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lunes, 26 de septiembre de 2022

Enésimo tocomocho de la “corrida concurso” en Las Ventas. Ganó el "palmosillo" de cola, pero el guapo fue el "escolar" de coñac. Márquez & Moore

Minerito, de José Escolar

 

 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ 


Enésimo tocomocho de la “corrida concurso”, ese engendro que no se sabe para qué sirve ni de qué va. Si honradamente alguien ha estado en una corrida concurso que haya merecido la pena, que lo diga. Yo recuerdo, puestos a bucear, una en Valverde del Camino, hace ahora diez años, veintiuna entradas al caballo, Ferrera y Rafaelillo dispuestos a dar una tarde de lucimiento a los toros, picadores deseosos de obrar con rectitud y los toros poniendo el argumento de peso en una gran tarde de toros.

Bueno, pues de eso en la de Madrid de hoy, nada de nada. Unas rayitas pintadas en el suelo nos avisaban de que presumiblemente la tarde no era una tarde más, por mucho que luego la realidad viniera a recordarnos que esta tarde era otra tarde como tantas otras: una especie de limpieza de corrales de fin de temporada por la parte ganadera y tres toreros de la parte económica del escalafón redondeaban una convocatoria de las que, por poca gente que pase por la taquilla, ya hay previsión para la Empresa de que los ingresos van a estar por encima de los gastos.

Seis toros de diversas hechuras y pelajes, de las ganaderías de Juan Luis Fraile, Fermín Bohorquez, Pallarés, José Escolar, La Palmosilla y Sobral para Javier Castaño, Rubén Pinar y Gómez del Pilar eran los atractivos que moverían a las gentes a adquirir los boletos y la verdad es que hubo poco movimiento: el 7 lleno de gente y la habitual desbandada por el resto de los tendidos era el aspecto que la Plaza ofrecía cuando el alguacil don Francisco Javier y la alguacililla doña Rocío a lomos de sus jamelgos tordos despejaron la Plaza, ya de por sí totalmente despejada, y encabezaron el paseíllo de los matadores y sus cuadrillas.

 El tono de la tarde se percibió ya con el graciliano Gañanito, número 84, largo, fino y serio, de impecables pitones, ante el que se produjo la debacle banderillera con doce o catorce entradas resueltas en pasadas en falso, clavadas impares y capoteos nerviosos. El toro metía miedo, es natural, y por eso estábamos en la parte de arriba los que pagamos y en la de abajo los que cobran, que si cobrasen por la calidad de su actuación y su torería hoy el sueldo habría sido calderilla. Tras el mitin banderillero vino la primera estación de penitencia de Javier Castaño, desconfiado y desdibujadísimo. No es que Javier Castaño haya sido torero de levantar grandes pasiones, pero hubo una época en la que, con una gran cuadrilla a su servicio, era capaz de  redondear un completo espectáculo que, aunque siempre quedaba desdibujado en el último tercio, solía dejar una agradable sensación en los paladares. Hoy, con una cuadrilla de lo más normal, llega al toro sin run-rún triunfal, lanzando hacia el tendido la imagen de que idéntico temor al que han pasado sus peones hace un rato es el que él tiene en ese momento final del vis a vis con el burel. El graciliano no regala nada, impone mucho y en seguida se da cuenta de que, puestos a mandar, manda más él que el que le va a matar. Difícil acuerdo el de los dos actores sobre la arena, con el de negro sabiéndose el amo, hasta que el de oro decide irse a por el estoque. Para redondear su tarde horrible el segundo de su lote es Minerito, número 10, de José Escolar, puro trapío, un precioso toro de imponente cabeza, seriedad por los cuatro costados, que casi desde el primer capotazo, o acaso en el segundo para ser exactos, se orienta perfectamente sobre la existencia de un señor que maneja esas telas de vivos colores y se fija como objetivo buscarlo y hallarlo. Minerito es listo y se entera de lo que pasa, y lo que le hacen tampoco es que sirva para desengañarle de sus intenciones. Le pegan en varas lo que pueden, se le banderillea de manera menos mitinesca que al Fraile que hizo primero y cuando llega el momento de vérselas a solas con él, Castaño no es capaz de dar un solo pase de castigo, un solo pase de sometimiento, sino que se obstina en resolver los mantazos por alto y sin el más leve asomo de poderío, con lo que el pupilo de Escolar va viniéndose arriba, al no recibir quebranto. Más pronto que tarde, sin haber intentado siquiera lidiar al toro, se va Castaño a por el estoque dejando un espadazo entero de chamba que hubo de ser refrendado con innumerables descabellos plenos de desconfianza. Creo que habría brillado más con este imponente lote el hermano de Castaño, Damián, que anda muy suelto con ganado duro, y de entre los de la tarde, Rubén Pinar, que posee mejor oficio, como demostró en aquella inolvidable faena al toro de Guardiola.
 

A Rubén Pinar le salió el lote bueno, lo cual no quiere decir que fuese el lote que a él le venía al pelo para su triunfo. El primero, Reducido, número 47, muy armonioso y en el tipo de Murube hizo que Pinar sacase su faceta más ajulianada, de donde abreva su tauromaquia; anduvo inteligentemente con el toro, no metiéndole presión para que no se cayese tanto, y con más uso de la zurda que de la diestra. La faena no consiguió entusiasmar a la cátedra por ventajista y la remató de una muy buena estocada en corto, de lenta y perfecta ejecución. Su segundo fue el de La Palmosilla, Brasero, número 38, un novillote adelantado y sin maldad que demandaba más toreo que ventajas y que no dio un solo quebradero de cabeza al matador. Pinar volvió a julianear todo lo que quiso a base de echar la pata atrás y de ir prodigando sus telonazos sin  ton ni son y desaprovechando las embestidas que el toro le regalaba. Varias veces fue sorprendido por la embestida del toro antes de citarle, cosa de la mala elección de la distancia, y poco a poco fue viendo como las palmas iniciales se iban tornando en censuras a medida que el respetable se iba dando cuenta de que el toro se iba sin torear. Lo tumbó de otra certera estocada de buena ejecución, que cayó un poco contraria. El toro protagonizó un espectacular derribo de Puchano y dos conatos de lo mismo, más debidos a que el varilarguero no estaba pegándole que a la pujanza del toro.


A Gómez del Pilar le salió el santacoloma Pantera, número 92, y se lo llevó a los medios por verónicas, luego dos medias y una larga cordobesa en el mismo platillo, que es la cosa de más sentimiento que se ha visto en la tarde. Juan Manuel Sangüesa le practicó una sangría desde el penco de las faldillas y Pantera comenzó a perder la sangre, la vida, a chorros de manera ostensible. Otero dejó dos pares de buen peón, subrayados con una acaso exagerada ovación, Gómez del Pilar se dispuso a torear a un animal que se iba muriendo por momentos hasta que se echó exhausto al suelo. Lo levantaron como pudieron para que el matador pudiese clavarle el estoque, pero la muerte a plazos del toro estaba explicada en los charcos de sangre que había ido dejando en los diversos lugares de la Plaza en los que había estado. Para final del festejo salió un espectacular toro ensabanado de Sobral, Cebadito, número 55, que salió de naja en la primera vara y algo menos después. No sirvió la brega de Ángel Otero para mejorarle y, entre lo fría que se iba poniendo la tarde y la presunción de que allí estaba ya todo el pescado vendido, Gómez del Pilar optó, sabiamente, por acercarse a la barrera a por el acero de verdad y dar por finalizada la tarde mediante tres pinchazos y una estocada que entró entera dentro del toro.

 
El premio del concurso se lo dieron al de La Palmosilla, pero el mío particular es para la fiereza salvaje e inteligente de toro de José Escolar.

 

Guernica con cocacolo

 

ANDREW MOORE

 










Del Pilar y el santacoloma Pantera

FIN

lunes, 19 de septiembre de 2022

Desafío José Escolar / Hoyo de la Gitana. El toreo clásico es posible. Pepe Campos & Andrew Moore


 

Fernando Robleño


Pepe Campos


Plaza de toros de Las Ventas. Domingo 18 de septiembre. Segundo desafío ganadero. Algo más de un cuarto de entrada. Terna: Fernando Robleño, Miguel Tendero y Luis Gerpe (que confirmó la alternativa). Toros: dos de Hoyo de la Gitana (2º y 3º); tres de José Escolar (1º, 4º y 5º); uno de Montealto (6º, sobrero).

 

Los taurinos —aquellos que defienden el negocio de una tauromaquia anodina, plagada de toreros pegapases— nos recuerdan continuamente que no es posible el toreo clásico porque la norma de cargar la suerte es una quimera, un invento, un producto de la imaginación del aficionado intransigente, e impide que las figuras del toreo puedan desarrollar sus saberes incuestionables por doquier. Para los taurinos, de manera incontestable, este tipo de aficionado inflexible es el que obstaculiza el devenir de la fiesta de los toros y habita en la plaza de Las Ventas. Un coso donde con esos preceptos de cargar la suerte, más otras disposiciones incómodas como que el torero cite a distancia y cruzado, temple, mande y remate los lances detrás de la cadera, y después los ligue, se convierte, por ello, en un territorio donde es imposible el toreo; porque además en él se exige el toro de verdad, de casta, con pitones, años y trapío. De esta manera Madrid y su afición, y todo lo que representan, vienen a ser, para los taurinos, el enemigo a exterminar para que la fiesta camine por el sendero de la gloria, que no es otro que la sempiterna presencia en todos las plazas de un toro aborregado y claudicante, y de toreros que conciben la tauromaquia por el número de pases que puedan darle a esos toros y en una sucesión continuada de los mismos.


Sabemos que los taurinos mantienen una guerra abierta contra la afición de Madrid (no sólo contra los abonados del tendido 7) porque les va la vida en que exista una clase de toro de escasa presencia y nulo peligro (noble desrazado) para que se produzca una tauromaquia superficial, aparente y de poco contenido, porque dicen debe ser entendida por todos los públicos. Así, de este modo, las plazas se llenarán de gente y el negocio podrá ser rentable. En este contexto, los ganaderos que seleccionan bajo el criterio de la toreabilidad (el toro que admite pases simples) y las figuras del toreo capaces de desplegar infinidad de esos pases (sin torear de verdad) se prefiguran en la piedra angular de la fiesta de los toros y en el baluarte de los que gestionan desde hace muchos años la fiesta: los taurinos. Para estos gestores todo aficionado que no entienda ese criterio laxo del mundo de la tauromaquia no sólo es un ignorante sino que sobra. Por lo tanto, sobra el aficionado madrileño. Y en Las Ventas encontramos el epicentro de todas las batallas y la fortaleza a derribar (y abandonada a su suerte).


Todo aficionado cabal a los toros conoce los pormenores de esta guerra que observamos se alarga para desesperación de los taurinos. El toro claudicante no llega a instalarse del todo en Madrid. El toreo sin verdad ni ética, tampoco. Pues, de vez en cuando, salta al ruedo venteño el toro auténtico, ese toro de condición indómita que atesora bravura y que posibilita la emoción del toreo, que sucede cuando a ese animal se enfrenta un diestro que quiere dominarle aplicándole los cánones de la tauromaquia. Ahora bien, uno de esos cánones es anatema para los taurinos pues se aposenta en la obligatoriedad moral de que en los lances y en las faenas los matadores carguen la suerte. ¿Qué es eso de cargar la suerte? Simplemente que el diestro al torear, en el centro del pase, cuando se produce la jurisdicción del mismo para toro y torero, el matador mantenga la pierna de salida, por donde el toro va a deslizarse, al alcance del animal para que pueda girar sobre ella sin tocarla, si la técnica, el dominio y el valor del espada lo permiten.
 

Todas las dificultades habidas, según los taurinos, para que se origine el toreo, ayer en Las Ventas no existieron. Hubo un torero, Fernando Robleño, que desde la disposición (importante arma para convencer a Madrid), el valor, el conocimiento y el desarrollo técnico de los cánones, fue capaz de torear de manera maciza, verdadera, auténtica, ética, bella y posibilista. Se midió para ello a un toro del José Escolar, Camionero, de 605 kilogramos —otro anatema para los taurinos—, casi cinqueño, con impecable trapío, pitones, casta, codicia y acometividad, aparte de nobleza y muchos ápices de bravura. Bien, pues reunidos ambos protagonistas en el ruedo de Las Ventas, decidieron, uno, Fernando Robleño, torear siguiendo las reglas clásicas de la tauromaquia, y otro, el toro de Escolar, mantenerse firme en sus condiciones naturales de embestir a los engaños de su matador y hacerlo con pujanza, brío y emotividad, sin regalar acometidas. De tal encuentro se produjo una obra de arte.
 

Dicha labor artística se elaboró desde la despaciosidad en el toreo por parte del artífice (Fernando Robleño, experimentado torero), el cite al toro desde la distancia adecuada, con la muleta por delante, enganchando al toro arrancado éste, llevándole con temple y mando por delante de su figura. Una silueta que mantenía la pierna de salida firmemente apoyada mientas el toro pasaba, y situada por delante de cualquier línea paralela que se trazara. Un modelo de pase que conservaba, al tiempo que se producía, la muleta tersa, empalmada a escasos centímetros de los pitones del toro, sin que éste pudiera cogerla, con una largura de lance completo, desde su inicio, enganchado el toro tras el cite, hasta su final, rematado el muletazo allá atrás de la cadera por debajo —siempre que pudo ser— para que el torero girase sus talones y continuara en siguiente lance, con los mismos presupuestos, las veces que fueran necesarias, tras pases de pecho por delante, de pitón a rabo. Hubo doblones de dominio —eternos— como comienzo de la faena y existieron pases estéticos a toro dominado al final de la misma. Naturales y redondos. Pases justos. Introducción, nudo y desenlace. Y ligazón, mucha ligazón, sin solución de continuidad. Sin acomodo para esa patraña de que para ligar hay que descargar la suerte.

 


 

 

Andrew Moore

 
























FIN

lunes, 12 de septiembre de 2022

Desafío Palha y Saltillo. Mi enhorabuena a los que decidieron no ir

 

Moral

 


Venegas

 


Chacón


José Ramón Márquez

 

La mugre, la incuria, el óxido, el abandono… Otra vez Las Ventas, el Primer Vertedero del Mundo. Inocentemente acudimos a lo del “Desafío Ganadero”, también vale “El timo de la estampita”, aunque creo que ya está pillado. Tres rayitas pintadas en el ruedo con la mayor de las desganas anuncian que van a poner los toros a ciertas distancias, tentadero de machos amateur, para solaz del personal. En el cartel Octavio Chacón, Pepe Moral y Venegas, simplemente Venegas. Por la parte táurica Palha y Saltillo.
 

Para uno, Palha siempre es garantía y, efectivamente, no defrauda el primero, que va al paso al caballo, empuja y derriba al penco y a Esquivel que, desde luego, no es candidato al Premio Nobel de la Vara. El toro se aproxima bastante a lo que habíamos ido a ver: desarrolla sentido, acaso la mala brega, y se entera minuciosamente de que cerca del trapo colorado ése que se menea hay un tío al que hay que buscar. Chacón no rehúye la pelea y consigue robar, literalmente robar, algunos muletazos de mérito y encaje a Camarito, número 524. El toro no está feliz cuando se ve engañado y va planteando muchos problemas a base de miradas, gañafones y derrotes a su matador. Con él todo es incertidumbre y Chacón solventa la papeleta con hombría y entereza recibiendo sinceros aplausos por su innegable decisión. Un chusco, que siempre los hay, le espeta al matador eso de que el toro “se va sin torear”, provocando la rechifla de los que se habían fijado con atención en las condiciones de Camarito. Pero bueno, que a los toros se viene a dar la opinión, por extravagante que ésta sea.
 

Sale el primer Saltillo, raspa cárdena, Astudero, número 532, y recibe los incomprensibles aplausos de ciertos gourmets. El bicho es como su amo: flojo y bobalicón, que para ver esa birria de Saltillo, mejor que echen otros cincuenta mil de Fuente Ymbro. Tras el numerito de las rayitas y de las varitas, porque le picaron con el manual de Prevención de Riesgos en la mano, el desgraciado toro anuncia su buena nueva a base de su primera caída. Luego otras más y un a menos, soso y bobo, que abre la puerta a Pepe Moral para ponerse finolis como de la cosa ésa de parar los relojes, que es como poner a una imagen de Nuestro Señor Jesucristo un cinto con dos revólveres. Luego Pepe, de moral inasequible al desaliento, comienza la tauromaquia del despojo, de prescindir de cosas, tauromaquia de strip póker en la que primero tira la montera, luego se descalza y acaba tirando el estoque de mentira. Si aquello dura un poco más se quita la taleguilla y acaba belmonteando en calzoncillos. El bobo toro va y viene hasta que le llega el momento de exhalar su último aliento. RIP.
 

Segundo Palha, en el característico tipo de la casa que nadie sabe cuál es, al que pitan los que aplaudían al Saltillo. El toro cumplió en varas e hizo pasar apuros al gran Ángel Otero en el primero de sus pares, que le habían dejado más solo que la una los de los capotes, y le permitió lucir su torería de gran peón en un espléndido segundo par en el que deja venir al toro para cuadrar en la cara y salir andando. El toro es el típico toro que antes en Madrid servía para poner a un tío en circulación: embestida muy vibrante, cierta incertidumbre, sin ir adobado de la mala intención del primero. Venegas ni lo vio claro ni quiso hacer el esfuerzo. El toro, con su interesante punto de mansedumbre, pedía más torero enfrente, pero lo que tuvo fue el anodino conformismo de Venegas a quien empezaron a pedirle la oreja sin ton ni son y que acabó dando una vuelta al ruedo lo mismo que podía no haberla dado. Sardinero, número 502, era el segundo Saltillo, que recibió la canónica ovación a su capa cárdena. La verdad es que era la fotocopia del anterior, del bobo de Astudero, pero con menos fuerza aún. Una birria cuya presencia en el ruedo dio ocasión para comentar diversas anécdotas y algunos chismorreos con otros aficionados y volver a reiterar diversas opiniones nada halagüeñas hacia la labor ganadera del ganadero.
 

Salió Peluquero, castaño de Palha con el 514 herrado a fuego, y se le apreciaba cierta cojera en los cuartos traseros. El tono de aburrimiento que ya impregnaba fatalmente la tarde hizo que bastantes de los dos o tres mil que estábamos en la Plaza se pusieran a protestar. Lo suyo es dejarle un rato por si está acalambrado o yo qué sé, que habíamos ido a ver Palha, pero la superior disposición de don Víctor Oliver, asesorado en la cosa veterinaria por don Ignacio Ramón García, nos ofreció la visión del pañuelo verde y facilitó la salida de un toro de José Luis Pereda al que le faltaba el bordón del rabo (cola en Sevilla), que es como si vas al Brillante a por un bocadillo de calamares y te sacan dos rollitos de sushi con los palillos. El toro que ya ni metía miedo ni nada permitió ahondar a Pepe Moral en su tauromaquia de la nada, se volvió a descalzar, que lo mismo es que tenía un juanete, y pajareó con él Pereda mientras alguno se desgañitaba gritando “¡Pepeeeee! ¿Qué te han hecho?”
 

A estas alturas ya sólo se pensaba en cuándo se iba a acabar aquello, pero había un nuevo as en la manga que era echar al Saltillo, Presidiario, número 593, para obsequiarnos con uno de Torrealta (Torrelata también vale) que atendía por Manchego, número 538 que demostró a las claras su afición a la posición horizontal y que estuvo por la Plaza hasta que Venegas consiguió tumbarle a la última y dar por finalizado el festejo
 

Mi enhorabuena a los que decidieron no ir. El domingo que viene, que no podré estar, saldrá el corridón, que ésa ya me la conozco.

martes, 23 de agosto de 2022

Lo de Dolores Aguirre en Bilbao, donde todo lo tiene que poner el toro. Márquez & Moore

 

José Ramón Márquez

Al hilo de la corrida del domingo pasado en Bilbao, retorno de la ganadería de Dolores Aguirre a la arena negra tras diez años, que si veinte años no eran nada para Gardel imagina lo que son diez, la mitad de nada, saltando de la crónica puntual del festejo, que a estas alturas a nadie puede ya importar, sí que se puede urdir un pequeño comentario de tres o cuatro cosas que se vienen a la cabeza, por enredar.


Lo primero, la Plaza. A los que somos carne de cañón de Las Ventas llegar a una Plaza limpia, pintada, decente y cuidada nos produce una envidia malsana e irreprimible. Tengo amigos que al tiempo que se sacan el abono de Madrid se ponen la vacuna antitetánica, con el consiguiente cargo para las arcas de la Seguridad Social, porque no se fían de que un refilón con esos hierros oxidados que ornan Las Ventas, o un tropezón con la gymkana de objetos absurdos dispuestos por los pasillos, de los que el toro enano disecado –el toro Julián- es parte destacada, pueda ser lo que burla, burlando, acabe llevándoles a la tumba.
 

Lo segundo, el toro, que por algo pone en los carteles eso de “Plaza de Toros”, y aunque en idioma vizcaíno digan «zezen», que es más como de mosca que de ungulado de lidia, el toro ha sido la seña de identidad de una Plaza que siempre fue de toro grande y poderoso, cuando Bilbao estaba flanqueada por esas fábricas de la margen izquierda, por esos altos hornos y esa épica del hierro, y que ahora con su Museo hecho de titanio a cascoporro, guardado por un perrito hecho de flores, ha mutado en lo de siempre, en la cosa de juampedreo, de los toreznos hechos de florecillas, y apenas mantiene, en el alfa y en el omega algo de lo que fue, dejando la responsabilidad del toro a la Señora, doña Isabel, y a los Hermanos Miura. En puridad ésa es la auténtica Semana Grande de Bilbao taurino: dos tardes en las que todo lo tiene que poner el toro.



 Damián Castaño


Y al hilo del trato al toro, choca bastante que en corridas organizadas por buenos aficionados, como la de la Peña Tres Puyazos en San Agustín de Guadalix o, más recientemente, en Cenicientos, Plaza de tercera categoría, se respete de manera tan atenta lo referido al tercio de varas, tratando de dar ese espectáculo al público, y que mientras, en Bilbao, Plaza de primera categoría, se produzca el deplorable descalzaperros de varas que se produjo el otro día, sin orden ni concierto en el desarrollo del primer tercio, que el único que estuvo a la altura de las circunstancias fue Santiago Morales, Chocolate, de gris plomo y oro, demostrando lo bien que monta y cómo hay que echar el palo hacia adelante cuando el toro viene arrancado.


Por alguna circunstancia derivada de la dirección del viento o de las especiales condiciones de la Plaza, acaso construida mirando los anfiteatros que Roma hizo por todo su territorio, que no hicieron uno en Bilbao porque cuando los romanos aún no había llegado don Diego López de Haro a la vera del Nervión, nos fue dado escuchar de manera íntegra la retransmisión que Rafael González Amigo, de caña y azabache, le fue haciendo a Román desde la boca del burladero, esa narración de puro realismo mágico, esa exacerbación interior del buen peón glosando los desaciertos de su matador como atinadas victorias, apuntando desde su certeza lo que había que ir haciendo, vitoreando los momentos cumbre y, a mi entender, molestando más que ayudando a su patrón con sus santas consejas, costumbre de lo más extendida entre el peonaje contemporáneo travestidos en epígonos del radiofonista Matías Prats Cañete: no hacen a derechas su trabajo de brega pero a cambio le regalan al matador varios sacos de consejos que nadie necesita.

 
De los toreros, digamos que el rostro de Bolívar y las canas que peina le están transformando en una serigrafía de Domingo Ortega y que incluso el inicio de su faena a su segundo, agarrado a la barrera, apuntaba en esa orteguización.


Damián Castaño confirmó lo que viene mostrando por ahí: que está en un buen momento, que se va cuajando como torero de oficio y ahí está como prueba su decisión para sobreponerse al toro y literalmente robarle los muletazos en dos emocionantísimas series por la derecha a su primero, Carafea, número 15, una buena lección de sólida lidia. Román no pudo sacar su cosa bullidora y tampoco vio claro lo de las cercanías. O sea que sin la emoción ni el desparpajo y con el peón dándole una turra de ésas que sólo se pegan a las cinco de la madrugada con muchas copas, no hubo forma de centrarse.


El ganado, en lo que debe ser. Metiendo miedo, exigentes y planteando problemas, que para eso están, y es lo que de ellos se espera. Con mejores lidias y con mejores varas habrían dado, con certeza, mejores resultados, pero ellos están para que las gentes se quejen de que si no meten la cara, de que si no ayudan, de que si miran mucho, de que si se enteran de lo que se dejan atrás… Al pobre toro se le exige todo en 15 minutos y para el torero, que lleva en eso desde que le salieron las muelas, todo son paños calientes.


Matías, el Presidente, ahí sigue. ¡Resiste, Matías!

 


Santiago Morales Chocolate 

martes, 16 de agosto de 2022

La Corrida Concurso de Cenicientos. Hasta para ser toro hay que tener suerte en la vida. Márquez & Moore

 

La Quinta, en quinta

 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Ante la poco atractiva propuesta de volver a ver la enésima de Fuente Ymbro en Madrid, a la que ni fue el ganadero, que estaba tan a gusto en Málaga, la afición en masa se lanzó en dirección a a Cenicientos, donde se había programado una corrida concurso de ganaderías. No vamos a repetir otra vez lo de Fernández Salcedo en su libro y conferencia a tenor de las corridas concurso: nota, reata, fachada, tipo, nota del padre y de la madre y comparación con resultados de otros hermanos, son a grandes rasgos los elementos que el eminente escritor, cuyo libro fue prologado por Aleas, proponía como imprescindibles para una óptima selección del ejemplar a concurso. La verdad es que a la vista de las corridas concurso que uno lleva contempladas da más la impresión de que lo que se mira es fachada, fachada y fachada, por encima de otras consideraciones, y si sale con barba, San José, y si no, la Purísima Concepción.
 

Para fachadas, la de los seis galanes que echaron ayer en la Plaza de Toros de Cenicientos: La Quinta, Partido de Resina, Juan Luis Fraile, Samuel Flores, Peñajara y Adolfo Martín fueron las ganaderías elegidas. Frente a ellos Sergio Serrano, David Galván y Adrián de Torres, los toreros que se pueden esperar cuando en el cartel hay toros de los que meten miedo, esos toros que se van al desolladero con los pitones tal y como salieron del chiquero, que ni se astillan ni se descomponen, y de los que rara vez sacan la lengua a la vista del público: una corrida perfecta para haber visto a José Tomás hacer sus monadas, apunta un severo aficionado.


El primero, Bebedor, número 63, de La Quinta, serio por delante y descolgado por detrás, acudió al caballo por tres veces como el que va a trabajar a la oficina y luego ofreció sus embestidas nobles y faltas de malas intenciones, mejores las del derecho, ante las que Sergio Serrano, que debía venir mentalizado para la lucha cuerpo a cuerpo, no dio ni mucho menos su mejor nota. El toro se fue al otro mundo sin conocer el misterio del toreo y, como dijo aquél, hasta para ser toro hay que tener suerte en la vida. Por ponerle un pero a Bebedor, nos hubiera gustado un poquito más de casta y de viveza. Cuando, al entrar a matar, Serrano se cae en la cara el animal ni le mira ni hace por él. Por ese lado nos alegramos de la ausencia de casta, claro.
 

El Partido de Resina, Fragoso, número 42 salió del chiquero con un golpe fuerte en el testuz. Una preciosidad de animal, bello y armónico, hocico de rata y descarado de pitones. Su primera entrada al caballo fue la más potente de cuantas se registraron en la tarde y su manera de empujar en esa vara nos hizo concebir las mejores esperanzas, que no tardaron en verse defraudadas porque a ojos vista se comprobaba cómo el animal se iba quedando en nada. No se vino arriba en banderillas y la labor con la muleta de David Galván fue la de administrar como pudo los medios pases y los cabezazos hacia arriba de Fragoso. Al arrastrar al toro creo que el único espectador que se levantó a aplaudir al toro fue el que firma esto, porque también los toros bonitos merecen un aplauso.
 

El graciliano de Carolina Fraile era el nieto del toro de la piedra de Clunia. Serio como un Catedrático de Penal de los cuarenta, armado como para mil batallas, con un delicioso punto de incierta mansedumbre que le hace volver grupas al sentir el hierro en su espalda por vez primera y orientarse hacia chiqueros, Jaquetón, número 50, nos da parte de lo que veníamos a ver y permite a Adrián de Torres poner a funcionar su decisión y su valor para ir haciéndose con el toro, para tratar de sujetarle cuando quiere irse del vis a vis, para aguantar impávido dos parones terroríficos y para, finalmente, encajarle sus firmes muletazos metido en el terreno del toro, componiendo una interesante faena a más que se frustra con la espada, que ya sabemos que de Torres no es el As de Espadas.
 

El de Samuel Flores, Giralda, número 50, era un tío de amplios pechos y con mucha leña, listón y algo chorreado, muy de la casa. También el papel que jugó fue el propio de lo que viene siendo su casa desde hace ya unos cuantos años, presentando unas embestidas más bien descastadas y algo sosas. Acudió al caballo a que le picasen más bien poco y se fue apagando ante los ojos del respetable sin que las mañas de Sergio Serrano consiguieran llevar una poco de ilusión al tendido. Había que estar ahí frente al de Samuel, pero el animal tampoco fue agresivo ni tuvo mala baba para con su matador. Un hábil espadazo echándose afuera, puso fin a la vida de Giralda.
 

Esperábamos con atención al de Peñajara y por chiqueros salió Bienpeinado, número 118, un burraco con la capa de un Veragua de los de antes del lío jabonero. Toro muy voluminoso y fuerte de preciosa lámina que acudió cuatro veces al caballo con viveza y energía y que fue apagándose en la muleta de un David Galván, que acaso no entendió las condiciones del toro, optando por el cite a las afueras y luego por las cercanías, componiendo una faena de poco compromiso que no sacó del animal lo que parecía prometer. Acabó con él de estocada contraria de muy buena ejecución.
 

Por último apareció Resabiado, número 8 de Adolfo Martín, muy en tipo de la casa, serio, cárdeno y veleto. Lo recibió Adrián de Torres con unas inspiradas verónicas de aire muy ligero y alegre, que fueron muy ovacionadas. El toro demostró cierta blandura de remos y acudió por tres veces al caballo, donde se le pegó de menos. Resabiado era la máquina de embestir y de nuevo, con otro toro de muy distinto signo a su primero, Adrián de Torres volvió a dejar su tarjeta de presentación esta vez a base de temple, de tirar del toro y de conducir con muy buen aire las excelentes embestidas del adolfo, que araba la arena con el hocico. Este es el típico toro que pone a prueba las condiciones de un torero, aunque preocupante debería ser este toro para el ganadero, por esa pérdida de chispa, de picante, que está demostrando últimamente la vacada, porque la verdad es que a este Adolfo, si le quitamos la pinta, la cuerna, los ojos huecos,  lo que le está quedando es el toro comercial de primera. Un pinchazo hondo al segundo intento y un descabello remataron la segunda intervención de Adrián de Torres, que ya debería estar sonando para otoño en Las Ventas.
La Presidencia, acertada. Los picadores de mal a muy mal.

 


Adrián de Torres, que ya debería estar sonando

 para Otoño en Las Ventas

 

ANDREW MOORE

 


 

El quinto Bebedor

 

 

El pablorromero Fragoso



 

El samuel Giralda

 


Bienpeinado al ataque

 

Bienpeinado al encuentro


El graciliano carolino Jaquetón

 


 

Resabiado embistiendo a todo


 


 

El peñajara Bienpeinado

 

 


 

El adolfo Resabiado

 

Orejona


FIN


domingo, 12 de junio de 2022

Feria del Aficionado en San Agustín del Guadalix. Prietos de la Cal y Peñajaras para Sánchez Vara, Damián Castaño e Imanol Sánchez, con un tercio de varas de Gabin Rehabi que valió la tarde. Márquez & Moore


 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Cuando en la taquilla de una Plaza de Toros ves un cartel que dice: “En este festejo todo el mundo ha pagado su entrada. No hay invitaciones”, ya sabes inmediatamente que te encuentras a un millón de años luz de la brasa del taurineo que nos rodea por tierra, mar y aire. El Club Taurino 3 Puyazos tuvo la idea y los arrestos de poner en marcha la primera “Feria del Aficionado” en la pequeña Plaza de San Agustín del Guadalix, inaugurada por Pepín Jiménez, me recuerda Pepe Campos, y a ella acudió lo que se entiende por “el aficionado”, que es, como bien sabemos, una especie en vías de extinción. Muchas veces habíamos hablado de por qué nadie se aventuraba a organizar una corrida “torista” cerca de Madrid, en Aranjuez decíamos siempre, y al cabo de los años he aquí aquella conversación puesta en pie por un grupo de aficionados, sin peajes que pagar, una iniciativa que sale del más puro romanticismo.
 

Antes, para demostrar bien a las claras que el rey va desnudo, en pelota picada, los del Club Taurino 3 Puyazos quisieron hacernos el regalo de conseguir que se reabriera la Venta del Batán, donde tantos aficionados se han gestado y donde tanto hemos aprendido, y resulta que allí estaban las corraletas con los Veragua de Prieto de la Cal y los ….. (ponga usted lo que le parezca en la línea de puntos) de Peñajara y no había ningún problema, y todo el mundo que ha pasado por allí se ha hecho la misma pregunta: ¿por qué razón se dejaron de llevar los toros a El Batán?


A las siete de la tarde se anunció la corrida de toros en la que Sánchez Vara, Damián Castaño e Imanol Sánchez se las verían con los de Prieto de la Cal y Peñajara, tres y tres. A las siete y dos minutos un solitario alguacilillo, más vale solo que mal acompañado, hacía el despeje de Plaza y encabezaba el paseíllo, por detrás las cuadrillas, los picadores en caballos enfaldillados y detrás caballos sin los petos, para que se viese cómo es un caballo, que muchos lo ignoran. En el piso de la Plaza habían pintado unas líneas a diversas distancias con el fin de significar que, en honor al nombre del propio Club, se iba a tratar de ser generoso en el primer tercio. Lo de que los toros irían al menos tres veces al caballo era algo que nadie podía poner en duda.
 

Lucero, número 84, de Prieto de la Cal es el que rompió Plaza. Remiso a la cosa del caballo, acudió por tres veces al cite de Navarrete (Francisco Javier) de manera bastante mecánica desde las diversas distancias a las que Sánchez Vara le fue dejando, sin emoción diríamos. El veterano diestro tiró de oficio y se sobrepuso a todos los que le indicaban desde diversas partes de la Plaza lo que debía hacer, de manera totalmente contradictoria a veces, que tiene tela lidiar con todo ese elenco de bienintencionados, particularmente los que le llaman “Javi” tras dictarle la instrucción. El cuarto fue Masapan, número 17, un serio Peñajara colorado que echó al suelo a Navarrete (Adrián) en el primer encuentro, al que acudió con fortaleza y alegría, como el AVE cuando pasa por Puertollano sin parar. Luego, Navarrete se las vio por tres veces más con Masapan, tomándose su tiempo, dejándose ver y moviendo con soltura el caballo, por lo que recibió los sinceros aplausos de la afición. En la cosa de la muleta Sánchez Vara volvió a tirar de oficio, soportó con estoicismo los “Javi esto, Javi lo otro” y, al ser el toro más encastado y dar menos facilidades que el otro, favoreció en mayor grado la tauromaquia bélica del alcarreño. Mató mal Sánchez Vara en sus dos toros y, a cambio, ejerció de director de lidia con madurez. Al toro, que tuvo una muerte espectacular, se le dio la vuelta al ruedo. También la dio Sánchez Vara, acompañado de Adrián Navarrete.

 
El primero de los de Damián Castaño era el Peñajara Pelón, número 103, un toro muy serio, colorado ojo de perdiz que se presentó ante la afición sacando las tablas del burladero de capotes y que acudió con vigor y alegría al caballo, donde empujó con ganas. Mucho más suelto que en San Isidro, donde se le vio bastante envarado, Castaño presentó sus credenciales al Peñajara con la mano derecha y ahí fue labrando al toro, que desde luego no era una mona ni mucho menos, tomando sus precauciones y sus ventajillas. Lo mejor vino cuando se cambió la muleta de mano para obtener una estimable serie corta de naturales, encajado y ligando muy toreramente y rematando con un pase de pecho. Cuando vuelve al toro con la intención de seguir por naturales, el toro le protesta enganchándole el trapo y Castaño vuelve a la diestra en las mismas condiciones que antes. No hace la suerte y se queda en la cara del toro al matar. Ligero, número 5, era el Prieto de la Cal que le tocaba en segundo lugar, pero su blandura llevó al señor Serra, Presidente del festejo, a sacar el pañuelo verde, un pañuelo de verdad, no un trapo, y dar su oportunidad a Aguardentero, número 4, un jabonero cinqueño que, al igual que sus hermanos, acudió al caballo como diciendo: “me gusta, pero no me apetece”. Frente a la franqueza de la embestida de los Peñajara, la reticencia y, si se permite la licencia, la sumisión con la que los de La Ruiza iban al cite de los del castoreño, iba decantando los cariños de la afición hacia los toros de don Antonio Rubio. Damián Castaño plantea ante Aguardentero una faena corta, muy inteligente y, si se quiere, con su cosa artística, que no es lo normal en toreros del corte de los de esta tarde. Castaño se da cuenta de la condición del toro y decide ir proponiendo los pases de uno en uno, mano derecha, buscando la posición y largando trapo. El toro los acepta así, porque no está dispuesto a iniciar una segunda embestida, y Castaño en seguida se da cuenta de esa condición. Un solo natural en el que el toro se le viene encima con todo le desengaña de continuar por esa mano. De nuevo mata mal, quedándose en la cara del toro, sin cruzar y, cuando el toro dobla, da una vuelta al ruedo.


El tercero de la tarde, primero de los de Imanol Sánchez, es Carasucia, número 63, de capa albahía. En cuanto al paso por el caballo de Sandoval, dando por sentadas las tres entradas al caballo, podemos decir que es el menos interesante de los seis tercios de varas de la tarde en cuanto a la ejecución por parte del picador. Las características del toro respecto de sus intenciones ante el primer tercio son bastante similares a las de sus hermanos de armas, siendo acaso éste el que ha desarrollado un juego algo más interesante. El toro canta su condición durante la brega que le da ese excelente peón que es Marco Galán, cuando le prepara para el tercero de los pares de banderillas el toro le hace un extraño, sorprendiéndole. Ahí parece que el toro se ha enterado del engaño que hay tras de las telas y eso queda más de manifiesto cuando Sánchez inicia su trasteo de muleta, donde no recibe la más mínima ayuda del toro, y por más que lo intenta se ve de manera clara que lo mejor que puede hacer es igualar al toro y cobrar una extraordinaria estocada entera y hasta la gamuza. Su segundo, el que finalizaba el festejo, era Peloverde, número 96, de Peñajara, castaño, listón y bien puesto. Con este toro Gabin Rehabi realizó un memorable tercio de varas, moviendo al caballo como si estuviéramos en un concurso de doma y mostrando, con la ayuda del toro, lo emocionante que puede ser el tercio de varas si se realiza con ganas y con conocimiento. La primera vara, con el toro galopando con fuerza, agarrada en la yema nos puso de pie en los asientos. Inolvidable. En las otras tres, Rehabi movió al caballo más de lo que se han movido todos los de la Feria de San Isidro, buscando siempre el puyazo certero en el morrillo, que a la velocidad que venía el toro unas veces se consigue y otras no. El tercio de varas de este sexto vale por sí solo el precio de la entrada. Luego Imanol Sánchez comienza su valiente porfía con el toro sin rehuir la pelea, pero entre que la noche se iba adueñando del escenario y que no parábamos de hablar de Rehabi, su labor se quedó un poco desdibujada. No obstante se debe señalar que se esforzó en sacar los muletazos de uno en uno, con valor y exposición y que mató con habilidad y de forma eficaz y no dio la vuelta al ruedo por más que un energúmeno con voz de tenor le gritó en innumerables ocasiones, muchas más de las necesarias, que se la merecía.
 

Una estupenda tarde de toros nos han dado los miembros del Club Taurino 3 Puyazos a los que animamos a continuar en este camino. Ya está hecha la siembra; que no quepa duda de que el año que viene acudirá más gente.

 



 

ANDREW MOORE

 

 


 
 
 
 
 
 
 
El caballo de Rehabi también salió a recibir su ovación


FIN