martes, febrero 09, 2021
Cotidianidades XXV
jueves, octubre 08, 2020
COTIDIANIDADES XXIV
Hay días de Belleza.
Hoy, frente a mi puerta, ha llegado la migración. Una nube oscura lo ha cubierto todo, un sonido, una vibración.
La nube baja, lentamente. Después llega el silencio, grande como la nube que era antes.
Desde lejos espero, y al fin me acerco.
En un árbol, justo aquí, frente a la casa, se han escondido. Veo aún su baile de decenas, de cientos y de miles. Vuelo de paso que busca descanso.
Buscan hoy, supongo, una nueva enjambrazón. Las veo y les sonrío. Las respeto en la distancia. Las dejo en su descanso. Espero.
Mañana se habrán ido, o tal vez se queden un día más. Es lo que hacen, lo que siempre han hecho.
También ellas, como la vida, son tan solo un vuelo de estación.
domingo, abril 26, 2020
Cotidianidad XXIII - Cuarentena.
Me ha dicho que desde mañana comienzan a trabajar, "a puerta cerrada don Daniel, pero comenzamos a trabajar". Menciona además, como de paso, que si quiero ella puede venir hasta mi casa a recoger lo que necesite enmarcar.
Le digo que sí, que claro, que sigo en casa en cuarentena, pero que la espero para entregarle un par de cuadros que tengo para enmarcar. Aquí estaré cuando pueda venir.
Dafnis (tiene nombre de historia antigua, aunque según me dijo ella nunca ha leído el libro que lo cuenta), me ha dado las gracias con esperanza. No ha habido trabajo en un montón de semanas, y ese par de cuadros serán por lo menos un comienzo.
"Mañana mismo voy, don Daniel," me dice.
Quizás mis pinturas no sean buenas, quizás a nadie gusten.
Pero a mi marquetera y a mí nos han dado lo mismo: Consuelo en medio del miedo. Tal vez no sea mucho, pero para mi ya es un comienzo.
viernes, enero 31, 2020
Cotidianidades (XXII)
Un día alguien te dice «señor». En ese momento, de golpe, envejeces 10 años y te encuentra la edad adulta.
Luego, otro día, alguien te dice «don». Allí descubres que las canas que creíste que "caminando rápido no se notaban", si lo hacen. Y que esas cosas que llamabas líneas de expresión, en realidad, deberían llamarse por su nombre, el de verdad, y no ese que te inventas para seguirte creyendo joven.
La cosa grave no termina ahí.
Un día cualquiera, al final final, llega la palabra que lo termina todo, aquella que hace que caigan sobre ti los años que aún no habían llegado. Ese día, un cualquiera, alguien que no conoces, un vendedor o el cajero de algún banco te dice, sin pensarlo: «padrecito».
Ese día comienzas a considerar comprar ese atractivo paquete funerario que no sabes bien por qué no habías visto antes y miras hacia el infinito como cuando ves que en el cine pasan los créditos que anuncian el final de la película y solo resta esperar The End.
lunes, octubre 14, 2019
Cotidianidades (XXI)
En la cama tres pequeños, casi preadolescentes todos ellos. En mis manos un libro viejo, que conservo como uno de los tesoros de mi casa. Cuenta la historia de los dioses griegos, desde Caos hasta Zeus y la batalla de los titanes.
El libro fue un regalo de mi padre. Eran 6 tomos. 3 me los dio a mí. 3 se los dio a Manuela, una de mis hermanas.
Me acomodo a los pies de la cama y comienzo a leer. Las palabras salen de mi boca lentas, con una voz que es pausada y, a veces, profunda. Por momentos se aceleran, cambian de timbre, de registro, de intención.
Leo, y escucho cómo el silencio envuelve todo menos mi interior, menos mi voz. Es un silencio activo, expectante, que quiere saber. Y en mi, aquella voz que leo me suena conocida.
Hoy he tenido de nuevo escasos 6 años y he escuchado, sentado al borde de mi cama, a mi padre que me lee un libro que cuenta la historia de los dioses griegos, desde Caos hasta Zeus. Y me lee él con voz profunda, lenta y pausada. A veces sus palabras se aceleran y cambian de timbre, de registro, de intención.
Todo se vuelve silencio afuera. En mi, por dentro, resuena aquella voz. No recordaba a mi padre leyéndome ese libro. Recuerdo su regalo, pero no recordaba, hasta este instante, que lo hubiera leído para mi.
Aquellos pequeños aplaudieron después de la historia. He prometido pronto leerles más. Los escucho, a esta hora, hablar con sus voces bajas, tratando de evitar que los escuche.
Y yo, mientras, no consigo aguantar las ganas de llorar.
sábado, octubre 06, 2018
Cotidianidades (XX)
Hace unos días hablaba con un campesino, rondando los 50 años. Era un hombre de hablar rápido y palabras sencillas. Su voz, siempre baja, me hizo pensar en cuántos silencios habría escuchado.
» Yo no estudié, me dijo, porque mi papá no me dio de eso. Hice hasta segundo de primaria y me puse a trabajar en esto, con las matas y con la tierra.
+ ¿Le gusta?
» Si, ya si. Antes no tanto. A mi el campo me tocó, porque el campo es lo único que me podía tocar. Pero me enseñó mucho y me dio todo. El campo es así.
+ ¿Y los hijos? Le pregunto,
» Ellos si estudian. El uno tiene once, el otro tiene siete. Van al colegio por aquí.
+ ¿Y a ellos les gusta el campo?, pregunto.
El hombre se detiene de pronto. En su rostro un gesto de dolor. Es pequeño, casi imperceptible.
» Al que estudia no le gusta el campo, dice.
Es una certeza triste la que le llena la voz
+ No estaría tan seguro, le digo yo. Conozco quienes se van y estudian y luego vuelven. La tierra los llama y ellos regresan.
Lo veo alzar la mirada, con una intensidad que hasta ese momento no existía. Su rostro cambia. Sus ojos se tiñen de brillo. Sus labios se tensan. No son lágrimas aún, pero seguramente lo serán dentro de poco.
» ¿Usted cree?, pregunta...
Entonces lo entiendo todo, al fin.
Mi trabajo consiste en escuchar a personas hablar sobre su vida, sobre lo que esperan del futuro. Mi trabajo consiste en escuchar historias y aprender de ellas.
Pero a veces, sin saberlo, descubro que mi trabajo consiste en dar a alguien una esperanza.
viernes, agosto 24, 2018
Cotidianidades (XIX)
Llora.
Veo el perfil de su rostro, iluminado por la luz de la pantalla de su celular.
Reviso mi morral y encuentro una servilleta del sánduche que aún no me como.
» “Está arrugada, pero limpia“, digo, mientras extiendo mi mano.
Ella la toma sin decir palabra. Trata de limpiar sus mejillas con aquellas servilletas, también sus ojos, pero aquello resulta tan vano como tratar de contener una cascada con un vaso. La miro y pienso en su tristeza.
Toda tristeza es un mundo, pienso.
A mi lado su llanto sigue, ya sin pantalla frente a esos ojos que son un mar que nada ve.
Quiero decirle que lloremos juntos. Ofrecer el hombro, o tal vez el pecho. Me pregunto si estará mal ofrecerle un poco del sánduche que llevo sin abrir, porque sé que las tristezas con la panza llena duran siempre menos. Pienso si, tal vez, será mucho pedir, que aquella noche duerma conmigo, que tal vez un abrazo ayude, que tal vez sonreiremos los dos después de llorar, que la mañana, juntos, tal vez nos regale incluso alguna risa...
Y mientras todo eso pienso, aquel bus sigue, 20, 30, 40 cuadras. No hago nada, torpe que soy. Al fin abro mi mano y la pongo sobre mi pierna. Es una invitación... tal vez.. sólo tal vez... Tal vez podamos comenzar por tomarnos de la mano para, por una noche no estar tan solos, tan tristes, tan desamparados.
Ella se pone en pie, con ese rostro, húmeda luna, y por un segundo acaricia mi mano.
» Gracias, me dice.
» Gracias, le digo yo.
Es de noche. Cada cual se aleja, con su tristeza a cuestas. Toda tristeza es un mundo, insisto.
miércoles, agosto 01, 2018
Cotidianidades (XVIII)
martes, julio 31, 2018
Cotidianidades (XVII)
viernes, julio 27, 2018
Cotidianidades (XVI)
Entro a la peluquería como hago cada par de meses. Me miro al espejo y encuentro la barba cada vez más larga y el cabello cada vez más blanco. Hay un peluquero nuevo. Mucho gustó: Daniel. Mucho gusto, tocayo.
Tiene 16 años, recién cumplidos, y comparte mi nombre. Me pregunta que corte quiero y luego me cuenta una historia. Que tiene 16, ya lo dije, y que corta el pelo desde hace cuatro meses de manera profesional. Es que antes lo hacía sólo con los vecinos, y no podía trabajar porque no se había graduado.
Le pregunto si le gusta el trabajo y me dice que si, que siempre, que mucho. Que cuando era niño su mamá cortaba el pelo y a el eso le gustaba y que cuando fueron al colegio a ofrecer un curso el le pidió a la mamá (rogó, dice, rogó) que lo apuntara. Usté pa qué mijo, pa trabajar amá que eso es lo que me gusta, usté verá mijo, gracias amá. La mamá no supo que el ya se había matriculado y que la pregunta era por si acaso. ¿Por si acaso que?, me pregunto... Por si acaso todo, me respondo.
Eso le gusta, insiste, aunque no sea muy bien pagado. En Europa un corte vale 60 euros, no como aquí que pagan es 10.000 devaluados pesos. Y en Estados Unidos pagan como 100, dólares, claro, que los euros son sólo en Europa. Eso es mucho, le digo, eso es mucho, me repite.
¿Se quiere ir?, le pregunto. No, no por ahora, que le gusta cuidar a la mamá porque ella ya no corta el pelo. Algún día si, seguro viaja, que puede trabajar en cualquier parte porque todo el mundo se corta el pelo. Pero a India no. En India les gusta el pelo largo, y allá los peluqueros se mueren de hambre. ¿Si será? Le digo. Eso dicen, asegura.
En la puerta alguien más se acerca: ¿Tiene turno? Acabó y lo atiendo, dice.
Me dice que gana la mitad de lo que hace, mitad para la barbería, mitad para el. Así es mejor porque no le toca a él poner los materiales. Deja la máquina de afeitar en la pared mientras comenta que su mamá tenía una igual pero de las viejas, que le duró más de 20 años y yo me río hacia adentro, pensando en que el sólo tiene 16.
Esta listo señor, muchas gracias Daniel.
¿Cuanto es? 14. Son 4 extra por la barba.
Le pago mientras le doy las gracias. En su bolsillo se guarda la mitad.
Mucho gusto: Daniel. Mucho gusto....
jueves, junio 07, 2018
Cotidianidades (XV)
Me siento en un bus y saco un libro. Leo, una página tras otra. Sonrío. El hombre sentado a mi lado mira de reojo. Sonrío de nuevo. Frente a mis ojos en aquel libro dos seres se aman, y luego cuatro, y luego diez. La felicidad llega a aquella pequeña casa de un viejo pescador que sólo sabeamar.
Llego al punto final del capítulo y cierro el libro. Suspiro. La sonrisa no se borra de mis labios.
El hombre a mi lado me pregunta: ¿de que trata el libro? No sé, le respondo. Que buena respuesta, dice. Le digo que son cuentos, de un hombre que adopta un hijo, de una mujer cuya única posesión es un nombre hermoso, de todo, pero también de nada.
El también se sonríe. Yo vi que usted se sonreía leyendo, se nota que lo disfrutaba. Si, le digo, no hay nada mejor que un libro que te regala una sonrisa.
El conductor del bus dice: próxima parada, San Antonio, y yo me río porque hace con su voz como si fuera la grabación del metro. En un semáforo, un hombre juega malabares. En otro tres personas hacen acrobacia y al otro lado de la calle alguien toca el saxofón y otro golpea un redoblante.
Hay días en los que la ciudad es una fiesta. Y también el alma.
miércoles, abril 18, 2018
Cotidianidades (XIV)
¿Y cómo vas con tus monstruos? me pregunta con ese tono de voz que es al tiempo curiosidad y certeza.
Mejor, le digo. Ya nos hemos ido acostumbrando los unos a los otros y bien que mal convivimos. Debe ser eso lo que llaman la serenidad de los años.
¿A qué te refieres? insiste, con esos ojos de tierra y de esperanza, de bosque oscuro y de sonrisa.
Mis monstruos también se van volviendo viejos, con sus canas y sus achaques, con dolores en la mañanas al despertar, con sus caprichos. Hay algunos que incluso lucen tiernos con los años, como si el tiempo fuera teñiendo de costumbre su existencia igual que lo hace con los recuerdos. Hay días en los que me sorprendo cuidando de ellos, preguntándoles cómo están.
¿Y no has pensado despedirlos de una vez? pregunta, conociendo la respuesta.
No. Nunca. Si ellos se fueran ¿quién me haría compañía?
viernes, abril 06, 2018
Cotidianidades (XIII)
Seguramente sean los nervios, me digo.
Sonrío insisto, aunque dudo que noten que mi sonrisa es aquella que se pone cuando algo se rompe por dentro.
martes, febrero 27, 2018
Cotidianidad (XII)
En mi infancia mis tristezas eran muchas, y frecuentes, y triviales. Un programa de televisión que no podía ver, un juego que había perdido o roto en alguna aventura imaginaria, una nostalgia por no ver a mi padre que rara vez estaba en casa.
Con los años seguí guardando allí pesares. Algunos más grandes, otros más pequeños. Más de un amor roto terminó bajo aquellas puertas azules, más de un dolor que a nadie me atreví a contar.
Hace unos años, en un trasteo, aquella casa cayó al piso. Volaron por todas partes pedazos de puertas y ventanas. Yo sospecho también hayan escapado de golpe las tristezas. Tal vez, cansadas del encierro se escondieron tras la entrada, esperando agazapadas para saltar de a una en quien cruza la puerta distraído. O tal vez me saben aún su dueño, que no es lo mismo una tristeza encerrada que una que se despide para dejar ir lejos.
Ha de ser por eso que a veces, sin motivo, tan solo con cruzar la puerta me dan ganas de llorar.
sábado, febrero 10, 2018
Cotidianidades (XI)
Salgo de trabajar y camino, distraído. Busco en la pantalla de mi celular aquellos mensajes que llegaron en el último par de horas.
Aquella pantalla evidencia silencios que no siempre quisiera escuchar. Pasan unos segundos y al fin levanto los ojos y descubro una mujer que camina unos metros delante de mi. No veo su rostro, pero puedo imaginarlo. En su figura amplia abundan carnes que dan forma a su cuerpo de fruta, de pera dulce, de Venus de piedra de otros tiempos.
Basta un segundo y entonces lo noto. Aquellas nalgas, redondas y excesivas bailan al compás de sus pasos, arriba abajo, arriba abajo, arriba abajo una vez más. Cada paso de sus piernas es una invitación que ellas aceptan, seguras y contentas. Arriba abajo, arriba abajo, arriba abajo una vez más.
Camino un par de cuadras embriagado de aquel movimiento. No quiero adelantarla y mucho menos ver su rostro. Aquellas nalgas se sonríen, estoy seguro. Llegamos al metro y su cuerpo, ese de fruta dulce, se pierde en la multitud.
Desde lejos me sonrío.
Con suerte quizá sepa el descaro de belleza que regala en su pasear.
martes, enero 23, 2018
Cotidianidades (X)
"Los cuelga en la puerta de la ducha, mijo, para que se le sequen en el día"
Pero en cambio, abajo, a la altura de mis rodillas, un chorro constante. Yo movía la llave hacia un lado y el agua se enfriaba. Hacia el otro, el agua era caliente. Pero, de arriba, de la regadera, ni una gota caía. Cerrar la llave, volver a intentar. Seguir esperando. Pensar si acaso para bañarse debía uno siempre llenar aquella bañera y si eso no sería demasiada agua. Recuerdo al fin, descubrir que no había más opción que bañarse debajo de aquel chorro de agua que caía desde la altura de las rodillas. ¿Y como meter allí el cuerpo?
miércoles, enero 10, 2018
Cotidianidades (IX)
Las calles se llenan de carros que escapan en medio de la lluvia tratando de llegar a casa. Las avenidas, que uno creería vacías de peatones, inclementes mojan a quienes no encontraron un techo seguro, a quienes no encontraron refugio y quieren llegar a casa.
En los buses los vidrios se empañan. Somos decenas los que en medio de la lluvia también viajamos. Vuelvo a mi pueblo, a una hora de la ciudad. Hago el dibujo de un rostro con mi dedo que quita el vapor de la ventana. Detrás de los ojos que dibujo pongo los míos que miran a la calle. Personas, carros, charcos y lluvia. Motociclistas envueltos en una suerte de bolsa plástica que suelen llamar impermeable. Más lluvia.
En mitad del camino el bus hace una parada. Quito mis ojos de aquellos otros y veo a una mujer que cruza la puerta. Gracias, dice, muchas gracias señor. El bus arranca de nuevo. La lluvia recorre su cuerpo entero de igual forma que recorre su voz. Todo su cuerpo está empapado. También su voz, insisto. Camina por el pasillo, en medio de pasos inciertos por el movimiento del vehículo. Busca una silla dónde sentarse. Un charco queda debajo de donde antes estuvo puesto su pie.
Se sienta a mi lado, y me pide perdón por estar mojada. También me ha pasado, le digo.
El bus se detiene de nuevo. Otra persona entra, de pies a cabeza mojada. Gracias, dice, y el conductor sonríe y sigue su marcha.
Es un héroe anónimo, pienso yo, con la certeza de que el gracias que dicen quienes suben en medio de la lluvia traduce exactamente mi sensación de heroísmo.
La mujer a mi lado mira y se sonríe. Dice que si con la cabeza. Sospecho sabe lo que yo pensaba, o tal vez hablaba en voz alta sin darme cuenta.
Con mi dedo, escribo héroe en la ventana,
Tal vez, al llegar a su destino, aquel hombre vea allí un homenaje merecido.
viernes, diciembre 15, 2017
Cotidianidades (VIII)
Ese día oscuro, el fatídico día D (De los piojos, claro), sentirás la psicósis de una cabeza que pica. Es contagiosa la psicosis: Todas las cabezas de la familia, con sólo escuchar aquella palabra, comenzarán a sentir esa innegable comezón.
-"Eso hay que raparlo", dirán otros.
-"Eso lo mejor es el jabón de tierra y dejarlo al sol" dirá siempre alguna abuela vieja.
Y tu, como padre moderno, sabrás que ha llegado el día de poner peinillas a la obras y meterse a la raíz del pelo y del problema.
Lo primero son los implementos típicos:
1. Remedio comprado en la farmacia para matar los piojos
2. Una peinilla pequeñita, tanto como para que entre sus dientes queden oleada tras oleada de aquellos pequeños chupasangre y sus huevos acompañantes
3. Una toalla limpia
4. Un vaso con agua en el que pondrás la peinilla tratando de ahogar a los desgraciados
Te decidirás y comprarás algún remedio. No importa mucho cual. Todos los remedios de aplicar dicen lo mismo: lave el pelo, agregue el producto, espere 10 minutos, enjuague el cabello, use una toalla limpia para secarlo y ahora use el peine para sacar, uno por uno, piojos y liendres.
Seguramente el farmaceuta te recomendará también "unas goticas naturales que son benditas para eso".
Entonces harás el proceso: Lavar, agregar, esperar, enjuagar, peinar.
Y entonces, justo cuando llegues a los 10 minutos de espera te darás cuenta de que hay una instrucción faltante:
Ningún remedio dice que además de aquellos productos necesitarás un libro de cuentos y quizás también uno de respuestas.
Porque nadie te ha contado que durante esos 10 minutos podrás sentarte con tu hijo a leer un libro. Tal vez su cuento favorito, o tal vez alguno nuevo. Ninguno remedio menciona que después, cuando tomes el peine y comiences a peinar cabello a cabello, escucharás como tu pequeño te cuenta aquella historia (tal vez incluso la lea para ti).
Y lo que no sabes, porque ningún remedio lo tiene en sus instrucciones, es que durante aquella hora de peinado aquel pequeño querrá ver los piojos, te preguntará si son como las pulgas o son animales diferentes (quizás te pregunte la diferencia), preguntará además cómo puede poner tantos huevos un animal tan pequeñito y tu te preguntarás lo mismo. Te preguntará si son liendres o liendras, y entonces pensarás que debiste haber buscado en internet antes de sentarte.
Y ese día, si tienes suerte, tal vez termines con un montón de piojos en un vaso y escuches, además, que aquel pequeño te dice que lo que le gusta es saber que si algún día le vuelven a dar piojos entonces él y tú se sentarán de nuevo a leer, juntos, mientras tu acaricias su cabello.
jueves, octubre 26, 2017
Cotidianidades (VII)
* ¿Pero con ropita o sin ropita?
» No, así vestida... pero luego me dijo “súbete la blusa yo miro“
* ¿Y qué dijo?
lunes, octubre 23, 2017
Cotidianidades (vi)
» Hoy el mar está tranquilo
+ ¿Por qué lo dices mi niño?
» Estuve escuchando con mi caracola en el oído, y no se escucha que haya tormenta.
+ Tienes razón mi niño dulce: en tu mar no habitan tormentas.
Algún día, tal vez, le contaré lo que suena en aquella caracola. Pero hoy, en su voz, yo también escuchó un mar en calma.