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Hay días en los cuales se descubre que hay búsquedas que llevan una vida. Búsquedas que no ofrecen más recompensa que el placer de la búsqueda en su misma. Búsquedas que permiten descubrirse a uno mismo mientras busca y en las que no importa cuán compartidas sean, pues al final, cada cual ha de descubrir en soledad. Hay búsquedas que simplemente buscan.
Esta entrada, siguiendo la línea de otros sueños, habla sobre una búsqueda: La búsqueda de la morada en la que habita la simplicidad. Busco simplicidades en medio del silencio, pero encontrarlas resulta esquivo y engañoso. ¿Dónde radica la simplicidad? ¿Qué hace a un modelo simple? ¿Hasta donde pueden eliminarse pliegues, uno a uno, paso a paso, para revelar un modelo significativo? ¿Dónde radica la esencia de una figura? ¿Es acaso una línea demasiado? ¿Es un punto muy poco? ¿Acaso la superposición de capas, una sobre otra, otra sobre una, no es simplemente un reflejo de la vida en la que nos gusta llenarnos de cosas sobre cosas?
Estas preguntas y otras similares habrán de evidenciar que, por supuesto, no es una búsqueda exclusiva. Ya muchos con más éxito han transitado pliegues que hablan de modelos construidos con menos de diez pasos. Otros han logrado plegar autenticas maravillas con tan solo dar una línea al papel. Y sin embargo, frente a una hoja de papel me enfrento de nuevo a un camino del cual su mapa, como el de casi todas las búsquedas, ha de llevar invariablemente hacia uno mismo, hacia el arte que llevamos dentro.
Como ven, simplemente, parece que no tengo nada que decir.
Simplemente, me pregunto por lo simple…
Se nos plantea entonces una dulce paradoja: Por un lado necesitamos la técnica para decir; por el otro, necesitamos qué decir para poder desarrollar la técnica. Porque en algunos casos, no existe técnica para aquello que deseamos decir.
En cierta medida, la explosión creativa que se ha venido observando desde hace algunos años es una consecuencia de esta búsqueda por técnica. De repente, aparece un origami modular que parecía rezagado y olvidado, renace el boxpleating con impresionantes manifestaciones, aparece como nuevo el diseño de teselados, aparece el origami hiper complejo, aparece el modelado en papel, aparecen también las curvas. Aparecen, en resumen, nuevas formas de decir que empujan paso a paso hacia dimensiones de la técnica que antes no existían.
He dicho que solo en cierta medida, pues en algunos casos esta explosión también es consecuencia de quienes buscan “hacia el interior”, de aquellos que pretendemos dar a conocer el alma en aquello que plegamos.
Esta búsqueda interna me ha llevado a tocar diversos tipos de modelos, que en algunos casos, requieren técnicas que me resultaban desconocidas. El eje principal de estas búsquedas ha sido, con frecuencia las curvas. Pero he de confesar que esta búsqueda me ha parecido fascinante, aunque no haya tenido resultados satisfactorios. Hace unos años mostré algunos de los hallazgos de dichas búsquedas en el trabajo de curvas. Las figuras que hablan en esta entrada son algunas más de ellas.
No sé si para quienes las observan se logrará ver que quiere decir el alma en ellas. Incluso, he de confesar que no sé si sean modelos que logren entenderse... Son modelos que considero “de diseño”. No son modelos realistas, y la verdad tampoco son modelos de alarde técnico (que de esos ya he hecho algunos). No son modelos llenos de ángulos y líneas, son más bien modelos de expresión. Son modelos que surgen de algo que pide el alma, aunque algunas veces no sea claro qué es lo que quiere pedir.
Usamos nuestros sentidos permanentemente, pues también a ellos debemos nuestra percepción del mundo. Y, pese a que los usemos todos, resulta común que prioricemos unos sobre otros. Incluso, sin saberlo, volvemos esa priorización de un sentido una parte fundamental de nuestro lenguaje. Hay quienes preguntan si “se ve claro el asunto”, o quienes dicen que “no lo sienten claro”, o “que no les huele bien el asunto…” Hay quienes, para ver, tocan. Hay quienes todo tienen que probarlo para poder entenderlo. La modernidad prioriza ojos y oídos, ver y escuchar. El amor prioriza quizás el sentir. Y la música prioriza el oído. Priorizamos una y otra vez, aunque no queramos hacerlo.Pero priorizar a veces implica ignorar. Damos valor a unos y descartamos otros… ¿por qué lo hacemos? ¿A qué se debe la priorización o negación de un sentido en particular? En parte es un asunto cultural, pero también es un asunto netamente propio. Conozco muchos que rehúsan el tacto aunque no logren entender por qué lo hagan. Y con frecuencia he descubierto que aquellos que más lo niegan suelen ser quienes más lo necesitan, porque el tacto es uno de los primeros sentidos (sino el primero) que nos permite tener una experiencia del mundo. No en vano el órgano más grande del cuerpo es la piel. El abrazo es quizás uno de los reflejos de animalidad que aún conservamos: nos abrazamos aún sin saber porqué nos abrazamos, tocamos con una necesidad imperiosa por ser tocados, por tener contacto, por sentir.
Priorizo sin querer la escucha y el tacto, la piel y el oído. Me pregunto por el abrazo, por qué dice y cómo lo dice. Me enamoro de aquellos que cuando abren los brazos para abrazar lo que en realidad abren es el alma. De esos que están llenos de puertas que abren para dar abrazos. Me pregunto por qué tantos animales abrazan y si sus abrazos tendrán los mismos significados que los nuestros. Me pregunto también por qué hay quienes sólo pueden abrazarse a sí mismos.