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No se confundan con la foto y el título. No voy a hablar de la extraordinaria película que da nombre a este posteo, pero sí de algo que está muy relacionado. Acabo de cenar con la mujer que amo. Y hay pocas cosas que yo disfrute más que tener una cena romántica y relajada con un buen vino de por medio. Tinto, claro. Realmente, compadezco a las personas que no disfrutan del buen vino. Bah, que no saben disfrutar de la buena bebida en general (así como del buen comer). Y ojo, no hablo de ponerse en pedo. Para nada. Hablo del placer de sentarse a compartir una botella de vino con el ser amado, en un lugar acogedor, con una suave música de fondo (jazz, bossa nova, soul están entre los estilos indicados) y disfrutando una sabrosa cena. Puede ser tanto en un restaurant como en nuestra propia casa. Eso es lo de menos. Lo fundamental es encontrar un lugar del cual poder apropiarnos. Y regar la velada con ese vino. Y deleitarse con la forma en la que vamos aliviando nuestras tensiones, en que los sentidos se relajan y nuestras inhibiciones van quedando atrás. Entrar en contacto con nuestra esencia, con nuestro verdadero ser, alejados de la locura diaria. Me encanta esa primera sensación que te da el trago inicial, el que te pone en clima, el que abre la puerta a ese espacio de tiempo en el cual tus sentidos entran en una extraña vigilia. Las piernas se ablandan un poco, las manos se relajan, las emociones se agudizan.
Es ese placer que Entre Copas transmitía tan bien. El de encontrar momentos únicos, refugios inventados por nosotros mismos en los cuales nos olvidamos de los problemas y nos entregamos al deleite de compartir aquello que nos da placer. Ese momento en el cual nos conectamos con otra persona y donde un buen vino es el cómplice ideal de aquella comunión. Doy gracias por tener al lado alguien que comparta estos pequeños placeres que, creo yo, son los que van apuntalando nuestra vida. Y doy gracias por el vino, claro. Salute.
Es ese placer que Entre Copas transmitía tan bien. El de encontrar momentos únicos, refugios inventados por nosotros mismos en los cuales nos olvidamos de los problemas y nos entregamos al deleite de compartir aquello que nos da placer. Ese momento en el cual nos conectamos con otra persona y donde un buen vino es el cómplice ideal de aquella comunión. Doy gracias por tener al lado alguien que comparta estos pequeños placeres que, creo yo, son los que van apuntalando nuestra vida. Y doy gracias por el vino, claro. Salute.