Este jueves 14 se estrena en Argentina Promesas del Este (Eastern promises), la última película de David Cronenberg protagonizada por Viggo Mortensen y Naomi Watts. Y hay que decir que el director canadiense mantiene el nivel (y también el tono) que había mostrado en su anterior film, Una historia violenta.
Primero, les cuento brevemente de qué se trata. El relato se desarrolla en Londres. Una adolescente embarazada y moribunda llega un hospital, donde logran salvar a la bebé. Anna, la partera que atendió el nacimiento, decide averiguar la procedencia de la niña. Entre las pertenencias de la difunta madre encuentra un diario íntimo escrito en ruso, además de una tarjeta de un restaurant. Anna, también de familia rusa, acude a ese lugar en búsqueda de respuestas. Así se relacionará, sin quererlo, con el submundo de la mafia soviética. Y descubrirá más de lo que esperaba.
Cronenberg es un artista cuyo talento y visión retorcida del mundo le permiten transformar las historias que cuenta en parábolas sobre algo más. Al igual que en el film anterior, la ambigüedad y la violencia vuelven a tener un lugar preponderante. Pero la violencia aparece de manera funcional al relato. Cronenberg es detallista en algunos planos sangrientos, pero no se regodea como lo haría Gaspar Noé (Irreversible), sino que muestra lo que él considera necesario para transmitir el grado de irracionalidad de dicha violencia. Busca generar una reacción en el espectador, pero demuestra una enorme coherencia e incluso buen gusto al hacerlo.
El relato avanza de manera casi perfecta, sin pausas ni innecesarios tiempos muertos. Sin rebuscados recursos estilísticos ni narrativos. Cronenberg es, sin dudas, un director no tradicional. Su trayectoria lo demuestra. Pero en sus últimos filmes, a diferencia de alguien cada vez más encriptado como David Lynch, no busca confundir o desafiar al espectador, sino que intenta generarle sentimientos ambivalentes hacia los protagonistas, sus motivaciones y sus actos. Como mencioné, un ingrediente que se reitera es la ambigüedad, en especial de los personajes. Todos ellos en algún momento parecen una cosa, y luego dan signos de que podrían ser otra distinta. O ser ambas. Diferentes aspectos de sus personalidades van aflorando a lo largo del film.
Cronenberg es un artista cuyo talento y visión retorcida del mundo le permiten transformar las historias que cuenta en parábolas sobre algo más. Al igual que en el film anterior, la ambigüedad y la violencia vuelven a tener un lugar preponderante. Pero la violencia aparece de manera funcional al relato. Cronenberg es detallista en algunos planos sangrientos, pero no se regodea como lo haría Gaspar Noé (Irreversible), sino que muestra lo que él considera necesario para transmitir el grado de irracionalidad de dicha violencia. Busca generar una reacción en el espectador, pero demuestra una enorme coherencia e incluso buen gusto al hacerlo.
El relato avanza de manera casi perfecta, sin pausas ni innecesarios tiempos muertos. Sin rebuscados recursos estilísticos ni narrativos. Cronenberg es, sin dudas, un director no tradicional. Su trayectoria lo demuestra. Pero en sus últimos filmes, a diferencia de alguien cada vez más encriptado como David Lynch, no busca confundir o desafiar al espectador, sino que intenta generarle sentimientos ambivalentes hacia los protagonistas, sus motivaciones y sus actos. Como mencioné, un ingrediente que se reitera es la ambigüedad, en especial de los personajes. Todos ellos en algún momento parecen una cosa, y luego dan signos de que podrían ser otra distinta. O ser ambas. Diferentes aspectos de sus personalidades van aflorando a lo largo del film.
En el apartado de las actuaciones, hay bastante para destacar. En el rol de Semyon, el capo-mafia ruso, se luce Armin Mueller-Stahl, veterano actor alemán que, con su relajada presencia, logra transmitir sabiduría e incluso calidez, sin dejar de ser nunca una figura amenazante. El francés Vincent Cassel, por su lado, también destaca como Kirill, el indisciplinado e inmaduro hijo del mafioso. Es un personaje alegre por fuera pero sufrido internamente, ya que recibe constantes rechazos de su padre dado su comportamiento errático. Se podría decir que Watts, como Anna, resulta la menos favorecida del elenco. No porque su labor sea mala, sino porque jamás supera la corrección. Tal vez la causa esté en que su papel, a diferencia del resto, es bastante unidimensional. Igualmente, no deja de ser muy bella, a pesar de aparecer aquí algo desmejorada. Y, finalmente, hablemos del protagonista. Viggo sorprende como Nikolai, el chofer/amigo de Kirill en, posiblemente, la mejor actuación de su carrera (aunque hasta el momento su papel más creíble haya sido el de hincha de San Lorenzo). No sólo es loable su actuación, que navega perfectamente esa ambigüedad antes mencionada, sino también su entrega física, en especial en la escena del sauna (tendrán que verla para creerla).
No voy a decir que es un film trascendental ni que les va a cambiar la vida (como me hicieron creer que era la de los Coen), pero sí que se van a encontrar con una muy buena película, excelentemente realizada por un director en un punto alto de su carrera. O sea, se las recomiendo abiertamente.
No voy a decir que es un film trascendental ni que les va a cambiar la vida (como me hicieron creer que era la de los Coen), pero sí que se van a encontrar con una muy buena película, excelentemente realizada por un director en un punto alto de su carrera. O sea, se las recomiendo abiertamente.