Puedo documentar perfectamente la secuencia de acontecimientos:
Miércoles, 19 de abril de 2005. Quedo con un proveedor, a las seis de la tarde, para tratar asuntos pendientes. Entramos en un bar y nos quedamos sorprendidos al ver que, los parroquianos presentes en ese momento, estaban todos callados y mirando con suma atención las imágenes de la TV. Ni se respiraba. Se mascaba la tensión en el ambiente. Los que en ese momento llenaban la barra, mordían el palillo, echaban una calada (todavía se podía) o daban un trago al catalítico.
La TV se encontraba encima de la puerta, con lo que tanta atención concentrada en nuestra dirección, nos dejó ligeramente atenazados. ¿Qué estaría pasando? De forma previsible, giramos nuestras cabezas y vimos una escena que nos resultó difícil de comprender: alguien vestido de rojo, tocado con un extraño sombrero a juego, hablaba en un lenguaje incomprensible para nosotros. Estaba flanqueado por dos personas ataviadas con blusones blancos, una de ellas sujetando el cartapacio más rojo y más grande que haya visto nunca, mientras la otra sostenía, a la distancia de un metro, un micrófono, gracias a que éste se había embutido en una especie de varita.
Iba diciendo:
Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum,
Dominum Josephum
Sanctæ Romanæ Ecclesiæ
Entonces no lo pude entender, pero ahora lo puedo explicar.
Juan Pablo II había fallecido unos días antes, el 2 de abril. Para elegir a su sucesor como Obispo de Roma (y, por tanto, Sumo Pontífice de la Iglesia Católica) se celebró el Cónclave que se iniciaría el 18 de abril. Tras dos ocasiones en las que se pudo ver humo negro, a las 17:50 se observó una fumata blanca. Había acuerdo del Colegio Cardenalicio para elegir nuevo Papa.
A las 18:04 se produjo un repique de campanas, confirmando la buena nueva y, unos minutos después, el Cardenal Protodiácono, el Arzobispo chileno, Cardenal Jorge Medina Estévez, era el encargado de anunciar al mundo, Habemus Papam —“tenemos Papa”—.
Asomándose al balcón principal del Vaticano, saludó a los fieles presentes:
Fratelli e sorelle carissimi [italiano]
Queridísimos hermanos y hermanas [español]
Bien chers frères et sœurs [francés]
Liebe brüder und schwestern [alemán]
Dear brothers and sisters [inglés]
Y procedió a la lectura de la fórmula oficial, en latín.
Annuntio vobis gaudium magnum; [Os anuncio un gran gozo]
¡Habemus Papam! [Tenemos Papa]
Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, [El Eminentísimo y Reverendísimo Señor]
Dominum Josephum [Señor Joseph]
Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Ratzinger [Cardenal de la Santa Iglesia Romana Ratzinger]
qui sibi nomem imposuit Benedicti XVI [que ha adoptado como nombre Benedicto XVI]
Adjunto el vídeo del momento narrado.
Volvamos a nuestro bar. Toda la barra miraba hacia la TV. El Cardenal Medina Estévez lee y, tras “Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinales [brevísimo respiro] Ratzinger” viene una larga pausa. El alborozo se extiende entre la gente que se encuentra frente a la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, pero en nuestro bar, nos tomamos las cosas con más calma. Un parroquiano sentencia, para romper el silencio:
“Lo sabía”.
Nadie se atreve a contradecirle.
Siempre ha sido el ejemplo que conozco que mejor resume el carácter de lo español. Acodados en la barra de un bar, explicamos el mundo a quien quiera oírnos. Sabemos de todo, pero ya lo sabíamos de antes. Es un caso crónico, y generalizado, de Jà vérais vu.
La única explicación que se me ocurre, proviene de la excesiva exposición a los modelos implantados en el subconsciente colectivo por la TV. Tantas horas de sobremesa seguidas viendo a Jessica Fletcher, no pueden ser buenas.
Recuerda el plan: una venerable viuda —de edad incierta, pero madura—, ejerce de detective aficionada, mientras viaja por el mundo promocionando sus novelas de detectives. Lleva consigo el gafe: a la par de muertos, deja, a su paso, conocidos y familiares a los que policías novatos eligen como sospechosos. Su intervención brillante desenmascara al verdadero culpable no sin que, previamente, los guionistas nos hayan hecho sospechar de todos los participantes en la función.
El mismo esquema de convertir en sospechosos a todos los presentes, lo siguen otras series clásicas de TV, aunque destacaremos sólo tres: Poirot —el cargante detective belga creado por Agatha Christie—, la anciana Miss Marple —obra también de Christie y precuela inspiradora de la Fletcher— y Misterios S.A. —serie de dibujos animados protagonizada por el inefable perro tragón Scooby Doo y sus acompañantes—.
Las costumbres que se inician de pequeños y se fomentan por su repetición en el ámbito familiar, tienden a consolidarse a lo largo del tiempo. Los que crecieron con Scooby Doo, Hercules Poirot, Miss Marple o Jessica Fletcher han aprendido —irremediablemente para nosotros— a que cualquier mínimo detalle puede ser una pista y que detrás de las caras más inocentes puede llegar a encontrarse el rostro de la maldad. Porque, avisados como ya estamos, ávidos de resolver problemas folletinescos, creemos que nos las sabemos todas. ¡A otro perro con ese hueso! ¿No se creería que me podía llegar a engañar a mí?
Aprendemos a desconfiar de todo el mundo y así, siempre se cumple que el culpable era alguien de quien —de uno más— yo ya había sospechado.
“Lo sabía”
Volvemos al mundo real; en el fondo no hay nada más real que la barra de un bar. En casi cualquiera de las barras de este país, hoy, se ha hablado de los Reyes. Y en casi cualquiera de las barras de los bares en las que se ha hablado de los Reyes, se ha hablado de los yernos de los Reyes.
A mí me han encomendado, me han preguntado, han tratado de animarme a que afronte el tema del que todo el mundo habla hoy y, rompiendo mi principio de no hablar de religión, ni de política, cederé y dejaré de hablar de Dios, para ponerme a hablar de los hombres.
Ahora es fácil decir qué opinión tiene uno de Urdangarín o Marichalar y compararlos con Felipe. Pero, después de casarse con la infanta, cuando se retiró en 2000 con 1.97 de estatura, ganador de dos medallas olímpicas de bronce en balonmano, 154 veces internacional con la selección española, 6 Copas de Europa con el Barça (91, 96, 97, 98, 99, 00) o 10 Ligas ASOBAL, también con el Barça (88, 89, 90, 91, 92, 96, 97, 98, 99, 00), entonces era más fácil verlo de otra forma. Se le comparaba con Marichalar y todo el mundo se formaba una idea parecida de quién le resultaba más confiable.
Pero ahora que sustituye a Bono en el papel de figura pública “aloe vera” (Cuanto más se le estudia, más propiedades se le descubren), todo el mundo coincide en descubrir que algo raro ya habíamos olido. “Lo sabía”.
He encontrado unas declaraciones en las que el interesado anuncia su defensa de las generaciones interactivas. Ahora ya sabes lo que significa interactivo: “Tú me das, yo te doy”
El único que lo vio claro y lo anunció en la TV, lo hizo con Jesús Quintero:
Él sí que “lo sabía”.