3 de noviembre de 2011

Nada.

Como tantas veces había hecho de niño me senté en el borde de la cama y nada. Cogí el viejo cuaderno de la mesita de noche y liberé el lapicero que permanecía enredado entre sus anillas. Nada. Agarré el atrapa sueños que tenía colgado y lo sacudí enérgicamente en busca de algún sueño olvidado. Nada. Metí la mano bajo la almohada y palpé mi último diente guardado para el ratoncito Pérez. Nada, esa vez no me dejó ninguna idea. Enchufé el radio balón y sintonicé una frecuencia con ruido blanco y… Nada. Mi vida de escritor se había  convertido en nada. Tal vez debería escribir… nada.

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