¿Por qué iba a matar Julio Galope sino por la misma muerte? La improbabilidad de que una desgracia -y me alejo del rencor o la venganza para decirlo- pueda rescatar una sonrisa, que venía tiempo atrás quedándose rota en la garganta, se descubre totalmente desnuda y ruborizada en este libro de Héctor Sánchez Minguillán. Julio Galope se mezcla con lo mezquino y con la poesía, con lo macabro y la vanidad, se esconde tras las manchas de humedad que hay en las paredes de un bar que, a ciertas horas, se convierte en clandestino. Jon sin Hache, Julio Galope, Adolfo Somera, Severiano, Tomás Cedros, Moratones y Roberto Guate se encierran en La Cueva y juegan a ser dioses torpes y vergonzosos, juegan a jugar con la vida a falta de tantas otras cosas. ¿Se puede juzgar, pues, a una persona que no mata, no golpea, no decide, no arriesga, pero se refugia en una apuesta que se centra única y exclusivamente en la desgracia ajena? ¿Puede una victoria ruin y despreciable como ésa salvarle la vida a alguien que no la tenía necesariamente en peligro? Porque Julio Galope quiere volar por una vez y avistar su sombra acariciando la piel de la tierra, igual que si fuera un cáncer buscando localizaciones para su rodaje último y, aunque no lo pide, uno le otorga el beneficio de la duda, la compasión y, mezclándose en su cuaderno, incluso el perdón.
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domingo, 23 de mayo de 2010
lunes, 17 de mayo de 2010
Algunos hombres... y otras mujeres, Isabel Núñez
Al libro de Isabel Núñez se llega como a un juego: palmeas contra la pared, te giras, y la ves a ella, palmeas contra la pared, te giras, y apenas queda un tirabuzón rubio que va cayendo al suelo meciéndose como una pluma desganada. Y, tengo que reconocerlo, al empezar Algunos hombres... y otras mujeres, sentí que las reglas eran demasiado estrictas y que no me iban a dejar nada para la imaginación, que en esa coctelera, como cita la contra, en esa coctelera agitada con lo vivido y lo imaginado, no iba a quedar ni un sólo hueco para que mi mente pudiera viajar. Pero al poco me di cuenta de que el curso de ese viaje no iba a ir por ahí: de pronto ya no es la vida de Isabel, de pronto ya no es su cuerpo, ni su cara, ni su libro, sino un amante que te está seduciendo en cada página, un olor antiguo y atrayente que te coge hacia sí y la curiosidad no alcanza para tanta sensualidad. Probablemente fuera mi pudor de haberla conocido antes como persona que como escritora lo que me hacía sentir un leve pudor al adentrarme en eso autobiográfico con lo que se juega en los relatos, pero pronto empieza a cubrirte una oscuridad como en un local donde nada es lo que parece, donde todo se está insinuando, y la claridad no hace más que molestar hasta que desaparece como una gata.
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