A todo el mundo le gustaba posar su taza de café,
revolverlo suavemente y beberlo a sorbos pequeños para saborearlo gota a gota
en torno a ella. Todos querían sentarse a su alrededor y charlar sobre las
cosas de la vida, pasar la tarde junto a la ventana donde estaba, reír y dejarse
llevar por la conversación. Era lindísima, quedaba bien en cualquier sitio y
resultaba francamente llamativa. Parecía fuerte y sólida y con el tiempo se
había convertido en el centro de toda reunión. Cada uno de sus rasgos hacía que
se viera estable y consistente. Todas sus piezas formaban un conjunto perfecto
que la mantenían erguida y firme. Siempre había dado la impresión de ser maciza
y de adaptarse a cualquier circunstancia lo que la hacía no sólo versátil sino
también imprescindible. Junto a ella se vivían momentos felices, millones de
risas y veladas divertidas. Comidas, meriendas, charlas, planes,... Todo era
interesante y prometía serlo aún más. Se discutía, se debatía, se hablaba, de todo
sucedía donde ella estaba.
Pero un día algo la desestabilizó. Algunas de
sus bases cedieron, y esa repentina debilidad la hizo resquebrajarse. Nadie supo
muy bien por qué. Realmente, ninguno fue capaz de identificar lo que le había
pasado. Su estructura, esa que la convertía en algo tan especial, se había roto. Parecía
haberse quedado coja. Quizás una simple cuña hubiera bastado para volverla a
levantar, o para dar tiempo a encontrar una solución definitiva que la volviera
a convertir en aquella pieza formidable que había sido desde un principio. Pero, en realidad, se había partido en dos.
Casi destruida, encontró en su división la
forma de sobrevivir y cada una de esas mitades cobró una nueva vida y tomó un
rumbo distinto. Por separado no servían para las mismas cosas que antes, pero
ambas partes hallaron la manera de reconstruirse y continuar cumpliendo su
función a pequeña escala.
El tiempo pasó y los acontecimientos también.
Acontecimientos de todo tipo; alegrías en todas sus tonalidades, decepciones
del agrio al amargo, logros dulces, lágrimas ácidas y risas de colores que cada
media porción vivió por su lado. Muchas fueron las aventuras y desventuras de
las que fueron testigos y protagonistas a la vez. Pero, como hay cosas que
suceden así de repente y sin explicación, un día alguien cuyo
oficio debía ser observar las cosas torcidas y enderezarlas, las rotas y
repararlas o las incompletas y completarlas, se detuvo un instante a mirar e inmediatamente se percató de que ambas fracciones seguían teniendo grabada la
muesca que las hacía encajar. Esa marca que había permanecido imborrable a
pesar del tiempo y que las podía volver a unir en una sola nada más acercarlas.
Esas hendiduras del derecho y del revés que al juntarlas convertían la división
en invisible y la tornaban en una sola inmensa otra vez.
Y sólo hizo falta reunirlas en el mismo espacio y en el mismo instante para que todos apreciaran a simple vista, que aquélla debía volver a ser una única pieza de valor incalculable como lo había sido una vez.
Y sólo hizo falta reunirlas en el mismo espacio y en el mismo instante para que todos apreciaran a simple vista, que aquélla debía volver a ser una única pieza de valor incalculable como lo había sido una vez.
A mi amiga M porque no soporta que
las mesas cojeen y quiere que todas llevemos siempre una cuña en el bolso.
A mi otra amiga M porque hubo un día en que ejerció ese oficio raro.
Y a mi otra amiga M porque es el pegamento más eficaz.
M.
A mi otra amiga M porque hubo un día en que ejerció ese oficio raro.
Y a mi otra amiga M porque es el pegamento más eficaz.
M.
¡Qué precioso relato!, y qué buena pluma, por supuesto.
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