domingo, 2 de octubre de 2022

Pregón de la Feria de Real de Alcaudete 2022



Buenas noches

Sr. Alcalde

Sra. Concejala Festejos y resto de miembros de la corporación.

Estimados Quini y Domingo,

Familiares, amigos, ciudadanos y ciudadanas de Alcaudete.


Antes de iniciar este pregón, quiero agradecer vuestra presencia en esta noche tan especial, en la que reanudamos la sana costumbre de juntarnos para celebrar la Feria Real de Alcaudete, tras dos años sin poder hacerlo. En primer lugar, quiero mostrar mi agradecimiento a Valeriano Martín y a Mica Morales que, como alcalde y concejala de festejos, respectivamente, pensaron en mí como pregonera de estas fiestas. Desde el momento en que recibí la llamada de Valeriano me he sentido tan orgullosa como asustada. Orgullosa porque no puede haber un honor mayor para una ciudadana de Alcaudete que ser pregonera de la Feria Real, pues supone un reconocimiento a mi trayectoria personal y profesional por parte de mis propios vecinos, lo que rompe con el refrán de “nadie es profeta en su tierra”. Asustada porque han sido personas notables las que me han precedido, referentes para todos nosotros en distintos ámbitos de la sociedad y cultura alcaudetenses. En segundo lugar, tengo que hacer especial mención a mi marido, Manolo, que hoy se ha hecho más de trescientos kilómetros para poder acompañarme y mañana le esperan otros tantos para volver a su puesto de trabajo. Gracias por estar siempre a mi lado. Gracias también a mis hijos, Irene y Juanma, que han soportado las ausencias de una madre trabajadora por las mañanas y escritora por las tardes. Os quiero. Y gracias a mis hermanos Alfredo, Rafa y Lola por estar siempre a mi lado.  

Para mí representa una gran responsabilidad pronunciar las palabras que supondrán el inicio de una Feria que va más allá del jolgorio y la diversión, que entronca con nuestras raíces ancestrales, cuando se hacía necesario el encuentro comercial al final del verano, y del que aún nos queda un vestigio de aquellos tiempos, el concurso hortofrutícula.

Cuando me pregunto cómo he llegado hasta aquí, qué hechos han desencadenado que alguien considere que merezco ocupar este lugar, llego a la conclusión que estoy aquí por la matemáticas.



Sí, ya sé que ustedes me conocen por la literatura, por los libros, los relatos que publico en las revistas del pueblo, o por las obras de teatro que han representado mis compañeros el grupo Imperium. Otros me conocen por mi puesto en el Área de Desarrollo del Ayuntamiento, donde ando siempre estresada, gestionando ayudas para las empresas, organizando cursos y pidiendo subvenciones para mejorar la formación y el empleo de nuestro pueblo. Por cierto, en pocos días, se cumplirán treinta años de mi llegada a este puesto de trabajo y considero que el honor de dar este pregón, aparte de un reconocimiento a mi carrera literaria, también lo es a mis años de servicio público a los ciudadanos y ciudadanas de Alcaudete. Siempre he intentado dar lo mejor de mí, y me he sentido acogida y ayudada por mis compañeros y compañeras, desde que llegué al Ayuntamiento con solo veintitrés años y muchas ganas de aprender.


Ah, sí, lo de las matemáticas se lo contaré un poco más adelante.

A esta feria llegamos con ganas, con ilusión, han sido dos largos años en que los que la vida se ha mostrado inclemente con nosotros, en los que los virus que antes solo aparecían en las películas de ciencia ficción, han saltado a la realidad y nos han golpeado con fuerza. Y cuando empezamos a controlar el Covid con las vacunas; nos llega la guerra, a esta vieja Europa donde ya nos creíamos a salvo de conflictos. Y la guerra nos ha traído subida de precios en la electricidad, el gas, los combustibles, los alimentos... La temida inflación, que nos trae por la calle de la amargura. ¡Ya basta!, no voy a pasarme este pregón quejándome de lo mal que está todo; para amargarnos la vida ya tenemos los telediarios y las redes sociales. Yo he venido hoy aquí para abrir un paréntesis, hablando de matemáticas, un paréntesis que durará hasta el domingo, durante cinco días nos vamos a olvidar de todo, nos pondremos nuestras mejores galas, desempolvaremos el vestido de flamenca, si hay que hacer algún arreglo se le hace, que durante la pandemia horneamos muchos pasteles y los kilos de más siempre se van al mismo sitio, que ya podrían quedarse un poquito más arriba.



En este paréntesis de fiesta y alegría no están permitidos el aburrimiento, la tristeza ni los malos rollos, todo eso lo dejamos fuera, bien aparcaditos, para que no nos multen los nuevos municipales, que son de libretilla fácil. Para meternos aquí dentro solo necesitamos ganas de divertirnos y algo de dinerillo, que la vida se ha puesto muy cara, también para los feriantes, que bien malamente que lo han pasado estos años de pandemia. A los niños hay que traerlos limpitos y duchaditos, que ya se ensuciarán ellos con el albero del parque, y los padres deben venir dispuestos a refrescarse con una cerveza o un buen rebujito, y a mover las piernas al ritmo de los grupos musicales de la caseta municipal. ¿Los jóvenes? Esos que vengan como les dé la gana, de todas formas no van a hacer caso de lo que les digamos.


Debemos sentirnos orgullosos de nuestro pueblo, porque nuestro pueblo somos nosotros. No son los ladrillos que forman las casas, ni las calles, ni los jardines; sin los alcaudenteses todo eso sería nada. Y debemos sentirnos orgullosos de nuestra feria, una feria abierta y acogedora, que no distingue entre clases sociales o edades, todos tienen sitio en el parque de la Fuensanta, a los pies de nuestra querida Virgen, que este año por fin será coronada. Un enclave privilegiado que muchos pueblos envidian, pues no cuentan con estos hermosos árboles que nos acogen, que dan sombra a la feria de día y permiten el disfrute de niños y mayores. La Feria Real de Alcaudete es de todos, podemos disfrutar en armonía, cada uno haciendo lo que le apetezca, mientras que no se meta con nadie. Y mucho menos con las chicas, que a esos, a los que no respetan a las mujeres, en un pispás los sacamos del paréntesis de una patada en el cu…., trasero.


Sí, es para todos, pero no me negarán que quiénes más disfrutan estas fiestas son los niños. La felicidad, ese concepto abstracto que tanto nos cuesta definir, algunos incluso escriben libros enteros para hacerlo, la podemos encontrar fielmente reflejada en sus rostros. En el brillo de sus pupilas, en el paso acelerado hacia la zona de las atracciones, mientras que los padres tratan de retenerlos un poquito más, porque saben que cuando entren allí no habrá salida, quedarán atrapados entre el tren de la bruja, el tíovivo y los hinchables. Sufridos padres, y sobre todo madres, que nosotras caminamos sobre un artilugio de tortura más cruel que los que usó la inquisición en sus mejores días, vamos, sobre unos zapatos de tacón. Siento pena por estos padres que contemplan embobados a sus pequeñuelos, mientras que piensan en lo fresquitas que deben estar las cervezas en cualquiera de las casetas de las cofradías. No hace tanto yo era una de ellos, recuerdo las intensas negociaciones con mis hijos antes de salir, sobre el número de veces que se montarían en los “cacharricos” al llegar, después de cenar y antes de irnos. Aún así, más de un día los hemos tenido que sacar de allí a la rastra.



Y es que ahora los padres somos muy protectores y no queremos perder de vista a nuestros polluelos, en mis tiempos, desde muy temprana edad me desenvolvía sola entre las atracciones, claro que en Noguerones no era fácil perderse, y siempre había algún hermano mayor pendiente de mí, aunque yo no lo supiera. Mi verdadera “perdición” eran los coches locos. Me dejaba allí todo el dinero y, cuando ya se me había acabado, me quedaba junto a la pista, disimuladamente, por si veía a alguien que se subiera solo y quisiera invitarme. Cuántos golpes recibí en aquellos años de conductora sin carné, tantos o más de los que dí, creo que mis problemas de cervicales pueden venir de esa época. Pero, ¿a quién no le gusta los coches de choque? La emoción al coger un volante, de ser dueño de tu propio destino, sentir la brisa en el rostro mientras suena alguna canción de Camela de fondo. Por cierto, que nadie se pierda la actuación de este grupo, que es gratis, y como he dicho antes, la vida está muy achuchá y hay que coger las ofertas al vuelo.

En fin, no me podéis negar que los coches locos son una de las atracciones de feria más emocionantes.


Yo siempre quise ser dueña de mi destino, me dirán que todos podemos serlo, pero no es tan fácil, al menos no lo era entonces, cuando vivía en Noguerones y soñaba con marcharme de allí. Las calles empedradas, oscuras en las noches sin luna, pues aún no había farolas, vacías de coches y llenas de niños asalvajados, eran a la vez mi reino y mi prisión. Conforme iba creciendo comprendía que mi vida ya estaba escrita, que una vez acabara la EGB, mi madre me llevaría a algún taller de costura y en el invierno trabajaría en la aceituna, como hacían todas las muchachas de mi pueblo, o la gran mayoría de ellas. Por eso, cuando me subía un coche de choque y sentía el viento en mi cara, me sentía fuerte, invencible, capaz de superar todos mis miedos, y soñaba que me trasladaba a otro universo, donde yo podía ser la dueña de mi futuro.

Tuve suerte de que las matemáticas me echaran una mano para cumplir mis sueños.

La gente de mi edad y los que son mayores que yo entienden bien de lo que les hablo, entonces no había tantas oportunidades para estudiar, y para las niñas aún menos. Durante muchos años una cultura machista y patriarcal había relegado el papel de la mujer al de madre y ama de casa, y eso era difícil de cambiar; aún hoy tenemos que seguir en la lucha, y esta lucha cansa, cansa explicar una y otra vez que las mujeres solo buscamos la igualdad de oportunidades no ser superiores a los hombres, ni mucho menos.

¡Vaya, que me he salido del paréntesis festivo y me he metido en una manifestación del 8M! Perdonadme, es que en cuanto me descuido me sale la vena feminista, pero ahora mismo suelto el cartel de “No es no”, y cojo el de “Feria, feria, pedazo de caseta que nos vamos a montar…”




De la feria de Alcaudete apenas tengo recuerdos en mi infancia, si acaso alguna imagen difusa de cuando mi cuñado Francisco y mi hermana María, a la que tanto echo de menos, aunque sé, que de alguna forma ella sigue a mi lado, nos traían de la mano a mi hermana Lola y a mí, por el paseo del parque. Por entonces no era tan fácil desplazarse de un pueblo a otro, además, mi madre era enemiga de cualquier medio de transporte, eso de subirse a un autobús o a un coche la mareaba solo de pensarlo. Si tenía que venir a Alcaudete para hacer alguna compra, esa noche no dormía. Sin embargo, a mí siempre me ha encantado viajar y nuestras visitas a las tiendas de la Plaza y la calle Llana, ya sabéis Salido, Tejidos Novedades, Manolo, Calzados Pajares... Estas visitas no eran frecuentes, solían estar asociadas a alguna fiesta: Semana Santa o Feria, o al inicio del curso escolar. Antes ni se compraba ni se tenía tanta ropa como ahora. Para mí estos viajes eran toda una aventura, me asombraban las casas señoriales, las iglesias y el Castillo, aunque antes no era ni la sombra de lo que es ahora, debemos sentirnos orgullos del trabajo realizado por las distintas corporaciones municipales para situarlo entre los mejores de la provincia. Me embelesaba viendo caras nuevas, asomándome a otro mundo más grande que mi reino de calles empedradas.

Sin embargo, si en esa época hubiera existido, creo que mi madre habría disfrutado haciendo pedidos a Amazon, cómodamente sentada en el sillón de su casa, sin autobús ni biodramina de por medio.


En fin, volvamos a nuestro paréntesis de fiesta y diversión, ¿se han dado cuenta de que la feria se disfruta con los cinco sentidos?

La vista, que nos ofrece los colores de las flores de papel que adornan las casetas, de los vestidos de faralaes que circulan por el paseo, de las luces deslumbrantes de las atracciones, del negro del vinito atravesado por el color canela del barquillo, del verde de los árboles que nos acogen bajos su copas, del azul de un cielo limpio, que quisiera unirse a la diversión y nos mira con envidia desde arriba. Digo yo que, por eso, a veces nos llueve en la feria, porque las nubes se quieren subir también en los coches locos.

El oído, que nos trae los sonidos de la música de sevillanas, que nos invita a bailar aunque no sepamos los pasos, el trote de los caballos, las sirenas de los cacharricos, las voces grabadas de los puestos de comida, el murmullo de las risas, las palmas y el quejío del flamenco…

El olfato que se abre paso en nuestra memoria con más fuerza que ningún otro sentido, la feria huele a algodón de azúcar, a melocotón maduro, a patata asada, a gambas y carne a la plancha, a colonias buenas y sudor del malo, que de todo hay.

El gusto por lo nuestro, por el sabor amargo de la cerveza, el dulce del palicream, el fresco del rebujito, el sabroso del jamón y el queso, el aliño de las aceitunas…

Y el tacto de los abrazos, de los besos de los reencuentros con esas personas que tanto nos importan y que viven lejos, pues a veces solo nos vemos en momentos como estos.




Porque esta feria también es de los que viven lejos, de aquellas personas que hace años tuvieron que emigrar de esta tierra para buscar su futuro fuera de Andalucía, y que regresan cada septiembre con la ilusión renovada de encontrarse con sus familiares y amigos. Hace unos años tuve la suerte de estar en Manlleu y en Santa Margarita de Montbui y entendí lo importante que Alcaudete es para estas personas. Se notaba en la calidez y el cariño con los que nos acogieron, la emoción que les embargaba cuando hablaban de su familia, de su casa, de su calle, de su pueblo…

A todos esos hombres y mujeres quiero dedicar este pregón, pues la feria también es de ellos, de los que han podido venir y de los que añoran en la distancia el paseo por el parque.

No puedo evitar emocionarme cuando pienso en los emigrantes y en honor a ellos, hagamos también sitio en nuestra feria a los que vienen de otros países, aunque no tengan nuestro color de piel o nuestro acento, pues estas personas también han dejado atrás una familia, una casa, una calle, un pueblo…


Como decía antes, apenas tengo recuerdos de la feria de niña, pero sí de adolescente. Empecé a venir a Alcaudete con once años, en sexto de EGB, pues no había suficientes aulas en Noguerones, si a lo que teníamos allí se le podía dar ese nombre, estaban ubicadas en edificios viejos y cochambrosos, sin apenas recursos ni medios didácticos y baños en un estado deplorable. Sí, de eso hace unos cuarenta años, no estoy hablando de la prehistoria. El impacto fue tremendo al llegar a un colegio como el Virgen del Carmen, recién estrenado, todo nuevecito y bien equipado. Además, el resto de los niños nos acogieron con un cariñoso apelativo que gritaban cada día al bajarnos del autobús: Cortijeros, cortijeros… Y a mí me daba igual, que ya me consolaba yo con los libros de la biblioteca, una palabra desconocida para mí hasta que llegué a ese colegio. Una palabra mágica que me deslumbró cuando, ya en el instituto, llegué a la biblioteca municipal y tuve cientos de libros a mi alcance. Belén Romero, la bibliotecaria de entonces, puede dar fe de los libros que devoraba.


Me estoy yendo por las ramas, pero alguien me dijo que escribiera el pregón con lo que me saliera de dentro, que no tratara de gustar a los demás, sino a mí misma. Y de dentro me salen recuerdos de este mismo parque, tantas veces recorrido hasta el Santuario de la Fuensanta para implorarle que nos ayudara a aprobar algún examen. De los viejos bancos de madera, maltratados por cientos de estudiantes dispuestos a dejar marcado su nombre a punta de compás; de los bocadillos que los “cortijeros” de Noguerones, Bobadilla y Sabariego nos comíamos día tras día en esos mismos bancos, pues no había comedor ni dinero para ir a un restaurante; de los primeros amores, aunque fueran platónicos. De los días que hacíamos novillos para ver en el kiosko la telenovela de Los ricos también lloran, ¿recuerdan? o para jugar a un limón medio limón con un litro de calimocho. De las risas compartidas en clase con mis amigos Ascensión, Paco, Nines, Montse, Manoli, Raquel, Mateo, Mari Carmen, Angeli, Carmelo y tantos otros. Del tren, que por entonces aún pasaba por lo que ahora es la Vía Verde, que obligaba al autobús a detenerse algunas tardes y que yo observaba embobada, como si pudiera llevarme a otros mundos más emocionantes.

A estas alturas del pregón, ya se habrán dado cuenta de mis ganas de volar, de marcharme de esta tierra; años después he comprendido que, en realidad, no quería irme de aquí, sino huir un destino marcado por la tradición, en el que me sentía asfixiada, en el que no podría realizarme como la mujer creativa que soy.


Un momento, aún no he contado lo de las matemáticas, y ya me he metido en el instituto, así de sopetón, y os aseguro que no fue tan fácil, que costó mucho convencer a mis padres. Llegué al instituto por las matemáticas y por una persona a la que siempre admiré, Salvador Serrano, el maestro que habló con mis padres para que me dejaran seguir estudiando. Y es que con catorce años gané un premio de matemáticas que me cambió la vida, que dio un vuelco a mi destino y me sacó de Noguerones, lo que yo siempre había soñado, ¿recuerdan, los coches locos, la brisa en el rostro…? Fue la primera vez que salí en un periódico, y estaba para comerme: catorce años, vestidito de flores con volantes y calcetines de encaje, vamos, un cromo. Lo mismo que las niñas de ahora que con esa edad ya dan clases de maquillaje en Ticktock. A lo que iba, este premio me permitió seguir estudiando, terminar una carrera y adquirir la suficiente cultura para ser escritora, me dio los medios para irme de Noguerones y para regresar a Alcaudete. Quería volar lejos, pero el destino me devolvió a mi tierra, y aquí estoy, agradecida de vivir en un pueblo como el de Alcaudete, y de ser la pregonara de su Feria.


En esa feria adolescente, recuerdo que vivía con intensidad mis primeros años de libertad, compartiendo con mis amigos las veladas en el Patio Andaluz, los bailes en la caseta, las botellas de palicream y unas ganas enormes de comernos el mundo, que se mostraba nuevo y brillante, como si estuviera recién estrenado. Me quedaba en casa de mi tía Francisca, y venía a la Feria desde la calle Fuente Zaide con mis primas Paqui, Toñi y Fini; subíamos alegres y bulliciosas, bajábamos cansadas y con los zapatos de tacón en la mano, exhaustas de tanta fiesta y diversión. Sin embargo, al día siguiente, nos levantábamos las primeras para irnos a la feria de día, pues queríamos vivirlo todo, sin dejar atrás ningún instante.



 Hay que ver cómo nos marca la infancia, cómo somos fruto de los primeros años de nuestra vida y cómo regresamos a ellos cuando nos hacemos mayores, como si quisiéramos refugiarnos de una muerte segura. En eso se convirtió mi padre en sus últimos años, en un niño grande que se dejaba cuidar, y me vienen a la cabeza ahora, todos esos septiembres en los que me pedía que lo trajera a ver la feria de ganado y el concurso de la fruta. Hombre pegado a la tierra, como muchos de los que estamos aquí, pues aunque ahora trabajemos en otra cosa, el olivar y las huertas siguen recorriendo nuestras venas, las profundas raíces de los olivos son las nuestras, las que nos unen a esta tierra. La feria de ganado se perdió, pero aún sigue viva en nuestro recuerdo, en el mío y en el de mucha otra gente, seguro que también en el de mi sobrino David, el año que se empeñó en que su padre le comprara un caballo y lo subieran a la terraza, en un tercer piso. Lo que lloró ese niño, lo que nos pudimos reír nosotros ese día.

Afortunadamente, el concurso hortofrutícola sigue resistiendo, es más, cada año adquiere más relevancia y traspasa nuestras fronteras, gracias a los medios de comunicación. Qué les voy a contar de esos puestos de fruta y verdura que ya no sepan, de las calabazas gigantes o de los aromáticos melocotones.

A mí, incluso, me inspiró un relato. Supongo que muchos de ustedes conocen la serie de historias que bajo el nombre genérico de Alcaudete Imaginado, he ido publicando en distintos medios. Por estos relatos han pasado lugares emblemáticos de nuestro pueblo, he imaginado historias en el Castillo, la Plaza, la Ermita de la Fuensanta, la Fuente la Villa, Fuente Zaide, Laguna Honda, El Calvario y tantos otros.

Me voy a permitir leerles un fragmento de ese relato que transcurre en la feria, en el que el espíritu de una joven, visita cada feria al nieto de su primer amor y siempre se citan junto a los puestos de la fruta.

Era nuestro sitio favorito para citarnos en la Feria de Alcaudete. Me decía: te espero junto a los melocotones blancos. Cuando yo llegaba, la encontraba envuelta en el aroma intenso de esa fruta tan característica de nuestra tierra. Mi padre me contaba, una y otra vez, que venían camiones de Murcia y se marchaban rebosantes de los duraznos de nuestras huertas. Se lo decía a ella y sonreía con superioridad, como si ya lo supiera todo. Paseábamos despacio junto a los montones de fruta y verdura, que competían en vistosidad y fragancia, para atraer las miradas de la gente. Disfrutábamos del rojo intenso de los pimientos, del verde apagado de los melones, del amarillo alegre de los membrillos, del recatado gris rojizo de los ajos, de las lacrimógenas cebollas, de las tímidas nueces aún envueltas en su cáscara, del grandioso tamaño de las calabazas, del trabajado dulzor del pan de higo, de la tosquedad de las peras de invierno… Sin embargo, siempre acabábamos al lado de los melocotones, aspirando la fragancia de aquellas pequeñas montañas artificiales.”

Y hablando de melocotones, recuerdo que, en una ocasión, estuve en un charla en la que un ingeniero agrónomo nos contó que se daban tan bien en nuestras huertas gracias a los componentes químicos del suelo. Y no digo yo que no, pero creo que también tiene mucho que ver el amor con que nuestros hortelanos cuidan la tierra en las riberas del los ríos Víboras y San Juan. Qué sería de mi huerta sin los cuidados de mis hermanos Alfredo y Rafa, qué hasta premios hemos ganado algún año, y bien contenta que estoy de haber arrancado los olivos y plantado frutales, tenemos que recuperar nuestras huertas, son parte de nuestro patrimonio y de nuestra memoria colectiva.

Si es que nos nos falta de ná, en esta tierra rica en manantiales y habitada por gente de bien.

Y lo que no nos faltan, son las ganas de divertirnos, de bailar y reír, de meternos en el paréntesis y ser felices durante cinco días, porque nos merecemos disfrutar, merecemos dejar a un lado las preocupaciones y reunirnos con la gente que nos quiere.

Los alcaudetenses hemos trabajado duro durante todo el año, hemos sufrido los rigores del invierno cogiendo la aceituna de nuestros olivares, para fabricar el mejor aceite del mundo. Nos hemos levantado temprano para ir a la fábrica, a veces ni nos hemos acostado, para que se llenen de muebles los hogares, para que no faltan los productos esenciales en muchas casas. Hemos elaborado las hojaldrinas y los mantecados que endulzarán las navidades de muchos españoles y otros tantos extranjeros. Hemos abierto nuestro pequeño comercio, bar o restaurante para dar vida a nuestro pueblo. Porque los pueblos tienen vida gracias a los pequeños empresarios que arriesgan su tiempo y dinero para poner un negocio y a los hombres y mujeres que trabajamos por sacar adelante a nuestra familia, por darles un futuro a nuestros hijos.

Por todo esto, y muchas más cosas que se haría interminable nombrar, !nos merecemos disfrutar de la Feria Real de Alcaudete y ser felices!


¡Viva la feria de Alcaudete!


14-09-2022