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jueves, 25 de abril de 2013

Genio, Genia y figura

Este año fue la primera vez que tuve la ocasión de ver en primera persona la dimensión que tiene la fiesta de Sant Jordi en donde vivo. Justamente me tocó ir al centro de Barcelona y, nada más salir de la boca del tren, me encontré con montones de puestos de rosas con vendedores ansiosos de celebrar el día y con libreros trabajando a toda marcha para montar sus stands en medio de las aceras y hacer aún más visible todo aquello que ofrecen normalmente.

El ambiente era extraordinario, gente paseando, mesas preparándose para recibir a los autores que firmarían libros a sus lectores y un día espectacularmente soleado.

A raíz de esta celebración me planteo el tema de las lecturas futuras. No soy de ir y comprar lo último ni de dejarme llevar por las olas amantes de Greys, Milleniums ni trilogías varias. Prefiero que haya un motivo que me impulse, que me despierte la curiosidad y que haga que, casi de repente, descubra mi urgente interés por leer algo o a alguien en particular.

En este último par de semanas, dos cosas me abrieron la mente con respecto a dos personajes interesantísimos de la literatura española actual. La primera fue una entrevista que Jordi Évole hizo a José Luis Sampedro, recientemente fallecido y que se televisó hace pocas semanas como homenaje a su figura.

Después de oir la impecable coherencia con la que un hombre de 96 años describe la vida y la sociedad, no puedo menos que hacer todo lo posible para leer cada cosa que haya escrito. Hace años leí 'La sonrisa etrusca' y disfruté, pero oirlo hablar es todavía más placentero. Y yo me pregunto ¿Cómo puede una persona de esa edad tener tal lucidez de pensamiento, tal claridad de oratoria y tal sentido del humor? ¿Qué mantiene esa brillantez mental? Sinceramente, después de escucharlo con atención uno se siente chiquitito y quiere volver a empezar. Replantearse nuevamente la vida y reinventarse en forma de escritor sabio que desprende cercanía y desinhibición en cada una de sus palabras. Desde entonces tengo muchas ganas de hacerme con 'La vieja sirena'.

El segundo detonante que abrió mi apetito lector fue la entrevista que leí en el dominical El Magazine a Ana María Matute. Una vez más, una persona de 87 años y mujer, derrocha desparpajo para decir y contar todo aquello que le viene en gana de forma tan transparente, abierta, certera y atractiva que le hace sentir a una en la obligación de saber más. Una señora que cuenta con suprema gracia cómo su médico le da la razón cuando culpa de sus caídas a las alfombrillas traicioneras junto a su cama y no a las copitas diarias de alcohol, se gana indudablemente una reverencia espléndida. Ahora debo, como sea, conseguir 'Olvidado Rey Gudú' y aprender más sobre lo que ella tiene que contar. 

Si tienen ganas de pasar dos lindos ratos, tómense unos minutitos y vean y lean a estos personajes dignos de conocer.





martes, 19 de junio de 2012

La eficacia del trabajo


El destino nos unió, sin el menor deseo por mi parte, hasta hacer de nosotros un dúo inseparable. A falta de mejor instructor, él me enseñó cuanto sé: la eficacia del trabajo (no compensa), la importancia de ser honrado (si eres imbécil), la trascendencia de la verdad (nunca decirla), lo aborrecible de la traición (y su rendimiento) y el verdadero valor de las cosas (ajenas), así como, por inducción, lo indicado de la tintura de yodo para las heridas, arañazos, hematomas y excoriaciones. A su sombra me hice riguroso en la planificación de mis actos, cauto en la realización, meticuloso en la ocultación posterior de todo rastro. En vano: de poco me valieron estas mañas enfrentadas a su sagacidad, sus conocimientos prácticos, su ciencia y la ventaja que otorga disponer de muchos medios y carecer de control y de escrúpulos. Siempre me engañó y nunca se dejó engañar de mí, llegando incluso, en ocasiones contadas, con falsas promesas, a valerse de mi esfuerzo y mi persona en provecho suyo, para dejarme luego en la estacada. A menudo me preguntaba si tanto encarnizamiento y tanto encono no ocultarían, en el fondo de su alma, un rescoldo de afecto mal tramitado, pero después de sopesar cuidadosamente los indicios a la luz de las más acreditadas teorías sobre los actos fallidos y otras meteduras, acabé resolviendo que nanay.

¿Genial o qué???


Se trata de un fragmento del libro La aventura del tocador de señoras de Eduardo Mendoza que estoy leyendo y que tiene pasajes que son dignos de publicar acá para que nadie se los pierda.


Les juro que el otro día, mientras lo leía sentada en mi silla en esa playa con las piernas al sol y la brisita en el pelo, me partí de risa y me morí de admiración...

Supe quien era Eduardo Mendoza hace relativamente poco cuando le dieron el premio Planeta por Riña de gatos.  En ese momento, al no haber leído nada suyo, simplemente me dejé llevar por la frivolidad y me enamoré de la cara de ese tipo ultrasimpático de sonrisa permanente que salía en las entrevistas agradeciéndolo todo. Ahora que sé que además de encandilar con sus encantos, mezcla de hombre intelectual y campechano, es de pluma magistral, no puedo hacer menos que promocionarlo.

Al parecer, el personaje de este libro no paró las aventuras en ése sólo y le siguieron dos más, uno de ellos el último en salir al mercado. Lo digo por si se animan. No sé si les va a gustar, pero casi me arriesgaría a asegurar que les va a sorprender y mucho. Su forma de escribir es tan particular, que a veces uno piensa que ni se paró a releer y lo escribió todo del tirón. Cosa fácil no debe ser, no.


Ahora un ejercicio: Relean el pasaje y díganme si no se parece, y mucho, a lo que podríamos decir de los políticos actuales...

¿Eh?¿Qué tal?

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