19 de diciembre de 2011

El fruto prohibido.

Adán y Eva escondieron el fruto producido por comer del fruto prohibido. Lo pusieron bajo el árbol de donde Adán comió del fruto que Eva le ofreció. El fruto no dejaba de alimentar al árbol con sus llantos. Más frutos salieron y siguieron comiendo de ellos. Produjeron más frutos por comer de los frutos prohibidos, pero ya no cabían bajo el árbol, por lo que los dejaron libres. Estos frutos también fueron alimentados por los frutos prohibidos. Pronto no cupieron en el Paraíso y decidieron bajar a la Tierra.
Ya en la Tierra… todos se pudrieron.

Finalista en TripeC.

Imagen de: Juan Luis López Anaya    http://dididibujos.blogspot.com/

15 de diciembre de 2011

Canto de Sirenas.

-Yo la abrazaré bien fuerte y me la llevaré conmigo.
-Yo besaré sus carnosos y azulados labios, y tocaré su pelo ondulado.
-Madre estará orgullosa de nosotras.
-Sí, hace tiempo que no hacemos naufragar a un barco.
-¿Pensáis que sigue viva? Sus pupilas aún no están dilatadas, y de su nariz brotan burbujitas de aire.
-Deberíamos dejar que llegase al fondo del mar. Desde allí será más fácil hacerla nuestra.
-Recordar que madre sólo nos deja tocar los cuerpos cuando estén muertos. Si lo hacemos antes, la convertiríamos en una de nosotras, y tendríamos que compartir nuestras cosas con ella. Además, ella no quiere ser abuela todavía.

12 de diciembre de 2011

El olor del silencio.

Nada más entrar en casa noté un cierto olor fuera de lo habitual. Cambié mis embarradas botas por las cómodas zapatillas; mi mojada chaqueta por el batín de seda.  Mientras me ceñía a la cintura el kimono, avancé por el largo pasillo de parquet, observando cada trocito de madera, su color, su espectacular brillo que siempre Sara había sabido sacar, su leve crepitar al pasar por algunos tramos...  Entré en el salón y otra vez percibí ese extraño olor. Todo estaba en silencio; un incomodo silencio que sólo rompió la bocina de un barco al zarpar. Miré mi reloj de bolsillo: las 17 horas y 11 minutos. El navío con destino a las Américas salía con varios minutos de retraso. Me senté en el sofá frente al ventanal. Agarré la pipa situada sobre la tabaquera de marfil; metí la mano en su interior, rozando mi abultado anillo de oro con la tapa, y saqué el saquito con el tabaco (mi mujer sólo permitía que fumase en pipa siempre y cuando la limpiara de cenizas en el balconcillo). Al encenderla, vino de nuevo ese olor, esta vez más intenso;  eché de menos a Sara trayéndome una taza de café y una copa de coñac. Resultaba extraño no haberla escuchado desde que había llegado a casa. Di dos largas caladas para avivar el tabaco y miré hacia la alacena de roble macizo. Todas las copas, tazas y demás enseres colocados en un riguroso orden, con una enfermiza separación, todas a la misma distancia; todo sin una mota de polvo, sin ninguna mancha, sin ninguna huella. Cogí los guantes blancos situados junto a la tabaquera y me los puse para abrir el mini bar que tenía forma de bola del mundo. Saqué la botella de coñac y serví una generosa copa. Cerré el mini bar. Otra vez el silencio. Caminé hacia el ventanal; desplacé las ostentosas cortinas con dos dedos. Volvía a llover. Distinguí en el horizonte gris la estala dejada por el gran barco de vapor… y otra vez el pitido… el silencio… el olor… el olor… ese olor tan extraño que estaba empezando a descifrar. Era el olor del hogar sin Sara. No había olor, sino la ausencia de él. Entonces me vino a la mente una huella que había visto sobre el globo terráqueo. Me acerqué con el corazón en un puño. Era una huella de ella, sin duda, pequeñita y bien definida sobre La Patagonia. Recordé que ella siempre decía que algún día lo dejaría todo por ir a Santiago de Chile. Esa era la condición con la que tendría que vivir si quería estar con ella; ese era su sueño y nadie se lo iba a arrebatar. Volví  al ventanal, alcé la copa, y brindé por ella: Allí donde quieras que vayas… siempre te querré.

9 de diciembre de 2011

En el jardín de los pecados.


El pie izquierdo no me quería hacer ni caso, por más que intentaba encajarlo en mi tobillo, siempre terminaba cayéndose. Unos fríos dedos golpearon mi hombro por la espalda. Sobresaltado, giré mi cuello y comprobé que era un esquelético hombre que me indicaba con sus finos y alargados dedos, que aquel pie era suyo. Al dárselo, intuí un gesto de agradecimiento en su vasta mandíbula. Cuando retomó su camino, comprobé que a él le faltaba todo el brazo derecho. A mí sin embargo, aparte del pie izquierdo, sólo tenía que encontrar algunas costillas y el parietal derecho. Me quedaba poco para ganar aquel concurso, y poder recuperar mi alma.

2 de diciembre de 2011

A tu lado.

Alargo  e l   t  i  e  m  p  o
p   a   r   a    h    a    c    e    r    l    o     i     n     f     i     n     i     t     o.
S      i      e      m      p      r      e       a        t        u         l         a         d         o.

1 de diciembre de 2011

Perdón.

Por fin quietas tus manos y mis ganas de vivir.

Terremoto


Por fin quietas quedaron las copas en la alacena cuando retiré mi mano temblorosa de la botella de coñac. Estos dos meses de total abstinencia me están matando. Un sudor frio se apoderó de mí. Retrocedí dos pasos y respiré profundamente, como me enseñaron en la terapia. Tal vez olerlo me quitaría esta ansiedad, o mojarme los labios, o sólo un sorbo... ¡Sí!, sólo un sorbo. Agarré la botella con todas mis fuerzas y las copas temblaron de nuevo; esta vez cayeron al suelo. Todo se vino abajo. Me encuentro sumido en la oscuridad absoluta, bajo escombros, atrapado... con la botella.

Perdido

Por fin quietas. Todas las personas que por allí deambulaban pararon y miraron hacia arriba. Ahora por fin era el centro de atención. No entendía muy bien lo que decían. Agitaban sus brazos, pero apenas lograba entender una palabra. Intuía que algunos querían que retrocediera, pero otros insistían en que saltara. Varios cogieron sus móviles y empezaron a grabarme. Toda aquella situación me puso muy nervioso y apunto estuve de resbalar y caer. Al rato todos se marcharon, menos una mujer y su niño pequeño. Llegaron los bomberos, y con su gran escalera alzaron al chico, que me estrujó entre sus brazos.

28 de noviembre de 2011

Cielo

Cansada Eva de comer manzana, pidió al padre algodón dulce.

22 de noviembre de 2011

17 de noviembre de 2011

La Santa Compaña.

Muerto pero mío… se escuchaba en la lejanía de la noche. Me cubrí con las mantas hasta el gaznate. ¡Muerto pero mío…! Empecé a escucharlos más cerca, junto al crepitar de hojas secas al andar. ¡Muerto pero mío…! Ahora bajo mi ventana. Tres golpes secos en la puerta retumbaron en mi morada. Enmudecí;  dejé de respirar. Al rato, y en silencio, quien quiera que fuese retomó su camino. Muerto pero mío… siguieron a lo lejos. Miré por la ventana y los vi introducirse en el bosque, con velas titilantes en la niebla. Ahora que estoy muerto… ¿debería de ir con ellos de excursión?

Ven gatito... ven.

¡Muerto pero mío! Gritaba el niño mientras apretaba fuertemente al pobre gatito. Su madre, tras forcejear con él para intentar arrebatárselo, le propinó una tremenda bofetada y consiguió quitárselo.
Por la noche, cuando todos dormían, el chico bajó sigilosamente las escaleras; salió al jardín y recuperó al felino que estaba encerrado en una bolsa de basura. Lo subió a su habitación; se metió en la cama, y lo empezó a acariciar. El gato emitió un maullido y comenzó a ronronear. Entonces le susurró al oído mientras lo volvía a estrujar entre sus brazos: -Ya sólo te quedan dos vidas. ¡Aguanta minino… aguanta!

15 de noviembre de 2011

Desagradecidos.

Decenas de dientes dejaron de debatir deberes devengados del dictador. Despertaron desorientados donde dieron docenas de doloridos disparos.  Decían  de dictar directamente determinados diálogos disciplinados dados del dictador. Desviaron decir de donde dichos dubitativos diálogos derivaban. Devastados, derrotados, dos desarmados doblegados decidieron dar datos de donde dichos diálogos deberían de derivar. Dos disparos decapitaron dos doblegados desarmados. ¡Desagradecidos!

14 de noviembre de 2011

La medalla que me llevó al cielo.

Tenía la medalla al alcance de la mano. Un rayo de sol penetró en la habitación e incidió sobre ella. Estaba situada en lo alto del armario, entre los demás trofeos. Eché un breve vistazo en lo que había convertido mi vida desde ese primer oro ganado honradamente: drogas, alcohol, chantajes, compraventa de anabolizantes... Vi entonces en ella una chispa de esperanza que podría sacarme de aquella profunda depresión. Tenía que aferrarme a esa medalla como fuese. Estiré todo lo que pude mis dedos; pero al cogerla, la silla que tenía bajo mis pies cedió.

Mala jugada.

Pobre rey. Ya no tendrá más mariposas en el estómago; se han marchado. Descubrieron a su amante y la han apartado de él. La tienen encerrada en una torre custodiada por dos caballos. El rey se enrocó en sí mismo, y eso le hizo perder sus esperanzas de recuperarla. Su esposa, defraudada, se suicidó lanzándose bajo los caballos de su enemigo. Ahora el rey está solo, apenas un par de súbditos le acompañan;  sabe que pronto le darán jaque mate.

11 de noviembre de 2011

Bajo el puente

Cuando pasees por un puente no mires hacia abajo, puedes hallar a un muerto. Si lo miras, que no se de cuenta que lo has visto. Si te ve, procura que no te llame. Si te llama no bajes, ignóralo. Si bajas, no hables con él, pues te intentará convencer que le des tu vida. Si le das tu vida, reza para que alguien pase por el puente y te mire.

10 de noviembre de 2011

Nanorelato para 20N. El País.

Cuando iba a entrar a votar me topé con un escarabajo pelotero arrastrando una gran bola de papeletas rojas. Eso hizo que rompiera mi voto y fuese a por los azules. Al tener mi papeleta azul, vi a una niña con lazo rojo. -¡Una señal! -me dije. Siempre me he fiado de ellas.

Concurso nanorelatos del el País.

El ferroviario.

Y nada más existió hasta el próximo tren. Me despertó la llamada telefónica de la estación anterior. Anoté en el libro de registro la hora de salida. Fui al andén. Esperé.  Me puse la gorra y alcé el banderín para indicar al maquinista que tenía vía libre. Pité. La locomotora respondió con un largo silbido. Viendo marchar al tren, vi saltar del último vagón a una dama con una enorme maleta. Entré en la oficina. Miré el reloj y apunté la hora de llegada. Telefoneé a la siguiente estación para comunicar que iba con doce minutos de retraso. Cerré el viejo apeadero.  Por fin la ansiada jubilación.

Tu última dosis de amor

Y nada más existió hasta el próximo tren que me llevó a tu ciudad, a tu barrio, a tu casa, a tu habitación, a tu cama, a tu cucharilla, a tu jeringuilla, a tu sangre… a tu muerte.

3 de noviembre de 2011

Mujer.

Como tantas veces había hecho de niño arranqué una margarita del suelo y la miré con cierta nostalgia. Esa vez no la deshojé en busca de respuestas a: ¿Me quiere, no me quiere...? Me la puse en el pelo de adorno; porque ahora que soy niña... sé que me quiero.

Nada.

Como tantas veces había hecho de niño me senté en el borde de la cama y nada. Cogí el viejo cuaderno de la mesita de noche y liberé el lapicero que permanecía enredado entre sus anillas. Nada. Agarré el atrapa sueños que tenía colgado y lo sacudí enérgicamente en busca de algún sueño olvidado. Nada. Metí la mano bajo la almohada y palpé mi último diente guardado para el ratoncito Pérez. Nada, esa vez no me dejó ninguna idea. Enchufé el radio balón y sintonicé una frecuencia con ruido blanco y… Nada. Mi vida de escritor se había  convertido en nada. Tal vez debería escribir… nada.

Regresar a la infancia.


Como tantas veces había hecho de niño me acerqué al quiosco del parque. Apoyé mis brazos en el mostrador de chapa y empecé a hurgar mis bolsillos en busca de alguna moneda. Mientras tanto miraba las montañas de gusanitos, los rascacielos de chicles, los nidos de serpientes de regaliz... Mi boca comenzó a babear cuando vi al lado de las golosinas de cola unos sobres sorpresa de soldados, los necesitaría para terminar la misión. El quiosquero, impaciente, me echó; espantaba a los niños. Me até la cuerda que llevaba a modo de cinturón y marché arrastrando los pies. Tenía que recuperar la máquina del tiempo y regresar.

De tal palo tal astilla.

Como tantas veces había hecho de niño abrí el cajón del escritorio de mi padre y saqué su viejo revólver. Quité con mimo el paño que lo abrigaba y lo miré, esta vez, con otros ojos. Saqué también la caja de municiones e introduje las balas en su tambor. Una vez cargado lo dejé sobre el escritorio, y, al igual que hizo mi padre en su momento, escribí unas palabras a modo de despedida. Miré por la ventana y vi que la luna llena había salido. Volví a coger el revólver girando el tambor lentamente; quería asegurarme que lo había armado con balas de plata.

20 de octubre de 2011

Doble vida.

No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento mientras paseábamos. Ella supo al instante que yo me había percatado de ello; tal vez sabía lo mío con el hombre que vivía en ese apartamento. Intenté desviar su atención, pero ella volvió a mirar la puerta, esta vez con más descaro, acompañado la mirada con una incómoda sonrisa. Esa noche apenas intercambiamos palabra. Al día siguiente, como cada lunes, fui al apartamento. Esta vez vestido de mujer, quería sorprenderle. Él me esperaba de mi mujer. Nunca coincidimos en quién hace de quién.



19 de octubre de 2011

Reencarnación.


Estaba ya tumbada demasiado tiempo. Parecía que había transcurrido toda una eternidad. La fina arena blanca bajo mi espalda parecía engullirme. Esto era el fin. Había llegado mi hora.
Vi la luz al final del túnel. Estaba por fin en el otro mundo, en el mundo de abajo, aquel del que algún día partí. Ahora deseaba que no dieran la vuelta al reloj, no quería tener que trepar otra vez por todo ese montón de arena.

17 de octubre de 2011

Crisis.

-Mamá. ¿Qué es la crisis? Nos han pedido en el colegio un trabajo sobre qué es la crisis.
-Hijo, eso ya no tiene importancia.
-Papá me ha dicho, mientras me traía en coche, que la crisis es como cuando uno gana muchas muchas canicas y las mete todas en una misma bolsa, que al final la bolsa se rompe y te quedas sin canicas.
-Sí cariño así es.
-También me ha dicho que por la crisis ya no podemos comprar muchas cosas. Y que tengo que cuidar todos mis juguetes, y si se rompen tampoco podremos arreglarlos… ¿Entonces no  podremos arreglar el coche…? ¿Y papá…? ¿Dónde está papá?

10 de octubre de 2011

Érase una vez...


Era muy bajita para jugar a baloncesto, aunque sus “amigas” no la dejaban porque era una pija presumida.
Una tarde lo volvió a intentar. Tras la negativa, estampó contra la canasta una botella de ginebra que llevaba en su cestita. Corrió a refugiarse en una fábrica de chocolate abandonada. Estuvo escondida tres días; llorando y comiendo galletas. Tanto lloró que encogió al mundo. Salió convencida que ahora la dejarían jugar. Al regresar no cabía en la cancha y, exasperada, se arrojó a un agujero bajo un árbol.
La encontraron agonizando en las escaleras del metro, chasqueando los talones, repitiendo sin cesar: “no hay lugar como el hogar”.


6 de octubre de 2011

El día de la marmota.

Son las doce horas, un minuto y quince segundos; ahora telefoneará la tía de mi marido, aunque todos sabemos que es su amante la que llama. Carlitos seguirá por lo menos dos horas más aporreando, dale que le das, el xilofón que le regaló su abuelo; sólo tres notas: “Do, Re, Mi”. Mi suegra dejará el ganchillo y pondrá la telenovela a toda pastilla. Entonces sabré que es hora de preparar la comida. Hoy lentejas, como ayer… las de ayer. Tengo ganas de llorar, pero no puedo, o no debo, o no quiero… Escucho algo desconcertante, fuera de lugar; sale del comedor; creo que es un “Si”.

Agorafobia.

-Son las doce horas, un minuto y quince segundos y aún no ha pasado el portero a recoger la basura –dijo el marido mientras miraba enfermizamente por la mirilla.
-No tenemos portero –dijo su mujer mientras vaciaba la botella de ginebra en su vaso.
-¿Entonces…?
-Es el vecino del ático quien se encarga de subírsela.
-¿Subir…? Tendré que ir arriba, no podemos tener la basura en la puerta toda la noche. ¡Qué dirán los vecinos!
Cuatro tragos de ginebra más tarde, el marido baja asfixiado: “¡Cariño, llama a la policía! Allí arriba huele a muerto.
-¿De verdad quieres salir tú a la calle a tirar la basura?

2115

Son las doce horas, un minuto y quince segundos. Todos, indignados, se han marchado cabizbajos de la plaza; no han sido capaces de soportar los casi cincuenta grados bajo cero. Sólo queda en el centro una señora anciana. Se puede ver en sus ojos vidriosos todas las ilusiones puestas en ese fruto congelado que permanece todavía entre sus dedos. Paciente; sigue con la boca abierta, esperando ensimismada la primera campanada.

Un peine.

-Son las doce horas, un minuto y quince segundos.
-Muy bien –dijo ella mientras dejaba de señalar al reloj para apuntar con su varilla a la pizarra.
-A, e, i, o, u.
-Y ahora: ¿qué animal es este?
-Un burro.
-Perfecto.
-¿De qué color es este cuadrado?
-Rojo.
-¿Y qué es este objeto?...
Tras un incómodo silencio, él sacó un peine imaginario del bolsillo de su chaqueta; se echó el pelo hacia atrás al tiempo que le preguntaba a su nieta: -¿Y tú de quien eres?

Buenaventura.

-Son las doce horas, un minuto y quince segundos; no vas a morirte cariño.
-La gitana fue muy precisa: “a las doce en punto de mañana vas a morir”. ¿Percibiste lo que dijo...? Su voz parecía venir de la ultratumba. Escuché incluso la guadaña vibrar. ¡Tuve que comprar la dichosa ramita!
-Ya pasaron las doce de la noche, las doce del mediodía... no va a pasar nada.
-¿Y si quiso decirme que sucumbiría a las doce de esta noche? ¿Y si...?
-¡Venga! Levanta de la cama; hoy te haré de comer ese chuletón al romero que tanto te gusta.

21 de septiembre de 2011

El expreso de medianoche.

-Tú y yo podremos pasear juntos bajo ese cielo estrellado –dijo el anciano señalando hacia la luna mientras apretaba con fuerza la mano de su esposa.
-Sí, cariño –respondió ella con lágrimas en los ojos. -¿De verdad me quieres tanto como para esto?
-Daría mi vida entera por ti. Ya sabes: en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.
Tras un largo silencio se escucha un pitido del tren.
-Ana, tenías toda la razón del mundo… tuve que traer las mantas; hace un poco de fresco.
-No te preocupes por las mantas ahora, ya se ocuparan de ello… y dime que me quieres.

Miedo

-Tú y yo podremos pasear juntos bajo ese cielo estrellado –dijo él mientras entraban en la finca con el coche.
-Me dan miedo las estrellas –dijo la niña poniendo morritos y cruzándose de brazos en el asiento trasero.
-¿Sabes...? Tendrás una habitación bien grande para ti sola -indicó el hombre mientras bajaban por el garaje de la casa.
-Me da miedo la oscuridad –reprochó ella.
-Si quieres podrás tener un gato; lo digo por si hubieran ratoncitos y te dieran miedo.
-¡No...! Me dan miedo los gatitos.
-¡Niña! ¿A ti que no te da miedo?
-Tú.

9 de septiembre de 2011

Aunque no me escuches.

La noche es una estrella en tu cucharilla que se va disolviendo en el café frio mientras intentas no pensar que ayer fuimos uno. No hieles la noche con más lágrimas. Piensa que la hija que acabo de concebir, y que te traen las enfermeras, es un trocito de algodón dulce que le he robado al cielo. Cuando crezca dile que sé que es un sol en el brillo de tus ojos.

El maleficio del payaso.




El payaso enamorado de la bailarina domadora de leones se ahogaba en sus palabras cuando intentaba declararle su amor. No podía articular palabra alguna cuando se encontraba frente a ella, y si sus labios balbuceaban algo, la flor de su solapa se encargaba de escupirle chorros de agua a la boca. Viendo que no podía expresarle su amor con su voz, decidió escribirle cartas de amor. Pero nunca encontraba el momento de entregárselas y cuando se acercaba a ella el suelo temblaba bajo sus pies. Acumuló miles de cartas.
Cansado el payaso de no poder dárselas en mano las esparció sobre la arena de la pista de los leones para cuando ella saliera a ensayar pudiera leerlas. Cuando por fin cogió una carta del suelo, el payaso salió a la pista poniéndose bajo un potente foco de luz. El calor del foco hizo que empezase a sudar a borbotones. La flor de su solapa, intentando sofocarlo, le lanzaba chorros de agua. El suelo empezó a temblar, y la arena con todas esas cartas junto con el sudor y el agua formaron un engrudo que poco a poco fue tragando al payaso en palabras movedizas.  La bailarina contenta por aquellas palabras que le había dedicado su amigo el payaso, y sin percatarse de lo que estaba ocurriendo, comenzó a bailar girando sobre sí misma provocando un gran tornado, el cual absorbió todo el aire, agonizando aun más el último aliento del payaso.

El hombre que olvidaba ser payaso.

La actuación de hoy había sido todo un éxito. No había dejado en ningún momento de pensar en ella. Cuando tuve que reír... pensé en su sonrisa; cuando tuve que llorar...pensé en los momentos sin ella; cuando tuve que hacer el patoso... pensé en cómo iba a entregarle hoy, hecho un manojo de nerviosos, mi carta de amor.
Entré en el camerino y cerré la puerta con llave; no quería que nadie me molestara. Cogí la cajita de música y la abrí dándole cuerda. Apareció sonriendo ella de su interior; toda vestida de blanco, con su tutú y sus zapatillas de ballet; la acompañaban dulces melodías que parecían canticos de sirenas. Le dije que había escrito una carta para ella, y que se la leería cuando me pusiera guapo. Me senté delante del espejo quitándome la peluca y la nariz roja; cogí unos algodones del interior de la caja de música y limpié despacio el maquillaje de mi cara. Los algodones olían a ella. Poco a poco fue apareciendo en el espejo un rostro nuevo.
Cuando terminé de mudarme de ropa fui hacia la puerta, pero estaba cerrada. Di media vuelta  y metí la mano en el gran bolsillo del pantalón del payaso. En el fondo encontré un sobre que tenía dentro una llave atada, con un lazo blanco, a una carta. Mientras la desataba, la caja de música cesó de sonar. Miré por encima la carta y la arrojé a la papelera, prendiéndole fuego.

La clave.

            Llaman a la puerta. Parece que es el carruaje que me llevará a un lugar en donde poder guardar el pergamino con las claves para descifrarlo. La Orden me dio instrucciones de dejar abandonado el manuscrito en la biblioteca; lo dejaré entre otros libros, para que pase desapercibido.

            El chofer me indica que estamos llegando a puerto; tendré que coger un barco para llegar a una isla en donde hay una entrada secreta a la Atlántida. Deslizo las cortinillas con el pergamino y veo cientos de carros desembarcando.

            Ha sido un viaje duro, aunque el encontrarme dentro de la ciudad perdida, amortigua la enfermedad mortal que contraje en la travesía. Soy el último de la fila que aquellos seres cabezudos nos han hecho formar; delante de mí veo: el Santo Grial, el disco de Festos, la piedra filosofal...Yo soy la clave, el último que cerrará la caja de Pandora.

http://factoria.fnac.es/concursos/concurso_matilde_asensi/la-clave

7 de septiembre de 2011

En la trastienda.

En el centro comercial, un niño se había quedado solo, a la hora del cierre, en la tienda de animales. Estaba apoyando sus manos en el cristal y miraba a los gatitos jugar entre recortes de periódicos. El cantar del ruiseñor azul acalló el ruido de la persiana de la tienda al cerrar. El establecimiento quedó a oscuras. Sólo permanecieron encendidas algunas luces de varios acuarios y la luz del mostrador. El niño dio un paso atrás y vio reflejado en el cristal algo parecido a un leopardo que se acercaba sigilosamente desde el mostrador; le tapó la boca y se lo llevó a un cuarto si cabe, aun más oscuro.

Evolución.

El gran simio, Ansgor, alzó los brazos al aire para clamar silencio. Todos callaron al unísono  menos un grupo de jóvenes que chillaban descontrolados dando volteretas en la arena. Ansgor rugió y saltó sobre ellos para hacerlos callar. Una vez impuesto el silencio, todos se sentaron y esperaron a Jumo. El simio chamán salió de entre los matorrales portando un gato negro bajo el brazo. Avanzó lentamente hacia el centro del grupo; andando a dos patas; apoyándose en el suelo con los nudillos de la otra mano. Puso el gato encima del pedestal y se retiró mezclándose con los demás. El gato abrió los ojos y la selva enmudeció. Sus ojos empezaron a tornarse azules, y una imagen brotó de ellos, formando en el aire un ruiseñor azul. Todos los simios empezaron a aullar y a mover los brazos enérgicamente. Fue al empezar a cantar el ruiseñor azul cuando Malca, la madre del hijo deforme que sería sacrificado, puso al lado del ruiseñor el bebé rosado y sin pelo. En el aire empezaron a revolotear cientos de buitres esperando que el ruiseñor cambiase de cantico para devorar al simio defectuoso. De repente, divisaron a lo lejos una pareja erguida de primates blancos portando un leopardo. El felino empezó a proyectar por sus ojos imágenes de fuego. La manada rompió a chillar y huyeron despavoridos del lugar. El bebé comenzó a llorar y un enorme ave Fénix lo recogió entre sus garras, llevándoselo hacia el territorio de los simios mutados.

30 de agosto de 2011

Arena

Estaba tumbado en la orilla del mar. El viento soplaba fuerte y la arena erosionaba mi cuerpo. Las olas empezaban a humedecer mis pies y la espuma del mar salpicaba mis labios.
La luna llena salió, y el agua del mar retrocedió otra vez. Los cangrejos nocturnos salieron de nuevo y siguieron devorando mi cuerpo descompuesto.

28 de julio de 2011

Tema libre.


  • Vivo en un castillo de naipes, justo al lado del molino de la suerte, disfrutando las vistas desde lo más alto de la montaña rusa.(Finalista)
  • El microrrelato se indignó contra la novela, igual que Plutón contra la Tierra, nunca conseguirá ser planeta. (Finalista)
  • El esclavo picaba piedras por cada latido de su corazón, no quería que el negrero se diera cuenta de que estaba vivo.
  • Frenazo en la carretera; coche en la cuneta; zapato en el arcén; tus bragas en mi mano.
  • Castigada se asoma a la ventana y mira a los niños jugar; espera su príncipe azul; frota su tripa y pide un deseo: que sea niña, como ella.
  • ELHOMBREQUENOSONRIE y LAMUJERCONELCORAZONROTO se vieron en la barra del bar; tras unas copas fueron a presentarse, pero ya no tenían nombre.
  • Quería tanto a su vida que la metió en una caja de madera. Cuando la necesitó, sólo encontró gusanos.
  • Todo ese espacio libre me estaba asfixiando, tuve que convertirme en pez para acabar ahogándome en el agua.
  •  Cansada Eva de comer manzana, pidió al padre algodón dulce.
  • Encontré el fino hilo que me unía a ti. Fui tirando de el muy despacio, tenía miedo que se rompiera o que no estuvieses al final de él.
  • Cuando se vieron ante ese mundo tan blanco y luminoso, el padre dijo: -Hijo, ¿trajiste las acuarelas? Tenemos un mundo entero que colorear.
  • Fue divertido decir que tenía el síndrome de tourette al ir a que me firmara el libro aquel que decía ser escritor.
  • Tras romper los cristales encontré detrás de ellos tres tristes figuras. Traían tarros de barro con restos de mis retoños interfectos.
  • Vi a un niño coger estrellas en la noche y comerlas como uvas. Después partió una rodaja de la luna y escupió una lluvia de estrellas.
  • Saqué las manos del estanque de caracteres. Quedaron en ellas 140. Los metí en un bote, y, con las líneas de un pentagrama, pinté un lienzo.
  • -Hace dos semanas os mordieron hormigas; esta venís con picadas de avispas. ¿Qué tocará la siguiente?
          –Escorpiones, madre... escorpiones.

  • Cuando consiguieron terraformar Marte, mortificaron la Tierra.
  • Caía por un pozo sin fondo;  al final había un pozo sin fondo.
  • Cuando llegué al final de la escalera había un peldaño más.
  • Ante el frenético ritmo del concurso, la redacción del concurso consideró bajarlo a 110.
  • El asesino del microrrelato dejaba uno en  cada víctima. Luego ponía  pistas en “cuenta 140”. Montero lo descubrió y se hicieron amigos.
  • Me tiré a una piscina sin agua desde un trampolín sin aire. Mi sombra me dejó  abandonado.
  • Fui elegido míster tristeza. Cuando me coronaban no pude evitar esbozar una tristeza.
  • Con la misma navaja que abría tus cartas de amor, abro ahora mis venas en tu ausencia.
  • Empecé a borrar compulsivamente; borré mis cosas, mi casa, el universo, el tiempo... Al final quedó, por olvido: la nada y mis pensamientos.
  •  Fui a una tarotista a saber de mi futuro. No me auguró nada bueno, pues salió el ahorcado. Fui a casa, cogí una soga, y ahorque a mi mujer.
  • Estuve cavando mi propia tumba hasta que encontré lo que buscaba.
  • Este libro ecológico de terror; hecho de madera reciclada de chabolas; tinta color rojo de inquietante procedencia; tiene más de un alma.
  •  -Mi amigo habla lenguas -dijo señalando al aire.
           -Calla hijo –dijo la madre mientras se ruborizaba pensando en sus fantasías nocturnas.
  • Dejé de escribir relatos porque se cumplía todo lo que decía. Hoy hago una excepción, quiero ganar. ¿No se suicidará nadie por esto, verdad?
  •  Por más que intento acercarme a él para decirle todo lo que siento… más banderillas me pone.
  • Afilé el cuchillo tanto que conseguí que el filo desapareciera. Ahora ya puedo subirlo al avión para degollar a los pasajeros.
  • Dicen que todos los microrrelatos ya están escritos, menos este… que no lo he escrito yo.
  • Estuve comiendo sopa de letras hasta que en una cucharada pude leer: “esta semana gran oferta en tu supermercado en sopas de números”.
  • E_ terrori_ta arma_o c_n u_ fusi_ fu_ mata_do cad_ un_ d_ l_s palab_as d_ es_e microrrel_to, n_ pudien_o tumba_ l_ palabr_ paz.
  • Vivimos en un tiempo que incluso para morirse hace falta buen currículum y alguna que otra carta de recomendación.
  • Hace ya algún tiempo encontré el olvido; ahora el olvido me ha encontrado a mí.
  • Tardé dos años en registrarme a todas las redes sociales, ahora intento acceder a la red de la vida, pero me dice usuario desconocido.
  • Desperté desorientado después del mareo. Me extrañó notar que tenía puesto traje y corbata… cosa que yo no haría ni muerto.
  • El precio que tuve que pagar por encontrar un diamante de sangre fue: cuatro dedos de un pié, un brazo y un hijo.
  • Cuando mi nieto me preguntó sobre mis vivencias en la guerra civil, no le pude responder, pues no conseguí nacer.
  • Mi psicoanalista me dijo que cuando llegase a los 140 microrrelatos, parase. Me llevó 140 euros por la sesión.

22 de julio de 2011

La bolsa de viaje.


Iba con mi bolsa de viaje camino de la estación. Pasé por donde aparcaron las famosas furgonetas de Alcalá de Henares del 11M. Se me fue un poco la cabeza y empecé a imaginar qué pasaría si yo en esa bolsa llevase explosivos. Actué como si los tuviera, quería ver si la gente sospecharía algo; pero no, todo seguía igual. Pensé en lo que debieron de sufrir los que llevaban las bombas encima aquel día… pobrecitos. Recordé que llevaba el móvil dentro de la bolsa, ya la cosa pintaba mejor, por lo que empecé a sudar un poco. Ahora si me miraba la gente, y conforme más miraban, más nervioso me ponía.
 Bajé en la estación de Torrejón de Ardoz; allí había un control policial con perros incluidos. Hubo uno que se puso muy nervioso al olerme; pero esos perros estaban entrenados para buscar droga, no para detectar explosivos. Fue cuando escuché unos helicópteros revolotear por encima de la estación, y a un grupo de unos 30 geos salir de unas furgonetas negras. Por megafonía anunciaban que desalojasen la estación de inmediato. Me quedé solo en medio del hall y vi que tres francotiradores apuntaban con sus mirillas laser a mi frente. Toda aquella imaginación estaba empezando a desbordarse, ya no podía más… y todo saltó por los aires.