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jueves, 29 de abril de 2021

Culos inquietos

— Herbie, ¡estoy jodidísimo!

— ¿Qué te pasa, tío?

— Las putas almorranas. Estoy apretando y ¡¡¡hiiiiiiaaaaa!!!

— Pareces el cowboy que llama a su hija.

— ¿Qué hija?

— Creo que le puso Sherezade.

— Serás animal.

— Ya te digo.

— No se pueeeeeeeeeeedeee haceeeer eso.

— Ya le vale.

— Ya te vale a tiiiiiiii, que no me haces ni caso.

— Que cosas tienes.

— Que estoy aquí, tratando de jiñar y no hay foooooiiiiooooooorma.

— Opérate.

— ¡Como para operaciones estooooooooooooooy!

— Pues los de la tele dicen que va genial.

— ¿De quéeeeeeeeeeeeeeeeee haaaaaaaaaaaaaaablas?

— La pomada ésa.

— Niiiiiiiiiiiiiiiii ideeeeeeeeeeeeeeeeeeaaaaaa...

— Creo que se llama Anso.

— Sería por noooooooooooooooooo poneeeeeeeeeeeerle anos.

— Dicen que el mundo está lleno de culos inquietos.

— ¡Fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiijo!

Si hubiera que juzgar la calidad de la publicidad por su capacidad para construir metáforas, los de Anso no se comerían un rosco.

Un pizpireto y saltarín mozalbete sale de una tienda de discos y se cruza con dos seres apenados que transportan su flotador (rojo chillón), cabizbajos, en un mundo multicolor con gente que resiste en pie, pero, en un pis-pas, por la simple enumeración de síntomas (dolor, picor, escozor, inflamación) y, tras cumplir el reto de pasar por debajo de la escalera amarilla que transportan Mario y Luigi, se transforma en una arcadia prepandémica, fantabulosa, en la que quizá no haya baldosas doradas ni escalpines carmesí, pero la gente es capaz de sentarse, al tiempo que una moza, también pizpireta, lanza su flotador con estilo, como si quisiera emular a un lanzador de flotadores profesional (si tal profesión existiese), y nadie le presta atención mientras ella se va y el flotador se desinfla, rematando el yan para el que el OPEN inicial había sido el ying.

De todo el sinsentido que acabo de narrar me quedo con la sorpresa de que el corrector de Word (que siempre está ojo avizor), subraya en rojo pizpireto (¡ves!), pero no lo hace con pizpireta (¿lo ves?), lo que tomo como una muestra de micromachismo opresor que dejo pasar por el simple hecho de que he dejado a mi amigo tratando de vaciar sus intestinos y siento que debo volver con él.

— Tío...

— ¿Qué quieres? [tono cansino que noto hasta yo]

— Que si has visto el anuncio...

— Sí, coño. A veces tengo la sensación de que lo ponen a todas horas.

— Y todo, para decirte que le preguntes al farmacéutico.

— Joder, como hacen siempre.

— Como para preguntarle. Debe ser que el de mi barrio es único.

— Vale. Venga. Cuéntame, que estoy empezando a dejar de hacerte caso.

— ¿Sabes que me operé?

— Son tantas veces que, en ocasiones, pierdo la cuenta.

— Pues el de la farmacia no se olvida. Siempre que paso, me pregunta.

— Seguro que vas mucho.

— Supongo, no sé.

— Puedo imaginarlo...

— Trato de evitar la conversación, como estás haciendo tú ahora conmigo.

— Es difícil de cojones.

— La cosa es que ayer me volvió a preguntar.

— ...

— Yo intentaba darle largas, pero no había forma.

— Sé de qué me hablas.

— Y el, dale que dale, y yo, tratando de abreviar, pero nada.

— Estoy atónito.

— Y él: ¿qué tal va todo por la retaguardia?

— ...

— Y yo: sin novedad.

— Eso es “en el frente”.

— No me despistes. Él continuó: ¿ya no tienes molestias?

— ...

— Y yo: cada vez menos, la verdad.

— Me aburro...

— Y él: lo que no entiendo es por qué no hicieron una intervención menos invasiva.

— ...

— Y yo: quizá es que el cirujano acababa de escuchar a Wagner...

— No te creo.

— ... y, como decía el otro, después de escuchar a Wagner te entran ganas de invadir Polonia...

— ¡Ja! Te lo estás inventando.

— ... ya sabes que no es cosa mía; era la única forma de entender a Hitler, según Woody Allen.

— No le dijiste eso.

— Que sí. Que estaba empezando a estar un poco harto de tanta pregunta y tanto rememorar el asunto.

— Y tú eres conocido por tu falta de memoria.

— Casi proverbial, diría yo.

— Demasiadas cosas, dices tú.

— El caso es que el de la farmacia era inasequible al desaliento.

— Veo que todavía no hemos llegado al colofón...

— En absoluto.

— ...

— Te estaba diciendo, docto amigo, que nuestro antagonista se empeñaba en seguir analizando el asunto.

— Curioso término; de lo más propicio.

— Y me pregunta: ¿hace cuánto que fue la operación?

— ...

— Y yo: mira, en la intimidad que ha surgido gracias a este intercambio de impresiones, debo decirte...

— ...

— ... que estoy intentando, de todas las formas posibles, olvidarme del asunto...

— ...

Y no lo consigues, con tanto interrogatorio [terció el mancebo].

— ¡No jodas!

*****

Asumo y agradezco el esfuerzo por intentar ahorrar sufrimiento a los que ostentan almorranas —que, me consta, no son un simple flotador rojo que uno transporta en sus quehaceres cotidianos—, pero tengo por seguro que, quizás, para algunos, siga siendo mejor hacerlo en silencio, máxime cuando ese padecimiento ha sido superado.

Nunca imaginé que la farmacia pudiera convertirse en un espacio de debate, salvo que el protocolo de puesta en marcha de intercambio de información haya sido decretado por el propio enfermo.

No sé, eso creía yo hasta ahora...

*****

En todo caso, la osadía de la farmacéutica que decidió referirse a los porteadores de flotadores como “culos inquietos” tiene explicación si uno comprueba su insensatez a la hora de envasar sus productos: no son sólo fabricantes de pomadas para dolor, picor, escozor e inflamación en ciertos lugares sensibles; también comercializan tubos de pasta dentífrica y muestran muy poco cuidado en evitar que, lugares tan alejados, puedan compartir experiencias.

Lo digo teniendo en cuenta que, yo, por la mañana, me cepillo los dientes antes de ponerme las gafas y no siempre presto la debida atención.

Es posible que quede más claro con un par de imágenes.

Puede que aplicarse un producto que contiene flúor, ahí mismo, haga que el flotador se deshinche con un soplido final; sería una "fresca" experiencia (para el gremio de publicistas la frescura es siempre una ventaja; se nota).

Aunque es seguro que puedes idear más situaciones indeseadas derivadas de la confusión: la imaginación es libre, te dejo un momento para que especule...

Pero no me gustaría terminar y dejarte con este inesperado mal sabor de boca, así que resuelvo tu duda sobre los autores del soniquete (lo mejor del anuncio, sin duda), si es que esa duda ha brotado en ti: son John Dwyer & Robert Irving, en lo que es sin la menor duda música apropiada para el jingle en cuestión: You Make Me Happy. 

Y si te han surgido otras diferentes, todas podrán ser resueltas en un imprescindible espacio de Telemadrid, TV ávida de ponerse al servicio de las necesidades públicas.

Y eso es todo lo que tenía que decir sobre tan delicado asunto

viernes, 2 de junio de 2017

Ficciones

En un remoto pueblo, perdido entre bosques de coníferas, nada es lo que parece.
Una joven casquivana, de gustos peligrosos, quiere escapar de su pasado.
Odia que la cosifiquen.
Decide renovar su look.
Ya ha cambiado varias veces el tinte de su pelo.
Lleva piercings en lengua, ombligo y clítoris.
Tattoos en nuca, hombros y tobillos.
Sueña que está cayendo.


—Te veo cambiada.
Teñí pecas.



(.) (.)
(  o  Y  o  )

miércoles, 3 de diciembre de 2014

No la pierdas (Lotería de Navidad 2014, IX)


(Interior, día)

— Manuel: Ay, ¡qué frio!
— Antonio: ¿Quieres una porrita? Están recién hechas.
— M: No, no. Deja. Si ya casi me he acabado el café.
— A: …
— M: Me voy a ir yendo, que hay cosas que hacer. Anda, cóbrate.
— A: No sé si tengo cambio.
— M: …
— A: Manu, ¿quieres un décimo?
— M: Hoy no, Antonio, quizá más adelante. De todas formas, no creo que nos toque.
— A: Yo lo decía, por la ilusión…
— M: …
— A: ¡Manu!
— M: …
— A: ¡No la pierdas!
— M: …
— A: La ilusión, digo.
— M: …
— Figurante: (sonríe)
— A: ¿Qué pasa?

(Fundido a carátula de la campaña)




*****



El bar de Antonio. Primera hora de la mañana. El dueño atiende a Manuel, que toma un café. Sólo hay otro cliente, en el otro extremo de una barra en forma de ele.


Antonio conoce su oficio. Le ofrece a Manuel una porrita, argumentando que están recién hechas. Debe acabar de comprarlas en la tienda que hay en los bajos de la casa de Manuel (“La Tahona de la abuela”), porque, a la vista de sus dos únicos clientes, está sacándolas de una caja de cartón y poniéndolas en una bandeja. Pese a que no las hace él mismo, no tiene reparos en hacer el trasiego en la sala (en lugar de hacerlo en la dependencia a la que llamará cocina) y tampoco parece importarle demasiado que se queden ahí, a la intemperie, enfriándose hasta convertirse en un engrudo gomoso que ni un tragasables sería capaz de pasar, por mucho que le moje la punta.


Manuel dice que “nasti”. Ya las cogerá, más baratas, cuando llegue a casa.


Antonio aparenta asentir, con un simple movimiento batiente de cabeza, como el que realiza incansable el perrito que viaja en las bandejas traseras de algunos coches que todavía no han modernizado el ornamento estándar para colocar sombreros (como manda el canon 2.0 de la decoración vehicular). Un iniciado en lenguaje tabernario entiende que el del culo pelao está pensando: “ya te pillaré en la próxima; habrá más”.


“Me voy a ir yendo que hay cosas que hacer” suena a una explicación fingida. El gesto de sacar la cartera para pagar un café que se paga con una sola moneda, también parece una impostura. En todo caso, Manuel se distrae y no se fija en que Antonio se limpia las manos con el mandil, el gesto más asqueroso que puede hacer un camarero (salvo dejarse larga la uña del meñique para atrapar a las aceitunas saltarinas). Quizá, estar pertrechado tras la fila de tazas de café, desoriente al cliente. Será la razón estratégica por la que el despliegue de tazas se lleva a efecto por todo el personal del bar, a lo largo de toda la barra.


“No sé si tengo cambio”. Es la dilación más peregrina (y más extendida) del mundo de la hostelería o el comercio. Y eso que Antonio, profesional ante todo, pone un careto bien convincente. Cualquiera que haya servido en un bar, o despachado en una tienda, sabe la cantidad aproximada de dinero que tiene en caja, en cualquier momento del día. A primera hora de la mañana, con dos clientes que todavía no han pagado, debe saber la cantidad exacta: su saldo inicial, la misma con la que empezó, lo que deja preparado para cambio cada jornada. ¿O es que no conoce lo que es un “arqueo de caja”? No estaremos tratando con un impostor, ¿verdad?


“Manu, ¿quieres un décimo?”. Fíjate si se ha recuperado pronto. Tiene grabado a fuego el primer principio de la venta: “ofrecer la mercancía”. No importa que no obtenga beneficios (que no serán directos, pero que deberán existir porque ya me explicarán, si no, el empeño de los bares en tener lotería). De cualquier forma, Antonio cogió la lotería para venderla, no para que se le quede colgada de la pared, acumulando polvo, aumentando la cantidad que deberá pagar, de su bolsillo, por no haber sido capaz de colocarla a clientes (y amigos).


La vuelta es correcta. Se ve el billete de cinco, el de diez y los cuatro euros. No hay ticket de caja, ¿a quién le importa? Tampoco hay posibilidad de propina, porque Manuel, que anda canino, sale de casa sin monedas y no va a dejar todo un napo para la casa. Prepara sus manos para meter todo a la buchaca. Dejará el sobre del azúcar encima de la barra, como gesto gallardo del que pasa penurias (pero desayuna a diario fuera de casa).


El gesto lacrimógeno de Manuel, que alcanzaba el paroxismo en la entrega inicial de la saga, le sirve para recoger la vuelta mientras oímos el tintineo de las monedas. No ha empezado a sonar la cancioncilla de marras y el bar de Antonio es el único de España que no tiene la TV puesta a todo trapo, ni se escucha de fondo la música hameliana del perturbador jackpot.


Manu se da la vuelta y empieza a irse. Guarda monedas y billetes en el bolsillo derecho del pantalón (y no en la cartera, donde llevaba el de veinte con el que había salido de casa). Antonio se afianza en la barra, su púlpito, dispuesto a soltar la andanada de moralina que dispara de continuo. Antes de escucharle, me tomaré un receso, para realizar dos apuntes costumbristas que se aprecian en la toma precedente. La primera: a través de la puerta del establecimiento, identificada con un cartel que pone SALIDA, entre Manuel y la columna, se ve a un par de mujeres que conversan en pose estatuaria, sin tocarse, sin hacer gestos con las manos, tapando con los pies las marcas en las que han sido colocadas como postes, como señal en la trama que se está urdiendo. La segunda: a pesar de haber una abundante luz natural, Antonio mantiene encendida toda la luminaria. Las lámparas que cuelgan sobre la barra, la que está en la columna (que no alumbran mucho, pero dan un ambiente acogedor). Y, por si la luz no era suficiente, tiene encendidos cuatro tubos fluorescentes, como poco. No parece que la eficiencia energética sea una preocupación de Antonio. Tampoco le importa demasiado incumplir la normativa en prevención de riesgos. La señalética para indicar la vía de escape es correcta; pese a que debe acompañarse por una de esas luces autónomas que se encienden solas cuando se marcha la corriente. Nada importante (hasta la inoportuna presencia de un inspector tocapelotas; disculpen los pleonasmos).


“No la pierdas”.




“La ilusión, digo”.


(No me jodas, Antonio, no me jodas, Déjame ir de una puta vez, que das más la brasa que Chelo, la lotera. Si quisiera que me dieran la chapa, y que me preguntaran, y que me recomendaran hábitos saludables de vida, y que me vendieran lotería, iría con ella. ¿No ves que los conozco a ambos, a ella y a Horacio, desde que veíamos juntos a Rosa María Sardá, con su inseparable Honorato?). Chao. Me las piro.


Ahí está. El décimo. Ubicado estratégicamente al lado de la caja, entre un sobre del banco (señalando el montante del pufo) y un sobre rojo. Un décimo y un sobre rojo. Quizá la imaginación de los que hubieran visto el primer spot se hubiera desbocado y llegaran a pensar que iba a tener el mismo gesto con todos los clientes del garito. Antonio puede ser buena persona, pero no es tonto. Quizá sea un poco descuidado y no haya preparado un lugar donde meter los veinte euros de los décimos que venda (aunque éste deba abonarlo de su bolsillo). Esa práctica le llevará a continuos descuadres y tener que apechugar cada día. Junto a la caja hay un cierto desorden y allí se acumulan papeles y un boli Bic apoyado encima del cajón.


Antonio, que ya demostró ser un poco puerco, coge el décimo y se lo frota por la coronilla, con el íntimo deseo de llenarlo de grasa sebácea y caspa (y algún pelo suelto; de un rápido vistazo se observa que su cabellera es rala).


Ese gesto tan ordinario hace despertar del letargo al otro (único) cliente del local que, encuentra fuerzas para esbozar una sonrisa complacida, pese a estar leyendo el periódico. Sorprende que no se haya mostrado furioso, teniendo en cuenta el desprecio que supone que Antonio no le haya reservado un décimo a él, quizá por su aire extranjero, sin ocultarse siquiera. La frotación coronaria sirve también para que pueda pararme en describir la acción más ridícula de cuantas se han mostrado en la saga (y hay varias). Es un síntoma del despropósito que supone el proceso de rodaje de todo este absurdo engendro. Detrás del cliente se ve una fila doble de tazas preparadas para el servicio, con las grandes del lado interior de la barra y las pequeñas del lado externo. Un detalle habitual en los bares que frecuento. Su utilidad estriba en que se adelanta una parte del proceso que supone preparar un café, lo que conduce a que se tarde menos en servirlo. En realidad, se trata de una cuestión de orden y, por tanto, para ser efectivo, debe estar organizado. Desparramar tazas y platos por doquier, sin ningún criterio, contravendría los propósitos por los que la acción se realiza. En el episodio titulado Beautiful —en el que un tipo con el pelo a lo Fernando Verdasco trataba de ligarse a la camarera que se parecía a Coco, bailarina en la serie “Fame”— la fila de tazas tras la que ella se pertrechaba era también doble, pero ella colocaba las tazas grandes cerca del cliente y dejaba las pequeñas de su lado. Vean el detalle:


Aparentemente, la disposición tampoco es la misma pues Antonio parece colocarlas más cerca de la esquina, mientras que Coco las deja más cercanas a la intersección que forman los dos brazos de la barra. No puede alegarse el hecho de que Coco trabaje de extra, sólo los fines de semana. El criterio para colocar las tazas (cuáles delante y cuáles detrás) debe estar firmemente establecido y todos los que trabajen en el bar deben llevarlo a cabo de la misma manera. Al igual que el lugar en que deban colocarse, o dónde se guarda el dinero que se recauda de la venta de décimos o cualquier otro asunto que afecte al trabajo colectivo. No es aspecto baladí. Si dudas, pregunta en el bar donde tomes café con frecuencia (y no te consideren osado por aventurarte a hacer ese tipo de preguntas). Pero, y aquí viene el factor más relevante, el que muestra la insignificancia de esa fallida ambientación: te reto a que encuentres un bar en el que, en al menos dos lugares distintos (el ala que prefiere Manuel también se llenaba, como puedes comprobar un poco más arriba), dispongan en la barra platillos y tazas para el café.


Lamento decirlo: Antonio es un farsante, un impostor. Se ha delatado. Detrás de él se ve la cafetera. Encima, donde se ven algunas, es donde se colocan las tazas de café, en todos los bares y cafeterías de España. La repisa superior está caliente y el calor sirve para eliminar la humedad que pueda quedar del lavavajillas (si Antonio es tan cochino como para limpiarse las manos en el mandil y permitir que Coco atienda a los clientes sin haberse lavado las manos después de usar la bayeta, dudo mucho que emplee un lito para secar las tazas). La ineficacia de tener que ir a buscar una taza hasta la barra, donde está colocada encima del platillo (en lugar de tomarla de su lugar natural, encima de la cafetera), es un viaje que sólo resulta explicable entendiendo que la disposición está diseñada por un tipo encargado de la decoración, o el atrezzo, pero no por un profesional de la hostelería, esos seres que son capaces de servir un café de mil maneras diferentes (a gusto del cliente), manteniendo una sonrisa en la boca, acostumbrados a trabajar mientras el resto del mundo descansa o está de farra. Así que conocido el talante ficticio del montaje, resulta sencillo desentrañar otras triquiñuelas, como la de hacer aparecer en su mano izquierda un rotulador naranja de punta gorda, que no estaba a la vista en las cercanías de la caja. Ya no nos fiamos. Ha conseguido perder nuestra confianza. La representación continúa. La función. La ficción.


Conocerle no implica quererle. Pero, sí, aceptarle. Es lo que piensa su cliente, habitual del bar, conocido de años. Mueve la cabeza, sonríe y, con todo, opta por volver a las deprimentes noticias del periódico; las mismas de siempre, las de todos los días.


“Será cabrón. Ya me ha hecho reír”.


“Te vas a joder, risitas. Para ti no hay. No me sobran sobres”.


“Sólo tengo uno”.

*****

La vida es dura, amigos. No era mi intención echar sal en los ojos (pero estaban demasiado abiertos).

Un suplantador, un actor, había ocupado la piel de un camarero. Ni siquiera se había ocupado en aprender el oficio. Era una simple ficción. Trataba de hacerse pasar por quien no era.

No era camarero.
No sabía freír porras.
No podía mantener la barra en orden.
No encendió la TV ni la máquina tragaperras para dar ambiente.
No mantenía unos adecuados hábitos higiénicos.
No se lavaba las manos.
No usaba ningún trapo para secarlas.
No era discreto reservando privilegios.
No llevaba organizadas las cuentas.
No prestaba un servicio a la comunidad.
No era amigo de Manuel (otro actor de pacotilla, cliente de Santa Lucía).

Manuel: "Me regalan un décimo premiado, me compro un delantal rojo y me vuelvo un obseso de la limpieza".

Si Manuel y Antonio no son trigo limpio, quizá sea posible que tampoco estuvieran mirando por nuestros intereses.

Pero esa suposición, queridos amigos de la investigación, seguidores de este enrevesado enigma, quedará resuelta en la traca final, con la que se cerrará este ciclo.

Habrá extras, algunas explicaciones, un resumen condensado y una suerte de alegato.

Debéis esperar un poco más. Casi hemos llegado.

*****

Plan de la obra:

Episodio 2 – Si tú supieras
Episodio 3 – El secreto
Episodio 4 – Beautiful
Episodio 5 – Dilo bien
Episodio 6 – Llamada
Episodio 7 – Carpeta
Episodio 8 – No siempre se gana
Episodio 9 – No la pierdas
Extras – Traca final

miércoles, 25 de septiembre de 2013

¡Vaya par de cracs!

"Intervención revolucionaria. Le implantaremos una cadera con graffitis"

[Extracto de una conversación mantenida entre Rafael Spottorno, jefe de la Casa Real, y JC I, superviviente]

— ¡Vaya¡ ¿Cómo ha sido?
— Catacroc, a tomar vientos.
— ¿Así que fue traumático?
— Sí, claro. Primero la Sofi, que anda mosca con lo de Corinna y ya no quiere jugar al chinchón.
— Le está chinchando.
— Mucho; porque ella juega a la griega y las escaleras se le van a la mierda cada poco.
— Normal.
— Luego está el asunto de los yernos. Uno que se piró y el otro que parece estar pirado.
— ¿Y eso?
— Recóncholis, cómo se le ocurre poner de nombre a la empresa Nóos. Si parece el nombre de un puto perro.
— Can.
— Puede.
— ¿Cómo que puede?
— Que can en inglés es puede. Corinna me ha dicho.
— Ya.
— Y luego mi hijo.
— ¿Qué le pasa?
— Está tonto. Mira que le digo que salga de farra con hombres. Que no puede estar todo el día metido entre mujeres. Y sólo se le ocurre quedar con Sabina, que cantará muy bien y eso, pero ya no le pega como antes. Le dije que hiciera pandilla con Bultó, que lleva una vida muy sana y es un tío muy majo.
— Disculpe, Don Álvaro se estrelló haciendo wingfly.
— ¿Se le atragantó la ensalada?
— No. Piñazo. Paracaídas no abrir.
— Joder. Eso sí que fue traumático.

*****


*****

Actualización:

Bernardo Dual (enciclopedia musical ambulante) propone una mejora, llena de sustancia.
Los Enemigos: Yo, el Rey (de La vida mata, 1990)


martes, 19 de febrero de 2013

Tom Petty no viene a España. Conocemos las razones


Una fábula visual (y alucinada).


Para resolver un problema, es preciso identificarlo adecuadamente.


"Lo estoy pensando..."

En 1985, Tom Petty publicó un disco, “Southern acents”, en el que se incluía un single de éxito, “Don’t come around here no more”. En plena “era MTV”, las canciones debían ser promocionadas utilizando videoclips, piezas narrativas que cautivaban visualmente a los espectadores, más allá de lo que podían hacerlo, cuando se utilizaban exclusivamente argumentos musicales. El vídeo de la canción que hoy nos (pre)ocupa fue una obra de arte, ajustada a su escala y proporciones. Revisarlo, hoy, puede aportar un nuevo nivel de lectura.

Y, como aliciente final para seguir leyendo, se demostrará que incluye todas las claves que se necesitan para saber por qué TP todavía no ha actuado en España.


Hoy se alcanzará una profundidad inédita.


1 — La canción

Eurythmics había tenido un éxito increíble en 1983 con Sweet dreams (Are made of this). Fue #2 en UK y su único #1 en USA (reemplazando a The Police y Every breath you take). Eso supuso que Annie Lennox y David A. Stewart (el dúo que formaba Eurythmics) debieran iniciar una gira por USA, el sueño por el que todo músico rock suspira desde que decide a qué quiere dedicarse.

Pero, todos sabemos esto, un sueño encierra una pesadilla y, para Stewart, pronto tomaría forma.

Tras un concierto de la gira, celebrado en The Wiltern Theatre, en Los Angeles, Stewart conoció a Stevie Nicks, cantante y compositora en Fleetwood Mac, un grupo que, tras el fenomenal éxito de “Mirage” (donde se incluyeron singles del calibre de Hold me o Gypsy), se tomaba unos años de respiro forzado para liberar tensiones y, entre otras cosas, para que Nicks, Christine McVie y Lindsey Buckingham pudieran dar un impulso a sus carreras en solitario.

Nicks, en el plano personal, acababa de romper con su novio, Joe Walsh, el día anterior y, además de disponible, fascinada como estaba por la música (y, es un suponer, el magnetismo) de Stewart, se lo llevó a su casa para tener un affaire. En casa de Nicks había más gente de la que Stewart esperaba encontrar; aquello era un fiestón en toda regla (a la californiana) y, teniendo en cuenta que él había acudido con otras intenciones, más allá del consumo de coca, decidió retirarse prudentemente al cuarto que se le había asignado. A las 5 de la mañana, según el relato de Stewart, Nicks se presentó, vistiendo un vestido victoriano, poseída por un espíritu conquistador que, al combinarse, hicieron que Stewart huyera, con el rabo entre las piernas, mientras Nicks le gritaba, mostrando orgullosa su despecho: “no vuelvas por aquí nunca más”.

Stewart cogió un avión para presentarse en San Francisco, donde tenía que actuar al día siguiente, pensando que el asunto había concluido, pero, en ocasiones, las historias dan unos incomprensibles giros que, si bien llenan de confusión a quienes las protagonizan, añaden indudable interés a su relato. En nuestra aventura, tras el concierto, Stewart se puso a pensar en los sucesos de las veinticuatro horas precedentes y compuso —en el estudio portátil que todo músico lleva a mano, usando una caja de ritmos, un sintetizador y un sitar— el boceto inicial de la canción que nos ocupa. Unos días después, coincidió con Jimmy Iovine que, pequeño que es el mundo, había producido el disco “Bella Donna” de Nicks, en el que se incluía la participación de TP en la canción Stop draggin’ my heart around, compuesta por él y Mike Campbell (guitarra solista en The Heartbreakers) y, tras escuchar la demo que había grabado, se pusieron juntos a trabajar en ella. Stewart, nuevo en el mundillo de la música angelina, desconocía que Iovine y Nicks habían mantenido relaciones en el pasado. Demostrando una candidez sonrojante, no pudo imaginar la furia que se desataría en Nicks, al descubrir que ambos amantes (uno, extinto; el otro, no consumado) estaban trabajado juntos, como finalmente sucedería. Al marcharse Nicks del estudio, tras el estallido, Iovine llamó a TP, que vivía cerca y la versión que grabaron, sería el primero de los temas en los que TP y Stewart colaborarían para la realización de ese álbum.

*****

2 — El vídeo


Dirigido por Jeff Stein, se plantea como una réplica del imaginario de “Alicia en el país de las maravillas”; en concreto, la lectura que Walt Disney hizo en 1951 del libro de Lewis Carroll. Se identifican, claramente, tres escenas: La oruga azul, Fiesta del te, Juicio.

En el vídeo aparece David A. Stewart, al inicio, como la oruga azul (The Caterpillar), en un mar de champiñones, tocando apaciblemente el sitar y fumando un narguile.

La actriz Wish Foley interpreta a Alicia.

TP encarna al sombrerero loco (The Mad Hatter).

Mike Campbell es la liebre de marzo (March Hare).

El resto de los Heartbreakers aparecen en el desvarío, sin un papel específico.

*****

3 — “La interpretación de los sueños”

El psiquiatra vienés, Sigmund Freud, publicó en 1899 este libro, titulado originalmente, en alemán, “Die traumdeutung”. En él, se presentaba una técnica psicológica que permitía descubrir las claves que, urdidas de forma inconsciente, se encontraban ocultas tras los sueños.

Puesto que ya no hacía falta provocar un estado hipnótico (y el diván se convertía en superfluo), esta práctica sustituyó a la sugestión como método para alcanzar la catarsis. La asociación libre es el método de análisis psicológico a utilizar.

Traducido: los sueños establecen conexiones libres y, pueden ser analizados a posteriori, de forma crítica, para encontrar el significado que ocultan. Para ello, debe emplearse, también de forma libre y creativa, la imaginación.

Todo sueño es un viaje. A un mundo irreal, onírico, distorsionado. Pero, de vuelta a la consciencia, se puede (empleando un análisis detallado) averiguar el mensaje oculto en el aparente sinsentido.

*****

4 — El sueño, interpretado

Cualquiera que haya visto el libro, o leído la película, sabe que la historia que imaginó Lewis Carroll —llena de fabulaciones alegóricas, en la que encerraba a Alicia en un mundo irreal—, era simplemente un sueño del que, a última hora, escapaba al despertar.

Todo sueño es un viaje. En ocasiones, más allá del trance al que parece dirigirse, puede tener un destino determinado diferente, espacial o temporal.

Déjenme que, en un giro inimaginado, me transfigure en Freud y demuestre que, en 1985, TP viajó en el espacio —llegando a España— y en el tiempo —hasta 2013— y que nos muestra, con clarividencia absoluta, el panorama de esta España nuestra.

Alicia se da cuenta de que está iniciando un viaje. Necesita alguien que le ayude. Un agente, pongamos.

Está en la cúspide. Parece que echando humo.

Tiene una pinta realmente siniestra, con gafas de espejo uñas larguísimas, aunque de pacotilla, de las que venden en el chino del barrio. Lo del pelo revuelto parece una tapadera (de una apabullante calvicie).

Intentando mostrarse ajeno a lo que le rodea, exhala un último aliento.

Un montón de tramas interpuestas dificultan que Alicia llegue hasta él.

Le ofrece el billete para el viaje.

¡Eh! Te hemos pillado. Somos trabajadoras de tu empresa (la agencia). Se nos nota en las ojeras (provocadas por la falta de sueño) y en la anticuada indumentaria.

Eres Díaz-Ferrán.

Alicia (identificada ya como el pueblo español; la ciudadanía; tú y yo) se cae de espaldas, patas arriba.

Caemos rodando, sin fin, atrapados por una burocracia asfixiante, gris y cuadriculada.

Al fondo de una mesa, obscenamente larga, se encuentra un tipo solitario, apartado del mundo.

Vemos que es TP, sentado en un trono dorado, tomando la sopa boba. Es realmente evidente de quién se trata (JC I, para los faltos de perspicacia). Los secuaces que se le acercan por la espalda, no pueden ser otros que Urdangarín y Torres.

En los sueños (ya veremos que este efecto se repetirá) las claves pueden ir cambiando y, los personajes soñados, pueden corresponder a más de un alter ego, secuencial o simultáneamente.

Se graba esta conversación interna (como hicieron con Pujol):

— España: Creo que no me podré levantar.
Elena: Me haré pasar por tonta.
Cristina: Voy a hacer como que no sabía nada de lo que hacía mi marido.
— España: No cuela. Ni con una (por abusar del recurso), ni con la otra (¿nos tomas por tu hermana?).

Aprovecharé para ensayar (otro año más) el (esperado) mensaje navideño, repitiendo slogans, como si fueran mantras, en la esperanza de que terminen haciéndose realidad.

— Todos los españoles somos iguales ante la Ley.
Felipe está muy preparado.
— Yo me encuentro (mayor) mejor y quiero dedicarme a charlar con Jesús Hermida, vivir en un mundo nuevo con Corinna y entregarme a contemplar mi colección de fetiches.

¡No me jodas! Me quedo sin habla.

Por encima del resto de fetiches, siento orgullo y predilección por los prismáticos que usé para cargarme al elefante, allí en Botsuana.

Hola, mira, me presentaré que, a lo mejor, no me conoces. Soy el que pone la guinda (verde, por descontado) al pastel. Mejor que te sientes, que te voy a informar de las (nuevas) medidas.

(Citando a otro que también iba de verde): ¡Que te sientes, coño!

¿Dijiste que no querías taza?

[Ya sé que es complicado (de)limitar sus campos de actuación y por eso debo aclarar la posible confusión. El anterior, de verde oscuro, era De Guindos. Éste, de verde claro, es Montoro].

El interludio musical que ameniza el entreacto, y que servirá para aclarar el cambio de escenario, está patrocinado por el titular de cultura (Wert) y consiste, paradójicamente, en un trío, con-trabajo, interpretando flamenco. Se aprecia que están afinados.

No, por favor. De verdad. No me gusta la sopa.

Tranquila. Es de sobre. Bárcenas nos ha mandado cinco raciones, aunque ninguna será para ti.

Me quedo ojiplática.

Hoy, como tema único, trataremos la resolución del pufo y, por eso, puedes contemplarme, así de meditabundo. Es una jaqueca que me han impuesto.

¡Por supuesto! ¡Impuestos! Me sacaré alguno de la chistera. Ahora empezarás a comprender que esto es un Consejo de Ministros y podrás contemplar cómo actuamos los estadistas. Yo presido. Adivina quién soy.

yojaR — No es la solución al problema, es notorio.

[Pero, ahora percibirás mejor el enigma, al notar que todo lo hago al revés].

¿No querías taza?, ¡tendrás taza y media! Y no me importa que te salga humo de la cabeza. Esto no ha hecho más que empezar.

Y, por cierto, los ahorros de toda tu vida, los que fuiste consiguiendo tacita a tacita, deberías ver en qué tamaño de tacita se han transformado.

No pongas la otra mano (la izquierda), que no te quedará nada para recoger.

Yo, a todo esto, cuando me nombraron presidente, encargué un traje a medida. Me lo hizo el amigo de Camps. Está claro que me viene grande.

Hay quien dice que sólo cumplo órdenes (de Merkel, o de los mercados, eso no queda claro).

Pero, con los ojos tapados, puedo imaginarme que Belén Esteban me manda un beso. Eso no puede ser tan malo.

Hola, qué tal. Soy Rodrigo y vengo un Rato a presentarte mi nuevo plan. Le cambiamos el nombre, mantenemos el color verde (el de la pasta gansa) y mira cómo te presento que va a haber un montón de beneficios. Es súper-rentable. Te lo juro por Gallardón.

Espera que coja un piquito.

Un finiquito de nada (para mí).

Debes asumir que las rosquillas son los ahorros.

[Así decían que se iban a vender las viviendas (o las preferentes); como si verdaderamente lo fueran].

“Ahora las ves, ahora no las ves”.

El festín está preparado. Nos lo repartiremos.

Un nuevo actor se muestra es escena. Ha aparecido fugazmente, pero siempre fuera de foco (desenfocada) y formando parte de un grupo (nunca independiente). Ahora se le ve mejor. Por su postura (mostrando desgana, una cierta desidia y un profundo aburrimiento, que se manifiesta en un incipiente bostezo), su posición (escorada, apartada del centro de atención) y su imagen (anticuada y desfasada; parece participar en un Carnaval grotesco y dieciochesco) identificamos, no sin dificultad, de quién se trata. Es la prensa.

Comprueba cómo, habiendo tenido la oportunidad de presenciar el reparto, se retiran para que puedan actuar a gusto, sin interferencias. No existen asuntos que merezcan investigarse.

La primera medida es cambiar de asientos (aunque los ocupantes sigan siendo los mismos).

No os preocupéis, chicos. Seguimos teniendo dónde mojar.

Y si no, me como la taza. ¿A quién le va a importar?

Un nuevo truco. Dejaremos que te sientes y que creas que vas a poder participar en el reparto.

¿Ves cómo sí hay para repartir? ¿Y cómo la prensa debería estar enterada de todo?

¡Y una mierda! Me quedo con las rosquillas, antes de que desaparezcan.

Tú, ¡fuera! Aquí ya no pintas nada.

¡Bah! Está bien... Me das lástima. Te enviaré un rescate.

Lo recibo con los brazos abiertos. Atenderé todo lo que me pida.

¿A quién se parecerá?

¡Soy yo! Esto no me gusta nada...

Creo que hay gato encerrado (y no es el de Cheshire).

Ahora descubrirás quién lo pagará todo, absolutamente todo.

¡Tú! Pagarás como una cerda...

¡Toda la cuenta! Como una completa cerda.

No importa que gruñas.

No confíes en que calzar Botín-es te va a ayudar.

Agencias de valoración, independientes, preparándose para calificar la evolución del valor de la marca España.

Desciende...

...rápidamente.

No me acoses. Yo no tengo la culpa.

Sí. Todo lo pagarás tú. Quisiste vivir por encima de tus posibilidades.

No trates de huir.

Te pillaremos, ...

...te atraparemos, ...

...y te deshauciaremos.

Pondremos un impuesto nuevo.

Y otro.

Y otro más.

Te haremos creer que sabemos cómo salvarte.

Y, cuando estés a punto de ahogarte...

...te lanzaremos un salvavidas que no hará más que prolongar tu agonía. Es el preludio del amargo final que te espera.

Voy a entrar a saco.

Entre todos, meteremos la tijera (aunque, aquí, pueda parecer una pala).

Ya sabes lo que te espera. No importa que grites.

Estás mal. Necesitas ser intervenida.

 Operada (por Ana Mato en persona).

Tienes que darnos de comer a todos. Y somos muchos.

Toma, compi. Seguimos con el reparto.

Somos muchos para el papeo.

¿A quién le importa cómo vayas a quedar? En la tarta de España, muchos se apuntan a pillar cacho.

Y, aunque andemos a bocados, comiendo del plato de al lado, nadie se molestará por eso.

Únicamente le preocupa a ella, que contempla, atónita, el destrozo que están haciendo los que sólo quieren Mas.

Engullida por su apetito voraz, imposible de saciar, obsceno y desmedido, cegado por una avaricia inconsciente y una falta de responsabilidad imperdonable. El último recurso (aunque sirva para poco) es gritar.

Una mueca (que podría parecer una sonrisa) es el anticipo de la insólita consecuencia que tamaño desmán llegará a producir nunca.

Bluuurp!

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5 — Atando cabos

TP es un extraordinario músico rock. En este blog repasamos su carrera, de forma exhaustiva, dedicándole un artículo que deberías visitar. A raíz de su publicación, Chals, de On The Route (extraordinario escaparate de música americana), me invitó a participar en el proyecto para conseguir que venga a España. Es el músico más importante de los que nunca han actuado aquí.

Pero ya había estado en España.

En 1985, en un viaje inducido por los hipnóticos recuerdos de una extraña historia, TP se sumergió en una completa pesadilla, que se acaba de analizar en detalle. En ella aparecían, sin orden preciso, los siguientes personajes de la actualidad nacional: Ana Mato, Bárcenas, Belén Esteban, Botín, Camps, Corinna, Cristina, De Guindos, Díaz-Ferrán, Elena, Felipe, Gallardón, JC I, Jesús Hermida, Mas, Merkel, Montoro, Pujol, Rajoy, Rodrigo Rato, Torres, Undargarín, Wert.

TP explicó a la perfección que “no volveré por aquí nunca más”. A la vista de lo ocurrido en su experiencia onírica, yo no se lo echaría en cara.

Una premonición latente, agazapada (como un conejo blanco), desde hacía 28 años. No había prisa en descubrirla. Pero cuando ha terminado sucediendo, se muestra con una virulencia explosiva.

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Si aún precisas más confirmación de la experiencia paranormal que supuso ese viaje en el tiempo (y no te apetece llamar a Iker Jiménez), el álbum se titula “Acentos del sur”.

Más claro ya no puede estar

Esa incierta edad [el libro]

A veces tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. Por fin está terminado. Edita Libros Indie . Con ilustracio...