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Editorial Impedimenta, 2010
En Hanging Rock ocurren cosas. Esa mole de roca que el sol del ocaso y el sol del amanecer tiñen de rojo y púrpura podría ser recogida en uno de esos libros de título Lugares misteriosos, sobre todo después de Picnic en Hanging Rock. Allí los relojes se detienen y los pequeños sucesos de la naturaleza muestran sentido, una especie de voluntad consciente que normalmente nos pasa desapercibida. Lo misterioso, lo fantástico, en la naturaleza. Lo amenazante a plena luz del sol. Arañas negras, ualabíes, flores, helechos. Este misterio que podemos percibir en la naturaleza en momentos de iluminación, y que nos puede aterrorizar, es perfectamente expresado por Joan Lindsay a lo largo de una novela de engañosa sencillez. La influencia maligna de Hanging Rock es omnipresente.
El argumento comienza con una excursión de adolescentes del colegio Appleyard para señoritas: el picnic del día de San Valentín, lleno de emoción, sombrillas, muselinas y botas de cabritilla. Tres de las alumnas mayores, ligeras y bellas sin igual, pura inocencia, y una profesora, desaparecen. ¿Cómo? ¿Qué les ocurre?