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domingo, 19 de julio de 2009
Un dique contra el Pacífico. Marguerite Duras
La cometa dorada. Dezsó Kosztolányi
La cometa dorada tiene lugar en los primeros años del siglo XX, pero refleja los mismos conflictos, la pulsante violencia, que toda Europa vive en los años 20, cuando fue escrita. Lo autobiográfico se mezcla en esta novela, como en toda creación, de manera indisoluble, con el arte. La cometa dorada refleja la doble perspectiva de la enseñanza desde el punto de vista del alumno y desde el punto de vista del profesor.
La actualidad de la obra es sorprendente. Cualquiera que haya sido estudiante, es decir, todos, hemos sentido, mezclada con nuestra crueldad, compasión por el profesor. Los acontecimientos, en su doble esfera social y personal, sobre todo la rebeldía de su sensual y manipuladora hija Hilda, son capaces de afectar, finalmente, al profesor Novak, pedagogo de vocación, liberal por elección. Desde la primera página, una serie de imágenes y temas recurrentes delimitan el conflicto, los mundos opuestos que se enfrentan en la novela: la eclosión de la juventud de la tierra y de los hombres, el calor (el calor y la tragedia, que pueden recordar viva, sorprendentemente, al lector español a “El Jarama”), la fiesta de la primavera, el sol y su representante, la cometa dorada. El sol: Una bola de fuego atravesaba el horizonte, abriendo brechas en el follaje con sus rayos oblicuos.
Una novela cuidada al detalle. Un desfile magnífico de personajes principales y secundarios que nos parece conocer, de nuestra infancia, de nuestra juventud, de nuestra vida. Lo cercano y lo lejano: Europa.
La joven de la perla. Tracy Chevalier
rosa, claro.
Hijo de Dios. Cormac McCarthy
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No es posible, a pesar del estilo seco de los diálogos, a pesar del naturalismo en la representación del ser humano, a pesar de lo terrible, quedarnos en la simple condena de un personaje que, finalmente, es "un hijo de Dios".
La manera en que McCarthy describe la naturaleza es bellísima, uno de esos autores que nos hacen oler, ver, recordar, las hojas de los árboles pudriéndose o el sonido del chapoteo en un charco. Y Lester Ballard, el marginado protagonista de “Hijo de Dios” es parte de la naturaleza. Progresivamente lo contemplamos acercarse más y más a la supervivencia de un zorro o una alimaña cualquiera de los bosques. Sospechamos su absoluta falta de conciencia, su vida instintiva, a un palmo del suelo: olores, deseos rudos, soledad. Es el “buen salvaje” a través del espejo. Tiene dos sentimientos fundamentales: rencor hacia quienes le quitaron su casa, y deseo de cercanía. De cuerpos. De mujeres. Cuerpos. Se lleva el cadáver de una mujer y lo que hace con ella es la única muestra de ternura que de él tenemos en toda la novela.
Tren nocturno. Martin Amis
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Primero es un cómo. Cómo la mataron, pues la posibilidad de que no haya sido asesinada es mucho más horrible que la única otra opción. Luego es un porqué, una vez que lo más horrible se confirma, porqué porqué porqué si tenía todo lo que un humano puede desear. Finalmente es un quién: quién era, la desconocida hija, esposa, amiga, perfección encarnada.Entonces Mike, la detective Mike, que ya no es, “Chillona, Camorrista, Desaliñada, Sórdida, Odiosa, Llorona y Cachonda” gracias a su esforzada lucha contra el alcohol, y que amamos al cabo de un rato de lectura, por su inteligencia, su sentido del humor desencantado y esa sensibilidad que va surgiendo poco a poco como si se filtrara a través de cañerías mal soldadas, ha de resolver el peor caso que le ha tocado en toda su carrera. Y lo hace.
Ésta es una de esas novelas que no se pueden dejar hasta que se terminan, pocas horas después, de madrugada, con la conciencia culpable de tener que levantarse a las 8. No sólo quitan horas de descanso, sino que provocan una caída salvaje en el sueño, entre imágenes tan vívidas como mensajes del futuro.
Es una novela de detectives (aunque no es una novela de detectives) escrita con agilidad, originalidad, frescura. Además, es… profunda, una de ésas obras que apuntan más allá de lo que estamos acostumbrados a enfrentar, más abajo, y más y más abajo, y dejan al final un vacío en el pecho. Tiene casi ese efecto del gran cuento de dejarnos unos segundos en blanco, aturdidos, aunque sea una novela, de dejar un aleteo en el aire, el corazón detenido, boca abierta frente al silencio…
Tren nocturno da vueltas en torno al misterio, lo pasa de una a otra mano, le hace pruebas diversas utilizando la estadística y la parafernalia de nuestros días, con cuidado, en un proceso fascinante, y al final lo deja intacto, refulgente, oscuro.
Recomendado a cualquiera, donde sea, como sea, por la webmistress de este sitio. Ar.
Es más. Eso de la webmistress me emociona: es una orden.
Una investigación filosófica. Philip Kerr
En torno a esa pregunta se construye esta magnífica novela entre la ciencia-ficción y el género detectivesco. Una investigación filosófica es, en realidad, eso: una investigación desde la filosofía en torno a esa pregunta: ¿Por qué o por qué no? ¿Quién establece las normas?
Es simple casualidad -mis lecturas no son programadas según un orden, sino que dependen de lo que tengo a mano, mi humor, la última película que haya visto, un comentario, y de muchos factores que podría detenerme algún día a analizar- que haya leído mi segundo libro de Philip Kerr y me haya gustado tanto como para decirl a todo el mundo que lo lea.
Porque Violetas de marzo, (dos artículos arriba) tenía gracia. Era una cosita, sin ser condescendiente, que se leía bien. No sé.
Pero Una investigación filosófica es mucho más. El protagonista y asesino Wittgenstein -sí, no sólo su nombre es paralelo al del filósofo autor del Tractatus- está convencido de que actúa por pura lógica. ¿Acaso aquellos a quienes asesina no son potencialmente más peligrosos que él mismo? ¿No es accesorio el que él disfrute u obtenga algún provecho a la vez? El lector no podrá evitar comprender, en parte al menos, sus planteamientos. Y probablemente le cueste un poco más ponerse del lado de la ley y el orden. Además: ¿qué es la ley y el orden? ¿La Inspectora Jefe Jake Jacowitcz o los también pragmáticos políticos?
La realidad virtual y el solipsismo. El suicidio. El asesinato terapéutico. El arte. La bioética. El derecho a la intimidad. El derecho a la seguridad. El arte.
Todos temas que esta novela trata de una manera tan original y lúcida como narrativamente acertada. Una buena idea para pasar un fin de semana si no te apetecen multitudes.
Si te entristece que las brasileñas y los brasileños tengan que llevar chandal debajo de los volantes y toquen silvatos tiritando en la noche vacía. Esperando que deje de llover.
7,81 € en Anagrama. Buen precio, eh. Con el céntimo incluído.
Chesil Beach. Ian McEwan
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Bien lo saben de siempre los represores: si no quieres que algo exista no has de prohibirlo; sólo has de no mencionarlo jamás.
Son sólo cuarenta años, cuarenta y pico años, los que separan 1962 (en España no haría falta irse tan lejos) de nuestros días y, sin embargo, qué cantidad de sutiles diferencias. Parece mentira, como decía Ian MacEwan en una entrevista, que dos jóvenes pudieran llegar vírgenes al matrimonio y no fueran tontos, y tuvieran tanto miedo, y existiera tanto desconocimiento.
Dios, qué novela. Excepto por unas pocas páginas al final, todo ocurre en un par de horas: la cena, el silencio, la tensión. El deseo, casi la necesidad, de que estalle alguna tormenta, de que un grito o una patada hagan añicos el aire congelado en que se intentan mover los protagonistas. En ese par de horas se recuperan dos historias, un noviazgo, y una época en que la juventud aún no era lo único que merecía la pena de la vida.
Esto es antes de los famosos sesenta. Es los no famosos sesenta.
Y, a la vez que en Chesil Beach dos personas que se aman se observan a través de un silencio magnífico que sería poco creíble hoy en día –por más que pudiera ser perfectamente real-, a la vez, digo, qué poco cambia nada. Ian MacEwan utiliza una lupa para mirar el amor, el primer amor, el que hace que el universo se mantenga en suspenso en la yema de un dedo y estalle sobre la piel. Y qué poco pesa el amor en comparación con lo que pesa el silencio.
No había nada allí, en el silencio, nada por lo que mereciera la pena dar la vida... es lo que suele ocurrir con los silencios.
Sería interesante analizar si el sexo tenía más poder en el silencio o si tiene más poder ahora, en esta versión multiforme y superficial de nuestros días.
Las dos amigas y el envenenamiento, Alfred Döblin
Si todos nos hemos preguntando en algún momento en qué consiste la diferencia entre realidad y ficción, esta... ¿novela? obra, hará que volvamos a hacernos la pregunta.
“El alma humana vagaba por el mundo desde muchos siglos atrás, expulsada por médicos y psicólogos. Había buscado refugio en los poetas y también en los sacerdotes. El sacerdote la llevó al devocionario. El poeta le ofreció el brazo y fueron juntos a pasear por los prados. Freud la hizo entrar en su consulta, cerró la puerta tras ella y dijo:
-Quítese el sombrero, señora. Sí, desnúdese, por favor.
(…)
Quisiera señalar que el alma, asustada por esta invitación, se ha quedado en la puerta hasta nuestros días, y no se ha quitado siquiera el sombrero”
Ahora que están de moda los malos tratos… ¡perdón, perdón, no quería decir eso! Ahora que los malos tratos de siempre han pasado, al fin, a ser intolerables, inmorales, ilegales, etc., Ahora que se habla, al fin, de lo que era un silencio sangriento y triste, deberíais leer esto:
Sed de amor. Yukio Mishima
Un clima opresivo, delicadamente erótico y morboso –es Mishima, al fin y al cabo- rodea la historia de Etsuko, una mujer que se obsesiona con un joven criado de su casa.
Otros dirían “se enamora”. Los celos –y Etsuko ya ha sufrido por celos anteriormente- causan dolor y el dolor causa odio. Pasiones opuestas que convierten a personas como Etsuko, austera y aparentemente contenida, en tormentas destructivas. Ella trabaja como una araña en sus obsesiones. Las teje, las escribe, analiza con morbosidad su dolor, y su ira y orgullo la empujan a profundizarlo para comprobar su resistencia: su dolor es su alma, lo único que posee. El amor es para ella dolor.
Saburo es su opuesto, un joven ingenuo y simple –y bello- que no se da cuenta, en ningún momento, de que ella lo quiere.
“Saburo estaba harto de este tedioso diálogo. Lo que veían sus ojos cada vez que alzaba la vista desde el suelo no era una mujer, sino una especie de monstruo espiritual, una encarnación espiritual indefinible –odiando, sufriendo, sangrando o lanzando un grito de alegría- , nervios desnudos al descubierto.”
No decepcionará a los amantes de lo japonés, ni a quienes se sienten atraídos por la finura de Mishima, su fascinación por la perversión (él es Japón) y su profundidad vertiginosa. Su elegancia.
Una última cita:
(…)
“Etsuko vio la cara de Saburo, roja y cubierta de sudor, muy cerca de la suya. Entonces pensó: ¿Hay algo tan hermoso en este mundo como el semblante de un joven embellecido por la concupiscencia y radiante de pasión?”
La princesa prometida. William Goldman
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Había visto la película hace tiempo, y volví a verla dos o tres veces más. Me encantó la primera vez y sigo disfrutando.
Mi alma de niño quedó complacida al identificarse con el nieto enfermo, al cual el abuelo –¡Caramba, el astuto teniente Colombo!— le va leyendo una rara novela juvenil. Se trataba de la novela, sin resumir, de un escritor de nombre alemán, un tal Morgenstern (‘Estrella del Alba’), ciudadano de una nación europea, Florin, ubicada en algún lugar medieval entre Alemania, Dinamarca y Escandinavia. Enseguida nos percatamos de que Florin pertenece a ese continente metafísico, llamado Neverland, Wonderland, Antiterra, Jauja, Utopía &c., donde los entes de ficción viven sus aventuras y desventuras más abracadabrantes. El abuelo se la va leyendo a saltos, omitiendo escenas escabrosas, prescindiendo de fastidiosas digresiones, resumiendo intuitivamente el extenso texto. La narración encantó al niño enfermo, a los niños de todo el mundo, enfermoso sanos, y, por consiguiente, a los abuelos de espíritu juvenil –aunque yo aún no era abuelito por aquellas fechas.
Había visto la película hace tiempo, y volví a verla dos o tres veces más. Me encantó la primera vez y sigo disfrutando. Mi alma de niño quedó complacida al identificarse con el nieto enfermo, al cual el abuelo –¡Caramba, el astuto teniente Colombo!— le va leyendo una rara novela juvenil. Se trataba de la novela, sin resumir, de un escritor de nombre alemán, un tal Morgenstern (‘Estrella del Alba’), ciudadano de una nación europea, Florin, ubicada en algún lugar medieval entre Alemania, Dinamarca y Escandinavia. Enseguida nos percatamos de que Florin pertenece a ese continente metafísico, llamado Neverland, Wonderland, Antiterra, Jauja, Utopía &c., donde los entes de ficción viven sus aventuras y desventuras más abracadabrantes. El abuelo se la va leyendo a saltos, omitiendo escenas escabrosas, prescindiendo de fastidiosas digresiones, resumiendo intuitivamente el extenso texto. La narración encantó al niño enfermo, a los niños de todo el mundo, enfermoso sanos, y, por consiguiente, a los abuelos de espíritu juvenil –aunque yo aún no era abuelito por aquellas fechas.
Norman Manea y Mihail Sebastian, un nudo rumano
Uno de los episodios de mayor potencial simbólico de la historia de Europa en el siglo XX es la exclusión de que fue objeto el escritor rumano Mihail Sebastian, en realidad llamado Iosef M. Hechter. Sebastian fue un judío rumano (¿o rumano judío? ¿o rumano y, por añadidura, judío?) perteneciente al círculo de Nae Ionescu, filósofo y escritor del Bucarest de entreguerras, al igual que lo fueron Mircea Eliade, Cioran o Eugen Ionesco, por mencionar a algunos que se exiliaron y triunfaron en el resto del mundo. Hoy en día son iconos de la cultura rumana. En aquel momento, los dos primeros, guiados por Ionescu, escoraron hacia el fascismo de inspiración nazi: la efervescencia de la época -y Bucarest era un centro cultural fascinante entonces- y una admiración sin reservas por lo alemán, lo permitieron. La Legión-Guardia de Hierro llegó a ser el tercer movimiento fascista en Europa en cuanto a base de masas. La diferencia entre Sebastian y los demás estribó en que, aunque no practicara, aunque no creyera, aunque se sintiera tan rumano como el que más, era judío.
Sebastian pidió a su maestro que prologara Desde hace dos mil años, una colección de ensayos sobre el judaísmo en Rumanía, pero desde el momento en que se lo pidió hasta que se publicó la obra, el maestro se convirtió en fascista. Sebastian aceptó, no se sabe por qué, el prólogo en que el maestro aseguraba que un rumano era cristiano y que un judío no dejaría nunca de ser judío, ergo…
Fue objeto de durísimas críticas tanto por parte de los judíos, por aceptar aquel prólogo y por su actitud “integradora” como por parte de sus ex - amigos. La frialdad de éstos tras el episodio fue manifiesta y al poco Sebastian respondió con un pequeño ensayo titulado Cómo me convertí en un húligan.
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Como explica Antonio Tabucchi en un artículo sobre El regreso del húligan en Letras Libres
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El título de la autobiografía de Manea es una referencia al opúsculo de Sebastian. Como él, Manea se siente un húligan, un desertor, frente a los judíos, por no ser creyente, frente a los rumanos por ser judío, en parte, frente a los comunistas, frente a… siempre en frente, siempre fuera: un húligan.
Sin embargo, El regreso del húligan no es la autobiografía de un justiciero. Aunque el revuelo que provocó un ensayo suyo sobre Mircea Eliade (en la recopilación Payasos / El dictador y el artista) sobre la época de éste como legionario de la Guardia de Hierro, aún no se ha sofocado del todo veinte años después (supuso el ataque a un icono cultural del país), en esta obra Manea hace un viaje a lo largo o, más bien, hacia la profundidad de su vida, en el que explora tanto sus propios traumas y temores, como los de su ¿etnia? judía y los de su país, Rumanía. Recuerda lo que existía antes de nacer:
“Cuando el sabio chino de hace siglos me pregunta, como a tantos otros de sus lectores, qué aspecto tenía antes de que mi padre y mi madre se hubiesen conocido, evoco el camino entre dos localidades vecinas del noreste de Rumanía a mediados de los años 30”.
Su vida consciente parte del momento en que llega, en un camión, de vuelta del campo de concentración en el que había sido internado durante años junto a sus padres. Los hechos históricos se suceden, los hechos amorosos, las dudas, las exaltaciones y retiradas, se suceden, aunque él no las recuerda en orden. Más bien se permite errar por sus recuerdos según le lleve su humor, según las asociaciones del día. El fantasma de su madre se le aparece… Manea es un joven entusiasta, un actor entregado en el espectáculo rojo en sus inicios, un refugiado interior (ingeniero sin vocación, para más datos) durante muchos años y, finalmente, un escritor que se debate entre abandonar su país (su lengua, su única patria: el rumano) o permanecer en él mientras el incendio se extiende.
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Su análisis es distante y lúcido, aunque las preguntas son muchas en lo que respecta a él mismo. ¿Por qué esperó tanto para exiliarse? El autor habla en muchas ocasiones de “el escaqueo”, táctica a la que, claramente, no recurrió sólo él durante los largos años del comunismo, pero no se siente en absoluto orgulloso. ¿Por qué? ¿Por qué tanta duda? La relación con sus padres siempre presente, como una marca de la que no pudiera librarse, como la marca del pueblo elegido, monopolizador del sufrimiento. Y el exilio. El exilio interior y el exilio exterior.
Numerosos episodios emotivos, como la visita a su padre, quien
“como toda la gente del montón, entre la cual se reconocía sin orgullo, evitaba la patología de las intrigas. Sólo encontraba su dignidad en el anonimato de la existencia tradicional, limitada al sentido común y a la decencia, una categoría de inocentes no muy favorecida por los cronistas…”
Esta autobiografía es, como las mejores, una conversación inteligente con la Historia, en la que una mente con miles de recuerdos y traumas, interroga. Tras una tarde lluviosa, poco antes de aceptar este viaje a Bucarest que lo aterrorizaba y que enfrentaba como una prueba de fuego, estuvo hablando, sin saber cómo, sobre su vida. Hablo largamente…
“Sin saber cómo ni cuándo (¿quién podría decirlo), el naúfrago se vio hablando de Transnistria, de la Iniciación, de la guerra y de maría, la joven campesina decidida a unirse a los judíos condenados a la muerte. Luego habló del diluvio posterior al diluvio, del comunismo bizantino y sus ambigüedades. Seguidamente, del exilio y sus ambigüedades.”
Al día siguiente recibió una carta de uno de los presentes, un editor:
“… SU HISTORIA. Fascinante, no porque sea suya, sino porque usted vivió, pensó y actuó en el centro del peor momento de la historia”.
(c) la librería de bolsillo
Bibliografía:
http://www.romaniaculturala.ro/images/articole/16%20color.pdf
http://www.elsiglodeuropa.es/siglo/historico/2008/798/798cultura.html
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2007/06/23/u-04611.htm
http://www.casadelest.org/foro/post.asp?method=ReplyQuote&REPLY_ID=2269&TOPIC_ID=927&FORUM_ID=10
La chica de seda artificial. Irmgard Keun
Kyra Kyralina y El tío Anghel
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Kyra Kyralina trata, diría yo, del destino. Si pensaba en el destino como en una proyección del futuro hacia el presente, y se escapaba a mi comprensión toda referencia a él, ahora entiendo el destino como lo inapelable y, por tanto, lo que ya, de hecho, es. Aceptar el destino es aceptar lo que la vida nos da. Entregarse al destino es entregarse con pasión a la vida. A la única que tenemos. Los personajes de Kyra Kyralina y El tío Ángel acatan su destino: viven la vida con toda la intensidad posible. El dolor, agudo; el deseo, insoportable; la alegría, voladora.
“Era feliz o, si lo prefieres, sentí de nuevo los beneficios de la alegría, que no frecuenta más que los corazones de los inmortales, cualquiera que sea el dolor que los destroza.”
Las quejas y la pusilanimidad no forman parte del humano al que Istrati dedica sus obras. La libertad, la pasión, el dolor, las tormentas y aventuras y, sobre todo, un enorme amor por la vida, llenan las páginas de este libro.
“tú, Kyra, si (como sospecho) no te es dado vivir con la honradez que viene de Dios y que proporciona la felicidad, n seas una honrada hipócrita, no finjas ser virtuosa. No te burles de Dios y sé como él te ha hecho: ¡vive la vida como la sientes, incluso sé una desenfrenada, pero una desenfrenada con corazón! Es mejor así. Y tú, Dragomir, si no puedes ser un hombre de provecho, sé como tu madre y tu hermana, hazte incluso ladrón, pero un ladrón con alma, porque un hombre sin alma, queridos míos, es un muerto que impide vivir al mundo. Es como vuestro padre.”
La belleza de las historias que los personajes narran a Adrian (trasunto del propio Panait Istrati: “la necesidad de contemplar sin cesar el abismo del alma humana” es lo que más le interesa) surge de la pasión. No una pasión romántica sino una pasión aventurera, vital.
A lo largo de la obra se conjugan los opuestos: la crudeza y la belleza, la ternura y la crueldad, la perversión y la pureza, el amor y el rencor. Es una obra turbadora que arranca lágrimas, escalofríos y exhalaciones. Se ha dicho que Panait Istrati era “un milagro de la literatura” porque, sin haber estudiado (abandonó su casa a los 12 años para malvivir en todo tipo de trabajos y viajar el ancho mundo, una vida que lo asemeja a sus propios personajes) pudo crear obras de enorme belleza, energía, fuerza, amor. Verdaderamente estas historias, mezcla de cuentos de hadas, de romances de bandoleros, y de novelas de aventuras de Oriente, están tan llenas de magia y belleza que cortan el aliento.
“-Tío, no hay ningún saber que pueda vencer la pasión sin que al mismo tiempo ese ser sea vencido…
-¿A qué llamas tú un ser vencido? –preguntó Ángel, irritado.
-Llamo vencido al hombre que se impone una vida distinta de la que le había sido destinada.
-¿Eso es un hombre vencido? –repuso Ángel moviendo la cabeza. –Entonces ¿cómo llamas tú al hombre que no se impone otra vida que aquella que le ha sido destinada?”
Ya sea en Braila, la tierra natal de Panait Istrati, en Rumanía, a orillas del Danubio, ya sea en Constantinopla, Damasco o Beirut, la belleza y la magia de las historias es sobrecogedora. “¡Oh, el hermoso y triste Líbano!” Un vendedor de salep homosexual que busca a su hermana en los harenes; un hombre que lo tuvo todo, lo perdió todo, y quiso morir de alcohol; un bandolero que es como una cascada de pasión…
Por favor, lean este libro, porque puede que no tengan más oportunidades.
“Si sigo siendo bueno a pesar de cuanto vi, de todo lo que sufrí, es para rendir un homenaje a aquél que creó la bondad, que la hizo escasa y la situó entre las bestias, como única justificación de la vida”.
La herencia de Eszter. Sandor Marai
En ambas novelas hay un personaje parecido. Lajos, por un lado: un aventurero seductor lleno de encanto pero que siemrpe defrauda; y Giacomo Casanova por el otro, que huye de uno de esos episodios suyos que rozan siempre el ridículo. Ambos están, efectivamente, suspendidos entre el ridículo y ls grandeza. Hay una admiración, sin duda, de Sandor Marai, por aquellos que no temen al ridículo o a la pérdida. Y un interés por la seducción. Esa cualidad que hace que algunas personas, aunque no tengan nada, despierten en los demás la ilusión de que conocerlos es un privilegio impagable.
De Lajos dice su hija que no miente sino que es poeta. Que sale cada día como un cazador a la aventura porque ama el peligro, y que todo lo que dilapida y pierde -suyo y de otros- no es más que la muestra de su desapego por los objetos. De él, que ha utilizado repetidamente, gracias a su encanto, a personas y posesiones, que ha criado a sus hijos a salto de mata, que ha engañado una y otra vez, y otra, y otra más. La misma persona, desde dos perspectivas diferentes. Al igual que Giacomo está en la cincuentena y se enfrenta a un futuro despovisto de belleza. Al igual que él tiene que recobrarse como individuo con cierto sentido.
"Yo siempre he sido un hombre débil. Me hubiera gustado hacer algo en este mundo, y creo que disponía de algún talento para ello. Sin embargo, la intención y el talento no son suficientes. Ahora ya sé que no son suficientes. Para la creación, hace falta algo más... una fuerza especial, una disciplina; o las dos cosas juntas.Creo que es a esto a lo que se suele llamar carácter. Esta capacidad, este rasgo es lo que me falta a mí. Es como la sordera. Como la sordera de alguien que conoce las notas musicales que está tocando, pero que no oye los sonidos. Cuando te conocí no sabía esto con la precisión con la que te lo estoy contando ahora... no sabía tampoco que tú eres para mí mi carácter. ¿Lo entiendes?"
La protagonista y narradora, Eszter, sentimental -según ella- e inteligente, se encuentra convertida, de repente, tras veinte años, no en la víctima, sino en la autora de su presente. Del de ambos. Y nuevamente se le ofrece la ocasión de tomar una decisión significativa. Su respuesta será el resumen de su vida.
Novelas teatrales, novelas nudo en que vemos cómo los personajes, forzados por las circunstancias, van tirando de los hilos. Magistral uso del diálogo, con entradas largas pero densas y pertinentes, y un ambiente tan sosegado que parece mantenerse siemrpe bajo ese cielo blanco de un septiembre centroeuropeo. No dejen de leerla.