La vista de El País,
completaría el engañoso título de hoy. Y mira que nuestra pretensión inicial
era alegrarles la pestaña con la quinta entrega de las chicas son boxeras (les compensamos con un enlace a la cuarta que hemos remodelado ampliamente). Pero nos pusimos a leer el citado diario
y sería inmoral no participarles que ayer justificó el prestigio que tuvo. Y lo hizo reuniendo dos artículos que deberían ser de obligatoria
lectura y debate en los colegios.
El primero es el titulado El palo de escoba en el que Mario Vargas Llosa muestra
que la renovada estimulación hormonal que vive su organismo mantiene su pensamiento
en plena forma. Y esta vez no toca la tan cansina política sino el enloquecido
mundo del arte. El que el peruano describe lúcidamente como una “extraordinaria conspiración de la que nadie
habla y que, sin embargo, ha triunfado en toda la línea, al extremo de ser
irreversible: en el arte de nuestro tiempo el verdadero talento y la picardía
más cínica coexisten y se entremezclan de tal manera que ya no es posible
separar ni diferenciar una de la otra”. No podemos coincidir más. Lean al
maestro.
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Hoy en día los abominados son los transgénicos de los que tantos opinan sin saber nada. Un debate que no parece interesar a sus detractores como ya
apuntábamos en nuestra entrada Palabras de la semana 27 en la que señalábamos que la aversión a lo nuevo está tan enraizada en nuestro
comportamiento que hasta tiene nombre: misoneísmo. Lo hacíamos
a cuenta de la publicación de una carta firmada por más de un centenar
de premios nobel. Este enlace conduce a una versión en inglés y pinchando sobre la bandera española se descarga un documento en castellano en formato Word.
Como creemos que lo importante es precisamente el debate que
alumbre información veraz, insertamos también un enlace a la respuesta de Greenpeace al citado manifiesto. Si lo pinchan verán que en el caso del arroz
dorado que dio pie a la carta de los nobel los ecologistas muestran unos de sus típicos
empecinamientos con un “ todavía está por demostrarse si este arroz modificado
genéticamente puede mejorar el nivel nutricional de las personas con
deficiencia de vitamina A”. Que lo
demuestren sin usarlo parece que les falta decir ("han apoyado la destrucción criminal de ensayos de campo aprobados" dice la carta que replican).
Añadamos que en este caso, además, no hay intereses de patentes de por medio
porque sus creadores renunciaron a ellas. También convendría decirlo.
Y lo que no podemos perder de vista es que la cuestión seguramente no es transgénicos sí o no, sino
cuales sí y cuáles no, y en qué condiciones de explotación. Porque esperamos que
haya pocos chiflados que estén dispuestos a cargarse la producción de insulina por
el hecho de que corra a cargo de unas bacterias, precisamente las E. coli que
tantos disgustos veraniegos dan, genéticamente modificadas para que desarrollen esa utilísima función.
Renunciar a la ingeniería genética es renunciar a mucho, ojo.
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