-Yo querría quejarme de la comida… ¡pero no puedo!- me dijo muy sonriente hoy, al salir, uno de los peregrinos que viene todos los días al comedor.
En verdad me da mucha alegría, y lo agradezco cada vez: la comida en nuestro comedor siempre es riquísima. Cada día son varios los que al final la agradecen y ponderan.
Quiero aclarar que, en todo caso, el mérito lo tiene nuestro cocinero -que cocina regio- y, además sobre todo, todas las cosas ricas que nos regalan del Instituto de Gastronomía –alta cocina- que tenemos a dos cuadras de casa. Estos días por ejemplo, como los alumnos están de exámenes, llegan una variedad de delicias impensables (arrollados de ave, tartas especiales, postres, etc.). Algo va a parar al guiso, que tiene cada vez un sabor especial distinto, o si no, se agrega –ya sea salado o dulce- en una bandejita a modo de postre, que a veces la comen ahí o se la llevan para más tarde.