El día que nos casamos el frío había congelado el pasto y las baldosas. Los nervios y el frío son a veces parecidos, hacen temblar el cuerpo. Recuerdo muchos momentos comunes, de emociones comunes a cualquier ser humano que se casa con la persona que ama. La esperanza era uno de los sentimientos predominantes, y ya quería que estuviéramos solos los tres, vos y yo, y la vida que crecía adentro mío. Cuando salimos del civil y fuimos a casa de tus padres, mientras todos se preparaban para sentarse y comer subimos al segundo piso, y tuve una emoción más grande y fuerte. Era una emoción sobrehumana. Era la emoción de una etapa dolorosa que se cerraba, de recuperación y de finalización de todo lo malo de lo que había pasado en mi vida, de las dificultades que había pasado, de soledad. Era resiliencia y triunfo. Ya éramos dos, y pronto seríamos tres. No era por el solo hecho de casarnos, era porque si eso posible significaba que ya estaba sanada.
Se fueron el frío y los nervios, y en cambio llegó el calor de un abrazo entre nosotros, y las lágrimas me llenaron los ojos. Sentí que no importaba lo que pasara nunca mas iba a sentir esa soledad, porque todo lo que había impedido la felicidad se estaba terminando, y el nombre de nuestra hija era Victoria.
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