Deconstruyendo
la campaña de Lotería:
La
ambivalencia es cada vez más apreciada.
O
la polivalencia.
La capacidad para adaptarse a cualquier situación.
Esa
forma de encontrar justificación, a toro pasado, para la verdadera naturaleza
de nuestro comportamiento.
En
un mundo, donde nada es blanco o negro, todo terminará siendo gris.
*****
Luis
está de vacaciones. Va caminando, cuando recibe una llamada. Es Miguel, su jefe.
Ha
visto el sorteo. Hace un rato. Miguel le ha mandado ir a captar algún cliente,
no vaya a ser que se les escapen todos. Total, como vive cerca del bar de
Antonio.
Para
llegar al bar, debe atravesar un paso elevado. Va pertrechado con un anorak que
le permite mimetizarse con el entorno. En su mano izquierda lleva una bolsa blanca
de plástico, de las que dan (sin cobrar) en cualquier comercio de barrio,
aunque sea chino.
Está
llegando. Pasa por delante del muro iluminado inalámbricamente, donde hay un
banco, al lado del cual un confiado había dejado apoyada la bici, sin que le
importe que se la levanten, o que se le congele el culo la próxima vez que
monte en ella (quizá es un ejercicio para poner las nalgas duras como tambores
africanos; el mundo hip está lleno de
reglas indescifrables para los no iniciados).
“De nada”, dice, tras haber colgado. Aunque en
sus ojos se dibuja una expresión, puesta en boca de todos por la opus magna de Alaska y Dinarama: “A quién le importa”.
Una idea bulle en su cabeza: “Yo soy así
y así seguiré. Nunca cambiaré”.
Hay
motivos para ello. En la puerta del bar saltan y brincan sus amigos, la gente
que vive a su alrededor, con la que comparte vínculos de proximidad y cercanía.
Ellos han sido afortunados.
Un
gnomo barbado, la anterior encarnación de Jordi
Évole, ha llegado.
Al
mismo tiempo que Luis, llegan otros dos gnomos. Se incorporan a la danza por
detrás de una chica que mira hacia Luis. No parece pasar frío y sólo lleva un
jersey para abrigarse.
Por
lo visto, la chica se viste con emoticonos, al objeto de evitar malentendidos. Corre,
llena de amor, hacia un Luis que ha sacado la botella de la bolsa y abre los
brazos sin parecer girarse hacia ella. Su melena se desboca al viento y se
abalanza presurosa en un tierno conato de intimidad física.
Ella
rodea a Luis y vemos la copa que lleva en su mano derecha. El tercer simbolismo
sexual más sencillo de identificar, tras la llave y la cerradura o el lápiz y
el sacapuntas, es el de la pareja formada por botella y copa. Ya sabemos que,
en breve, ella rebosará amor.
Copas
y botellas se elevan, en un multitudinario brindis al sol. Me pasma no haberme
dado cuenta hasta ahora que, Luis, una vez que se quite el anorak será el tipo
del jersey color berenjena y trenzas en las mangas que danza junto a Manuel, un
poco más tarde. Y me sorprende que la prensa no haya hecho acto de presencia,
máxime cuando la llamada de Miguel, el jefe de Luis, respondía a que había
atado cabos con el bar de Antonio y el lugar de residencia de Luis.
Quizá
es que los motivos de las prisas de Luis correspondían a intereses ocultos:
1 – Tenía una misión: atrapar a la mocita de los emoticonos.
2 – Buscaba una comisión: la idea de su jefe llegaba con retraso. Una vez más.
Entre
el grupo se encuentra, además de El
Follonero y su gorro navideño, un representante del mundo viejuno; parece estar pensando: “la ciudad no es para mí (aunque debo reconocer
que saben organizar un jolgorio)”.
Si
hay que timar a alguien, parece el objetivo preferente.
No habrá quien lo salve.
*****
Nada
importa ya. Una vez que sabemos que nada cambia a nadie, y menos el dinero, las
intenciones podrán ponerse a posteriori,
como relato fabulado de lo que en realidad sucedió.
Luis
tendrá el camino expedito.
*****
Otras entregas
previas:
Episodio 6 –
Llamada
Episodio 7 –
Carpeta
Episodio 8 – No
siempre se gana
Episodio 9 – No
la pierdas
Extras – Traca
final
Queda
menos para el final de la campaña. Lo más bonito. Lo más emotivo.
Lo
más esclarecedor.
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