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martes, 13 de octubre de 2015

Triste, solitario y final (Tal día que Frascuelo con un toro de Diego Garrido)


 12 de Octubre


 José Ramón Márquez

Bajaba uno para Las Ventas, por la calle de Alcalá, recordando con gozo un 12 de octubre del 91, casi un cuarto de siglo, en que Frascuelo dibujó el toreo frente a un encastado toro de Diego Garrido. Iba uno recordando aquella sólida faena, hecha frente a un toro de cuajo y de respeto, porque nos aferramos como lapas a todo lo bueno que llevamos visto para permanecer en la certeza de que no estamos locos ni nos hemos echado al monte para perseguir a toda esa horda de jóvenes novilleros y de toreros de primera o de segunda fila que día a día tratan de arrebatarnos la afición a base de ventajismo, destoreo y truco del almendruco.

El veterano Frascuelo, pues ya entonces era veterano, armó una faena ensamblada, toreo en distancia, en torno a unos mandones derechazos, dos series imponentes de naturales, todo poder, todo verdad, y unos adornos marca de la casa de pura torería al servicio del dominio, no de la estética. Y aunque falló a espadas, ahí dejó una obra sublime para que sigamos recordándola y teniéndola como firme punto de referencia de lo que es el toreo que buscamos y como explicación de una de las causas por las que seguimos yendo a la Plaza.

Hoy, 12 de octubre del 15, nos habían anunciado una corrida de Martín Lorca, juampedritis otoñal para acabar la temporada madrileña, aunque al final acabaron echando cuatro de los que habían anunciado y un remiendo de dos de Escribano Martín, que es lo mismo que lo otro, pero sin antigüedad. Es justo decir que ni los Lorca ni los Escribano fueron capaces de despertar la admiración del respetable. Ha sido un encierro más bien chico y regordío, provisto de unas cabezas tremendas, con esas encornaduras que dan las fundas, que apenas guarda ya semejanza con su origen juampedrero. Les pasa a muchos, que eliminan lo anterior, compran juampedritis como quien echa a la Primitiva... y después de veinticinco años de manejo ganadero aquello se parece a lo que se compró como un higo a una castaña. Esto no falla. Los toros que se trajeron a Madrid desde Sevilla para celebrar la Fiesta Nacional dieron en general el juego que de ellos se esperaba, es decir blandura y ausencia de problemas, aunque hubo un par de ellos que se movieron en otro registro, como luego se verá.

Para la lidia y muerte a estoque de los Escribano-Martín-Lorca se vinieron en sus furgonetas y acompañados de sus cuadrillas los diestros Iván Vicente, Alejandro Amaya y Javier Jiménez.
 
Iván Vicente es matador de toros desde 2001. Ha venido un buen número de veces a Las Ventas, como novillero y como matador, y no consigue dar un golpe de timón que enderece su carrera. A sus dos toros, pero especialmente a su primero, les ha planteado la misma faena, faena aséptica, de manual del toreo contemporáneo en la que mueve con soltura la franela, llevando al toro templadamente e incluso ligando algunos muletazos, pero trazada desde las afueras, sin inmiscuirse ni una sola vez en el viaje del toro, sin asumir el riesgo que hace al toreo grande y enaltece el muletazo. Iván Vicente en la arena era un opositor cantando un tema mecánicamente, sin corazón. Parece mentira que toreros como éste estén dejando irse sus carreras sin probar otro planteamiento más cercano a lo auténtico, que no busquen dejar en quien le haya visto unas mínimas ganas de volver a verle. Cuando el toro se movió, la gente jaleó aquello, pero bien seguro puede estar el matador de que toda su labor iba directamente al olvido, incluso de los que le aplaudieron con más fervor.

Alejandro Amaya es matador de toros también desde 2001. Al menos agradezcámosle su falta de interés en engañar: ni engañó en la patente demostración de que estaba hasta las trancas, ni engañó en la simulación de un trabajo y de unas fatiguitas que no estaba dispuesto a realizar.  Su primero es uno de los dos toros que han interesado, de los que hablábamos más arriba. Quite, número 8, colorado, era chico y gordete, pero sembró el miedo entre los toreros. No es que fuese especialmente agresivo, pero lejos de proclamar su tontería, se enteraba de lo que pasaba a su alrededor.  A Javier Crespo le hizo pasar un quinario en el segundo tercio, pues el hombre, que no veía la manera de clavar los palos con decoro, iba por un pitón, luego por el otro, dejaba un palo... un mitin, vamos. El matador, avisado de las condiciones del toro, salió con la firme determinación de no perder el tiempo con él y, viendo sus trazas, de no hacer pasar miedo innecesario al público soberano, que subrayó la sinceridad del mejicano con silbidos y muestras de desaprobación. Su segundo no demostró las intenciones del otro y además era más blandengue, pero el bajacaliforniano, que brindó sin gran convicción a la parroquia, tampoco llegó a nada con él, especialmente después de un susto que se llevó. Digamos con Gracián que lo malo, si poco, no tan malo y aplaudamos sinceramente la decisión de Amaya de abreviar y no ponerse pesado, como hacen casi todos.

Javier Jiménez es matador de toros desde 2014. Su sello es el desparpajo, en la línea de Manuel Díaz, y si persevera podrá ser un digno sucesor del getafeño. La cosa que trae Jiménez es el rollo bullidor, bullanguero y festivo, ayuno de sentido del toreo, pero que sintoniza bien con las gentes, especialmente si las gentes están celebrando las fiestas del Santo patrón. Uno espera en Las Ventas, incluso del bullidor, más compromiso con la “parte seria del espectáculo” y en ese sentido la propuesta de Javier Jiménez, incluso queriendo comprender su desparpajo y su juvenil irreverencia, queda harto cojuela. Y luego el toro, que éste es el segundo de los Escribano-Lorca-Martín de los que hablábamos, Farol, número 75, colorado con bragas, embestía con viveza y con garbo a la muleta de Jiménez, bonita y recia embestida, y a cambio recibía una sucesión de telonazos que no enaltecían en nada la hermosa manera de embestir que tenía el animal. Así pasó que los más fiesteros jalearon las fases iniciales del trasteo del de Espartinas, eso fue al principio, y luego los ánimos se fueron enfriando a medida que se veía el abismo que mediaba entre la calidad del toro y los trapazos con que se le desengañaba. En resumen, el toro se fue sin torear y el torero fue víctima de su propio desparpajo. Luego se fue al callejón a hacer una tabla de gimnasia junto a su apoderado: torsión a derechas, torsión a izquierdas, flexión frontal, flexión trasera, y así un puñado de veces, para demostrar su excelente forma física y calentar. Cuando salió el sexto, estamos igual que en el día de ayer: el toro era peor y el torero era el mismo.

Así, sin pena ni gloria, con dos toros de cierto interés se acabó la temporada de Madrid. La temporada empezó con una apuesta impresionante, apuesta de todo o nada de Iván Fandiño frente  al toro de respeto. En esa corrida nos jugamos la temporada y la perdimos, tristemente. Todo el año hemos arrastrado, como fantasmas de castillo escocés, las cadenas que nos puso Fandiño en los pies. Sólo nos quedó fantasear sobre cómo habría sido la temporada 2015 si la corrida de marras hubiese sido un éxito, pero el hecho de que con el fracaso de Fandiño ganaban los otros es un pensamiento que no nos ha abandonado a lo largo de toda la temporada.


Moeckel en el callejón
 
 Alguaciles

 Vicente, Amaya y Jiménez

 Sol y sombra

Final de temporada

lunes, 12 de octubre de 2015

La novillada del empresario Choperón y el gerente Blanco. Un encierro de fiestas patronales en Plaza de segunda


Tres en el tercero
 
 José Ramón Márquez

Penúltima corrida de la temporada en Madrid, corrida número 61 de las de 2015 en Las Ventas, que ya queda poco para dar el carpetazo a la temporada madrileña; vamos, que hoy se dio la última novillada y mañana se echa el cierre al chiringuito con una corrida de toros. A estas alturas de temporada, con toda la ganadería brava exhausta, ha debido ser un triunfo para los celosos, esmerados, empresarios de la Monumental encontrar una corrida ni medio digna con la que echar el cierre a las novilladas. Sería mucho pedir, conociendo las mañas de los empresarios, esos donostiarras Father & Son, esos guipuzcoanos Aitá & Seme, que pastorean Las Ventas desde hace más tiempo del que muchos desearíamos, que hubiesen programado una novillada... aunque solamente fuese completa, seis novillos, que no es mucho pedir, y luego si hablamos de presencia, de trapío, de cuajo... ya entraríamos en lo querellable, si llegamos a poner los adjetivos que se vienen a la mente después de ver el saldillo que han echado hoy a la húmeda arena de miga blanca (Blanco se llama el gerente) de Las Ventas, indecente ganado al que han tratado de cubrir mediante el uso creativo de la tablilla de los pesos, por si cuela.

Para esta cita número 61 habían anunciado la ganadería de don José Luis Pereda, la cual va siempre unida, como en la respuesta de una jaculatoria, a La Dehesilla. Eso era lo previsto, pero finalmente, no siendo aprobada la totalidad del ganado que enviaron don José Luis y don Dehesilla, hubo que echar cuenta del veterano remendador don Julio de la Puerta para que pudiesen meter seis bichos en los frescos y pulcros chiqueros que regenta Florito. Ni que decir tiene que, echados los dados a rodar, ya daba igual cómo fuesen los bóvidos, que había que disponer de seis y que ya daba todo lo mismo, si tenían barba serían San José, y si salían lampiños, la Purísima. Nada que no se pueda arreglar jugando de manera creativa con los números de la tablilla, para equilibrar de manera ilusoria lo que la vista y la experiencia rechazaban. Y no sólo lo del peso, que se las traía, sino las caritas, los cuerpecitos, la penita que daba ver corretear, inocentes, a los becerrotes que ni soñaban la que se les venía encima. Un encierro de fiestas patronales en Plaza de segunda es lo que hoy nos han puesto ante los ojos los empresarios de Las Ventas, la antiguamente denominada “Primera Plaza de Toros del Mundo”, devenida en la actualidad y gracias a los manejos del aitá y el seme a “Primera Plaza de Pueblo del Mundo”. Un encierro perfectamente impresentable que cae directamente sobre las conciencias del ganadero que lo crió, del veedor que lo propuso, del empresario que lo adquirió, del Presidente del festejo que lo aceptó, y del sanedrín veterinario, que ciscándose en todo lo aprendido en la Facultad, no objetó con firmeza y decisión a la totalidad de la inmundicia que se proponía a su examen. Ahí los únicos que cumplieron con su deber fueron los cuatro de siempre, dejando sus palmetazos y sus silbidos para manifestar la disconformidad con la presencia en el ruedo de tales animalejos. Como muestra, un botón: el quinto de la tarde, hierro de José Luis Pereda, al que en la rifa de pesos le habían correspondido los números 4-7-8 (kilogramos), acomete con el brío de sus nulas fuerzas al penco guateado sobre el que está apoltronado José Antonio Hernández; éste echa adelante el palo hacia el novillo y cuando llega al contacto con el bichejo, el pobre animal se desploma de lado, como en las faenas camperas de acoso y derribo, sin haber llegado siquiera a establecer contacto con el peto de kevlar. Al menos a este lo echaron de vuelta a lo oscuro, al lugar de irás y no volverás, y nos libraron de verlo hacer el ridículo por más tiempo en la parte pública de la Plaza.

En resumen lo que se lidió fue uno de José Luis Pereda, dos de La Dehesilla y tres de Julio de la Puerta... Uno, dos y tres, al escondite inglés. Los encargados de su tundimiento a mantazos y acribillamiento con el acero fueron Mario Alcalde, Amor Rodríguez y Alejandro Fermín, que venía en sustitución del tachirense Manolo Vanegas, que a estas horas ya le habrán contado de la que se ha librado con lo de no venir.

A Mario Alcalde ya le dábamos por medio retirado. Acaso los oficios de algún excelente amigo le hayan aupado al cartel de hoy, pero los argumentos que el  veterano novillero ha dejado esta tarde en Las Ventas no nos hacen concebir grandes expectativas sobre el inmediato futuro de su carrera. Mario Alcalde ha sido castigado por los toros, dejando algunos retazos de calidad en sus diversas pasadas por Las Ventas, y esta tarde mismamente, en un momento de lucidez, en un par de muletazos en redondo en los que ni cedió la posición ni cayó en la tentación de irse a lo fácil, vio cómo el público le ovacionó de manera sincera. Acaso fue todo un espejismo, porque en la siguiente serie ya volvió a los modos insustanciales y ventajistas que marcaron sus dos trasteos, y el crédito obtenido en los dos derechazos se diluyó en una faena larguísima y sin argumentos reseñables, de la cual lo mejor ya está contado. De sus mañas con el estoque, ni comentamos. Turbio se presenta el futuro de Mario Alcalde.

Amor Rodríguez hizo bien lo pinturero, el inicio de sus dos faenas, especialmente la facilidad y la torería con las que principió su faena al segundo de la tarde. Otro espejismo, pues lo que viene detrás es la misma tabarra de todas las tardes, la pata atrás, la odiosa carrerita, el cite con el pico... lo de todos los días en todas las Plazas, la negación del toreo. Amor Rodríguez alargó su faena a su primero sin necesidad, pues nada estaba diciendo a la parroquia con su insulso trasteo y en su segundo, el chorreado juliodelapuerta que sustituyó al del acoso y derribo, no fue capaz de enjaretar ni una maldita tanda al toro, que se dejaba perfectamente que le hicieran las pertinentes monerías, hasta que cuando se puso ya de lo más pesado, el bicho le pegó un testerazo sin saña ni ganas de coger. Él se levantó del suelo, y siguió erre que erre sin que nada de su actuación tuviese el más mínimo brillo.

Alejandro Fermín no podía pensar que en los chiqueros le estaba esperando Abandonado, número 106, hierro de Pereda. El animalejo, de aspecto impresentable y abecerrado, al que le correspondieron los números 4-4-8 (kilogramos) en la rifa de pesos, no tenía ni media leche y, además de que era un tonto insigne, ignoraba la maldad del mundo tanto como la utilidad de los dos platanitos que Dios había dispuesto a ambos lados de sus sienes. Ahí estuvo el pobre Alejandro Fermín sin ser capaz de dar un pase ni medio regular a semejante carretón autopropulsado, y el novillero venga y dale y venga y dale y Alejandro era incapaz de sacar ni media gota de leche de esa alcuza tonta, amable y colaboradora de capa negra listón. Y encima, como si además quisiera vengarse de él, lo mató de manera alevosa. En su segundo, como dijo aquel gran aficionado, el toro era peor y el torero era el mismo.

Yelco Álvarez dejó dos pares de buena factura en el sexto.


 Aparcando el penco

 Hoy, sin cucamonas
Nada que rascar

 Repinte

 Calderón en Men in black
(¿Qué coño ventila este tío en un palo?)

 La víspera de la Fiesta Nacional

 Salida

Plaza incendiada

lunes, 28 de septiembre de 2015

Otra frailada en Madrid, con José Tomás en una grada y el Mochuelo en el olivo de Abella


¿Qué es España?
(Al enchufado de la Cifu, Eolo le roe la bandera)

José Ramón Márquez

Nuestros bisabuelos salieron de los toros un buen día de 1898 y se enteraron de que se había perdido Cuba -y ésa sí que fue una grandísima pérdida, acaso la única realmente importante de todas-. Hoy, andando los años, nos vamos a los toros con la tabarra de la secesión catalana planeando sobre nuestras cabezas.

Lo mismo que el plebiscito ful que han perpetrado cuatro logreros para encenagar lo que se pudiese en las provincias del noreste, la empresa de Madrid, esos Choperón Father & Son vigilados por la atenta mirada de ese simpático Manolo que, cual Mochuelo doméstico de la Cifu, ha anidado en el burladero 27, han sido capaces de rizar su particular rizo culminando la mini feria de los encastes minoritarios con... una corrida ful de lisarnasios del Puerto de San Lorenzo, encaste absolutamente nada minoritario por el que beben los vientos nuestros Choperon’s, según parece. Y es que se dice pronto que para hoy programen una de Fraile Mazas como si fuese cosa minoritaria y en peligro de extinción cuando entre las diversas franquicias frailunas llevamos seis o siete corridas de lo mismo en lo que va de temporada en Madrid y aún nos resta un último cucharón de más del mismo ricino el viernes día 2 en la Feria de Otoño. Hartazgo de Fraile, Puerto de San Lorenzo, Ventana del Puerto, Valdefresno, Moisés Fraile, Fraile Mazas... vueltas y vueltas de lo mismo, de los lisarnasios coñazo que o no pueden con la penca del rabo o son más tontos que aquel famoso tonto de Ciguñuela, que cosía de balde y ponía la tela. Y todo para no traer lo auténticamente minoritario, que es lo que Carolina Fraile cría en Cojos de Robliza e hierra con la marca de Graciliano, que eso se lidia en Francia o donde sea; cualquier sitio menos en Madrid. Y para que se vea que esta gente iba con la mosca tras de la oreja, en el programa, página 11, en el árbol genealógico ése que pintan, han quitado entre Javier Pérez Tabernero y Hermanos Fraile Mazas las casillas correspondientes a Puerto de San Lorenzo y Valdefresno, por no dar pistas de que esto de minoritario tiene más bien nada.

No se dio completa la corrida, pues el segundo se rompió una mano en la capea capotera. Ya ni sabemos cuántos toros se han ido al desolladero con una mano rota en la temporada que ahora termina a causa del impresentable estado del piso de Plaza. El sábado, en el ruedo de Las Ventas se dio una actuación de un cantante llamado Dani Martín, de quien todo lo ignoro, que colocó un escenario descomunal en el tendido 6, justo donde se fracturó la patita el lisarnasio; si a eso sumamos los camiones de carga y descarga, y el público que abarrotó y pisoteó la parte del ruedo, es fácil entender la rotura de mano del toro y la caída de Pirri en la cara del toro a la salida de un par de banderillas, afortunadamente sin consecuencias. Que el ruedo no está en condiciones es algo que se ha dicho con insistencia, que ni la Empresa ni el simpático Mochuelo hacen nada al respecto es algo que es perfectamente constatable. La cosa, a ver si nos enteramos, no es quitar la “lenteja”, sino tener el ruedo en condiciones para la lidia.

Al menos la rotura de la mano del infeliz segundo nos dio la alegría de no tener que tragarnos seis lisarnasios, pues la cosa se remendó con uno de Benítez Cubero, hierro de Pallarés. De entre los de lidia oficial, nos echaron la escalera al cielo de Led Zeppelin, que iba de los 485 kilogramos de la bola de sebo regordía que salió en primer lugar, hasta los 615 del que hizo cuarto. El único que pareció toro de los seis fue el sexto, Pretencoso (sic), número 13. Hoy tomaron antigüedad, a ver lo que duran.

Para finiquitar a los lisarnasios de recuelo travestidos de encaste minoritario se trajeron a Fabián Barba, de Aguascalientes, nuevo en la Plaza, Pérez Mota y Miguel Ángel Delgado.

Si Fabián Barba hubiese dejado de afeitarse cuando tomó la alternativa, la barba le llegaría hoy a la cintura, pues hace ya doce años que se doctoró como matador de toros en su patria chica. Hoy se presentaba en Las Ventas y confirmaba, que nunca es tarde si la dicha es buena. Acaso lo que se espera de un hombre que lleva más de dos lustros ejerciendo el oficio es, precisamente, que al menos demuestre su oficio. Al contrario, Fabián puso sobre la apelmazada arena de Madrid unos modos desconfiados y ventajistas, una tauromaquia de los rodeos, de las afueras, de no quiero verte ni que te arrimes a mí, que está en el polo diametralmente opuesto de lo que uno como espectador va buscando por esas Plazas de Dios. Mostró unos modos con el capote más airosos que eficaces y a la bolita de sebo llamada Madrilero, número 19, una especie de rata gorda y encogida de trote cochinero, la toreó a base de lejanías y de desconfianza, como si fuese el Leviatán. Se quedó en la cara del bicho al entrar a matar, quieto parado, y se llevó un buen trastazo que el bicho le propinó sin maldad ni ganas de herir. En su segundo, que era el más grande de la redada que mandaron los  señores Fraile desde Tabera de Abajo, presentó idénticas trazas, no dejando en la parroquia el más leve recuerdo que deba ser pasado al folio. Mató echándose fuera de manera descarada, tirando la muleta al aire y atravesando al bicho, como no podía ser de otra manera. Al menos el toro no le atropelló.

Pérez Mota no dio la sensación de un matador de alternativa sino más bien de uno de esos aficionados prácticos aventajados que hay por ahí. Una cosa genial para divertirse en el campo, pero de muy poca enjundia para ganarse la vida. Pérez Mota no se resigna a abandonar la penosa senda  del julismo por la que algún desalmado le inició y se le va yendo la carrera y las oportunidades sin poner argumentos de peso que construyan su propia personalidad. No se pasó al toro lejos, sino lo siguiente, corrió lo indecible entre pase y pase, en un maratón del destoreo, abusó del pico sin misericordia y mató mal. Como viene siendo costumbre hubo cierto público que jaleó algunos “pases” que consiguió ligar, aplausos de paja que ocultan la palmaria ausencia en Pérez Mota de una tauromaquia sobre la que asentar su toreo y de un misterio que la dé sentido. Su segundo fue el cinqueño de Pallarés, Nomeveas, número 52, serio y bien armado, aplaudido de salida, a quien Tulio Salguero picó acaso con más saña de la debida. El animal sangró bastante y Pérez Mota vio como se iban apagando los ímpetus del toro a ojos vistas, cosa que el buen entendedor sabrá que beneficiaba a su matador.

Miguel Ángel Delgado volvió a dejar buen cartel en Madrid. En su primero volvió a mostrar las formas que  ya ha enseñado, justo en el límite del toreo que nos gusta. Aguantó la tendencia del toro hacia adentro a base de buen oficio y le sacó algunos redondos de buen trazo y colocación;  luego, con la zurda, una serie de mérito en la que lleva al toro muy toreado rematando atrás y tragando lo suyo. Mal con la espada. Faena sólida de torero bastante hecho, máxime ante las condiciones del toro. En su segundo, bien picado por Francisco Martínez, comienza con buenos argumentos aunque en conjunto y en honor a la verdad hay que decir que el toro acaba ganándole la pelea. Lo mata de una media lagartijera de efecto fulminante. Deja buen cartel y ganas de que lo repitan,  porque el concepto de su toreo va en la buena línea. Hubiera sido un buen nombre para la Feria de Otoño, en vez de alguno de esos tan vistos.

La presencia en una andanada de José Tomás nos llevó, por un momento, a recordar aquellas mágicas temporadas de 1996 a 1999 en que tantas esperanzas nos hizo concebir.



 El mariachi

 Florencio

 La papela de Fernández

 La marquesa

 El Oriente

 El duque

 La vuelta de la barrera del 9

 Mochuelo Fernández

 El Mochuelo en el olivo de Abella

 Abella (con Pablo, el del figón de Aranjuez) en su nuevo olivo

 Paseíllo

 Barba, Mota y Delgado

 Carmelo Giraldillo

 Sombreros

 Coleta

Flequillo

 Pie griego

 Guernica

 Sánchez avizor

 Sánchez al quite

 Pelo liso

 Pelo rizado

 Pelo customizado

 Delgado

 Juguetes rotos

 Brindis de Delgado

 Ahí estuvo

 Ibiza

 Pirri (que no pudo tomar el olivo) y Boni camino de la enfermería

Oliva (Soto), mozo de espadas de Barba

 Sánchez al par (no tomó el olivo)

 La luna...

 ...llegando tarde al eclipse

 José Tomás en su olivo (grada del 3)

 Y Capea en una rama del de Tomás

 Entre lo hipster y salmantino

 Los selfies

España a la hora del cierre de los colegios electorales en Cataluña