tiras sugirió a Quinterno que lo cambiara por otro "criollo y pegadizo, como la pasta de orozuz" (un dulce popular de la época) "porque su nombre le descoyuntaba las mandíbulas".

Con el traslado de la quietud del campo a la caótica Buenos Aires. el noble indio y su entorno: la Chacha, que lo había criado desde niño, Ñancul, el capataz de su estancia, Pampero, su caballo imbatible y el ladino padrino Isidoro Cañones, se vinieron conmigo y durante muchos años seguí sus andanzas.

En Buenos Aires no todo era gratis como en la chacra del campo. Todo había que comprarlo y la situación económica familiar no daba para esos "excesos". De manera que lo poco que podía conseguir con las monedas que me daban mis padres, tenía para mí un valor incalculable.

Un día vi en un kiosko de revistas que había salido una nueva: Rayo Rojo, de formato muy pequeño y a un precio asequible, 20 centavos. Comencé así a coleccionarla y desde el primer número me "enamoré" de su personaje estrella, Colt Miller, el justiciero. Los episodios tenían continuidad así que esperaba con ansiedad la llegada del lunes para ir al kiosko y aumentar la colección que guardaba en una caja de cartón. No sé cuántas veces habré leído las mismas revistas.

Esa fue la primera revista "mía". La segunda fue Fantasía, que salió poco después y que esperaba con la misma expectativa semana tras semana. Allí estaban las aventuras del "Coronel X", episodios de espionaje durante la Segunda Guerra Mundial; mi mundo iba ampliándose. Pero lo bueno estaba por llegar.

Había que ayudar a la economía familiar y la oportunidad se presentó cuando me llamaron para ir a trabajar a un puesto de venta de diarios y revistas, en las horas que me quedaban libres después de la escuela. No lo podía creer! Tenía todas las revistas a mi disposición! Y hasta me dejaban llevarlas a mi casa y traerlas al día siguiente siempre que las cuidara bien. ¡No podía pedir más!

De todos los personajes que conocí, algunos quedaron en mi memoria. Una que formó parte de la edad de oro de la historieta argentina era Misterix, que comenzó a editarse en 1948 y siguió publicándose hasta 1965. Allí disfruté de las aventuras del personaje que le dio nombre, Misterix, de Kansas Kid (comenzaban a gustarme las andanzas de vaqueros), y de otro que llegó a gustarme mucho, Bull Rockett, un ex piloto de pruebas creado por el notable y famoso Héctor Germán Oesterheld, el padre de El eternauta, posiblemente la mejor historieta jamás creada. Con Bull Rockett comenzaron a interesarme esas historias "inteligentes" y bien elaboradas. Apareció en 1952 dibujado por el eximio artista italiano Paul Campani, el mismo que ilustró las viñetas de Misterix en su primera época.

Oesterheld creó también junto con Hugo Pratt al corresponsal de guerra Ernie Pike, una serie de historieta bélica ambientada en la Segunda Guerra Mundial. Ernie Pike estaba basado en Ernest Pyle, un periodista norteamericano de la vida real. Su rostro fue dibujado copiando los rasgos del propio Oesterheld. A diferencia de los estándares del género, la historieta no relata batallas ni estereotipa a los Aliados o a los Nazis como "buenos" o "malos". En cambio, se concentra en relatar historias trágicas de los soldados, generalmente malentendidos o desencuentros que acaban mal: personajes que pierden la razón, que matan a sus amigos por error o por creer erróneamente haber sido traicionados. Oesterheld utiliza la historieta bélica para reflejar su rechazo por la guerra.

Si hablamos de historietas no puede faltar Tarzán, el hombre-mono que pergeñó Edgar Rice Burroughs y que ha tenido numerosas versiones tanto en revistas como en el cine y la televisión. La radio está asociada también a Tarzán en mis recuerdos. Todos los días a las seis de la tarde Radio Splendit emitía un capítulo de 15 minutos, con barritos incluidos del elefante Tantor.

Tarzán hizo su aparición como historieta en 1912, adaptada después como novela. Recordemos su historia, que Wikipedia tiene la gentileza de facilitarnnos:
John Clayton es el único hijo de una pareja de aristócratas escoceses perdidos en la selva africana a finales del siglo XIX. Después de sus muertes, John es adoptado por una manada de simios parecidos a los gorilas, los «mangani», estos le llaman «Tarzán», que en maganí significa «piel blanca». Tarzán adquirió grandes habilidades físicas, podía saltar desde los árboles, columpiarse por la lianas y era capaz de enfrentarse a cualquier animal salvaje para defender a su familia, sin embargo, también heredó un gran nivel de habilidad mental. Solamente vuelve a contactar con seres humanos cuando ya es adulto. En este período, aprende a hablar francés e inglés y visita el mundo civilizado, pero lo rechaza para volver a la jungla.
Volviendo a la fantasía pura, tenemos a Mandrake el mago, que nació en 1934 de la imaginación de Lee Falk. Mandrake era un ilusionista con una capacidad hipnótica rápida y efectiva. Además de un consumado mago del mundo del espectáculo luchaba contra criminales y malhechores. Cuando gesticulaba hipnóticamente éstos veían sus armas transformadas en serpientes o barras ardientes. Junto con su amigo Lothar, un gigante negro, Mandrake no figuraba entre mis historietas preferidas pero también ocupó un espacio. Viéndolo ahora a la distancia, causa risa su disfraz, igual que el de Lothar, que se movía en la ciudad con sólo un tapa rabo de piel de leopardo.

Mucho más creíble era el detective Rip Kirby, nacido de la imaginación y el dibujo excepcional de Alex Raymond. Esta tira fue publicada en la prensa norteamericana desde su nacimiento en 1946 hasta 1999, también otros países por supuesto, en períodos varios.

Raymond, que antes de la guerra había dado vida al conocido personaje Flash Gordon, dibujó la tira hasta su muerte, ocurrida en accidente de automóvil el 6 de septiembre de 1956. En un primer momento, el propio dibujante escribía también los guiones, pero desde 1952 (o, según algunos, desde 1948) fue auxiliado por Fred Dickenson. Tras la muerte de Raymond, tomó el relevo de la serie John Prentice, quien a su vez contó con la ayuda de dibujantes como Alden McWilliams, Al Williamson y William Boring. Dejó de publicarse el 26 de junio de 1999.

Leemos en Wikipedia: El protagonista es un detective neoyorquino, aunque muy distante de los patrones del género. Es un antiguo combatiente de la Segunda Guerra Mundial, alto y atlético, de mediana edad. Viste con elegancia, lleva gafas de gruesa montura, fuma en pipa y es amante del coñac y la música clásica (toca el piano). Le gustan también el golf y los coches deportivos. Vive en un confortable apartamento con Desmond, un ex convicto inglés transformado en sofisticado mayordomo. 

Kirby está prometido a la rubia Honey Dorian, pero en su amor se cruza con frecuencia la morena Pagan Lee, con lo que las historias de la serie no discurren siempre por los cauces habituales del género policíaco, sino que se da cabida a temáticas propias de otros géneros, como el melodrama sentimental. En sus aventuras consigue descifrar los más intrincados casos, mostrando influencias tanto de Dashiell Hammett como de Agatha Christie. Los casos se resolvían según la pauta de "¿Quién es el asesino?", pero los malhechores pertenecían a todos los estamentos de la sociedad y se movían por pasiones humanas perfectamente reconocibles y creíbles. Carecía de la falsedad inherente al mundo de Christie, centrándose en la realidad social del momento.

El Sargento Kirk es otra creación de Oesterheld. Su primer dibujante fue el italiano Hugo Pratt, entonces radicado en Argentina, y posteriormente por Solano López y otros. Kirk pertenecía al Regimiento 7 de Caballería del Ejército Estadounidense que sirve en la postguerra del Lejano Oeste. Es forzado a participar en una masacre de Amerindios, y Kirk deserta y se dedica a criar caballos en el Ranch del Cañadón Perdido con amigos como él: Maha, un indiecito sobreviviente de la tribu Tchatoga; El Corto, un ex ladrón de caballos, y Forbes, un médico ex alcohólico, quien es el que narra las historias. Son personas sin un lugar definido en ese mundo que los rodea. Esencialmente un hombre noble, Kirk trata incluso a sus enemigos con tolerancia y humanismo.

Dos super pesados de la historieta que han mantenido su vigencia a través del tiempo: Superman y Batman. Los dos son personajes inverosímiles pero así son las historietas, imaginación pura.

Superman es un super héroe creado por el escritor estadounidense Jerry Siegel y el artista canadiense Joe Shuster en 1932.


Con el éxito de sus aventuras, Superman ayudó a crear el género del superhéroe y estableció su primacía dentro del cómic estadounidense. La apariencia del personaje es distintiva e icónica: un traje azul, rojo y amarillo, con una capa y un escudo de “S” estilizado en su pecho, escudo que se ha convertido en un símbolo del personaje en todo tipo de medios de comunicación.

La historia original de Superman relata que nació con el nombre de Kal-El en el planeta Krypton; su padre, el científico Jor-El, y su madre Lara Lor-Van, lo enviaron en una nave espacial con destino a la Tierra cuando era un niño, momentos antes de la destrucción de su planeta. Fue descubierto y adoptado por Jonathan Kent y Martha Kent, una pareja de granjeros de Smallville, Kansas, que lo criaron con el nombre de Clark Kent y le inculcaron un estricto código moral. El joven Kent comenzó a mostrar habilidades superhumanas, las que al llegar a su madurez decidiría usar para el beneficio de la humanidad.


A Batman y su amigo Robin los crearon los estadounidenses Bob Kane y Bill Finger. La identidad de Batman ha sido asumida por dos personajes hasta el momento, el primero fue Bruce Wayne (renombrado como Bruno Díaz en algunos países de habla hispana, un empresario multimillonario y filántropo.

Después de ser testigo en su niñez de la muerte de sus padres, jura venganza y, tras someterse a un riguroso entrenamiento físico y mental, se dedica a combatir la delincuencia en Ciudad Gótica. A diferencia de otros superhéroes, no posee superpoderes sino que utiliza el intelecto junto a aplicaciones científicas y tecnológicas para crear armas y herramientas con las cuales atrapar a los criminales. Reside en la mansión Wayne (en cuyos subterráneos se encuentra la Baticueva), y es asistido por el fiel el mayordomo Alfred Pennyworth.

No vamos a plantear aquí todos los interrogantes que nos dejan el modo de accionar de algunos de estos héroes. Son muchos y variados, pero que cada uno de nosotros se quede con la fantasía. Tampoco hablaremos de las sospechas de dudosa moralidad en las relaciones Batman-Robin y El llanero solitario-Toro. Ese aspecto ya fue abordado en otra nota.

Como colofón, una mención a dos historietas más actuales pero igual de excepcionales.

Mortadelo y Filemón es una serie de historieta humorística creada y desarrollada por el español Francisco Ibáñez a partir de 1958, la más popular de las suyas, y probablemente de todo el medio en España. La serie nació con el nombre de Mortadelo y Filemón, agencia de información, tomando como base cómica la ficción de detectives y con historietas de una a cuatro páginas. Desde el principio los personajes protagonistas estaban definidos: Filemón es un hombre colérico de dos pelos y es el jefe. Mortadelo es alto y calvo, con nulo sentido común.




Astérix el Galo
Serie de historietas cómicas creada por René Goscinny (guion) y Albert Uderzo (dibujo), aparecida por primera vez el 29 de octubre de 1959 en la revista Pilote. Traducida a multitud de idiomas (incluyendo latín y griego antiguo), está disponible en otros muchos países, lo que la convierte probablemente en la historieta francesa más popular del mundo y en la más popular del ámbito francófono, junto a la belga Tintín. Un elemento clave para el éxito de las series es el hecho de que contiene elementos cómicos para lectores de distintas edades: a los niños suelen gustarles las peleas y otros gags visuales, mientras que los adultos suelen apreciar las alusiones a la cultura clásica, las figuras contemporáneas y los juegos de palabras.
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18 de septiembre de 2013

Mis amigos los chanchos

Como administrador del blog hoy me gratifico con esta nota bastante personal pero que, por supuesto me gusta compartir. Es un nuevo viaje al pasado, a aquellos felices y despreocupados días de la pre adolescencia cuando las circunstancias me situaron en un escenario que nunca pude olvidar y dónde germinó el amor que siento por CASI todos los mamíferos de cuatro patas: el campo argentino.

Es sabido y aceptado por todos que el perro y el caballo son los animales que tienen mayor afinidad con el hombre. Estos fieles compañeros entrarán y saldrán de esta nota de manera esporádica y circunstancial, ya que el protagonista hoy es el cerdo, o marrano, porcino, cochino, puerco y chancho, como todos lo conocemos en Argentina. Conocí al chancho a lo largo de todas las etapas de su vida y me encariñé con este animal cuyo triste destino es no morir nunca de viejo. Puede sonar entonces hipócrita este confesado "amor" por los marranos, cuando me los como con deleite. Debo pedir perdón por ello, pero no tengo la voluntad necesaria para engrosar la fila de los vegetarianos. ¿Hipócrita? Sí, ¿Sincero? también.

Después de este poco convincente intento de exorcismo, me dispongo a acompañar a un puerco, desde la gestación hasta que llega su hora final, de lo cual no es consciente y por lo tanto su vida, aparentemente, transcurre feliz y despreocupada.

Vamos a hablar primero de su lugar de residencia, por lo menos el tipo de recinto que yo conocí en una chacra del campo argentino. Había allí veinte o treinta chanchos de todos los tamaños que deambulaban en un espacio bastante amplio pero cercado por sólidas alambradas. Podían acomodarse también bajo un techo de chapas para resguardarse del sol, la lluvia o el frío.

Se sabe que la limpieza no es lo suyo. El chiquero estaba lleno de excrementos que estos puercos olisqueaban y también degustaban sin importarles el "que dirán". En todo lugar campestre de concentración de cerdos no debe faltar un gran charco de barro para que puedan retozar a gusto, sobre todo en verano. Allí estaban entonces padres, hijos y hermanos, ajenos a lo que el destino tenía reservado para cada uno de ellos, según tamaño y sexo.



Permanecían en ese recinto durante la noche y la mayor parte del día, porque todas las mañanas mi trabajo era abrirles la puerta para que anduvieran libremente por el campo con el hocico a ras del suelo y metiéndose en la boca todas las porquerías que encontraban. Mi tarea era vigilar que no se dispersaran y para ello contaba con la ayuda de los perros, cuya mayor diversión era -cuando recibían la orden- salir disparados hacia un chancho alejado de los demás. Cuando éste los veía acercarse echaba a correr con sus patitas cortas y rígidas, pero ya era tarde. Los perros hincaban sus colmillos en las grandes orejas marranas y uno de cada lado tironeaban hasta que el cuidador se acercaba y a patada limpia los obligaba a soltarlo.

Eso se repetía diariamente, pero los marranos no aprendían la lección. Una y otra vez se separaban del resto y vagaban a su aire; parecería que su cerebro no recordaba que el día anterior casi habían perdido las orejas en medio de chillidos escalofriantes. Después del paseo diario, a encerrarlos en su chiquero hasta el día siguiente.

El origen

Todo comienza con la cópula del padrillo y la hembra, ritual que se llevaba a cabo con mucha parsimonia y tranquilidad. El macho monta a la cerda, totalmente inmóvil y se produce el acoplamiento, que puede durar bastante sin que prácticamente se muevan y sin gemidos de pasión. Todo se hace con mucho recato. Una vez consumado el acto, el padrillo se retira sin siquiera saludar a su compañera.

Comienza entonces una espera de poco más de tres meses sin que varíe la rutina diaria, pero cuando faltan pocos días para el parto, la cerda debe ser aislada del resto. ¿Por qué? Porque el padrillo u otros chanchos grandes suelen comerse a las crías recién nacidas.

Se disponía un lecho de paja seca en el lugar dónde la cerda iba a traer al mundo a una nueva camada de cochinillos. Si se observa la parte inferior de la hembra podrán verse alrededor de 14 o 16 tetillas, o sea que es la cantidad de pequeños gorrinos que de un momento a otro comenzarán a ser expulsados sin prisa y sin pausa. Como testigo presencial de ese momento sublime de la Madre Naturaleza, ví que apenas nacido, el pequeño cochinillo se dirige trabajosamente a una de las tetillas.El orden de nacimiento puede ser importante porque si aparecen más que la cantidad de pezones, el último en llegar puede quedar ya sentenciado. Una vez concluido el parto, la madre hace limpieza del único modo que sabe; comiéndose la placenta.



La excelente leche materna hace que los lechones crezcan rápidamente, sanos y fuertes, pero si alguno nació débil tal vez no puede recuperarse si no logra enchufarse a "su" teta, y muere; algún otro puede quedar aplastado bajo el cuerpo de la madre. Esto suele ocurrir cuando no hay asistencia externa, es ley de vida.

Superada esa etapa inicial y al poco tiempo los gorrinos y su madre pasan a integrar el grupo y se amplía su menú alimenticio, con diversos cereales, especialmente el maíz, su manjar predilecto. Esta camada ha sido espléndica, 16 cachorros lozanos, inquietos y juguetones. Ya son casi independientes y cada uno tiene su destino marcado.

A mi primo y a mí (12 y 10 años) se nos ocurrió "amaestrar" a dos lechoncitos y para ello debíamos tener contacto con ellos. Como no respondían a nuestros gestos de que se acercaran y comieran de la mano, no se nos ocurrió otra cosa que iniciar una persecución. Los lechones corrían despavoridos ya que desconocían nuestras buenas intenciones. Una vez agotada la resistencia los arrinconamos y capturamos cada uno el suyo. Respondían a nuestras caricias con chillidos aterradores, los muy desagradecidos. Frustrados, los soltamos y salieron disparados como alma que lleva el diablo, según el refrán popular. Conclusión: es muy difícil amaestrar a un cerdo, por lo menos con nuestro sistema y poca paciencia.


Alrededor de tres meses después del parto había que tomar una decisión con los gorrinos; allí se decidiría su destino. Entre tantos lechones solamente uno o dos conservarían sus testículos para seguir su vida natural y convertirse en padrillos para la continuación de la especie. Los que no tuvieron esa suerte iba a ser sometidos a un capado rápido y expeditivo. Dos personas sujetaban al lechón y otro, con un cuchillo bien afilado, hacía un corte en escroto y sin más, cortaba el testículo y lo arrojaba a sus espaldas. No llegaba al suelo; los perros lo cazaban en el aire; cómo les gustaban. Un poco de líquido desinfectante en la herida  y que pase el siguiente. Los capados se habían quedado sin esos atributos y se había firmado para ellos la sentencia de muerte: al poco tiempo serían vendidos para el consumo. Triste, pero es así. 

Mientras tanto, la vida en el chiquero continuaba con su rutina. Ajenos a lo que les aguardaba, los chanchos retozaban alegremente entre el barro, atentos siempre a la comida que pudiera llegarles que, sea lo que fuere, todo era bien recibido. Causaba mucha gracia escuchar el crunch crunch que sus mandíbulas hacían al masticar las cáscaras de sandía y la fruta podrida recogida previamente en el monte de árboles frutales. Todo era una delicia para ellos, pero con pocas cosas disfrutaban tanto como con las espigas de maíz que ocasionalmente recibían.

Una de las mayores diversiones de los cerdos es escaparse de su lugar de encierro. Las alambradas debían estar bien tirantes y a ras del suelo porque con el hocico multiuso los puercos también hacen pozos y ello les permitía pasar por debajo del alambre hacia la libertad. Después había que ir a buscarlos y encerrarlos nuevamente antes de que entraran en alguna huerta y pisotearan todo lo sembrado, además de comérselo. Se probó con electrificar las alambradas, pero tampoco dio resultado. Por eso había que vigilarlos durante el día y encerrarlos a la noche en un lugar más protegido y seguro.

Los lechones que habían sido capados permanecían en la chacra algún tiempo más y luego eran vendidos a las empresas de chacinados. De ese grupo inicial se reservaban uno o dos que recibían un trato preferencial cuyo propósito ellos desconocían: se los engordaba para el faenado y consumo interno. Ese animal alegre, feliz y despreocupado se transformaba en jamones, chorizos, morcillas, costilla, panceta, corteza, hígado, riñón, en fin... prácticamente todo en el cerdo es aprovechado.

Vease la nota El faenado del cerdo  

Los afortunados que habían conservado sus testículos crecían en tamaño, comían a placer, daban rienda suelta a su líbido y eran posiblemente -no lo puedo asegurar- los únicos que morían de viejos.
-José Trepat


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12 de septiembre de 2013

Amores que no se olvidan

Los hombres (algunos) tenemos una relación especial con los coches; llegan a ser una extensión de nosotros mismos, y más cuando el ansiado Título de propiedad lo conseguimos con mucho esfuerzo. En este terreno tuve dos grandes amores: el incomparable Citroen 2CV, protagonista de tantas anécdotas, y el también "único" Fitito, el primer cuatro ruedas propio y leit motiv de esta nota.

El paso de los años relega al olvido hechos cotidianos y situaciones que por no ser relevantes se pierden en el tiempo. Pero algunas de esas vivencias siempre están presentes cuando alguna circunstancia las rescata del desván de los recuerdos, como puede ser una lluvia fuerte o las temidas inundaciones. Esto viene a cuento porque la noche pasada un aguacero con viento, truenos, rayos y centellas se abatió sobre la población. Una vez más me vino a la memoria lo ocurrido hace 38 años... en un Fiat 600 y en Argentina.

Reconozco que en esta nota algo tiene que ver también un ex colega de Reuter, Jorge Otaola, el orgulloso propietario de un Fitito que no hace mucho nos atosigó en Facebook con una campaña orientada a buscar un nombre para su preciado tesoro. Después de numerosas sugerencias, finalmente se decantó por "El rayo" turquesa, y allí va el bueno de Jorge por las rutas argentinas al volante de su querido y diminuto bólido, igual al que era mío, pero no turquesa sino celeste, muy parecidos.  El amigo Otaola se apacigüó un poco, pero dejó al 600 flotando en mi mente. Esto y la tormenta de anoche engendraron estos párrafos.

La anécdota comienza con las vacaciones del 74, que consistían en pasar una semana en Alta Gracia, Córdoba, en un hotel apartado de la ciudad y junto a un río. Hacia allí nos dirigimos Beatriz, Guillermo de un año y Pablo, de cuatro, en nuestro flamante Fiat 600, al que tuvimos que colocar el portaequipaje en el techo para las maletas y todo lo que pudieran necesitar dos niños de esas edades. Quien ha visto un 600 debe admitir que su capacidad es limitada. Salimos de Buenos Aires temprano en un día de mucho calor, que llegó a ser insoportable a la hora de la siesta. Pero el Fitito no se rindió y alcanzamos nuestro destino humeando y con el agua del radiador casi hirviendo.

Llegamos al hotel de noche después de cruzar un puente sobre el mencionado río. Cansados pero contentos nos dispusimos a pasar allí siete días de descanso, con sol y baños en el río. El primer día fue perfecto: Febo, naturaleza a tope, agua que corría mansamente, tranquilidad y buena comida. Pero fue el primero y último en esas condiciones....

El segundo día amaneció nublado pero lo aceptamos como una contingencia normal, ya mejoraría el tiempo. Así que nos dedicamos a comer y a tratar de entretener a los niños. Uno de ellos, Guillermo, comenzó a caminar precisamente allí.

El tercer día comenzó a llover. El humor de los huéspedes iba cambiando en consonancia con el tiempo. El agua del río ya no corría mansamente sino que el caudal aumentaba de manera alarmante. Paciencia y resignación, no cabía otra cosa.

El cuarto día comenzamos a preocuparnos seriamente; la lluvia no había cesado en ningún momento y veíamos que el nivel del río estaba a poco centímetros del puente. De seguir así las condiciones, en un día más sería imposible cruzarlo y quedaríamos atrapados hasta vaya uno a saber cuando, porque no existían partes meteorológicos y nadie podía asegurar nada. Había que tomar una decisión, y ésta fue la de irnos antes de que el agua llegara al puente. Cargamos el Fitito y partimos después del almuerzo; las vacaciones habían sido un desastre pero por lo menos habíamos podido salir de allí a tiempo. Luego supimos que el puente efectivamente había quedado intransitable.

Tomamos la ruta hacia Buenos Aires, pero con la intención de pasar la noche en algún lugar que nos ofreciera techo y comida. Tratamos de meter la mayor cantidad posible de cosas dentro del vehículo para que no se mojara. Todavía era de día, pero la visibilidad muy escasa debido a la cortina de agua. No sé por qué razón seguimos avanzando cuando lo más sensato hubiese sido quedarnos en algún pueblo a la brevedad posible. Todos sabemos las distancias que hay en Argentina; tal vez buscábamos alguna población y no veíamos ninguna.

De pronto se hizo de noche y quedamos librados a nuestra suerte. Dependíamos del Fitito porque estábamos en medio de la nada; no se veía a más de dos metros y el pavimento estaba cubierto de agua. Yo tenía la vista fija en el borde de la ruta para no salirme a la banquina porque si eso ocurría allí nos quedábamos. Los pocos vehículos que venían de frente, sobre todo camiones, nos echaban tanta agua que me tapaban la visión completamente. ¿Por qué negarlo? un frío me corrió por la espalda (es una manera de decir). Tenía miedo realmente pero era por Guillermo y Pablo, ajenos a todo.

Aferrado al volante del noble autito seguía adelante sin quitar la vista del borde del asfalto. No podía detenerme porque eso hubiese sido igual a una tragedia inevitable, había que seguir. Al frente la negrura era absoluta y la lluvia no paraba. No recuerdo lo que pensaba en esos momentos, quizás en el error de no haber parado mucho antes cuando estábamos todavía en las inmediaciones de Alta Gracia. Era tarde para arrepentimientos y había que continuar. Que el agua no alcanzara el sistema eléctrico del vehículo, por favor!!!!

No sabíamos dónde estábamos, sólo que era la ruta 8 y debíamos seguir por esa recta interminable en medio de una oscuridad total y con el limpiaparabrisas funcionando a toda velocidad, la única manera de tener algo de visibilidad; que no le pasara nada al coche! Los minutos se hacían horas y todo seguía igual.

De repente, muy lejos, en el horizonte y un poco a la derecha, alcanzamos a divisar una pequeña luz, un puntito blanco que subía y bajaba según los vaivenes del coche. Era el polo magnético de nuestra bújula imaginaria, ojalá la ruta nos llevara hacia allí, aunque si resultaba ser alguna casa a la que se accedía por un camino de tierra, había que olvidarse: salir del asfalto significaba quedarse enterrado en el barro.

Aunque era presa de la ansiedad no quería forzar la marcha de apenas 40/50 kilómetros por hora, no se podía ir más rápido. ¡Un cartel! A mano derecha vimos un cartel al que íbamos acercándonos. Recién a cinco metros pudimos leerlo: LA CARLOTA. ¡Estábamos cerca de una población! ¡Y bastante grande!
La luz poco a poco se hizo más grande y se transformó en varias luces dispersas que señalaban la presencia de....UN MOTEL! Justo lo que necesitábamos!


El momento en el que abandonamos la peligrosa ruta para tomar el acceso al motel debe haber tenido una descarga emocional que ahora no recuerdo pero es fácil imaginarlo. Estacionamos el 600 en un parking techado y apagué el motor. ¡Que alivio y que alegría! Y como si todo eso fuera poco, el motel tenía un restaurante y estaba abierto a pesar la hora (serían las 10 de la noche). Nos instalamos en la habitación y fuimos al comedor dispuestos a aceptar lo que pudieran prepararnos. Nos trajeron unas milanesas con papas fritas que sabían a gloria; es lo que recuerdo de esa noche.

Después de comer acostamos a los niños y entonces salí de la habitación y me acerqué al todavía chorreante 600. Apoyé una mano en la carrocería y besé la chapa mojada mientras por mi mente desfilaba una sucesión de imágenes de lo que pudo haber pasado. Vagamente recuerdo que fue un momento de catarsis de emociones contenidas. El pequeño Fitito no pudo haberse portado mejor. Seguramente a lo largo de su vida útil me habrá causado algún problema pero ni siquiera los recuerdo; con lo de esa noche, todo lo demás queda olvidado.
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