"Cobrar pieza" es una expresión típica del mundo de los cazadores. Y ayer estuve yo haciendo precisamente eso: cobrando piezas. No iba, no temáis, con escopeta, canana en bandolera, munición del 12 o rehala de podencos triscando alrededor y dispuesto a coser a tiros a todo bicho viviente -terrestre, vólatil, reptiliano incluso- que se cruzara en mi camino, sino pertrechado con abrigo y bufanda liviana y más por precaución que porque hiciera frío, que no lo hizo en absoluto.
Y cobré, sí, unas cuantas piezas para echar en el morral: lo hice en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Badajoz. Llegué temprano al coto; de hecho, alguno de los puestos no estaban abiertos todavía y cazadores se veían pocos, por no decir ninguno. No me importó, antes al contario: de ese modo pude disponer de tiempo y espacio, sin apreturas ni empujones, para mirar y remirar a mi gusto en los estantes y montones de libros que a la vista del ocioso y viandante lector se ofrecían.
He aquí lo que pude echarme al morral tras de fatigar el coto arriba y abajo dos o tres veces: un Camba, un Gómez de la Serna, un Llamazares, un Sender, un Rubert de Ventós, un florilegio de citas sobre el mundo del libro y la escritura y un antiguo romance de Torga -"Vindima"- en su idioma original, publicado en Coimbra, muy fatigado ya por el tiempo y sin embargo, después tantos años, intonso aún, sin haber conseguido hasta ahora la fortuna de un lector.
¿Qué por cuánto me salió la broma, que cuál fue el dispendio, desembolso, derrama, roto en el bosillo o la cartera? Pues no os lo vais a creer, pero esas siete piezas me salieron por menos de 4.500 de las antiguas pesetas.
Y encima apalabré con uno de los libreros pacenses otra pieza que quería cobrar y tras la que llevaba un tiempo: las "Charlas de café" de Ramón y Cajal. Y también por "cuatro perras", como suele decirse.
Con un poco de suerte, en dos semanas lo tengo en casa.